martes, 10 de noviembre de 2009

DE LAS MIRADAS y SUS CIRCUNSTANCIAS


Joaquín Ortuño

Diariomedico.com
ESPAÑA
JOAQUÍN ORTUÑO MIRETE ESTE PIONERO DE LA NEFROLOGÍA, JEFE DE SERVICIO DEL RAMÓN Y CAJAL, REIVINDICA SU CONDICIÓN DE MÉDICO
Las circunstancias del doctor Ortuño

Joaquín Ortuño (Murcia, 1938) dice ser un privilegiado por haber formado parte de tres grandes hospitales en sus etapas de esplendor: la Fundación Jiménez Díaz, la Clínica Puerta de Hierro y el Hospital Ramón y Cajal. Reconoce que las circunstancias le han colocado más de una vez en situaciones indeseadas y confiesa que le hubiera gustado verse en otras que no llegaron, pero sabe que el balance de su vida le está saliendo positivo.


Sonia Moreno - Viernes, 2 de Octubre de 2009 - Actualizado a las 00:00h.

llaves conceptuales:
1. JIMÉNEZ DÍAZ Tuvo la humildad y la virtud de aprender de sus discípulos, a los que mandaba al extranjero para fomentar la especialización
2. NEFROLOGÍA Fuimos pioneros de la Nefrología española; en el Puerta de Hierro acumulamos mucha experiencia
3. DIRECTOR Me molesta que me reconozcan más por dos años de director del Ramón y Cajal que por 40 como médico
4. MURCIA Soy mediterráneo, un huertano de pura cepa; me siento muy apegado a mi tierra y espero poder pasar más tiempo allí


-¿Por qué estudió Medicina?
-Mi primera elección fue la Escuela de Ingeniería, pero a pesar de mis buenas notas no superé el examen de ingreso, así que me decanté por Medicina. Es curioso, porque el doctor Oya me hizo la misma pregunta para entrar como alumno interno en la Fundación Jiménez Díaz (FJD). No podía decir que por tradición familiar, ni por vocación, porque no creo en eso, y decir que por azar me parecía pobre, así que recordé la película No serás un extraño, donde al protagonista (Robert Mitchum) le preguntan lo mismo y contesta: "Porque está en la naturaleza de las cosas: yo tengo que ser médico". Aquello me pareció excesivo y salí del paso con razones de actitud de servicio, de la nobleza de la profesión... Pero si hoy me volviera a repetir la pregunta, probablemente habría contestado, como Mitchum, que yo he nacido para esto. No concibo haber sido otra cosa.

-Y le aceptaron.
-Si hay algo que ha marcado mi vida, fue haber sido aceptado allí. España entonces era un desierto hospitalario y la FJD era un hospital moderno, un auténtico templo de la Medicina.

-¿También sucumbió a la personalidad de don Carlos?
-Lo que más aprecié en él fue su capacidad de aprender. Llegó un momento en que no podía mantener la visión enciclopédica de la Medicina: había que diversificar y él tuvo la humildad y la virtud de aprender de sus discípulos, a los que mandaba al extranjero para fomentar la especialización. Pero su bagaje era tan grande y su visión tan amplia, que los superaba. Fue el último internista que he conocido.

-¿Cómo llega a la Nefrología?
-Por casualidad, porque en principio me inclinaba más por la Cardiología. El problema de la FJD es que era un oasis, no había salidas que se le parecieran. En 1964 surge la Clínica Puerta de Hierro. José María Segovia de Arana es el director y busca en la FJD a sus médicos: Letona, Barbadillo, Durante, Domínguez Lázaro, Barceló y Julio Botella. Yo había colaborado mucho con Botella y le pedí que me tuviera en cuenta. Para mi alegría, me dijo que tenía pensado pedirme que fuera con él como su segundo. Así fue mi elección de especialidad.

-Le consideran pionero de la Nefrología española.
-Cronológicamente hablando es así, no es que sea un mérito personal. En el primer congreso de Nefrología que se celebró en España nos reunimos 40 y, de ellos, 20 internistas. Éramos nefrófilos. Pusimos en marcha el servicio en la Puerta de Hierro y acumulamos mucha experiencia, porque los casos de nefropatía parenquimatosa nos los remitían de toda España.

-¿A qué problemas se enfrentaban entonces?
-Al de la autonomía. Los internistas querían acapararlo todo.

