El ‘agente naranja’ aún golpea
EE UU quiere limpiar los rastros del químico tóxico que usó en la guerra de Vietnam
Los estragos siguen 50 años después
Nos podemos hacer una idea de las operaciones que se llevan a cabo en la zona restringida al público desde la terraza de una mansión que domina el aeropuerto de Danang. Más allá de un pequeño estanque de agua negra, se pone en marcha una excavadora que desplaza montones de tierra amarilla. Este es el lugar en el que los americanos desean sanar la tierra contaminada desde los años sesenta por el agente naranja, una de las huellas más terribles de su paso durante la guerra de Vietnam. Un herbicida que contiene las dioxinas que vertieron durante el conflicto en las zonas controladas por los comunistas y que ha causado cánceres, leucemias y malformaciones genéticas entre la población.
Los militares estadounidenses almacenaban su veneno cerca del ultramoderno aeropuerto de Danang, que se ha convertido en la tercera ciudad del país. Los responsables de mantenimiento lavaban, después del aterrizaje, los aviones que venían de verter el pesticida sobre los arrozales y las selvas en las que se escondían los vietcongs y los soldados norvietnamitas. Los residuos, después de la limpieza, acababan infiltrándose en el suelo, en el estanque, en la tierra de alrededor. Danang es solo una de las numerosas zonas afectadas por el agente naranja, llamado así porque se guardaba en unos barriles marcados por una banda de este color.
Fuentes vietnamitas afirman que se vertieron 80 millones de litros de este producto tóxico en un espacio de 10 años no solo sobre Vietnam, sino también en Camboya y en Laos, durante “la guerra secreta” en esos dos países. Según estas fuentes oficiales, cerca de dos millones de personas pudieron quedar afectadas en Vietnam desde 1961.Tres millones de hectáreas y 30.000 pueblos habrían sido contaminados por el agente, cuya concentración de sustancias tóxicas sería de 20 a 55 veces la dosis que se encuentra en el pesticida común.
El 9 de agosto de 2012, el embajador de Estados Unidos en Hanoi, David B. Shear, habló durante una ceremonia en Danang, con motivo de la inauguración del programa de descontaminación del aeropuerto: “Esta mañana celebramos un evento clave en la historia de la relación americano-vietnamita. ¡Limpiamos todo este desastre!”.
Un desastre, cuando menos. En Danang, son aún muchas las víctimas que, cuatro generaciones después, pagan por la aspersión del agente naranja: 5.000 personas, según cifras oficiales.
Una familia pobre vive en un cuchitril, no lejos del centro de la ciudad: la señora Nguyen Thi Thanh, de 60 años; su marido, Tran Quang Toan, de 65, y sus tres hijos. Él era soldado del Ejército survietnamita, mantenido por Washington. Después de la caída de Saigón, en 1975, su posición de simple soldado no le hizo merecer el campo de reeducación. Se fue entonces a trabajar al bosque, en el distrito de Tra My, con su joven esposa. Allí, cortando mimbre para sobrevivir, los dos se contaminaron con residuos del agente naranja. Pero no fueron ellos los que pagaron los platos rotos, sino una de sus hijas, Tran Thi Le Huyen, que hoy tiene 30 años.
Una joven de mirada perdida, que yace sobre la cama de la única habitación de una barraca de suelo de cemento, abre su boca desdentada en un grito silencioso. El agente naranja golpea al azar: los otros dos hijos, un chico de 26 años y una chica de 24, se han librado. “En 1971”, explica el padre, que se gana la vida empujando carretillas en una obra, “escuché que los americanos habían tirado productos químicos”. Sentada en la cama, la mano sobre la rodilla de su hija que rueda de un borde al otro, la madre dice dulcemente: “Los estadounidenses deberían dar una compensación a las víctimas”.
El decorado cambia, pero el destino es similar en la casa de Nguyen Van Dung, de 43 años, y de su mujer, Luu Thi Thu, de 41. El hombre trabaja desde hace años como alcantarillero cerca de las pistas del aeropuerto y del lugar en el que fueron almacenados los toneles naranjas. Su primera hija nació perfectamente normal en 1995. Al año siguiente, fue contratado en el aeropuerto. Su segunda hija llegó al mundo en 2000. Murió de leucemia a la edad de siete años. En 2006, Luu dio a luz a su tercer hijo, Twan Tu, un niño de frente desmesuradamente abombada, quejumbroso, incapaz de moverse, que da pequeños gritos, la oreja pegada al sonido de un móvil que escucha sin descanso.
Twan Tu padece una enfermedad rara, una osteogénesis imperfecta, más conocida como “la enfermedad de los huesos de cristal”. “Los médicos dicen que no le quedan más de tres meses de vida”, susurra Dung, quien añade: “Cuando se murió mi primera hija, pensé que era el azar. Pero cuando nació mi hijo así, comprendí que no era normal”.
En su despacho de Hanoi, bajo la mirada de un busto de Ho Chi Minh, el general retirado Nguyen Van Rinh, de 71 años, lidera la asociación vietnamita de víctimas del agente naranja. “Durante los años sesenta y setenta”, cuenta, “vi con mis propios ojos que los aviones y los helicópteros americanos tiraban defoliantes. Los resultados: colinas peladas, bosques destruidos”.
