martes, 29 de enero de 2013

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29 ENE 13 | Restringen la circulación en el Hospital de Niños Víctor Vilela
Guardia insegura en Rosario
Drástica decisión de las autoridades y médicos tras un nuevo hecho de violencia en un centro asistencial público de Rosario. La muerte de una nena desató la furia de sus familiares, que causaron destrozos. Ahora podrá entrar sólo un adulto por paciente.

La Capital, Rosario
 
Tensión en el Vilela. La muerte de una chiquita de dos años detonó el domingo un nuevo capítulo de furia en el hospital.
Por Silvina Dezorzi / La Capital
La muerte de una nena de dos años desató un nuevo capítulo de furia en el Hospital Vilela. Esta vez, los protagonistas fueron los familiares apenas se les dijo que la chiquita había fallecido. Enardecidos, rompieron ventanales y, durante "10 ó 15 minutos", transformaron la guardia en un campo de batalla. A tal punto llegó la violencia que personal del hospital y algunos padres debieron poner a salvo a otros chicos internados para que los vidrios no los cortaran y varios médicos que se encontraban en su sala tuvieron que "atrincherarse" atrás de una mesa parada sobre las ventanas. Tras una ardua reunión, ayer se resolvió restringir la circulación en el Vilela: ahora sólo podrá entrar un acompañante por paciente y se eliminó el ingreso por Virasoro.

La nena llegó al hospital el domingo, a las 16, tras dos consultas en otro centro de salud y quedó internada en la guardia con un cuadro febril y de deshidratación. Esa misma tarde sufrió un "episodio convulsivo" y luego, a las 20, un paro cardiorrespiratorio del que los médicos no lograron sacarla, contó la vicedirectora del Vilela, Velia Peralta.

La comunicación de ese hecho doloroso desató la locura de sus familiares, entre los que se contaban, aparte de la mamá y el papá, tíos y un abuelo. "La reacción fue muy violenta", explicó la profesional, lo que incluyó "el destrozo de ventanales y actitudes agresivas hacia el personal".

De hecho, rompieron los vidrios de la guardia y de la sala de médicos de ese sector, donde un grupo de profesionales quedó literalmente atrincherado tras una mesa que colocaron como valla para resguardarse. Otra parte del personal y algunos padres intentaron sacar del lugar a otros chiquitos que estaban internados para evitar que los vidrios los hirieran.

El desborde duró "de 10 a 15 minutos", lapso en el cual ni los efectivos que custodian el hospital lograron frenarlo. Hizo falta que llegaran efectivos de la Guardia Urbana Municipal (GUM) y del Comando Radioeléctrico para parar la "crisis de violencia de toda la familia".

Luego, algunos de los parientes de la nena se retiraron y el abuelo, que quedó herido, fue asistido incluso con suero y derivado al Hospital Provincial.

Peralta admitió que siempre "una mala noticia puede generar una respuesta negativa", pero aseguró que "las reacciones agresivas vienen creciendo" al mismo ritmo que la violencia en todos los otros ámbitos de la sociedad.

"Pero las situaciones violentas no alivian el dolor: sólo generan más dolor", afirmó, para asegurar que "la vida de los niños es la razón misma de ser del hospital y el motivo por el que el que el personal de salud intenta hacer las cosas bien".

El hecho, uno más de una saga que no deja afuera a ninguno de los servicios de salud y que cada semana depara amargas novedades, generó angustia, temor, enojo y hasta una crisis de pánico entre el personal del Vilela.

Por eso, ayer hubo una extensa reunión entre autoridades de Salud Pública, directivos y profesionales del hospital y representantes del Sindicato de Empleados Municipales y de la Asociación Médica de la República Argentina (Amra).

"Estamos trabajando en dos líneas de acción: por un lado, para generar mejores condiciones de seguridad en los efectores, incluso desde lo edilicio. Por otro, con los equipos para poder abordar estas problemáticas brindando protección al personal sin dejar de garantizar el acceso de toda la población a la salud", afirmó la secretaria del área, Adela Armando.

La funcionaria aseguró que el abordaje de la problemática "no se tomó vacaciones", ya que a principios de mes un especialista en conflictividad hospitalaria capacitó al personal y la primera semana de febrero próximo se desarrollará la segunda etapa de ese proceso.

