aportes a la gestión necesaria para la sustentabilidad de la SALUD PÚBLICA como figura esencial de los servicios sociales básicos para la sociedad humana, para la familia y para la persona como individuo que participa de la vida ciudadana.
miércoles, 16 de septiembre de 2009
los medicamentos en países marginales... ¿bienes de cambio?
OPINIÓN [nota exclusiva enviada al Blog]
Medicamentos, mercadería, bienes de cambio?... Medicamentos, herramientas del arte de curar, bienes de uso? Las dos cosas a la vez.
Marisa Cabrera
Farmacéutica
Argentina
Provincia de Buenos Aires
Esta permanente ambigüedad ha hecho que los medicamentos, desde que se empezaron a fabricar por la industria, sin estar dirigidos a un paciente en particular, tengan ambas características. Son mercancías valiosas ya que sobre cada fármaco convergen capacidades, talentos, sapiencias, organización, gestión, control de la propia gestión, método, procesos, tecnologías, y muchas otras cosas que ni siquiera intuyen visto desde afuera… cuando el medicamento se envasa y se transforma en una cajita de colores vivos que identifican una marca y una calidad, se convierte en un elemento comercial destinado a tratar a los pacientes en la prevención, diagnóstico y tratamiento de cada una de las enfermedades, así como también pretendiendo contribuir a una buena calidad de sobrevida, si ello fuera necesario.
En realidad, la sociedad prepara/forma/capacita profesionales responsables que son idóneos para desempeñar una ocupación que tiene funciones socialmente necesarias basadas en un conjunto de conocimientos que requieren estudios avanzados y a los que la sociedad los carga con la responsabilidad de la auto regulación de su práctica: los farmacéuticos. No obstante ello, la precitada definición es técnicamente aplicable a cualquier profesión relacionada con el equipo de salud que si bien en nuestro país tiene un espectro ciertamente limitado, en el mundo se ha expandido hasta límites aquí ignorados por la ausencia de políticas públicas.
Resumiendo, la función social del farmacéutico es el control del uso de las drogas, “que comprende la suma total de conocimientos, comprensión, juicio, procedimientos, habilidades, control y ética que garanticen una seguridad óptima (y efectividad) en la distribución y uso de los medicamentos” (Donald Brodie).
Así, podemos descubrir que está previsto que existan personas que conozcan más aún de estos mismos temas. El problema es que estas personas deben estar en el lugar donde tienen lugar los hechos, y además de la responsabilidad sobre los mismos, deberían contar con la autoridad plena para su ejercicio, prescindente del ámbito político y sus caprichos.
Si estas responsabilidades sociales se delegan en otros y quienes deben controlar el uso de drogas no están en los lugares donde se distribuyen y usan los medicamentos, realmente no es difícil imaginar que tengan lugar todas las distorsiones que nos ocupan y asombran, y a la vez, aterrorizan a la sociedad que piensa como va a volver a confiar en el “poder mágico” de los medicamentos.
Esto mismo no podría haberse dicho hace sesenta años atrás, pero hoy el conjunto de circunstancias y el avance de las tecnologías han colocado al mundo en una calidad que bien podría definirse como pastilla-dependiente o si se quiere medicamento-dependiente. De hecho, hoy y no hace sesenta años, hay medicamentos para casi todas las enfermedades que se expresan en seres humanos, animales y plantas. Aspecto no menor en nuestro análisis.
La industria farmacéutica ha ido evolucionando a paso firme hacia conformar una especie de central de inteligencia de la salud y ello, desde luego, le ha conferido poder. Mucho poder. Además de serlo comercial y económicamente, lo es en recursos humanos y tecnología. Internamente, contiene recursos humanos de tan alta calificación que difícilmente podrían desempeñar alguna función por fuera de ella sencillamente porque están formados para pensar con muchísima anticipación, proyectando no sólo investigaciones médicas sino además procesos industriales de altísima complejidad que deben garantizar seguridad y calidad, además de un costo-beneficio cierto. Los productos que salen de estas estrategias tocan los aspectos más íntimos de las personas como sociedad, como grupo y por consiguiente como individuo, influyendo en sus pautas culturales a través de participar en este juego en el que participan la vida, el bienestar, la salud y la muerte.
Los procesos industriales tanto como el método científico que se aplica a la investigación médico-farmacéutica o viceversa (es bidireccional) están diseñados para atender situaciones críticas de cualquier magnitud y si bien se desenvuelven en contextos comparables a “mesetas”, se encuentran en capacidad de resolver situaciones de riesgo severo, tal podría ser la pandemia de gripe A u otras.
De cualquier forma, de vez en cuando pareciera que hace falta un DESASTRE para que la sociedad reclame y los gobiernos se despabilen de sus letargos existenciales para actuar… los ejemplos son muchos y si la mayoría de las veces no trascienden ello se fundamenta en que hay personas con conocimientos y capacidades suficientes como para neutralizar efectos indeseables masivos.
Los medios muchas victimizan indiscriminadamente buscando el o los nodos de una cuestión que por lo general convoca a actores de diversas extracciones. Contrariamente a lo que se cree en el imaginario colectivo la Industria Farmacéutica no fabrica medicamentos para que luego la señalen con el dedo y Argentina se ha destacado por sus minuciosos controles de calidad ya sea propios de la Industria como desde el estado a través de sus organismos de contralor y registro: ANMAT e INAME.