Vietnam ha llevado ante la justicia a las empresas norteamericanas que producen el herbicida, como Monsanto y Dow Chemical. Sin resultado. En 2005, la justicia estadounidense concluyó que el uso de herbicidas no podía ser considerado crimen de guerra, y que, además, los querellantes vietnamitas no habían establecido una relación convincente entre la exposición al agente naranja y su estado de salud.
Estados Unidos ha gastado miles de millones de dólares en compensar a sus propios soldados en contacto con el agente naranja. “Durante tres decenios”, recalca el general Van Rinh, “los americanos han negado su crimen. Ahora hacen cualquier cosa. Es un poco tarde”. Esboza una ligera sonrisa: “Pero mejor tarde que nunca”.
Los militares estadounidenses almacenaban su veneno cerca del ultramoderno aeropuerto de Danang, que se ha convertido en la tercera ciudad del país. Los responsables de mantenimiento lavaban, después del aterrizaje, los aviones que venían de verter el pesticida sobre los arrozales y las selvas en las que se escondían los vietcongs y los soldados norvietnamitas. Los residuos, después de la limpieza, acababan infiltrándose en el suelo, en el estanque, en la tierra de alrededor. Danang es solo una de las numerosas zonas afectadas por el agente naranja, llamado así porque se guardaba en unos barriles marcados por una banda de este color.
Fuentes vietnamitas afirman que se vertieron 80 millones de litros de este producto tóxico en un espacio de 10 años no solo sobre Vietnam, sino también en Camboya y en Laos, durante “la guerra secreta” en esos dos países. Según estas fuentes oficiales, cerca de dos millones de personas pudieron quedar afectadas en Vietnam desde 1961.Tres millones de hectáreas y 30.000 pueblos habrían sido contaminados por el agente, cuya concentración de sustancias tóxicas sería de 20 a 55 veces la dosis que se encuentra en el pesticida común.
El 9 de agosto de 2012, el embajador de Estados Unidos en Hanoi, David B. Shear, habló durante una ceremonia en Danang, con motivo de la inauguración del programa de descontaminación del aeropuerto: “Esta mañana celebramos un evento clave en la historia de la relación americano-vietnamita. ¡Limpiamos todo este desastre!”.
El veneno causó cánceres, leucemias y malformaciones entre la población. Hay todavía 5.000 afectados
Una familia pobre vive en un cuchitril, no lejos del centro de la ciudad: la señora Nguyen Thi Thanh, de 60 años; su marido, Tran Quang Toan, de 65, y sus tres hijos. Él era soldado del Ejército survietnamita, mantenido por Washington. Después de la caída de Saigón, en 1975, su posición de simple soldado no le hizo merecer el campo de reeducación. Se fue entonces a trabajar al bosque, en el distrito de Tra My, con su joven esposa. Allí, cortando mimbre para sobrevivir, los dos se contaminaron con residuos del agente naranja. Pero no fueron ellos los que pagaron los platos rotos, sino una de sus hijas, Tran Thi Le Huyen, que hoy tiene 30 años.
Una joven de mirada perdida, que yace sobre la cama de la única habitación de una barraca de suelo de cemento, abre su boca desdentada en un grito silencioso. El agente naranja golpea al azar: los otros dos hijos, un chico de 26 años y una chica de 24, se han librado. “En 1971”, explica el padre, que se gana la vida empujando carretillas en una obra, “escuché que los americanos habían tirado productos químicos”. Sentada en la cama, la mano sobre la rodilla de su hija que rueda de un borde al otro, la madre dice dulcemente: “Los estadounidenses deberían dar una compensación a las víctimas”.
El decorado cambia, pero el destino es similar en la casa de Nguyen Van Dung, de 43 años, y de su mujer, Luu Thi Thu, de 41. El hombre trabaja desde hace años como alcantarillero cerca de las pistas del aeropuerto y del lugar en el que fueron almacenados los toneles naranjas. Su primera hija nació perfectamente normal en 1995. Al año siguiente, fue contratado en el aeropuerto. Su segunda hija llegó al mundo en 2000. Murió de leucemia a la edad de siete años. En 2006, Luu dio a luz a su tercer hijo, Twan Tu, un niño de frente desmesuradamente abombada, quejumbroso, incapaz de moverse, que da pequeños gritos, la oreja pegada al sonido de un móvil que escucha sin descanso.
En 2005, la justicia estadounidense concluyó que el uso de herbicidas no podía ser considerado crimen de guerra
En su despacho de Hanoi, bajo la mirada de un busto de Ho Chi Minh, el general retirado Nguyen Van Rinh, de 71 años, lidera la asociación vietnamita de víctimas del agente naranja. “Durante los años sesenta y setenta”, cuenta, “vi con mis propios ojos que los aviones y los helicópteros americanos tiraban defoliantes. Los resultados: colinas peladas, bosques destruidos”.
Vietnam ha llevado ante la justicia a las empresas norteamericanas que producen el herbicida, como Monsanto y Dow Chemical. Sin resultado. En 2005, la justicia estadounidense concluyó que el uso de herbicidas no podía ser considerado crimen de guerra, y que, además, los querellantes vietnamitas no habían establecido una relación convincente entre la exposición al agente naranja y su estado de salud.
Estados Unidos ha gastado miles de millones de dólares en compensar a sus propios soldados en contacto con el agente naranja. “Durante tres decenios”, recalca el general Van Rinh, “los americanos han negado su crimen. Ahora hacen cualquier cosa. Es un poco tarde”. Esboza una ligera sonrisa: “Pero mejor tarde que nunca”.
© Le Monde
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