-¿Tuvieron que pelear mucho?
-Sí, había roces. En 1960 y 1970 los internistas creían que los especialistas poníamos nuestras técnicas a su servicio. Pero la especialidad surge por la imposibilidad de abarcar el conocimiento. Las técnicas están al servicio del conocimiento. Tanto Botella como yo trabajábamos con esa convicción. En aquella época vivir en un hospital era como vivir en un seminario o en un cuartel, lo que los sociólogos llaman institución total: trabajas, comes, duermes...

-Allí conoce a su mujer.
-Sí, trabajaba como enfermera. Fue una época maravillosa. Trabajábamos mucho pero era muy feliz. Iba cantando por los pasillos. También pude completar mi formación en trasplantes en la Clínica Cleveland y en el Hospital Peter Bent Brigham (Estados Unidos).

-¿Cómo recuerda esa experiencia americana?
-Era el año del alunizaje y yo lo vi desde la unidad de diálisis de la Cleveland. Cuando llevaba ocho o diez días, el jefe del servicio me dijo que iban a hacer una biopsia renal, por si me interesaba verla, y yo, con soberbia juvenil, le contesté que ya había hecho más de 300. Se quedó tan impresionado que luego me propuso que me quedara, pero no quise.

-¿El american way of life no era lo suyo?
-Aprendí mucho, pero sabía que no quería vivir allí. Yo soy mediterráneo, un huertano de pura cepa. Regresé a Puerta de Hierro, donde ya era jefe adjunto.

-¿Por qué se fue al Hospital Ramón y Cajal?
-Las relaciones con Julio se deterioraron, probablemente por mi culpa, porque no tenía suficiente diplomacia. No me habría ido nunca de Puerta de Hierro si hubiera podido ejercer con libertad, como lo hacen ahora mis colaboradores. No tenía ninguna aspiración a ser jefe de nada.

-¿No se entendían personalmente Botella y usted?
-Digamos que yo no tenía flexibilidad para aceptar que los seres humanos no somos perfectos. Quizá entonces era muy rígido.

-¿Cómo empieza su aventura en el Ramón y Cajal?
-El Ramón y Cajal pretendía ser una yuxtaposición de ocho departamentos quirúrgicos: ocho hospitales, cada uno con sus propios servicios y laboratorios. Iba a ser la cumbre de la cirugía, pensando en las superestrellas de entonces. Empezó a hacer aguas porque era una idea trasnochada.

-Y entonces los coroneles, encabezados por usted, se rebelan.
-Eso de la rebelión de los coroneles es un tópico. El hospital estaba casi construido cuando en 1975 muere Franco y llega la Transición. España era un hervidero político. Las críticas arreciaron y se le dedicaron al Ramón y Cajal calificativos como "megalomanía franquista". Los políticos se asustaron y Rovira Tarazona, entonces subsecretario, reunió a los jefes de departamento y les dijo que tenían que elegir cada uno a un colaborador para reconsiderar el hospital, porque ellos no tenían imagen para hacerlo. Había que conseguir que la opinión pública diera el visto bueno al centro, que estaba prácticamente terminado y con la dotación comprometida. Casimiro Romero, jefe de Urología, me nombró a mí y empezamos a reunirnos. Propuse que se ampliara la comisión para incluir servicios esenciales: Patología, Microbiología, Inmunología, Radiología, etc. Al final, fuimos quince.

-Los coroneles...
-Lo que pretendíamos era un puesto de trabajo. Topamos con un ambiente hostil. Los propios jefes, después de nombrarnos, recelaron. Nosotros trabajamos como fieras para reconvertir el hospital en un centro más, sin privilegios. José Palacios [jefe del Departamento de Trauma] y yo dimos la cara en muchos frentes. En el Colegio de Médicos conseguimos convencer a muchos -entre los que había grandes amigos míos, como José Toledo, que era muy crítico pero después nos dio la razón-, cuando vieron que ya no era el hospital del marqués, ni de unos caciques, sino que estaba al servicio público. También llegué al entendimiento, tras una reunión, con Torrente, un cirujano cardiovascular del Hospital de la Princesa, dirigente del PCE.

-Por eso Baquero le llama el Suárez del Ramón y Cajal.
-Eso es una boutade de Fernando. Había dos grupos dentro de los jefes: el encabezado por Sixto Obrador, que quería al hospital con locura, y otro que, cuando se cuestionó la concepción original del hospital, ni apareció por aquí.

