miércoles, 14 de septiembre de 2011

Bioética e ingeniería hispanas: entre Escila y Carabdis - bioetica & debat-Artículos

Ética y ecología : Bioética e ingeniería hispanas: entre Escila y Carabdis
Enviado por cesierra48 on 5/9/2011 16:26:49 (47 Lecturas)
BIOÉTICA E INGENIERÍA HISPANAS: ENTRE ESCILA Y CARIBDIS

Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia
Miembro del Comité de Ética de la Investigación de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín

La Historia demuestra que la ingeniería ha existido desde los albores de la civilización, incluidos sus numerosos desastres, entre los cuales bien puede pensarse en el colapso de la Torre de Babel como el desastre inaugural al respecto. Ahora bien, en la actualidad, esto es mucho más dramático a causa del hecho que los ingenieros, junto con los médicos, son los profesionales con mayor poder para aniquilar la naturaleza, incluida la dignidad humana, un poder adquirido hacia la última centuria como consecuencia del desarrollo acelerado de la tecnociencia. Incluso, no escasea precisamente la denominación de “aprendices de brujo” para referirse al grueso de los ingenieros de hoy, habida cuenta de su irresponsabilidad para el manejo de semejante poder tecnocientífico. En todo caso, esta denominación resalta más por cuanto quienes la usan son autores serios y solventes, como Eduardo Galeano, Dominique Lapierre y Javier Moro, por mencionar unos cuantos a este respecto. Y el mundo hispano no es la excepción a esta regla lamentable.


A juicio de quien esto escribe, una clave insoslayable que permite explicar el talante de aprendices de brujo de los ingenieros actuales aparece en una apreciación aguda de José Ortega y Gasset, expresada en 1939. En concreto, en Meditación de la técnica, el insigne filósofo, al referirse a la crisis de Occidente a fuer de su veneración de la técnica a ultranza con el consecuente vaciamiento espiritual del ser humano, destaca la falta de completitud de los ingenieros cuando afirma lo siguiente: “Vean, pues, los ingenieros cómo para ser ingeniero no basta con ser ingeniero. Mientras se están ocupando en su faena particular, la historia les quita el suelo de debajo de los pies”. Este fragmento significativo de Ortega ha sido rescatado así mismo por uno de los pioneros de la historia de la ingeniería en Colombia, Alfredo Bateman, consciente como fue de los talones de Aquiles de los ingenieros colombianos a lo largo de la historia de la profesión.

En fecha reciente, el Santo Padre ha destacado el dramatismo de la actual veneración exacerbada por lo técnico en detrimento de las restantes dimensiones constituyentes del hombre. En su discurso del pasado 19 de agosto, pronunciado en la Basílica de San Lorenzo de El Escorial en su encuentro con los jóvenes profesores universitarios españoles, señaló lo siguiente: “Sabemos que cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo del poder. En cambio, la genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos preserva de esa visión reduccionista y sesgada de lo humano”. Es decir, una razón incontrolada genera monstruos, por lo que el reto estriba en la refundación de la Universidad con sentido biocéntrico.

En lo que a la historia de la ingeniería en el mundo hispanoparlante atañe, conviene precisar que una de sus notas ha consistido en el conservadurismo de los ingenieros hispanos las más de las veces, esto es, el ejercicio de la ingeniería ha ido de la mano con la persecución de bienestar material. Como señala Carlos Elías, científico y periodista español, los ingenieros hispanos no han solido ser un sector revolucionario. De esta suerte, el apoliticismo estricto ha sido un rasgo del grueso de los ingenieros hispanos en nuestra historia. Entre las excepciones, señalemos al noble navarro Jerónimo de Ayanz y Beaumont, el da Vinci español. Por tanto, en la historia hispana, los estudios de ingeniería han gozado de mucha mayor prestancia social que los estudios científicos propiamente dichos. Incluso, como lo demuestra la historia colombiana, no ha faltado algo de ciencia cortesana, acrítica, en el ejercicio mismo de la ingeniería.

