domingo, 15 de noviembre de 2009

IntraMed - Puntos de vista - Un sacerdote jesuita les habla a los estudiantes de Medicina



04 NOV 09 | Lic. Rafael Velasco, rector de la UCA (Córdoba, Argentina)
Un sacerdote jesuita les habla a los estudiantes de Medicina
¿No puede llegar a ocurrir que la confianza en la tecnología, en las drogas, en los tratamientos, termine erradicando a las personas?


En IntraMed hemos decidido publicar el texto que generosamente nos envíó el Sr. rector de la Universidad Católica de Córdoba, Lic. Rafael Velasco (sacerdote jesuita), respondiendo a nuestra solicitud dada la profundidad, la trascendencia humanística y la claridad con que sus ideas son expresadas. En tiempos críticos para la profesión, en momentos donde los valores que la orientan y le dieron origen parecen verse amenazados por el pragmatismo y el desaliento, el mensaje del Lic. Velasco es un saludable acto de sesnatez y esperanza.

Discurso de apertura del Congreso Argentino de Estudiantes de Medicina pornunciado por el rector de la Universidad Católica Argentina de Córdoba, Licenciado Rafael Velasco, Sacerdote Jesuita.

El discurso:

Es un gusto recibirlos a ustedes aquí en la Universidad Católica de Córdoba para esta vigésima edición del Congreso Científico Argentino de Estudiantes de Medicina y IV Encuentro Argentino de Estudiantes de la Salud. Una iniciativa de los estudiantes de las carreras de ciencia de la salud, para fomentar la investigación científica.

Una característica fundamental de la formación que intentamos brindar en la UCC es que el objetivo de toda ciencia es la persona humana.

En la UCC creemos que es necesario provocar a la inteligencia, pero estamos convencidos de que la inteligencia sin conciencia es peligrosísima. La ciencia debe ir acompañada de Conciencia. Sabemos que no siempre los descubrimientos científicos tienen como finalidad el bienestar de todos. Hay quienes instrumentalizan políticamente las consecuencias del conocimiento y por lo tanto hay quienes acceden y quienes quedan excluidos. Ejemplos sobran: vacunas para curar el cáncer de cuello de útero a la que tienen acceso los países centrales a muchos menores costos que los países eufemísticamente llamados en vías de desarrollo (o sumergidos en la pobreza y la exclusión, para decirlo con todas las letras); medicamentos que mejoran la calidad de vida a muchos infectados con HIV a los que tienen acceso algunos en los países centrales, mientras que en África –el continente que tiene mayor porcentaje de infectados…y de pobres- y también aquí, en Latinoamérica, será imposible acceder a estas drogas. Las competencias de los laboratorios por patentar determinadas medicinas que hace que se oculten resultados o se experimenten drogas en lugares –como nuestro país- en los que hay una mayor “flexibilidad” (léase venalidad o corrupción) para experimentar en seres humanos. Se podría seguir…

Ustedes, estudiantes, lo saben: es fundamental el rigor científico, progresar en la producción y transmisión del conocimiento, eso nos hace avanzar más en la búsqueda de resolución de grandes problemas que aquejan a la humanidad.

Pero si no tenemos estatura ética suficiente para orientar esos conocimientos para que beneficien a todos, en particular a las grandes mayorías desfavorecidas y emprobrecidas, entonces estamos transformando el conocimiento en un elemento de dominio, de opresión y de exclusión; de agrandamiento de la brecha cada vez más significativa que separa a ricos y pobres, a quienes tienen acceso a la salud y quienes sólo se tienen que conformar con un cada vez más precario sistema de asistencia pública.

Por eso la Ciencia debe ir acompañada de Conciencia. Y una conciencia lo suficientemente abierta e inquieta como para poner en movimiento a las facultades, los sistemas de salud, las administraciones políticas. Michel Freyssenet –del CNR francés- afirma que “la idea de considerar la universidad como un polo de excelencia es ridícula, escandalosa y excluyente. No son polos de excelencia lo que se necesita, sino polos de cuestionamiento capaces de poner en marcha la inteligencia, la imaginación y el trabajo de los investigadores y los miembros de la comunidad universitaria”.

Eso queremos: estudio e investigación, que genere preguntas sobre el actual e injusto estado de exclusión social, inequidad y miseria ante el que la Universidad y los Universitarios tenemos una responsabilidad, es decir una respuesta que dar.

El axioma de la modernidad –post-Descartes y su “yo pienso”- de que lo complejo se descompone en partes simples y se explica por lo más simple, hizo que la filosofía fuera reduciéndose a la psicología, y la psicología, posteriormente fuera reducida a la fisiología y esta a las matemáticas. Con lo que el ser humano finalmente ha ido quedando esquematizado en análisis clínicos, indicadores y números: 8, 7 de ácido úrico, 65 de glucosa, niveles de transaminasa, glóbulos blancos, etc; por poner ejemplos.

Rodolfo Kush, filósofo argentino, decía hace algunos años que nosotros con nuestros utensilios (la tecnología, los modernos aparatos de altísima complejidad) pensamos que hemos transformado la realidad, pero en verdad, sin esos utensilios descendemos un poco al despojo. Sin esos aparatos ya no sabemos qué hacer. Creemos que transformamos la realidad pero en definitiva nosotros hemos sido transformados por esa tecnología. La tecnología de más alta calidad sin humanidad sin calidez, es una respuesta fría ante seres humanos sufrientes. La ciencia más excelente sin compromiso con las personas, genera profesionales vanidosos y distantes ante los que el paciente se siente –aún más- disminuido.