-¿A quiénes se refiere?
-Por ejemplo a Benito Vilar Sancho [jefe de Cirugía Plástica]. Hay que entender que era un momento de cambio en la concepción del trabajo. He vivido la época en que los jefes eran dueños de almas y de vidas, pero la democracia lo cambia. La autoridad hay que merecerla. Para sustentar la condición de jefe ya no bastaba con la pericia técnica, también había que tener cualidades de dirección y gestión. Mantenía mucho contacto con don Sixto, Antolín-Candela, Romero... Le diré un detalle ilustrativo: al hacer el reglamento vi que Obrador tenía recelos y para demostrarle a él, y a todos, que no había ninguna rebelión, le pedí que redactara las funciones de jefes de departamento: son las que se publicaron y aún las conservo de su puño y letra.

-Cualquiera le negaba algo a Obrador.
-Yo.

-¿Qué le negó?
-En mi etapa de director pretendía tener tres neurocirujanos de guardia.

-¿Por qué acepta la dirección?
-Las circunstancias. Yo quería que el hospital saliera adelante, porque quería mi servicio. Pero Palacios fue nombrado subsecretario de Sanidad y se llevó a Carlos Mestre con él, dejando sin director al hospital. Entonces existían una junta facultativa y de gobierno muy representativas, y ambos órganos me lo propusieron por unanimidad.

-Por lo que cuenta, parece más el hospital de la Transición que el del franquismo.
-Antes de que hubiera una constitución democrática tuvimos el reglamento mejor estructurado, avanzado y participativo que había tenido un hospital español.

-Dicen que lo escribió mano a mano con el ministro Enrique Sánchez de León.
-Lo escribimos entre todos.

-¿Y no era su mano derecha?
-Lo que sí fui es subsecretario durante 24 horas.

-¿Cómo fue eso?
-Entonces era jefe de servicio y me insistió tanto que le dije que sí, pero me lo pensé mejor y al día siguiente le dije que no quería.

-¿Por qué se echó atrás?
-Porque no servía para eso.

-¿No cree que tiene cualidades de líder?
-Según para qué. Mi liderazgo se basa en compartir objetivos. Y la vida me ha dado la razón. No he tenido mayor acierto que no caer en los cantos de sirena de la desastrosa vida política de este país.

-¿Le atacaron mucho en su época de director?
-Por todos lados.

-¿Qué le dolió más?
-Probablemente, la deslealtad de algunos. Pero conté con el esfuerzo y dedicación de casi todos.¿Ha perdonado?-Sí. Me quedé con el apoyo de muchísima gente. Pero tuve dificultades; había que hacer filigranas, sobre todo con algún jefe de departamento.

-¿En quién está pensando?
-En Cristóbal Martínez Bordiú; recuerdo que cuando yo estudiaba íbamos a verle operar en la ciudad universitaria, y operaba bien…

-¿No estaba justificada su mala fama?
-No. Al principio es cierto que trabajaba mucho y operaba bien, pero luego su vida le desenganchó de la profesión. Y en lo que no tuvo acierto fue en organizar el servicio. Era muy obstinado, la persona con la que más trabajo me ha costado razonar.

-Y a usted ¿qué le decían en casa?
-Mi padre estaba horrorizado, aunque supongo que en su fuero interno se sentiría orgulloso.

-¿Y su mujer?
-Estaba harta. Un día vio que me agachaba para mirar debajo del coche y se alarmó. Me enfrentaba con sabotajes materiales y amenazas de muerte diarias.

-¿Lo volvería a hacer?
-Las circunstancias me obligaron: me eligieron. De hecho, cuando tuve casi la garantía de que el hospital estaba consolidado, volví a mi servicio; pasamos de 200 camas a mil cuando dejé la dirección, en 1979.

-¿Se lo reconocieron?
-Los más cercanos. Pero para mí fue un paréntesis en la vida profesional de un médico. De hecho, me ha molestado muchísimo que se valorasen tanto dos años como director y menos mis 40 años de ejercicio médico, que es lo que soy.

-¿De qué se siente más orgulloso de su etapa en el servicio?
-De haber creado equipo. También me enorgullece que mi ausencia va a ser irrelevante, porque las cosas seguirán funcionando a la perfección. En un terreno menor, me gusta recordar que este servicio fue el primero de Nefrología creado desde cero, y pude participar en su diseño y distribución.

-¿Orientó a los arquitectos?
-Les dije hasta la altura de los enchufes; tenía muy claro lo que quería: fomentar la diálisis en casa y el trasplante renal. Hemos procurado que el enfermo tenga auténtica libertad de elección y para ello disponemos de todos los procedimientos terapéuticos posibles.

-¿Cómo ve el futuro de la especialidad?
-Se beneficiará del progreso de las ciencias básicas y de los avances tecnológicos, que han sido espectaculares, pero a expensas de sacrificar valores tradicionales. Es triste que le preguntes a un médico cómo está un enfermo y te diga "tiene tanto de creatinina". La visita médica ha pasado de la cabecera del enfermo a los pies, de los pies al pasillo y, por lo que se ve, pasará al ordenador.

