sábado, 23 de julio de 2011

Actualidad Entrevistas - Oscar Giménez - Los científicos nos quedamos callados en nuestra torre de marfil mientras en los parlamentos se toman decisiones importantes || JANO.es - ELSEVIER

Actualidad Entrevistas - Oscar Gimenez - Los cientificos nos quedamos callados en nuestra torre de marfil mientras en los parlamentos se toman decisiones importantes - JANO.es - ELSEVIER: "Los científicos nos quedamos callados en nuestra torre de marfil mientras en los parlamentos se toman decisiones importantes
JANO.es
Óscar Giménez


22 Julio 2011


Federico Mayor Zaragoza. Presidente de la Fundación Cultura de Paz


Científico, docente, político, escritor... Es difícil abarcar en pocas líneas la extensa e intensa trayectoria de Federico Mayor Zaragoza (Barcelona, 1934). Licenciado y doctorado en farmacia, la investigación y la universidad ocuparon su ámbito de interés hasta que fue implicándose cada vez más en el mundo de la política. Asesor de Adolfo Suárez y ministro de Educación y Ciencia durante el gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo, fue elegido en 1987 director general de la UNESCO, cargo que mantuvo durante 12 años. De vuelta a España, creó en el año 2000 la Fundación Cultura de Paz. De su trayectoria profesional y, especialmente, de su sueño por lograr entre todos un mundo donde no quepa la violencia nos habla en la siguiente entrevista.

— ¿Qué le impulsó a estudiar farmacia?


Por entonces, la carrera de farmacia era la única que incluía la disciplina de bioquímica, gracias a la lucidez del profesor Ángel Santos Ruiz, que antes de la guerra civil era adjunto de química orgánica. Después comenzó a hablar de química biológica y de fisiología química, y al final de Bioquímica. Yo sabía que era muy difícil saber quiénes somos y pensé que al menos trataría de saber cómo somos. Por eso quería estudiar Bioquímica, lo que más tarde me permitió utilizar ese conocimiento para la prevención, como en el caso del Plan de Prevención de la Subnormalidad Infantil y otras iniciativas.

— Háblenos de los años que dedicó a la docencia en la Universidad de Granada y posteriormente en la Universidad Autónoma de Madrid.

Cuando obtuve la cátedra de bioquímica, esta disciplina solamente se impartía en las facultades de Farmacia, de las que había tan sólo 4 en el país, aunque ahora haya muchísimas. Con 29 años, para mí representó una gran oportunidad ser catedrático de bioquímica en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Granada. Allí logré constituir un departamento interfacultativo, dado que estaba convencido de que la bioquímica debía ofrecerse también a los licenciados en químicas y biológicas. En Granada estuve desde 1963 hasta 1973. Tras ser rector de esta universidad durante 4 años, pasé mediante concurso de traslado a la Universidad Autónoma de Madrid, la cual fue una de las grandes decisiones de José Luis Villar Palasí, entonces ministro de Educación. Tener una universidad autónoma en Madrid, Barcelona o el País Vasco proporcionaba unas posibilidades de flexibilidad e innovación académica y científica que en aquel momento eran realmente difíciles en otros contextos universitarios.

— En 1974 fue cofundador del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, que dirigió hasta 1978. ¿Qué representó el nacimiento de esta institución y cuál era su relación con el profesor Severo Ochoa?

En la Universidad Autónoma de Madrid tuve la suerte de trabajar de una manera muy directa con el profesor Severo Ochoa, que en aquellos tiempos nos obsequiaba cada 6 meses con su visita a España y nos ayudaba a pensar en fundar una gran institución para la docencia y la investigación en bioquímica. Así fue como nació el centro de biología molecular que lleva su nombre, centro mixto de la Universidad y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas donde actualmente trabajan más de 700 personas.

— Antes ha comentado el Plan Nacional de Prevención de la Subnormalidad que usted puso en marcha a principios de los setenta. ¿Cuáles eran sus objetivos y qué continuidad tuvo esta iniciativa?

