jueves, 3 de marzo de 2011

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Médicos españoles bajo la Inquisición

Ángel Rodríguez Cabezas

La Inquisición en España empieza con los Reyes Católicos aunque otros movimientos inquisitoriales aparecieron antes en Europa. El papel de la Medicina en la Inquisición española fue doble, mientras unos médicos no dudaron desde el principio en declararse colaboracionistas con el sistema, en su propio beneficio, otros fueron víctimas del proceso investigador y represor del Santo Oficio. No se comprende bien por qué no fueron más los médicos perseguidos por la Inquisición española, toda vez que la mayor parte de ellos eran de origen semítico



Madrid (4-3-11).- Aunque la Inquisición en España empieza con los Reyes Católicos, otros movimientos inquisitoriales, poco coligados entre sí, aparecieron antes en Europa. Estos últimos se inician como el enunciado de una clara intolerancia religiosa a la herejía, aunque pronto engloban también a los discrepantes que se desvían de los patrones de la conducta social previamente establecida. De esta forma, como luego ocurrió también en España, la Inquisición religiosa europea colabora con el poder civil en perfecta simbiosis.

En Europa, Lucio III, en 1184, promueve en Verona un concilio para luchar contra los herejes cátaros y sus ideas maniqueístas, surgiendo ya un germen de Inquisición episcopal. Como la herejía avanza alarmantemente, en 1197, el Papa Alejandro III convoca el Concilio de Letrán, donde se recomienda oponerse a los herejes, confiscar sus bienes y reducirlos a servidumbre.

No obstante, el carácter de Inquisición romana sólo se logra cuando Honorio III encomienda a los dominicos la organización de todo un sistema para combatir la herejía. Más tarde, Gregorio IX implica también a los franciscanos, con lo que ambas órdenes adquieren naturaleza autónoma en el ejercicio contra las creencias heterodoxas.

Pronto la Inquisición se extiende por Europa, excepto Inglaterra, actuando desde el principio con dureza, de forma cruelmente ejemplarizante, quemando a los herejes en la hoguera.

En España fueron decisivos los siglos XIV y XV, cuando se fragmenta la convivencia entre judíos, moros y cristianos –cuyas causas no es momento de analizar ahora–. En el siglo XIV se suceden persecuciones contra los judíos bajo cualquier pretexto. Cunde el miedo entre judíos y moros, que para evitar animosidades se convertían al cristianismo: los conversos. A pesar de ello, en 1492 se decreta la expulsión de unos cien mil judíos del territorio de Castilla y Aragón. Los que quedaron no tuvieron otra opción que adquirir la condición de judíos conversos (marranos), falsos conversos la mayoría. Tal comportamiento, junto con las denuncias que atribuían a los judíos la ocupación de puestos importantes en la jerarquía eclesiástica, motivó que Fray Tomás de Torquemada comprometiese a los Reyes Católicos a solicitar al Papa Sixto IV la introducción de la Inquisición en Castilla, lo que hizo promulgando la bula Exigit sincerae devotionis. Así fue como se instauró el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en Castilla que, aun-que reconociendo la jurisdicción vaticana, dependía a todos los efectos de los reyes de Castilla. Tal arraigo adquirió esta institución en España, que tuvieron que pasar tres siglos hasta su abolición definitiva (1478-1834).

El papel de la Medicina en la Inquisición española
Fue doble. Mientras unos médicos no dudaron desde el principio en declararse colabo-racionistas con el sistema, en su propio beneficio, otros fueron víctimas del proceso investigador y represor del Santo Oficio. No se comprende bien por qué no fueron más los médicos perseguidos por la Inquisición española, toda vez que la mayor parte de ellos eran de origen semítico.

La Medicina de la época fue, pues, a la vez víctima y aliada de la Inquisición. Cuando es aliada deja de funcionar como ciencia libre e independiente, se subordina al poder inquisitorial, al eclesiástico y al civil. La Medicina se judicializa y la Inquisición se “medicaliza” cuando razona sus prácticas a través de supuestas evidencias médicas.

