TRIBUNA: FRANCISCO HERNANSANZ IGLESIAS
Perdonen mi incredulidad
FRANCISCO HERNANSANZ IGLESIAS 21/02/2011
La Generalitat catalana anuncia una "reforma" de los ambulatorios para "acercar al paciente más a la Atención Primaria que al hospital" (elmedicointeractivo.com 25/01/2011).
Esperemos que no sea esta una visión cortoplacista de una Administración que solo se acuerda de que existe un primer nivel cuando peligra la paz social y el estado de bienestar. De la misma manera que a la atención primaria no le ha sentado bien el aumento de renta del último decenio, tampoco le puede sentar bien un giro repentino poco elaborado. El desprestigio creciente durante los años de crecimiento económico y las encuestas de satisfacción del profesional en sus horas más bajas pesan. Aún así daremos la cara. Optimizar recursos en un servicio público debería ser algo inherente a este, independientemente de épocas de bonanza o penuria. Si ahora se pueden conseguir potenciales ahorros, es que algo no estábamos haciendo bien. Si además todo se queda en recortes, en debates de copago sí/no y mayor presión impositiva (medidas algunas de ellas impuestas desde fuera) y no se revisa la gestión de utilización de determinados procesos, no se reevalúan tecnologías de dudosa efectividad y se sigue autorizando y financiando innovación que no vale lo que cuesta (medidas a tomar desde dentro), seguiremos en la senda de no hacerlo bien.
Dar más protagonismo al primer nivel asistencial para que el servicio sea de máxima calidad, con tecnología adecuada, en el lugar más idóneo, tan cerca del paciente como sea posible y al menor coste, es acorde con una mayor orientación a Primaria, pero precisa de un cambio de cultura (no solo estructural del tipo gerencias únicas o integraciones) y debería llevar implícita una mejor financiación del primer nivel. Asumir simplemente más y derivar menos continúa siendo un discurso inmaduro por la angustia de un escenario de crisis que urge revertir, como siempre, a corto plazo. La innovación es hija de la necesidad, pero las prisas son malas consejeras y en nada ayudan a forjar una atención primaria fuerte que es la apuesta a largo plazo.
Una atención primaria resolutiva tendrá que dejar de hacer para poder hacer, dicho de otra manera, resulta imposible asumir más si no dejamos de atender banalidades (que restan pericia para casos más complicados) y con las que algunos lamentablemente se sienten cómodos, si seguimos haciendo más crónico (dependiente) al crónico y si seguimos revisando a personas sanas (ya sean niños, ya sean screenings en adultos sin fundamento ni efectividad demostrada, etc.). Y tendrá también que dotarse de las herramientas oportunas para poder diagnosticar o reducir incertidumbre sin necesidad de derivar, con las mismas opciones de cumplimiento del Decreto de Cartera de Servicios Comunes, al Sistema Nacional de Salud (SNS) independientemente del lugar de residencia del usuario, sino hablaremos de primarias más y menos fuertes en dependencia de mercado donde nos encontremos de entre los 17 existentes hoy.
En este juego de suma cero, parte del ahorro de menos hospitalocentrismo repercutirá en el primer nivel, o al menos eso creemos; parte servirá para paliar déficits inmediatos; parte para innovar en isocuantas menos tecnológicas (más enfermería, más empoderamiento) que satisfagan las necesidades sin necesidad de concurso médico; parte para mayor "autogestión" del médico general y parte para recuperar el atractivo de la figura del cabecera en la facultad.
La nueva reforma del HNS inglés (y van varias desde su fundación en 1948) en respuesta a la situación económica del país es más explícita: el 80% del presupuesto sanitario pasaría a manos de consorcios formados por los médicos de cabecera que contratarían servicios de hospitales y especialistas. Esto es capitanear la sanidad de un país. Un discurso algo similar es lo que no acabamos de oír aquí. Perdonen mi incredulidad.
Francisco Hernansanz Iglesias, doctor, es subdirector de la cátedra UPF-SEMG-Grünenthal de Medicina de Familia y Economía de la Salud
Perdonen mi incredulidad · ELPAÍS.com
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