Sus objetivos eran los que siempre debe tener el conocimiento. El profesor Hans Krebs decía que la ciencia existe para paliar o evitar el sufrimiento humano. Yo visité en Madrid una institución dedicada al cuidado de niños con profundo deterioro mental y, al salir de allí, pensé que haría todo lo que estuviera a mi alcance para que todos aquellos niños cuyas dolencias fueran evitables no tuvieran que estar toda la vida en una situación tan penosa como la que acababa de observar. Esto me llevó, al cabo de unos años, a solicitar a la Dirección General de Sanidad que me permitiera poner en marcha un plan para detectar en el recién nacido una serie de alteraciones que podían evitarse actuando rápidamente en aquel momento, pero que después se convertían en patologías irreversibles. Comenzamos primero en Granada. Tuvimos mucha suerte porque en el análisis número 300 la profesora Magdalena Ugarte me llamó para comunicarme que habían detectado un caso, concretamente de fenilcetonuria. Este proceso iniciado en Granada se fue extendiendo por toda España y se convirtió en un plan nacional. Cuando fui asesor del presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, se nos facilitaron los medios, precisamente a través de los impuestos sobre el bingo, para crear servicios de alerta en las maternidades que impiden, por ejemplo, que haya casos de anoxia. Lo cierto es que aquella iniciativa ha sido algo muy importante para la sanidad española y para que muchas personas puedan vivir hoy con total normalidad, sabiendo que tienen una afección que se puede superar, si se aplican desde el primer momento los tratamientos adecuados.

— Desde mediados de los setenta ha ocupado diversos cargos de responsabilidad política, especialmente en el ámbito de la educación y la ciencia. ¿Qué le condujo a implicarse en política?

Fue el mismo sentimiento que acabo de explicar. Pensaba, y sigo pensando, que las comunidades científica, académica, intelectual y artística deben liderar el consejo, la innovación y la búsqueda de nuevos enfoques, porque son las que están más capacitadas para ello. Cuando veo en los parlamentos que se discuten temas como la energía nuclear, los transgénicos, las células madre o las vacas locas, me pregunto: “¿Pero qué saben los parlamentarios de todo esto?”. Nosotros nos quedamos callados en nuestra torre de marfil mientras en los parlamentos se toman decisiones. No sólo ocurre en el español. He sido europarlamentario y me he preguntado cómo puede ser que exista ese distanciamiento entre quienes toman las decisiones y quienes podrían asesorar para una toma de decisiones correcta. Porque si alguien sabe de transgénicos o de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob no son los parlamentarios sino los científicos. Desde aquel momento ya tenía muy claro que es absolutamente imprescindible no sólo el consejo de los científicos y los docentes, sino también la anticipación, una cualidad distintiva de la especie humana que tenemos que aplicar precisamente aquellos que sabemos. Me gusta repetir aquella frase que dice: “Saber para prever, prever para prevenir”. Por eso, nosotros no solamente debemos estar cerca de los políticos sino que tenemos que darles nuestros puntos de vista y nuestros consejos en aquellos temas que son de nuestra competencia y, además, mostrarles esos escenarios de futuro para poder seleccionar desde el primer momento aquéllos más adecuados para el bienestar de los ciudadanos. El científico nunca debe estar sometido al político, pero debe estar cerca para ilustrarle en temas en los que la decisión no depende de la política, sino del rigor científico.

“Las comunidades científica, académica, intelectual y artística deben liderar el consejo, la innovación y la búsqueda de nuevos enfoques, porque son las que están más capacitadas para ello”.

— ¿Qué puede contarnos sobre su paso por el Gobierno como ministro de Educación y Ciencia entre 1981 y 1982?

Fue un nombramiento que ya se había pensado cuando se celebraron las primeras elecciones de la transición democrática. Adolfo Suárez dijo públicamente que había pensado en mí como primer ministro de Educación de la democracia. Lo que sucedió es que añadió: “Igual que su tío abuelo lo fue de la República”. Aquello no fue bien recibido en aquel momento, sobre todo por algunos miembros del partido al que yo pertenecía y por la derecha española. Por ese motivo, Suárez me propuso otro ministerio que no acepté. Al cabo de un tiempo, después de haber trabajado como director general adjunto en la UNESCO, regresé a España en 1981. Fue entonces cuando el presidente Leopoldo Calvo Sotelo me ofreció el cargo de ministro de Educación y Ciencia. Aunque fue un ministerio breve, tengo muy buenos recuerdos de aquella etapa. Dos de los principales aspectos de los que me ocupé durante aquel período tenían relación con el prestigio y las compensaciones del profesorado de educación general básica y con la creación de universidades.