De forma cuantitativa la Inquisición no afectó demasiado a los médicos españoles o que ejercían en las diferentes tierras de Castilla. Fueron pocos los que sufrieron, previa la cárcel secreta, los métodos clásicos de tortura: garrucha, toca o tortura de agua y potro. Generalmente bastaba, sobre todo en los ancianos, aplicarles in conspectu tormentorum, (presenciar algunos de los habituales tormentos) para lograr la confesión y el arrepentimiento.
Algunos médicos fueron perseguidos, o al menos investigados por el Santo Oficio, por el contenido de lo publicado en sus libros, aún de forma fragmentaria. En el mejor de los casos, el libro era incluido en algunos de los Índices de libros prohibidos (el “Gran Índice” de 1559, el “Índice de Quiroga” de 1583 y el “Índice Tridentino” de 1564), donde se prohibían algunas obras in totum, o sólo donec corrigatur. “El Examen de los ingenios para las ciencias” (1575) de Juan Huarte de San Juan se incluyó en el Índice de 1583 por la relación que el autor establecía entre vida anímica y temperamento corporal. También se vio incluida en el Índice “La Celestina” (1632) e incluso el propio “Quijote” por un pasaje en el que D. Quijote recomienda a Sancho: “…las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada…”.

Médicos perseguidos por la Inquisición

Francisco López de Villalobos

Nació probablemente en un pueblo de la provincia de Zamora, en 1474, hijo de médico. Fue judío converso, condición que nunca ocultó. A los diecinueve años compuso su “Sumario de la Medicina” o “Tratado de la Bubas” (Salamanca, 1498). Ejerció en la corte con gran prestigio hasta los setenta años de edad –en la corte de Fernando II de Aragón y luego en la del emperador Carlos I–, es decir, hasta 1544 en que publicó su despedida del mundo, que lo hace con grandes dosis de amargura y melancolía. La causa de ello la explica en la “Carta Décima”, de las famosas “Epístolas” (1514) y que no es otra que el haber sido perseguido por la Inquisición.

Fue un médico humanista que escribía cogran elegancia, tanto en prosa como en verso. Además de las obras citadas, también compuso: “Congresiones” (1514), “Glosa in Plinii Historiae Naturalis primum et secumdum libres” (1524), “El libro de los Proble-mas, el “Tratado de los tres grandes” y la Comedia de “Amphitrion” (traducción, 1543).

“La Carta Décima”, escrita en latín como las demás, va dirigida a Cosme de Toledo, obispo de Plasencia. En ella hace referencia a su padre: “…mi padre era médico céle-bre…usaba con medida de todas las cosas de la vida; con sobrio alimento y la faz serena y frente sin mancilla… y muerto ya mi padre… me establecí en la corte, siendo médico de los reyes católicos…Pero el mundo falaz y engañoso se dirigió por el camino liviano a calumniarme… Y la baja envidia se levantó en pechos miserables y en hombres necios, en términos de llamarme mago dado a maleficios y encantador…Esta sos-pecha pasó a oídos de los inquisidores, y por su mandato fui preso y metido en las cárceles inquisitorias, y custodiado con toda precaución…: mirad ya mi gloria reducida a cenizas y convertida en oprobio…: unos decían que yo era el demonio, y el familiar fundaba su esperanza en el anillo que consigo llevaba… y esto del pacto y federación con los demonios sedujo a muchos…: otros decían que yo era adivino, y que predecía los oráculos milagrosos…; estas y otras muchas cosas hacían correr por las ciudades y yo mientras estaba preso, cuidadosamente custodiado… bastará solo el saber que allí estuve ochenta días, y mediante Dios y el patrocinio de la verdad salí libre y honrado, y ahora solo espero… pasar de este valle de lágrimas y de miserias a la corte del eterno rey…”.

Podemos advertir, sólo por la lectura de esta carta, que su despedida debió ser atormentada y triste, como queda expresado en este poema, una de sus últimas obras: “Venga ya la dulce muerte, / con quien libertad se alcanza: / Quédese adiós la esperanza del bien que se dá por suerte…”.

Fernando de Aragón
Poco se sabe de este médico, aunque sí lo suficiente para el asunto que nos ocupa. Fue médico del Papa León X que fue precisamente el que expidió unos “breves” fechados en julio de 1519 manifestando que el tribunal del Santo Oficio se ciñese a los cánones y sentenciase con arreglo a derecho civil y eclesiástico reconocido en el orbe cristiano.