Así las cosas, la ingeniería en el mundo hispano se mueve entre la Escila de la veneración excesiva por la técnica y la Caribdis de su apoliticismo. Y ni siquiera es posible hablar de una ingeniería con un sello hispano distintivo, puesto que imita servilmente los modelos del Primer Mundo, sobre todo a Norteamérica sin ir más lejos. El servilismo de marras incluye así mismo el atropello a la naturaleza, consecuencia natural de la condición colonial de los países hispanos. Por tanto, la diseminación de la bioética global en el mundo de la ingeniería de nuestros países enfrenta por fuerza unos obstáculos formidables, máxime que tal mundo goza de la mala reputación de ser frío, insensible y sin alma, como ha podido constatar quien esto escribe al conversar con sacerdotes y humanistas a lo largo de los años. Del mismo modo, tales frialdad, insensibilidad y falta de alma puede sentirlas sin dificultad todo ingeniero con talante de humanista que profese en una facultad de ingeniería hispana. En Colombia, llama poderosamente la atención que, en la correspondiente historia de la ingeniería, sólo ha habido una facultad atípica, en el sentido que ha sido la única en producir ingenieros filósofos, y en muy escaso número: la Facultad de Minas, sita en Medellín. Casos como los de Alejandro López y Joaquín Vallejo. Por consiguiente, tal escasez de ingenieros filósofos es muy diciente de la precaria presencia del humanismo en el seno de la ingeniería colombiana. En marcado contraste, la figura del ingeniero filósofo ha tenido una presencia más ostensible en culturas como la anglosajona, la gala y la tudesca, de acuerdo a Carl Mitcham. De ahí que el aporte de estas culturas al surgimiento y consolidación de la filosofía de la tecnología haya sido muchísimo mayor.


Por supuesto, el mundo empresarial hispano tampoco es la excepción frente a tan deplorable regla. En septiembre del 2007, quien esto escribe tuvo ocasión de alternar como panelista con algunos gerentes de empresas químicas medellinenses en un evento técnico organizado por la Universidad Pontificia Bolivariana, cuyo tema fue el futuro de la ingeniería química. En pocas palabras, no faltó la exasperación en algunos de ellos con motivo de las precisiones hechas por el autor de estas líneas en relación con la bioética global, su objeto y sus alcances. Sencillamente, a los empresarios no les gusta el cuestionamiento hecho desde la bioética. De otro lado, contamos en nuestros países con intelectuales comprometidos que demuestran que esta apreciación sobre nuestros empresarios es un hecho generalizado. Para ello, basta con la lectura detenida de autores serios como Iván Illich, Eduardo Galeano y Leonardo Boff. En este contexto, no es exageración afirmar que la formación de ingenieros en nuestros países ha quedado circunscrita a la preparación de cuadros técnicos acríticos y apolíticos puestos al servicio de la clase empresarial. Su distanciamiento de los sectores populares es abismal al ser parte de la clase media, la clase sándwich. Al fin y al cabo, según señala Alfredo de León Monsalvo, la clase media no es sentimental, sino que quiere trabajo estable.

Para complicar más el panorama, existe un obstáculo epistemológico harto delicado para la asimilación adecuada de la bioética por parte de la mayoría de los ingenieros. Cosa curiosa, a despecho de la paciencia desplegada a fin de hacerles entender lo que es y lo que no es la bioética, tienden a confundirla con la religión como si fuesen sinónimos. Basta la sola mención de los aportes hechos a la bioética por parte de intelectuales católicos para que incurran en tamaño equívoco. Además, no es algo frecuente que se tomen la molestia de estudiar a fondo las obras pergeñadas por filósofos, juristas, teólogos, médicos y demás personas dedicadas a la reflexión e investigación bioética. De facto, el ingeniero típico, hasta donde cabe decir, retrocede aterrorizado ante lo que ve como un discurso escabroso y que se le sale de las manos, el discurso humanista. En general, el ingeniero medio no es un lector voraz, mucho menos sobre temas de alta cultura.