— Tras su etapa previa como director general adjunto, entre 1987 y 1999 fue director general de la UNESCO. ¿Cuál era su propósito a la hora de trabajar para esta organización?

Sinceramente, fue una sorpresa ser elegido. Fui el séptimo director general. Anteriormente la UNESCO había sido dirigida por un africano, un mexicano y el resto habían sido occidentales. Por ese motivo, era muy improbable que fuera nombrado otro europeo. Sin embargo, salí elegido y fue un enorme honor ser director general de una organización que se ocupa, nada menos, que de construir la paz a través de la educación, la ciencia y la cultura. Construir la paz y evitar la guerra es la gran misión de las Naciones Unidas. Por eso confiaron a una organización intelectual como la UNESCO que fuera la que diera las pautas de comportamiento que pueden llevar a ese estado tan anhelado y tan poco conseguido que es la convivencia pacífica y serena. Para mí es muy importante haber podido aplicar los principios democráticos que la UNESCO consagra, haber vivido desde el primer momento con el convencimiento de que todos los seres humanos —sean hombres, mujeres, ricos, pobres o de cualquier religión— somos iguales en dignidad y, por tanto, debemos respetarnos y ayudarnos. Esto era muy importante en 1945 cuando el presidente Roosevelt diseñó el sistema de Naciones Unidas, pero hoy es quizá aún más importante, porque ahora el mundo lo necesita más que nunca para iluminar caminos del mañana. Estamos viviendo momentos fascinantes. Por primera vez en la historia todo el pueblo puede actuar, participar y expresarse. Pero en aquellos momentos, cuando dirigía la UNESCO, todo esto era una previsión, un anhelo. Sin embargo, pienso que la UNESCO sembró aquellos años muchas semillas de futuro que ahora están fructificando.

— ¿Considera que la aprobación de la Declaración y Plan de Acción sobre una Cultura de Paz en 1999 constituye uno de los mayores logros?

No cabe duda. No es fácil que la Asamblea General de Naciones Unidas dé su conformidad unánimemente a una cultura de paz, lo cual significa que a partir de ahora tenemos que entendernos por la palabra y no por la fuerza. Significa que debemos saber dialogar y saber aceptar los puntos de vista de los demás, y que no debemos imponer nuestros criterios ni vivir sometidos bajo el poder de unos pocos hombres que mandan desde siempre sobre todos los demás de una manera que no admite discusión. Llegamos incluso a ofrecerles nuestras vidas. ¿No nos damos cuenta de que la historia es una sucesión de guerras, batallas, imposiciones y violencia? También es verdad que siempre han sido hombres, puesto que las mujeres no han tenido ningún papel histórico en estas grandes líneas de la trayectoria humana.

Es muy importante destacar que, precisamente a finales del siglo xx, cuando ya estábamos viendo las primeras luces del siglo xxi, se considerara que la cultura de guerra, violencia y fuerza debía sustituirse progresivamente por una cultura de conciliación, diálogo y alianza. Por una cultura de paz. Fue una alegría, además, porque no es solamente una declaración, sino un plan de acción donde se describe de qué modo puede ponerse en marcha la cultura de paz.

— Tras su regreso a España, creó en el año 2000 la Fundación Cultura de Paz. ¿Representa de algún modo una continuación de su labor en la UNESCO?