Uno de estos breves está expedido al Rey D. Carlos, otro al Cardenal Adriano de Tortosa y el otro a los inquisidores de Zaragoza, inhibiéndolos del conocimiento de varias causas que el Papa se reserva a sí mismo para juzgarlas, despojando de su conocimiento a los inquisidores. El buen Pontífice León X murió dos años después (1521) sin haber podido conseguir la reforma de la Inquisición.

Eugenio de Torralba
Nació en Cuenca. A los quince años salió de España y en Roma estudió Medicina. Luego viajó por Italia, Francia, Turquía y España, visitando las mejores universidades y los hombres más sabios de la época, de tal forma que Torralba adquirió una gran erudición. Sin embargo, poco a poco fue cambiando de carácter, tornóse melancólico y taciturno y sus creencias religiosas fueron modificadas por su afición a la quiromancia y a las artes adivinatorias.

Es citado por Cervantes en uno de los pasaje más felices de la aventura de Clavileño: “No hagas tal –respondió don Quijote– y acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, a quien llevaban los diablos en volandas por el aire caballero en una caña… y en doce horas llegó a Roma… y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto, el cual asimismo dijo que cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos y se vio tan cerca, a su parecer, del cuerno de la Luna que la pudiera asir con la mano y que no osó mirar a la Tierra por no desvane-cerse”. (D. Quijote. 2ª parte. Capitulo XLI).

Aunque adivinó el resultado de algunas batallas, sus fantasías, alucinaciones y delirios fueron causa de que en 1528 fuese preso por la Inquisición en Cuenca, acusado de pactar con el demonio. Permaneció en prisión tres años, condenado como hereje a hacer abjuración y renunciar al comercio con el demonio, a llevar el San Benito y a vivir por algún tiempo en las cárceles de la Iglesia. La influencia de algunos nobles le salvó de morir en la hoguera.

Cristóbal Losada
Fue médico de gran crédito en Sevilla, sin que se sepa dónde nació. En 1557 se descubrió en Sevilla una secta o iglesia protestante, y en consecuencia fueron penitenciados muchos individuos, entre ellos Cristóbal de Losada, discípulo del doctor Ejidio Gil, canónigo magistral, hombre de rara virtud, compañero del doctor Constantino de la Fuente, confesor que había sido del emperador Carlos V y del que el mismo emperador dijo: “Si Constantino es hereje, es grande hereje”.

Raimundo Gonzáles de Montes nos relata la historia en su obra “Artes de la Inquisición Española”: “Era mozo de honestísimas costumbres, de no vulgar erudición y de un conocimiento práctico, en la Medicina más que mediana y sin embargo se puso en manos de Doctor Ejidio para aprender religión… No era aquella una condición muy honrosa, por razón de ser ya sospechoso entre el vulgo el Doctor Ejidio, que pasaba por de religión no bastante íntegra. Admitió al fin Losada la condición… Y así por su singular piedad y erudición en las sagradas letras fue tenido por digno de gobernar aquella iglesia… escondida en las cuevas, y tuvo y desempeñó el cargo de pastor. Preso por los inquisidores…, y habiendo confesado íntegramente su religión, experimentó primero la acerbidad de la cárcel y de los tormentos, luego la ignominia del triunfo, y por último el suplicio de la hoguera. Disputó noblemente acerca de la verdadera religión en la misma ara del suplicio”.

Juan de Nichólas y Sacharles
Nació en la segunda mitad del siglo XVI. Publicó primero en latín y luego en inglés en 1621 “El español reformado”. De ahí tomamos todo lo que de él sabemos referente al propósito que nos ocupa. Profesó de fraile jerónimo y ejerció su ministerio sacerdotal en El Escorial, aunque nada consta de él en los libros de actas, lo que no es de extrañar, pues los superiores debieron saber lo que fuera de España hizo este fraile.