¿No puede llegar a pasar eso en el ejercicio de la medicina? ¿No puede llegar a ocurrir que la confianza en la tecnología, en las drogas, en los tratamientos, termine erradicando a las personas?

Tal vez estas sean algunas de las preguntas a reflexionar en este Encuentro.

Muchas veces habrán escuchado aquello de hacer “medicina basada en la evidencia”. Y, en realidad, la primera evidencia, es ese hombre o mujer padeciente que se les acerca a ustedes, médicos –y futuros médicos-, y se les confía. Esta evidencia es la que se le escapa al análisis clínico, al diagnóstico estrictamente científico (es decir, numérico).

La primera evidencia –antes de toda otra evidencia científica- es ese ser humano sufriente, razón de ser de toda medicina. En descubrir en el padeciente a un hermano, debe fundarse el arte de curar. De lo contrario, no importa lo que hagamos o sepamos, seguirá siendo de noche. Seguirá la oscuridad de la deshumanización. Como decían los médicos antiguos: “La Clínica es soberana”.

Algo que debería enseñarse con insistencia en nuestras facultades de ciencias de la salud es que el médico debe ser un humanista, más que un trabajador del sistema de salud. Es decir que son seres humanos antes que médicos, que tratan con seres humanos, por lo tanto –y esto se debe aprender desde el principio- deben ser médicos capaces de conservar la humanidad más allá de un sistema de salud complejo y muchas veces poco equitativo amenazado por juicios de mala praxis, por la voracidad de los actores externos al sistema y, a veces, las propias dinámicas de las instituciones de salud.

La complejidad del mundo que toca vivir no justifica la agachada, la pequeña corrupción ni –mucho menos- la deshumanización del acto médico.

Es claro, además, que no basta con ser humano: hay que ser competente, bien formado, actualizado, para poder prestar un servicio más cualificado y mejor. Entendiendo esto como utilizar los medios más aptos para alcanzar el fin de todo ser humano que es servir por amor a las personas. La Ciencia sin Conciencia, decíamos es un arma muy peligrosa; pero la conciencia debe ir acompañada de compromiso con el ser humano, de lo contrario la lucidez de la conciencia se transforma en cinismo o hipocresía.

Por eso, el acto médico debe ser algo más que un trabajo, aunque sea un trabajo hecho con gusto. Debe ser un acto de servicio realizado con amor. De lo contrario las personas se transforman en objetos y no en sujetos y su dignidad queda rebajada y oscurecida.

En palabras del Dr. Alberto Agrest, en sus reflexiones sobre la medicina podemos decir que: “estamos cada vez más cerca de lo que está lejos y cada vez más lejos de lo que está cerca”. El ser humano.

Cuenta una historia oriental que: “El Maestro interrogó a sus discípulos: ¿Cuándo termina la noche y comienza el día?

Uno de ellos respondió: cuando a lo lejos puedes distinguir entre dos animales si es un burro o un caballo.

No, respondió el Maestro. Respuesta equivocada.

Otro discípulo arriesgó: Cuando a lo lejos puedes distinguir entre dos árboles, si es un manzano o un árbol de peras.

Tampoco, dijo el Maestro.

¿Entonces cuándo? Le preguntaron a su vez los discípulos.

El respondió: Cuando miras a la cara a un hombre y descubres en él a un hermano. O cuando miras al rostro a una mujer y descubres en ella a una hermana. Ahí ha comenzado el día y ha terminado la noche.
Si no eres capaz de eso. No importa la hora del día que sea, aún será de noche.”

En medio de la noche de los diversos y a veces muy oscuros intereses que rodean el ejercicio de la medicina –y otras profesiones también- es necesario tener al menos alguna luz que nos guíe. La propia conciencia es la luz más fiable. Escucharla o amordazarla es la opción. Dejarse inquietar por su voz o escaparse en racionalizaciones que a veces terminan justificando lo injustificable es la encrucijada.

Citando nuevamente al Dr. Agrest se puede decir que: “sabemos (se refiere a los médicos) que el dolor ajeno se tolera más que el propio; pero (el dolor) ya nos ha alcanzado a nosotros”.

No hay otro modo de establecer de verdad relaciones personales que desde la empatía. Desde la propia experiencia humana. La medicina es una ciencia, es un arte, pero sobre todo es una experiencia de humanidad. Un acto de compasión. La relación médico paciente es el centro de la cuestión.

Un médico amigo, agnóstico él, decía: finalmente todos los hombres nacen en una cama, hacen el amor en una cama y mueren en una cama. Salvo aquél que nació en un pesebre, amó a los pobres y sufrientes por los caminos de la vida y finalmente murió en una cruz. Ese nos enseñó que ese que está en una cama –el padeciente- es mi hermano.

Quiero felicitar a quienes han organizado este Congreso; a los estudiantes de la Sociedad Científica Cordobesa de Estudiantes de Medicina Gregorio Marañón (SOCCEM – GM); a la Federación Argentina de Estudiantes de la Salud (FACES) y a la Facultad de Medicina de la UCC.

A todos, muchas gracias y a ustedes que vienen de tan diversos lugares, sean muy bienvenidos a la Universidad Católica de Córdoba.

Rafael Velasco, sj
Rector de la Universidad Católica de Córdoba

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