lunes, 6 de enero de 2014

Los pioneros del trauma | Madrid | EL PAÍS

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Los pioneros del trauma

La Unidad de Cuidados Intensivos del Doce de Octubre cumple dos décadas en las que ha atendido a más de 8.000 pacientes muy graves y críticos


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Médicos y enfermeras, a pleno rendimiento durante una mañana en la Unidad de Cuidados Intensivos de Trauma en el hospital Doce de Octubre. / CARLOS ROSILLO

Cuando Maruja Jiménez, de 62 años, ingresó el 29 de marzo de 2011 en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de Trauma del hospital Doce de Octubre, los médicos le dieron solo un 10% de probabilidades de vivir. Acababa de sufrir un brutal accidente de tráfico en Valmojado (Toledo) en el que murieron su marido y su hermana. Ella sufría traumatismos abdominal y torácico, además de algunas fracturas. Pasó 46 días en coma hasta que volvió a recuperar la conciencia. Ahora, superado aquel siniestro, es capaz de hacer gimnasia en el agua, natación y llevar una vida muy activa.
El caso de Maruja Jiménez es uno de los más de 8.000 que ha visto la UCI de Trauma desde que se fundó hace ahora dos décadas. Fue la primera de estas características que se abría en España. “En aquel entonces, nos miraron como si fuéramos unos locos, pero el tiempo nos ha dado la razón y ha habido más centros que nos han copiado”, reconoce el fundador y responsable de la UCI, el doctor Emilio Alted. El equipo profesional está formado por siete médicos, 35 enfermeras, 16 auxiliares y tres residentes.
La unidad se encuentra físicamente en el edificio de urgencias. Para entrar, dispone de un pasillo con una puerta directa a la calle por la que acceden los pacientes que llegan en ambulancia. En la azotea del inmueble está uno de los dos helipuertos con que cuenta el hospital. Es la otra vía por la que ingresan los enfermos.
Lo que llama la atención en este recinto es que, pese a ser holgado y contar con solo ocho camas de ingreso, la actividad es frenética. A primera hora, los médicos y las enfermeras hacen un repaso detallado por el estado en que se encuentra cada paciente.
Después se reparten por paciente y le hacen todo tipo de controles y de curas. Por eso no es raro ver un aparato de rayos X móvil para ver la evolución de una fractura o que a una paciente se le haga una ecografía previa a un cateterismo por la arteria femoral. “Cuando llevamos a los pacientes a hacerles alguna prueba, va todo muy controlado para que no empeore”, reconoce el facultativo.
El doctor Emilio Alted y parte de su equipo en el helipuerto de urgencias. /CARLOS ROSILLO
Cada día se hacen pruebas, se comprueba la evolución y se ve si el paciente puede pasar a planta. El personal se reparte por paciente, de forma que todos estén sobreatendidos. También se fija quiénes atenderán las urgencias. Y aquí es donde está más protocolizada la forma de actuar de los facultativos. Un médico, dos residentes, dos enfermeras, un auxiliar y un responsable de anotar todo lo que se le hace al paciente abordan los ingresos. Una novedad son cuatro cámaras instaladas en el techo con las que se graban las intervenciones. Esto solo se hace en Estados Unidos y en Israel.
“Es fundamental el aviso previo que recibimos por parte del SAMUR o del Summa para estar prevenidos y que todo el personal esté preparado ya, listo para atenderlo. Después, grabamos [las intervenciones] y vemos en qué hemos fallado o en qué podemos mejorar”, explica Alted.
A lo largo de sus 20 años de existencia, la UCI ha atendido a más de 8.000 pacientes con enfermedades traumáticas muy graves. De estos, el 82% ha sufrido politraumatismos por diferentes causas. La mayoritaria, casi la mitad, han sido por accidentes de tráfico, seguidos de agresiones (14%) y accidentes laborales (12%). “Este año hemos visto un cambio de tendencia: los accidentes de motoristas y ciclistas han superado por primera vez a los de vehículos de cuatro ruedas”, señala el doctor.
La crisis y los cambios de hábitos también están detrás de los cambios en los pacientes. Los accidentes laborales han disminuido frente a los precipitados y las caídas, que se han incrementado. El perfil del paciente es el de un varón de unos 39 años que ha sufrido algún accidente. Eso no impide que también haya aumentado en los últimos años el número de personas mayores que acuden a esta unidad. “La población vive más años y los mayores son más activos, lo que a veces se traduce en caídas o accidentes”, añade Alted.
Al frente de la enfermería está Manuela Cuenca, una profesional con 40 años de experiencia y que puede vanagloriarse de haber abierto todas las unidades de cuidados intensivos del Doce de Octubre. “El problema es que no existe esta especialidad en ningunos estudios y hay que formar al personal, lo que puede llevar varios meses. Al principio, solo se dedican a mirar. Eso sí, este servicio es de los que engancha. Cuando alguien tiene que dejarlo, siempre nos comenta que lo echa en falta”, reconoce la supervisora. “Aquí no hay ni fines de semana, ni verano ni vacaciones. Ante todo, tiene que gustarte el trabajar en la emergencia”, confiesa.
La sala consta de ocho camas y en los 20 años de historia jamás ha estado vacía. “Puede que haya uno o dos pacientes, pero nunca hemos estado sin trabajo”, añade Cuenca. Los pacientes, al principio, llegaban de muchos sitios, en especial de la región y de las provincias limítrofes a Madrid. Sin embargo, esta carga de trabajo ha bajado gracias a la apertura de unidades similares en otros hospitales cercanos.
Cada una de esas camas representa una historia muy distinta. Desde un hombre que ha sufrido un accidente de moto hasta una mujer que se ha caído. El índice de mortalidad oscila entre el 14 y el 18% en los pacientes traumatizados, lo que sitúa en los registros similares conseguidos por centros internacionales especializados en estas patologías.
Una de las pacientes que, pese a estar recuperada, no deja de visitarles es Maruja Jiménez. Cada cierto tiempo, va a ver a los profesionales y les lleva algún detalle. También les felicita las Navidades. “El mejor recuerdo que me llevo del tiempo que estuve aquí fue el trato humano de todo el personal, en especial de las enfermeras, con mis hijos y conmigo. Siempre tenían una sonrisa o un comentario agradable. Son esos ánimos que jamás se te olvidan”, recuerda Jiménez. “Es lo que te permite no acordarte del golpe tan duro que supone perder a dos familiares en un accidente y estar al borde de la muerte”, concluye.

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