-¿Cómo ganó la cátedra?
-También por casualidad. Hice las oposiciones a profesor adjunto de la Autónoma en 1974, porque tenía vocación docente, pero, una vez terminadas, me dije que nunca más volvería a opositar. Después de que vincularan el Ramón y Cajal a la Universidad de Alcalá, Ignacio Riesgo, el gerente, me propuso convocar una plaza de catedrático de Medicina vinculada a Nefrología. Le pedí que no lo hiciera, pero no me hizo caso. Tuve que participar o arriesgarme a que viniera un catedrático como facultativo especialista de área a mi servicio: una situación desestabilizadora.

-Se reencontró con Botella.
-Sí, competí con mi antiguo jefe, lo que fue muy desagradable, porque además él estaba enfermo.

-Las circunstancias le han colocando en situaciones indeseadas.
-Así es. Y por el contrario, hay otras que he deseado y en las que no me he visto nunca.Dígame alguna...-(Ríe) Pues ser más simpático, caer mejor a la gente...

-¿Se considera antipático?
-Digamos que hay personas a las que se les mide por kilómetros y a otras por milímetros, y estoy entre esas últimas. Yo, y es un defecto mío, genero anticuerpos en la gente con mucha facilidad.

-¿No será una sensación suya?
-La verdad es que acabo de pasar por una pequeña intervención quirúrgica y me he encontrado muy arropado por todas las personas del servicio. A determinada edad te das cuenta de la importancia de los afectos.

-¿Qué le espera ahora que deja el servicio?
-Me resisto al ostracismo, por lo que seguiré trabajando. También pasaré más tiempo en Murcia, donde tengo un apartamento en un lugar privilegiado.

-También podrá dedicarse a una de sus aficiones: la pesca.
-Yo soy aficionado a la pesca de trucha y de salmón, a ser posible en ríos de alta montaña. La gente piensa que pescar es sentarse y esperar a que piquen, pero es mucho más: en El manual del perfecto pescador de caña, la biblia de los pescadores escrita en el siglo XVI, se dice que existen dos tipos de hombre: el que reflexiona y el que actúa. Es la eterna dicotomía del intelectual, inoperante y por tanto inmoral, y del político, de acción y por tanto injusto. El pescador de caña, dice el manual, es perfecto, porque es la síntesis de los dos.

JIMÉNEZ DÍAZ Tuvo la humildad y la virtud de aprender de sus discípulos, a los que mandaba al extranjero para fomentar la especialización

NEFROLOGÍA Fuimos pioneros de la Nefrología española; en el Puerta de Hierro acumulamos mucha experiencia

DIRECTOR Me molesta que me reconozcan más por dos años de director del Ramón y Cajal que por 40 como médico

MURCIA Soy mediterráneo, un huertano de pura cepa; me siento muy apegado a mi tierra y espero poder pasar más tiempo allí



EL OTRO HOMBRE
El armazón del hombre firme e independiente se resquebraja al ser preguntado por su familia. Aparece entonces un Ortuño humilde -"mi mujer es muy generosa, me trata mejor de lo que me merezco"- y muy afectuoso, al hablar de sus dos hijas, "unas triunfadoras", y de su "sucesor", el médico intensivista Francisco Ortuño

UN NEFRÓLOGO EN EL OJO DEL HURACÁN
En la foto, un Joaquín Ortuño más joven y delgado asiste al acto de inauguración del Hospital Ramón y Cajal, con el ministro Sánchez de León (sentado) como autoridad invitada. Han pasado 32 años, pero la bata blanca en medio de tanto traje parece confirmar lo que Ortuño cuenta ahora en esta entrevista: que él siempre se ha sentido un médico, aunque las circunstancias lo hayan situado en otros menesteres. No dulcifica los recuerdos ni deja que la modestia le estropee una buena anécdota, como la de su enfrentamiento con la policía para que no entrara en el hospital en la huelga de 1979, o el pulso que mantuvo con el gobernador civil Juan José Rosón para que soltara a cinco de sus trabajadores que estaban detenidos. Es probable que le ayudaran su aire castrense y una poderosa voz, que atruena al hacer un alegato en defensa la sanidad pública. Dice que no despierta simpatías y lo achaca a que nunca ha querido renunciar a su "rabiosa independencia". Lo cierto es que ahora que se jubila él mismo rehúye los agasajos, pero cuando se ha dejado no le han faltado muestras de afecto.

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