A los veintiséis años conocía latín, griego, retórica, poética, lógica, la filosofía de Aris-tóteles y comenzó a estudiar Medicina y Teología. Por la lectura de “Dos Tratados” de Cipriano de Vera empezó a dudar de los principios cristianos, cayendo enfermo, por lo que pidió licencia de dos meses para irse al lugar de su nacimiento. Concluida la licencia, en lugar de regresar al monasterio, viajó por Francia e Italia en pos de encontrar la verdad, abrazando públicamente en Mompeller la Iglesia Reformada, a la par que retomaba sus estudios de medicina, graduándose de bachiller en Medicina en Mompeller y doctorándose en la Universidad de Valencia del Delfinado, o Viena del Delfinado.

Ejerció en el sur de Francia, donde fue perseguido por su militancia en la nueva fe, por lo que huyó a Londres donde ejerció como médico de cuerpos y almas. También allí tuvo problemas hasta el punto de resultar herido “cerca de la cavidad izquierda del corazón”, por lo que pidió su ingreso en la Iglesia Anglicana. Tuvo, pues, este fraile jerónimo y médico una vida agitada, viajera, buscando el sentido de la vida, cayendo finalmente en la ‘apostasía’ por lo que fue perseguido por la Inquisición europea.

Miguel Serveto y Reves
Aún hoy piensan algunos que a Miguel Serveto le ejecutó la Inquisición española por sus teorías científicas. No fue así, ni fue la Inquisición española sino la europea la que le lleva a la hoguera. El delito no fue de carácter científico sino contenido en sus pensamientos teológicos. Nació en Villanueva de Sigena o de Aragón en 1511. Por línea materna descendía de la familia judeoconversa de los Zaporta, lo que no sirvió para modificar su final inquisitorial.

Aún joven, Serveto, conocedor del latín, griego y hebreo marchó a Lérida a ampliar estudios, bajo la tutoría de Fray Juan de Quintana, que fue confesor de Carlos I. Luego, con el tal fraile Quintana viaja por Italia y Alemania formando parte del séquito impe-rial. Más tarde se independiza e inicia un circuito por diversas ciudades europeas donde el protestantismo ya había radicado.

En 1531 publica “De Trinitatis Erroribus” que produjo un gran escándalo entre los reformadores alemanes, siendo rápidamente prohibido. El obispo de Zaragoza, a quien Serveto había enviado una copia de libro, pidió la intervención de la Inquisición. Al año siguiente publicó obras y opúsculos complementarios de lo expuesto en “Trinitatis Erroribus”: “Dialogarum de Trinitate, De Iustitia Regni Christi y Declaratio Jesus Christi Filii Dei”.

En su primera obra argumenta que el dogma de la Trinidad no es tal, pues no está contenido en las Escrituras. Concluye que Jesús es hombre, hijo de Dios. Es hombre en tanto que nacido de mujer. A su vez es hijo de Dios en tanto que su nacimiento es fruto de la fecundación por el Logos Divino. Niega, pues, Serveto que el Hijo sea eterno, aunque si es divino por la gracia de Dios, su Padre. “Por tanto, Cristo es hijo de Dios eterno, pero no es hijo eterno de Dios”. Tampoco es persona de la Trinidad cuya existencia niega. El Espíritu Santo no sería una tercera persona trinitaria, sino la fuerza del espíritu de Dios.

Más tarde se dirige a Lyon. No se sabe a partir de aquí si conoce personalmente a Calvino, aunque sí se produce una relación epistolar entre ellos. En Lyon actúa bajo una nueva identidad, Michel de Villeneuve. Bajo esta identidad estudia medicina en la Universidad de París. Cuando concluye, pronto se encuentra enfrentado con la comunidad científica, tanto por defender la influencia de las estrellas en la vida del hombre como por lo afirmado en el libro “Sobre la naturaleza de los jarabes”. Especialmente esta obra le enfrenta con los profesores de la Universidad de Paris.

Su obra cumbre es el “Christianismi Restitutio” (Restitución del Cristianismo), de carácter teológico, donde se incluyen descubrimientos fisiológicos, como era costumbre en la época. Envía a Calvino un ejemplar de esta obra. En ella altera el concepto de cristianismo, colocándolo cercano al panteísmo, puesto que Cristo está en todas partes. Se muestra radicalmente contrario al bautismo en los niños, propugnando que lo deben recibir en la edad adulta, como ocurrió con Jesús.