Si bien se han producido fugas como aquella donde murieron muchas personas al usar propóleos contaminado con alcohol dietilenglicol, o los casos conocidos del hierro inyectable, en nuestro país estos hechos son esporádicos lo cual demuestra que el sistema funciona. Podría ser mejorado sí, pero funciona.
La Argentina tiene el orgullo de tener una Agencia Nacional de Medicamentos reconocida mundialmente. Nuestros INAME y ANMAT se codean con la FDA y la EMEA. Si no han hecho o no hacen más, es por problemas de apoyo presupuestario, no por falta de conocimientos técnicos. Las cosas buenas, por general, no ameritan difusión alguna…
Este país es raro. Así como el INTA no encuentra soluciones a los problemas del campo porque no lo dejan hacer, o bien, así como el INDEC, orgullo en estadísticas y censos de importancia medular para la toma de decisiones, se ha visto extrañamente desmantelado, justificado ello en razones de índole político, nuestras organizaciones de control de medicamentos, alimentos y materiales biomédicos van siendo acorraladas y minimizadas en su capacidad de acción. He escuchado varias veces, “no controlan bien…” lo cual más que una expresión debería interpretarse como una “burrada”.
Me animo a escribir estas líneas porque hace más de 40 años ejerzo mi profesión de farmacéutica y he tenido oportunidad de saber que las cosas se pueden hacer bien. Para ello se necesita decisión política, no es un caso de voluntarismo porque esto no alcanza y a la vez desgasta y además, trabajo lo cual se traduce como estoy activa. Controlar el uso de los medicamentos es complicado porque tiene muchos actores, aunque quizás no más complicado que otros trabajos. Hay que saber y querer hacerlo.
Cuando pienso en el papel de la esposa de Zanola, decidiendo sobre cosas de las que no entiende NADA, nada más que la rentabilidad que le puedan dejar, en un sitio en el que su jefe de farmacia se había muerto hace un año, me pregunto, cual es la culpa de la Sra. De Zanola salvo su excesiva audacia.
Todo lo que oímos a diario es pasado, ni siquiera presente. ¿Qué vamos a hacer para que no vuelva a ocurrir? El surtido de hechos es apabullante, difícil de comprender, se mezclan sindicalistas, con campañas políticas, con muertos (número indeterminable) por tratamientos con medicamentos “truchos”, con personas asesinadas por negocios turbios, con tráfico de drogas, con robo de medicamentos, con medicamentos que debían ser destruidos pero eran reciclados... y la lista es larga. Repito, yo que he vivido en farmacia, me cuesta verlo en su totalidad y mucho más, comprenderlo.
No entiendo por que no se escuchan las voces que deberíamos oír, más allá de volver a escuchar el nombre de Quantin y su fiscalía, y las prudentes y valientes palabras de la licenciada Ocaña.
Y todos los demás, los que viven de esto, muchos de los cuales son los mismos en mis cuarenta años de profesión, gentes que se repiten porque en el ámbito de los medicamentos es difícil que se cambien los nombres porque la responsabilidad es tan extrema como el compromiso. En el comercio aparecen inescrupulosos como en cualquier otra actividad pero su vida útil suele ser efímera justamente porque el mismo sistema los expulsa… sin embargo a veces al amparo de ciertos funcionarios políticos suelen perdurar o transformarse. Se replican entonces los mismos en hacer y los mismos en sacar provecho de diferentes cargos y funciones. Donde está, entonces, la opinión de los técnicos, de los expertos en Calidad, de los organizadores de maestrías y post grados?. Dónde están las opiniones académicas?.
Dónde está la opinión del equipo de atención de la Salud, que comprende a los usuarios directos de los medicamentos a través de sus decisiones terapéuticas?
Dónde está la opinión de mis pares?… Dónde están los Colegios Farmacéuticos y dónde los Colegios Médicos?
Debemos barajar y dar de nuevo. Repito, lo que importa es el futuro, cómo vamos a cambiar las cosas para que esto no vuelva a ocurrir. Lo hecho, hecho está y es patrimonio de la jurisprudencia y sus vericuetos.
Sin duda, tenemos mucho trabajo por delante que, espero sea acompañado por la decisión política de que nuestro país tenga el derecho humano y ciudadano a la atención de una salud pública genuina y confiable, de buena calidad además de accesible para todos (universal). Cuando las conveniencias invaden los campos atinentes y propios de las ciencias, indefectiblemente tienen lugar todo tipo de transgresiones que además de reñidas con la ética y la moral, terminan con la vida de un montón de personas que pasan a ser víctimas circunstanciales de los intereses.
La vida de las personas no es un bien de cambio y mucho menos un bien de uso. Si el estado no custodia los derechos humanos de los ciudadanos, estos se convierten en bienes direccionados a favorecer los intereses personales de unos pocos que no tienen ni ética, ni escrúpulos, ni responden a ciencia alguna.
Ver Farmacopea Argentina 7ª Ed. Vol. 1. Prólogo.
Marisa Cabrera
Farmacéutica
MP 7079
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