En lo más inmediato, la reunión sirvió para avanzar con medidas "organizativas" para reducir los riesgos de nuevos incidentes.

La secretaria gremial de Amra, Sandra Maiorana, dijo que la situación "no da para más" y contó que se resolvió cerrar el ingreso al hospital por Virasoro y mantener sólo los de la guardia y consultorios externos por Italia, en el último caso hasta las 18.

"La idea es tratar de restringir al máximo posible la circulación dentro del hospital", afirmó. Por eso, desde ayer cada paciente ingresará al Vilela acompañado sólo por un adulto y el resto de los familiares podrá entrar únicamente en horario de visita, pero a las 18.30 deberá retirarse. En el caso de la terapia intensiva, también habrá sólo un adulto por niño y con "credencial autorizada".

Un vínculo con transformaciones que merecen atención y acciones.
Pese a que el municipio ya trabaja en la problemática, es necesario terminar con los hospitales como escenarios de lucha.
Por Florencia O’Keeffe / La Capital
Desde hace tiempo, la relación entre médicos y pacientes viene sufriendo varias transformaciones que merecen atención y acción.

Ese vínculo que, durante décadas, se basó en la confianza, el respeto y el acatamiento a la palabra del profesional dio paso a otro modo de encuentro signado por una realidad compleja y, a la vez, ineludible: hay menos tolerancia hacia el otro, menos posibilidad de diálogo y más frustración y mayor impotencia.

El paciente dejó de serlo, en el sentido de que dejó de esperar, de aceptar y de tolerar de manera indiscutida el saber o la palabra del médico. Y el profesional, otrora incuestionable y hasta pontificado, se encontró sin los recursos necesarios para hacerle frente a este fenómeno mientras soporta, en muchos casos, sobrecargas laborales y salarios insuficientes.

Esto no explica por sí solo por qué los familiares de un enfermo agreden y destruyen a su paso lo que encuentran cuando las cosas salen mal. Pero es en la comunicación entre unos y otros donde se basa buena parte del diagnóstico de esta situación alarmante y, quizá, su posible solución.

La violencia en los hospitales no nace de un repollo. Si se gritan e insultan dos personas que tienen un accidente menor en un auto, si el folclore del fútbol pasó a ser una batalla campal, si en las escuelas los alumnos se agreden entre ellos y a sus profesores, ¿qué esperar de un ámbito como el de la salud, donde la sensibilidad está expuesta en carne viva, dónde el dolor y el temor se develan sin atenuantes? ¿Cómo no estar, entonces, mucho más alertas y preparados para dar respuestas?

Tienen razón los médicos cuando esgrimen que esto excede por completo su labor, tienen razón los enfermos y sus padres, hermanos o amigos, cuando reclaman más tiempo, más oído, más contención a esos profesionales y no siempre la encuentran.

La salud pública municipal comenzó a trabajar en esta problemática y tiene previsto para las próximas semanas nuevos encuentros con especialistas en violencia en los hospitales.

Está muy bien, pero ya no sólo se necesita un diagnóstico: es hora de impulsar un trabajo permanente y con proyección, que incluya equipos multidisciplinarios que operen con efectividad.

Si ese es el camino, si se asignan los recursos necesarios para lograrlo, entonces se abre la posibilidad de terminar con los hospitales como escenarios de lucha entre médicos y padres.

En los sanatorios privados debe repetirse el esquema porque, si bien los hechos son más espaciados, no han quedado al margen.

Un estudio realizado por Unicef y la Sociedad Argentina de Pediatría, difundido en 2012, dio como resultado que "más de la mitad de los pediatras argentinos encuestados experimentó en el lapso de un mes situaciones de maltrato verbal por parte de sus pacientes y el 40 por ciento, además, situaciones de violencia psicológica. Un 43 por ciento percibió falta de seguridad en el lugar de trabajo".

Los números demuestran que la tristeza, la ansiedad, el cansancio, la frustración, el enfrentamiento real con el final de la vida o el riesgo de perderla ahora se suplen con violencia.

Ya no es tiempo de lamentos. Hay que establecer claramente qué rol le toca a cada uno y tener la decisión y la valentía necesarias para controlarla.

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