miércoles, 27 de febrero de 2013

“Si aceptamos salarios de 400 euros, será difícil salvar la sanidad pública” | Política | EL PAÍS

“Si aceptamos salarios de 400 euros, será difícil salvar la sanidad pública” | Política | EL PAÍS

ALBERT JOVELL | Médico y presidente del Foro Español de Pacientes

“Si aceptamos salarios de 400 euros, será difícil salvar la sanidad pública”

El médico cree que a todos, aunque tengan dinero, le interesa el sistema público

 
Albert Jovell, sociólogo, médico y presidente de la organización que agrupa a las asociaciones de pacientes, en Sant Cugat. / CARLES RIBAS
 
 
“Te puede pasar a ti”. Este es el título del último libro de Albert Jovell (Barcelona, 1962), sobre el sistema sanitario. Doctor y máster en Salud Pública y en Gestión Sanitaria por la Universidad de Harvard, actualmente dirige el Instituto de Salud Pública de la Universidad Internacional de Cataluña y preside el Foro Español de Pacientes, una entidad que agrupa a más de mil asociaciones. En su doble condición de médico y enfermo de cáncer, conoce bien los entresijos de la sanidad.


Pregunta. ¿Por qué hemos de defender el sistema público?
Respuesta. Porque a todo el mundo, incluidos los que tienen mucho dinero, les interesa. Cualquiera puede tener una enfermedad grave y entonces querrá que los costes estén mutualizados, profesionales bien preparados y acceso a la mejor tecnología diagnóstica y terapéutica. En nuestro entorno, eso solo lo puede ofrecer un sistema público.

Pacto por la sanidad pública

Es necesario preservar y mejorar el sistema de sanidad pública para mantener los elevados niveles del servicio que durante años hemos sabido construir y que hacían del modelo español de salud, cualesquiera que fueran sus defectos, algo digno de sostener y perfeccionar. El Estado debe garantizar la cobertura universal, revisando los errores detectados a la hora de transferir la gestión a las autonomías. Es preciso controlar los resultados de la gestión pública y fiscalizar el cumplimiento de los acuerdos con las empresas concertadas, eliminando la posibilidad de acometer inversiones públicas en beneficio exclusivo de la rentabilidad de la gestión privada. Un programa semejante demanda un gran consenso entre los partidos políticos.

P. Los planes de privatización en marcha, ¿representan un peligro para ese modelo?
R. Si se garantiza que la cobertura será universal y gratuita, no tiene por qué serlo. Pero tal como se ejerce la política aquí, el compromiso de hoy se puede romper mañana. Como no hay confianza, cuesta creer que cualquier cambio no sea un paso para otro que acabe afectando al modelo. Pero yo creo que las privatizaciones aprobadas ahora se hacen sobre todo por comodidad, para evitar el desgaste y los costes de las reformas que se tendrían que hacer y no se hacen, y para poder imponer un presupuesto cerrado que no admita desviaciones.


P. Pero se han justificado por la necesidad de ahorrar. ¿No podría la gestión pública conseguir esos mismos ahorros?
R. Se habla de ahorros, pero no hemos visto ni un dato que lo justifique. En cambio, sí está acreditado que el sistema público se puede gestionar mejor, y hay propuestas concretas. Lo que más molesta a los profesionales de la salud, formados en una tradición científica basada en el rigor, es verse gestionados por gente que tiene una actitud frívola y se permite lanzar proyectos sin dar cifras. Lo que se espera de un político que toma decisiones de esa envergadura es que presente un plan bien estudiado. Pero no hay tal plan.
Si los profesionales participan en la gestión, se ahorra y mejora la calidad
P. ¿Qué reformas deberían hacerse y no se hacen?
R. En primer lugar, integrar a los profesionales para hacerlos corresponsables de la gestión. Algunas de las experiencias que ahora se utilizan como referencia para la reforma sanitaria de Obama, en EE UU, han demostrado que cuando los profesionales se implican en la gestión con el objetivo de ser eficientes, no solo se consiguen ahorros, sino una mejora importante de la calidad asistencial. También habría que incidir sobre algunas bolsas de ineficiencia, como la falta de coordinación entre niveles asistenciales o la duplicidad de pruebas diagnósticas.