A pesar de que la obra era ampliamente de contenido teológico, ha pasado a la historia por incluir en su “Libro V” la primera exposición de la circulación pulmonar o circulación menor. Expone que “la sangre es transmitida por la arteria pulmonar a la vena pulmonar a través de los pulmones, en cuyo curso se torna roja y se libera de los vapores fuliginosos por el acto de la espiración”. Afirmaba Serveto que el alma, emanación de la Divinidad, se ubicaba en la sangre, por lo que podía estar diseminada por todo el cuerpo, pudiendo de esta forma el hombre asumir su condición divina. Se puede observar, pues, cómo estos descubrimientos fisiológicos, relativos a la circulación de la sangre, en el fondo tenían para él un contenido más religioso que científico. Por eso, y porque era costumbre en la época, la descripción de la circulación menor se encuentra dentro de una obra de teología.

Aunque fuese médico, en su ser interno se sentía reformador religioso, y como tal la lectura de la Biblia le había llevado al convencimiento de que la sangre es la parte del cuerpo por la que directamente se comunica Dios con la naturaleza humana.

En respuesta al envío de la obra de Serveto, Calvino le manda su propio libro, “Institutio religionis Christianae” (1536), que Serveto le devuelve con múltiples anotaciones y correcciones en los márgenes. Esto enfurece al reformador Calvino que se propone la persecución de Serveto allá donde se encuentre. Finalmente el “Christianismi Restitutio” se publica anónimamente (1553), aunque pronto los calvinistas dan con la verdadera personalidad del autor, oculto bajo la identidad de ‘Villeneuve’. Serveto es interrogado y encarcelado en Vienne, pero el 7 de abril, logra evadirse y el 17 de junio es sentenciado a muerte, y quemado en efigie.

Calvino se volvió su gran enemigo. En Ginebra es reconocido y detenido. Fue maltratado de forma cruel en la cárcel. Debatió en el juicio con Calvino, que no logra refutar ninguna de las afirmaciones de Serveto por medio de relatos bíblicos. Todo este proceso fue instruido por la Inquisición católica ante la que Serveto fue acusado. Es caso único en la historia inquisitorial: uno de los dirigentes de la Reforma, termina denunciando a Serveto ante la Inquisición católica.

Es necesario dejar bien claro que Serveto fue juzgado por hereje (negación de la Santísima Trinidad y defensa del bautismo a la edad adulta). La sentencia (26 de octubre de 1553) del Consejo de Ginebra dice así: “Porque su libro llama a la Trinidad demonio…; porque contraría a las Escrituras decir que Jesús Cristo es un hijo de David; y por decir que el bautismo de los pequeños infantes es una obra de brujería, y por otros muchos puntos y execrables blasfemias con las que el libro está así dirigido contra Dios…. Te condenamos… a que te quemen vivo junto a tu libro manuscrito… como ejemplo para otros que quieran cometer lo mismo”.

Al día siguiente, y ya colocado en la hoguera se le exhortó una y otra vez a que se retractara de sus herejías para que de esta forma pudiera morir por hierro y no por fuego. Finalmente, a la última exhortación para que invocara a Jesucristo como hijo eterno de Dios y no como hijo de Dios eterno se negó constantemente. El verdugo prendió los haces de encina aún verdes; en la cabeza le pusieron una corona de rastrojo llena de azufre, atándole a la pierna el libro de la “Restitución del Cristianismo”. El suplicio duró mucho tiempo, las gentes arrojaban leña seca para abreviar la agonía, mientras él gritaba una y otra vez: “¡Jesús, hijo de Dios eterno, tener piedad de mí!”.

Más tarde, Realdo Colombo y Valverde de Amusco difundieron por toda Europa el gran hallazgo de Serveto.

Andrés Vesalio
Aunque no fue español –nació en Bruselas el 30 de abril de 1514– merece un lugar en este relato por haber vivido en España durante largos períodos y también porque su patria estuvo sometida a nuestro dominio en la época más gloriosa de la influencia española.

Fue el fundador de la Anatomía moderna. Experimentó también la intubación endotra-queal en un cordero y describió el funcionamiento de los pulmones y del corazón en relación con la ventilación, por lo que se le considera el pionero de la intubación traqueal. Su interés científico fue mal visto por la Inquisición, que en 1561 lo condena a muerte por herejía. Sin embargo, Felipe II logró que la pena le fuera conmutada por una peregrinación a Jerusalén. Murió en el viaje de regreso, en naufragio, cerca de la isla griega de Zante.

