Jacinto Convit, primera línea en la lucha contra la lepra
El médico venezolano creó una vacuna experimental para la enfermedad y obtuvo el Premio Príncipe de Asturias en 1987
Aunque en los países más avanzados la lepra y sus devastadoras secuelas son casi una memoria perdida, la también llamada enfermedad de Hansen y sus corolarios de sufrimiento físico y estigmatización social siguen causando estragos en muchas partes del mundo. En los años ochenta del siglo pasado, el médico venezolano Jacinto Convit (Caracas, 1913), abrió una vía para el tratamiento de la enfermedad por inmunoterapia. El investigador, que había cumplido cien años en septiembre del año pasado, falleció el 12 de mayo en su ciudad natal. Convit, venerado como un auténtico héroe civil en su país, era el prototipo de médico ajeno al afán de lucro y vocacionalmente entregado al servicio público.
Hijo de un catalán y una canaria, Convit se matriculó en Medicina en la Universidad Central caraqueña cuando aún gobernaba Venezuela con puño de hierro el dictador militar Juan Vicente Gómez y el país, en muchos aspectos, retenía realidades propias del siglo XIX. Entre ellas, la leprosería de Cabo Blanco, en el litoral central venezolano, actual Estado de Vargas. Convit, que la visitó cuando aún no había concluido sus estudios, relató en varias entrevistas cómo la impresión que le produjeron las tétricas condiciones de vida de los leprosos —los enfermos eran encadenados y vigilados por policías— espoleó su búsqueda de una cura para la enfermedad.
Cuando estaba a punto de licenciarse le ofrecieron el cargo de médico residente de esa leprosería. Para otros hubiera sido un castigo, pero la propuesta encajaba a la perfección en sus planes de luchar por los desheredados.
En la época en que empezó sus trabajos, los remedios de que disponía Convit se limitaban al aceite de chaulmugra, remedio herbal utilizado tradicionalmente en China e India con el que la medicina occidental experimentaba desde hacía poco.
Aunque más tarde dispuso de medicamentos más avanzados, Convit se dedicó con ahínco a reforzar el arsenal farmacológico y en 1987 puso a punto una vacuna experimental contra la lepra que obtuvo a partir de la inoculación del bacilo de la lepra en armadillos. Combinó las cepas atenuadas del microorganismo con el medio de prevención más eficaz de que se disponía contra la lepra, la vacuna contra la tuberculosis (BCG).
La tentativa de Convit atrajo en su momento una expectación científica extraordinaria: el médico venezolano obtuvo el premio Príncipe de Asturias de 1987 (con un jurado presidido nada menos que por Severo Ochoa) y al año siguiente el Gobierno de Venezuela le propuso para el Premio Nobel. Por desgracia, los ensayos clínicos que pusieron a prueba la vacuna no encontraron que la fórmula desarrollada por Convit fuera significativamente más eficaz que la aplicación exclusiva de la BCG.
Sin embargo, la vía abierta por el científico venezolano sigue siendo transitada por diversos equipos que en la actualidad tratan de avanzar en la inmunoterapia de la enfermedad de Hansen. Y, lo que es igualmente importante, sobre la base de esas investigaciones Convit desarrolló también un tratamiento de inmunización para la leishmaniasis cutánea.
En gran parte como resultado del trabajo de Convit, Venezuela fue uno de los países a la vanguardia en las terapias avanzadas contra la lepra, lo que incluyó la clausura de las infames leproserías. Fue un gran logro que Convit vivió con modestia ejemplar. Hasta hace poco siguió activo en la búsqueda de una autovacuna para prevenir ciertos tipos de cáncer. Ejemplo de una longevidad intelectual con escasos precedentes, aún en 2013, ya casi centenario, publicó un artículo científico. Uno más entre los cientos que firmó en revistas de prestigio internacional.
Convit también fundó un instituto de biomedicina de vanguardia en el área de la dermatología en el hospital Vargas de Caracas, fue catedrático de Enfermedades Tropicales en la Universidad de Stanford, trabajó en el hospital Jackson Memorial de Miami y fue uno de los expertos de referencia de la OMS en el ámbito de las enfermedades tropicales.
La nota de prensa que distribuyeron los familiares de Convit al anunciar su muerte resaltaba que jamás cobró a sus pacientes. Decía Convit: “Los sentimientos de amor hacia el ser humano estimulan la vocación de servicio, que no es otra cosa que un profundo amor a la vida. La profesión médica no es para dedicarse a producir dinero. El que abraza esta profesión tiene que tener un convencimiento profundo de que es un servidor público en todo sentido”.
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