jueves, 14 de abril de 2011

Opinion A fondo - Marciano Sanchez Bayle - Las profesiones de la salud en el siglo XXI - JANO.es - ELSEVIER

Las profesiones de la salud en el siglo XXI
Marciano Sánchez Bayle
Médico y portavoz de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública
13 Abril 2011


Las implicaciones sociales de las profesiones sanitarias son bien conocidas y vienen desde muy antiguo, seguramente porque existe una relación indisoluble entre salud y sociedad. Desde hace tiempo se conocen los condicionantes sociales de la salud, entre los que destacan algunos tan importantes como el nivel socioeconómico, las condiciones de trabajo y el medio ambiente, que están reflejados en informes de la Organización Mundial de la Salud, en Europa. The Solid Facts, en su segunda edición (2003), recoge una amplia documentación sobre las relaciones encontradas entre los determinantes sociales y la salud, y es esta relación la que hizo en el siglo XIX que se desarrollase una escuela higienista encabezada por Virchow.

La puesta en funcionamiento de sistemas sanitarios públicos durante el siglo xx respondió a una concepción solidaria de la medicina, de los más adinerados con los más pobres y de los sanos para con los enfermos, imbricando la provisión de servicios sanitarios dentro del desarrollo de los llamados estados del bienestar. Paralelamente se produjo una gran expansión de las organizaciones públicas para la prestación de servicios sanitarios, lo que conllevó un grado importante de socialización del ejercicio profesional, que de todas maneras es muy distinto de unos países a otros, incluso en el entorno de los países desarrollados y dentro de los que tienen un mismo modelo sanitario. Esta socialización fue siempre más pronunciada en la medicina hospitalaria que en la atención primaria donde el espectro de formas organizativas del trabajo es mucho mayor y donde todavía perviven múltiples fenómenos de provisión más o menos autónoma, algo parecido a lo que se conocía como “ejercicio liberal” hoy cada vez más numéricamente restringido en los países desarrollados ya que los profesionales que no tienen dependencia de organismos públicos la tienen de entidades privadas (compañías de seguros o de provisión sanitaria).

Profesión, profesionales y profesionalismo

Las definiciones de las profesiones sanitarias, que parecen evidentes, no están tan claras. El DRAE (2005) considera profesión al “empleo, facultad u oficio que alguien ejerce y por el que percibe una retribución”, y profesionales a las “personas que ejercen su profesión con relevante capacidad y aplicación”, o sea que sólo considera profesionales a los que comúnmente llamaríamos “buenos profesionales”. La Organización Mundial de la Salud no habla de profesionales sino de “trabajador sanitario”, “personal sanitario” o “proveedores de servicios de salud “(Informe sobre la salud en el mundo 2006) y los define como “todas aquellas personas ocupadas en acciones cuyo principal propósito es mejorar la salud”.

Otra versión de la profesión parece enfrentarla a ocupación, y es la del profesionalismo. Es una forma de entender las profesiones que se corresponde con la que mantienen los colegios profesionales. Así, el Consejo Catalán de Formación Médica Continuada señala las siguientes premisas para la existencia de una profesión: poseer un cuerpo de conocimiento específico, tener control sobre la organización de su trabajo, mantener organizaciones profesionales legalmente reconocidas y tener un código ético propio. Quienes son partidarios del profesionalismo constatan una serie de elementos que lo ponen en riesgo, identificando fuentes externas que provienen de una modificación del contexto sociocultural y de factores internos de la propia profesión donde subyacen tres concepciones distintas de la misma (como servicio a la población, control del área jurisdiccional, y como ideología de la profesión). Según estas fuentes los indicios de desprofesionalización de la medicina en España estarían en una limitación de la autonomía, deterioro de la credibilidad social, debilitamiento del reconocimiento oficial, baja autoestima, disminución del componente ético, limitado ejercicio de la autorregulación del ejercicio profesional, progresiva sindicalización de los temas profesionales, importancia creciente de los intereses económicos, aumento de la normatización del trabajo profesional, aparición y crecimiento de otras profesiones limítrofes y aumento del protagonismo de los no profesionales.