Diego Mateo López Zapata
Nació en Murcia en 1666. Estudió filosofía en Valencia y Medicina en la Universidad de Alcalá. Pronto adquirió gran renombre en las artes de curar, tanto que a los dos años de haber terminado sus estudios académicos le encargaron sus maestros, los médicos de cámara de Carlos II, la defensa de la Medicina española contemporánea, lo que hizo entre otras acciones publicando una obra, “Verdadera apología en defensa de la Medicina racional filosófica”.

De esta forma, su fama corrió de boca en boca y sus servicios se los rifaban los grandes de la corte. El duque de Medinaceli le tomó como médico de cámara, el conde Lemus le llamaba públicamente el príncipe Eugenio de la Medicina, los doctores le apellidaban el Avicena del siglo. Fue en resumen el médico de moda, siguiendo a D. Felipe V a Valladolid, como integrante de su corte.

Pero esta fama dignamente adquirida, la lucha contra el fraile Angeleros, despertaron pasiones ruines, que no otra cosa era el alimento de los cortesanos. De tal forma que los médicos envidiosos de su posición, los seglares que temían su influencia y los clérigos que no llevaban bien su prestigio, comenzaron a perseguirle de mil maneras: por medio del fanatismo, de la calumnia y de los agentes secretos del terrible Tribunal de la Inqui-sición, que no cejaron hasta dar con él en severísimo e injusto juicio del Santo Oficio. Acabó pues, con sus huesos en los hediondos calabozos de la Inquisición de Cuenca (1724).

Abandonó la prisión el 14 de enero de siguiente año mediante sentencia que se celebró con abjuración de vehementi, que textualmente dice: “Diego Mateo López Zapata, médico en Madrid, de edad de cincuenta y nueve años, salió al auto con vela en la mano y San Benito de media aspa: se le leyó su sentencia con méritos, abjuró la vehemente sospecha de judaizante, de que resultó sospechoso, y fue absuelto ad cautelam, advertido, reprendido y conminado; y condenado en el perdimiento de la mitad de sus bienes, y en un año de cárcel de penitencia, y que durante él fuese entregado a una persona docta y religiosa que lo instruyese y fortificase en los misterios de nuestra santa fe, y confesase y comulgase las tres pascuas del año y fuese desterrado de Cuenca y Murcia y Madrid por tiempo de diez años y veinte leguas en contorno”.

Pero Zapata en lugar de cumplir el destierro se trasladó a Madrid, donde volvió a gozar del favor de los grandes, de los príncipes y del mismo rey, por lo que los funcionarios del Santo Oficio tuvieron que cejar en la demanda a vista de los triunfos que en la profesión médica obtenía Zapata, lo que iba parejo, como queda dicho, con el favor de gran parte de la nobleza. Tras él queda su obra y sus libros: la fundación de la Academia o Real Sociedad Médico-Química de Sevilla, “Verdadera apología en defensa de la Medicina racional filosófica”, “Crisis médica sobre el antimonio”, “Disertación médico-teológica que consagra a la serenísima señora princesa del Brasil” y “Ocaso de las for-mas aristotélicas”.

Estos son los médicos más famosos de entre los que fueron perseguidos por la Inquisición Española. Como ya se ha dicho, otros, durante tres siglos, colaboraron de forma activa o pasiva, por acción o por omisión con los tribunales del Santo Oficio, pero de éstos ni tenemos constancia ni su papel es digno de ser señalado. Sí lo son y la historia no les ha hecho justicia, en este sentido, los que aquí, de forma concisa quedan reflejados. De cualquier forma sufrieron sentencias injustas y tormentos crueles, en algunos casos por defender lo entonces indefendible: su libertad, su pensamiento.

El 5 de octubre de 1829 un Breve de Pío VIII liquidaba oficialmente desde Roma el Tribunal. Atrás quedaban para las crónicas, 356 años de horror, de sentencias de tribu-nales, de verdades y mentiras y de juicios para la historia.


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