Tribuna. María Castellano Arroyo
Violencia contra la mujer y AP
La autora reflexiona sobre el importante papel del médico de Familia ante la violencia contra la mujer, un problema que considera de salud pública y de máxima importancia.
María Castellano Arroyo. Catedrática de Medicina Legal y Forense. Académica de Número de la Real Academia Nacional de Medicina | 28/05/2013 00:00
Desde que a mitad de los años 80 comprobé que la violencia contra la mujer era un problema de primer orden, destaqué como prioridades: 1) detectar la existencia de violencia en la pareja o unidad familiar, 2) asistir a la víctima en sus necesidades para salir de la violencia, comenzando por el aspecto médico-psicológico y continuando con el apoyo jurídico, económico, social y afectivo a nivel familiar, 3) intervenir sobre el agresor, valorando, mediante estudio médico-psicológico-psiquiátrico, el riesgo real de que éste mantenga la intención de agredir, o de aumentar en la gravedad y contundencia de la agresión, y 4) otras medidas respecto a la formación en igualdad, en el rechazo a la violencia, en la solidaridad y el apoyo a quienes la sufren, en el compromiso de participar en la detección y denuncia, etc. Cuanto antes se detecte la existencia de violencia hacia una mujer, más probabilidades tendrá de salir de ella y de sobrevivir.
En el primer nivel de detección de la violencia contra la mujer está la Medicina Familiar o atención primaria, por su proximidad a los pacientes y la mutua confianza que caracteriza esta relación. Los médicos de Familia ocupan un lugar preferente para detectar cuándo una paciente que frecuenta la consulta con síntomas ligados a la pérdida del bienestar psicofísico es víctima de maltrato. Está demostrado que ser víctima de violencia genera tristeza, ansiedad, insomnio, trastornos de la alimentación, dolores inespecíficos, contracturas musculares, cefaleas, aislamiento social, intentos de suicidio, y otros síntomas somáticos sin causa orgánica; aunque se le prescriban ansiolíticos y antidepresivos no mejora porque persiste el origen de su patología: la violencia que padece. El médico tiene que interrogar sobre posible maltrato físico, insultos, amenazas, imposiciones que limiten la libertad, incluso sexual, de la paciente.
El médico de Familia, un aliado
La mujer tiene que sentir que en el médico tiene un aliado y todo el apoyo. Juntos valorarán la situación de esa mujer concreta, y verán la mejor forma de hacer las cosas para que, manteniendo la seguridad de la mujer como primer objetivo, denunciar el maltrato, detener la violencia y que actúe la justicia sobre el maltratador.
El médico de Familia, cuando sospecha que una de sus pacientes es víctima de maltrato, tiene que investigarlo, confirmarlo y denunciarlo. Esto es un deber legal y debe cumplirlo. Junto a éste, el deber deontológico de hacerlo con prudencia, con respeto a la intimidad de la víctima y gestionando las medidas de protección a las que puede acogerse la mujer, una vez que se hace pública la existencia de violencia y el maltratador se ve descubierto.
En médico de Familia tiene que saber que si un hombre llega a golpear a la mujer o a despreciarla con su comportamiento habitual, pasar de esto a la agresión grave o mortal puede sólo depender del grado de irritación que alcance en un momento determinado, de que haya bebido algo más, o de le haya ido mal en el trabajo. La Medicina Familiar y Comunitaria es una red asistencial de primer orden para la salud pública y no se puede olvidar que la violencia y el maltrato contra la mujer constituye un problema de salud pública de máxima importancia.
En el primer nivel de detección de la violencia contra la mujer está la Medicina Familiar o atención primaria, por su proximidad a los pacientes y la mutua confianza que caracteriza esta relación. Los médicos de Familia ocupan un lugar preferente para detectar cuándo una paciente que frecuenta la consulta con síntomas ligados a la pérdida del bienestar psicofísico es víctima de maltrato. Está demostrado que ser víctima de violencia genera tristeza, ansiedad, insomnio, trastornos de la alimentación, dolores inespecíficos, contracturas musculares, cefaleas, aislamiento social, intentos de suicidio, y otros síntomas somáticos sin causa orgánica; aunque se le prescriban ansiolíticos y antidepresivos no mejora porque persiste el origen de su patología: la violencia que padece. El médico tiene que interrogar sobre posible maltrato físico, insultos, amenazas, imposiciones que limiten la libertad, incluso sexual, de la paciente.
El médico de Familia, un aliado
La mujer tiene que sentir que en el médico tiene un aliado y todo el apoyo. Juntos valorarán la situación de esa mujer concreta, y verán la mejor forma de hacer las cosas para que, manteniendo la seguridad de la mujer como primer objetivo, denunciar el maltrato, detener la violencia y que actúe la justicia sobre el maltratador.
El médico de Familia, cuando sospecha que una de sus pacientes es víctima de maltrato, tiene que investigarlo, confirmarlo y denunciarlo. Esto es un deber legal y debe cumplirlo. Junto a éste, el deber deontológico de hacerlo con prudencia, con respeto a la intimidad de la víctima y gestionando las medidas de protección a las que puede acogerse la mujer, una vez que se hace pública la existencia de violencia y el maltratador se ve descubierto.
En médico de Familia tiene que saber que si un hombre llega a golpear a la mujer o a despreciarla con su comportamiento habitual, pasar de esto a la agresión grave o mortal puede sólo depender del grado de irritación que alcance en un momento determinado, de que haya bebido algo más, o de le haya ido mal en el trabajo. La Medicina Familiar y Comunitaria es una red asistencial de primer orden para la salud pública y no se puede olvidar que la violencia y el maltrato contra la mujer constituye un problema de salud pública de máxima importancia.
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