Si ahondamos en estas posiciones vemos que se sustentan sobre algunos mitos del profesionalismo sanitario, como son la vocación, el elitismo y la falta de reconocimiento social. Está claro que desde antiguo las profesiones sanitarias tendrían un componente vocacional que las hace cuasi sacerdotales. El componente elitista es también evidente , se trataría de profesiones de conocimientos muy específicos y altamente cualifi- cados, difíciles de mantener, etc, es decir profesiones que son una elite social e intelectual Y por fin, la falta de reconocimiento social, el sentimiento de “acoso” es una constante que con frecuencia se aduce y en parte responde a un aumento del control social sobre las decisiones de los profesionales sanitarios y a la pérdida del respeto reverencial con que eran tratados, en el fondo es el cambio de pacientes, que no sólo padecían enfermedades sino que tenían que sobrellevar con paciencia todo lo que sucediera, a usuarios con derechos y posibilidad de reclamar y hacerse oír.

Sin embargo la realidad es bastante distinta. El acceso a las profesiones sanitarias viene mediatizado más por las notas de selectividad y las expectativas laborales que por la vocación, y las reivindicaciones de los profesionales son cada vez mas laborales y salariales (se ha producido una deriva en este sentido desde hace unos 20 años), aunque no puede olvidarse que el ejercicio de las profesiones sanitarias, sobre todo en un sistema de acceso universal como el nuestro, produce una inmersión en la problemática de todos los estratos de la sociedad. Las relaciones entre profesionales de la salud y los enfermos continúan presididas por un paternalismo más o menos encubierto, que no siempre es responsabilidad de los profesionales, puesto que frecuentemente es demandado por los usuarios. Las tensiones entre las expectativas de los ciudadanos y la capacidad real de los profesionales para solucionar los problemas de salud son crecientes y no fáciles de resolver y generan frustración y problemas (reclamaciones, etc.). Desde luego es muy difícil afrontar este asunto en el que todas las partes implicadas tienen responsabilidades: la administración sanitaria por evitar informaciones suficientes sobre las limitaciones de las actuaciones sanitarias y por derivar con frecuencia hacia la demagogia (promesas imposibles de cumplir que generan enfrentamientos con los profesionales que son los que tratan directamente con los ciudadanos defraudados), las industrias tecnológicas que fomentan la demanda de sus productos generando expectativas inapropiadas, y los propios profesionales que a veces favorecen la dependencia de los enfermos y la medicalización de la vida. Sin embargo no conviene olvidar que son dos profesiones sanitarias (medicina y enfermería) las mejores valoradas por los ciudadanos españoles (CIS 2008) por lo que esa supuesta pérdida de prestigio responde mas a una vivencia de los profesionales y a la falta de adaptación de éstos a los cambios producidos en el ejercicio de la profesión (democratización en el acceso, asalarización, universalización de la atención sanitaria).

Los profesionales de la salud del siglo XXI

¿Cuáles deberían de ser las características de los profesionales de la salud del siglo xxi? Por supuesto, hacer un listado del perfil que deberían tener los profesionales de la salud es correr el riesgo de caer en una relación de buenas intenciones, pero no es menos cierto que sin definir lo deseable es improbable que consigamos lo posible. Digamos entonces que habría que reunir 3 características: competencia técnica, competencia humanística y compromiso social.

La competencia técnica es el reflejo de la necesidad de adecuar los conocimientos profesionales a los continuos avances de las ciencias de la salud e incluye la atención sanitaria de calidad, actualización científica, participación en actividades de docencia e investigación, la responsabilidad a la hora de tomar decisiones y realizar actuaciones, la autonomía profesional sin dejarse influir por las numerosas presiones del entorno (ya sean administrativas, de intereses económicos o de los usuarios); en el fondo es la búsqueda de la excelencia profesional.