P. En la última reforma legislativa hemos pasado de un sistema universal a un sistema de aseguramiento. ¿No abre esto la puerta a un cambio de modelo?
R. Aquí hay una reflexión que hacer: la de si, dada nuestra pirámide demográfica, el sistema sanitario será sostenible dentro de un tiempo. Yo creo que si no logramos solucionar la tensión que produce nuestra pirámide demográfica, no lo será. Y no solo por el envejecimiento de la población, sino porque los jóvenes que están en la base de la pirámide, o no trabajan o cobran poco y por tanto pagan pocos impuestos. Ante esta situación, hay quien cree que estamos abocados a un sistema intermedio entre el modelo Obama y el modelo europeo, es decir, una póliza de aseguramiento público común para todos, que cubra las enfermedades graves, complementado con una póliza privada que pagaría cada uno, y que en el caso de los más pobres, asumiría el Estado. Aunque no se han hecho públicos, hay ya estudios sobre ese posible modelo.


P. Pero ese sería un sistema dual muy injusto. ¿No es más equitativo tener un seguro público igual para todos, al que cada uno contribuye según su renta a través de los impuestos?
R. Por supuesto. El sistema de póliza supondría una ruptura del actual modelo. Pero para salvar este modelo, no solo hay que hacerlo más eficiente, sino incidir sobre factores económicos generales e introducir cambios sustanciales en el sistema impositivo. En España seguimos teniendo una proporción muy alta de ciudadanos, entre ellos precisamente los de rentas más altas, que se escapan de los impuestos. Y los que se incorporan al sistema lo hacen con salarios cada vez más bajos, de manera que también contribuyen menos. Si desde Alemania se nos imponen políticas de austeridad y aceptamos que haya salarios de 400 euros, va a ser muy difícil, con una población que envejece, sostener la sanidad pública que tenemos. Ese es el debate que deberíamos tener.

P. De momento lo que tenemos son hechos consumados, como las privatizaciones de Madrid.
R. Yo creo que el Gobierno de Madrid se ha metido en un lío impresionante porque ha construido demasiados hospitales, y lo costoso no es construirlos, sino mantenerlos. Ahora tiene un problema de sobrecapacidad y lo que busca es que alguien de fuera se lo solucione, en lugar de explorar otras vías de ahorro.


P. ¿No será que se quiere repartir negocio con los fondos destinados a la sanidad pública?
La clave del negocio en la gestión privada está en derivar los pacientes costosos
R. Ni siquiera está claro que sea un negocio. Hemos visto como la unión de empresas que gestionaba el hospital de Alzira tuvo que pedir un rescate. En todo caso, si la privatización puede resultar atractiva para los inversores privados es porque siempre es más fácil ahorrar en la gestión de un hospital pequeño, que en un centro de alta tecnología. Estoy seguro de que si se les ofreciese La Paz o Vall d'Hebrón, los rechazarían. Cuando en Inglaterra se introdujo la competencia entre hospitales y se decidió que el presupuesto fuera con el paciente, los grandes hospitales del centro de Londres entraron en ruina. La complejidad es muy cara.


P. Pero si Capio, que nació como una pequeña empresa creada para gestionar listas de espera de la sanidad pública, atrae ahora fondos de capital riesgo, será porque consideran que la sanidad puede ser negocio en España.
R. Sí, pero todos los que se privatizan son hospitales pequeños. Esa es la clave del posible negocio. ¿Por qué? Porque cuando llega un caso complicado, se deriva a un hospital de nivel superior, siempre de gestión pública. La privada gestiona bien cuando puede hacer selección adversa, es decir, cuando puede evitar o derivar los pacientes más costosos. El día que tengamos un sistema de evaluación por indicadores de salud y podamos comparar las tres equidades —la de acceso, la de trato y la de resultados clínicos— podremos ver quien es realmente eficiente y quien gestiona mejor.


P. ¿Cómo ve el futuro inmediato? ¿Qué cree que puede ocurrir?
R. No lo sé. Resulta difícil de predecir. Pero ahora mismo, lo que se está gestando es un rebote importante de la población. Cuando uno lee los periódicos, se pregunta, ¿hasta cuándo se va a aguantar todo esto? Mi opinión es que muchos de los políticos que ahora están en activo, van a dejar de serlo. No sé si los partidos mayoritarios tendrán un plan B o surgirá un nuevo modelo de partido con un modo de hacer política más cercano a los ciudadanos, pero tengo la impresión de que el sistema político que ahora tenemos está llegando a su fin.

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