Efectivamente. Pensé que ya había hecho suficiente por la bioquímica y la biología molecular, y que tenía una tarea mucho más importante que es potenciar el respeto a los derechos humanos, y la educación que nos libera del miedo permanente en el que hemos vivido durante siglos. A través de estas pautas de diálogo y convivencia podremos un día sustituir el famoso y perverso dicho de que “si quieres la paz, prepara para la guerra” por otro que diga “si quieres la paz, aprende a vivir cotidianamente en el respeto a los demás, en la solidaridad, en el desprendimiento y en el compartir”. Personalmente, fue muy importante decidir que, a partir de aquel momento, sin abandonar totalmente mi vertiente científica, iba a dedicarme a luchar contra los que siguen practicando la violencia, los que continúan practicando el engaño, los que afirman que tenemos una democracia ya perfecta cuando es manifiestamente mejorable y los que nos están acosando con los “mercados” en lugar de aceptar los principios democráticos. En estos momentos es una maravilla poder establecer otras prioridades y enseñar otros caminos hacia el futuro a través de una fundación de esta naturaleza. La Fundación Cultura de Paz constituye una forma de poner en práctica el sueño de los fundadores de la UNESCO.

— Recientemente ha escrito varios artículos sobre el llamado movimiento 15-M, defendiendo una transición hacia una democracia genuina. ¿Qué opina de este movimiento?

Hace muchos años escribí que en el momento en que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación permitieran expresarnos de forma no presencial, íbamos a hacerlo y constituiría una auténtica inflexión a escala planetaria. Fíjese que la Constitución de la UNESCO dice en su artículo primero que la organización “garantizará la libre circulación de las ideas por la palabra y por la imagen”. Lo que tenemos que hacer, y esto es una democracia, es que los ciudadanos participen. No sirve que los ciudadanos participen únicamente votando cuando hay elecciones. El problema es que después de votar no nos tienen en cuenta. Ahora tenemos la posibilidad de que nos tengan en cuenta. Y lo que debemos hacer, sobre todo, es expresarnos serenamente. Nunca con violencia. El movimiento 15-M puede ser un movimiento histórico de cambio que puede mejorar la democracia si se pasa de las acampadas provisionales al ciberespacio y se hacen propuestas que puedan ser suscritas por millares o millones de personas, dado que así reflejará mucho mejor que ahora el sentimiento de los ciudadanos en relación con una democracia auténtica. Una democracia genuina no puede tener una ley electoral como la existente en estos momentos, que permite que se presenten personas inculpadas por la justicia, no puede permitir el acoso permanente de los mercados, ni que haya paraísos fiscales, ni que los nombramientos en los tribunales de justicia se realicen en virtud de un partido político y no en virtud de la competencia profesional. Todas estas cosas ahora se saben. Estoy seguro de que mantener el principio de la serenidad, de la no violencia, de la propuesta y no sólo de la protesta, puede ser muy importante.

“El movimiento 15-M puede ser un movimiento histórico de cambio que puede mejorar la democracia si se pasa de las acampadas provisionales al ciberespacio y se hacen propuestas que puedan ser suscritas por millares o millones de personas”.

— Además de los aspectos comentados de su carrera profesional, usted también ha publicado varios libros de poemas. ¿Qué puede comentarnos finalmente acerca de su vertiente poética?

La primera vez que publiqué un poemario fue en 1978. Tengo que confesar que quien me animó a ello fue Don Pedro Laín Entralgo. Vino a cenar una noche a casa y mi mujer le preguntó si conocía las cosas que yo había escrito. Él pensaba que se refería a los artículos que publicaba en algunos diarios, pero ella le contestó que se refería a mis poemas. Yo me ruboricé, dado que nunca me he considerado un poeta, sino una persona que se ve urgida a escribir poemas. Un poema te permite de una manera muy rápida expresar tus emociones. He visto tantas cosas que en ocasiones tenía la necesidad de expresarme sobre ellas, pero no las podía describir porque me hubiera llevado mucho más tiempo del que carecía. Por ese motivo escribía y sigo escribiendo poemas. Tengo una serie de libros publicados —A contraviento, Aguafuertes, Terral, En pie de paz, Alzaré mi voz—. He acabado otro con la profesora María Novo que se titula Donde no habite el miedo. Pero sé muy bien que no soy un poeta, sino un “escribidor” de poemas. Muchos contienen mensajes a la juventud. Les debemos la voz y la palabra.

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