Existe un contingente muy importante de personas que aman su profesión y que desean dar un servicio de calidad, el reto está en canalizar estas aspiraciones desde los servicios sanitarios públicos.”

La competencia humanística en realidad proviene de las características especiales del objeto del trabajo de los profesionales de la salud, es decir personas en situaciones especialmente críticas, y precisa en primer lugar de un respeto riguroso a la confidencialidad de los datos conocidos en el ejercicio de la profesión, unido a valores como la honestidad, el altruismo, la confianza, el respeto hacia los demás, la integridad y la calidez en el trato, así como la veracidad en las informaciones que se dan a los enfermos y familiares.

El compromiso social precisa de asumir la responsabilidad social del ejercicio profesional, evitando riesgos innecesarios y aprendiendo a gestionar unos recursos, siempre escasos, asumiendo la autonomía de las personas y por lo tanto su derecho a co-decidir sobre las opciones diagnósticas y terapéuticas en lo individual y favoreciendo la participación y el compromiso comunitario en lo social. Hay además tres cuestiones que son muy importantes: la primera de ellas es la independencia de las multinacionales a la hora del ejercicio profesional, es decir no dejarse influir por las numerosas presiones (incluso mediáticas), para lo que son útiles instrumentos como la medicina basada en la evidencia; la segunda, la dedicación al servicio público de salud; es obvio que resulta difícil conseguir cubrir los campos de la atención sanitaria, la formación continuada y la vida personal con dedicaciones complementarias, pero además es aún más complicado evitar la interferencias entre la práctica pública y la privada; y la tercera es el compromiso con la salud, la búsqueda de un país y un mundo saludable, asumir que la salud es multifactorial y que muchos ámbitos no sanitarios influyen de una manera sustancial en la salud (medio ambiente, hábitos, situación socioeconómica, entorno laboral, etc.) y que muchos de ellos precisan de un abordaje a escala mundial.

Algunas iniciativas han pretendido desarrollar estos compromisos éticos a nivel internacional, es el caso del Tavistock Group, que en 1999 y 2001 ha realizado una serie de propuestas de un marco común ético para los agentes sanitarios que se basa en 5 propuestas: la asistencia sanitaria es un derecho humano; la salud de las personas está en el centro de la asistencia sanitaria pero debe ser contemplada dentro de un contexto global; entre las responsabilidades del sistema sanitario figura la prevención de la enfermedad y el alivio de la incapacidad; es imprescindible la cooperación entre los que trabajan en la asistencia sanitaria y entre ellos y la población, y por último, todas las personas implicadas en la asistencia sanitaria tienen la obligación de contribuir a la mejora de la calidad. Como se ve se trata de combinar los tres componentes de las profesiones sanitarias antes mencionados.

No obstante, la realidad es muy compleja y no puede olvidarse que existen muchas presiones en sentido contrario. Vivimos en una sociedad donde el dinero es un valor predominante y donde el altruismo tiene poca consideración, además existe una competitividad en alza, no solo en la creciente utilización de criterios empresariales en los sistemas sanitarios, sino también en los ámbitos científicos y profesionales. No hay que olvidar los problemas que crea la colusión de intereses entre los sistemas públicos de salud y los servicios sanitarios privados, problema que se traslada frecuentemente a la práctica diaria, ni tampoco la existencia de una baja elasticidad de la oferta de profesionales de la salud que hace que ésta pase con facilidad de un exceso de profesionales (en los años 80) al casi déficit actual.

Los problemas que se abren ante los profesionales de la salud están claros, así como las dificultades para enfrentarlos. Existe un contingente muy importante de personas que aman su profesión y que desean dar un servicio de calidad, el reto está en canalizar estas aspiraciones desde los servicios sanitarios públicos. No es fácil, pero ni mucho menos es imposible, sólo hay que ponerse a trabajar en la consecución de una alianza estratégica por la salud entre los profesionales y los ciudadanos porque todos saldremos beneficiados con ello.

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