Ahora bien, en el fondo, no hay motivo para sorpresa alguna. Recordemos que Ortega y Gasset, en La rebelión de las masas, diagnosticó con detenimiento que los ingenieros caen en la categoría de hombres masa, no en la de hombres selectos o excelentes, es decir, el ingeniero típico de estos tiempos que corren no se siente impelido a apelar a una norma más allá de él, superior a él, y a cuyo servicio se pone libremente. Además, los ingenieros, como bien lo estableció Iván Illich, son incapaces de concebir soluciones para los problemas sociales de hoy que estén por fuera del ámbito técnico. Peor aún, sólo son capaces de soluciones megalómanas, pensadas para sojuzgar a natura merced a la invención de artefactos concebidos para el procesamiento continuo de cantidades ingentes de materia y energía, estando así esclavizados al mito del desarrollo sostenible. Así, es notoria su incapacidad para concebir soluciones convivenciales, pensadas para un modelo de sociedad austera, que procura vivir en armonía con natura, en relación de respeto para con ésta. En estas condiciones, considerando la crisis actual de civilización, la cual incluye las crisis financiera y ecológica, se concluye sin mucho circunloquio que el ingeniero medio, aquí y en Vladivostok, no está preparado para contribuir en forma significativa a la superación de tal crisis, pues, su talante de aprendiz de brujo se lo impide a más no poder.

Tal incapacidad desconcierta más si no perdemos de vista la crisis ecológica actual. Para decirlo con brevedad, como aclara Wim Dierckxsens, investigador holandés-costarricense, el pico, o cenit, del petróleo se alcanzó en 2008, mientras que el del gas natural se calcula para 2023 y, en 2040, el del uranio. En 2024, asistiremos al pico del cobre, lo que significa que no hay mucho futuro para el carro eléctrico, ni mayores posibilidades para el almacenamiento de energía eólica o el transporte de energía solar. En síntesis, la crisis energética planetaria no es un cuento de terror apocalíptico, sino una realidad patente. Pero, la cosa no acaba aquí, pues, además de la crisis energética, es menester considerar el agotamiento de los yacimientos de minerales metálicos y de fósforo, una novedad científica internacional con consecuencias alarmantes. Incluso, la escasez generalizada de minerales precederá la de fuentes de energía. A lo sumo, los procesos de reciclado pospondrán los picos un poco más, pero no podrán evitarlos. Como señala Dierckxsens, entre los 57 minerales existentes, 11 ya alcanzaron su máximo de extracción. En las tres décadas venideras, más de la mitad de los minerales habrá alcanzado tal máximo. Así, el colapso sistémico planetario no tiene vuelta de hoja. En particular, señalemos que el agotamiento de las fuentes de fósforo implica el colapso de la agricultura mundial.

No obstante, el ingeniero medio se muestra incapaz de asimilar lo que está pasando, máxime cuando, en sus labores e investigaciones técnicas, suele proceder como si nada pasará. Sirva de ejemplo a este respecto las investigaciones irreflexivas adelantadas sobre los mal llamados biocombustibles, pues, ni siquiera los ingenieros denominan con corrección lo que hacen. En otras palabras, si el ingeniero medio supiese realmente de termodinámica y tuviese estatura ética, lo pensaría dos veces antes de elegir temas de investigación que riñen a todas luces con los principios de responsabilidad y precaución. Ahora bien, no sorprende esto si tenemos en mente la historia misma de la ingeniería. Stricto sensu, el vocablo ingenia tiene tres sentidos: la construcción de ingenios, el uso del ingenio para idear estos y la idea misma de maquinación. Así, la figura del ingeniero ha suscitado desconfianza a lo largo de la Historia, se lo ha visto como un genio maligno en virtud del poder que detenta en virtud de su saber tecnocientífico, no siempre manejado con responsabilidad. Es el arquetipo del aprendiz de brujo, el cual infesta tanto las facultades de ingeniería como el ámbito empresarial, carentes de alma como los que más.

Para concluir, volvamos con Dierckxsens, quien destaca que esta crisis sistémica pone así mismo en peligro la vida de la especie humana. Por tanto, es menester un nuevo paradigma de civilización con una economía que le dé vida a lo que producimos a fin de poder devolverle la vida a natura. Obviamente, este nuevo paradigma implica el fin de la racionalidad económica de la civilización occidental, basada en el desarrollo sostenible en términos de valores de cambio a costa de los valores de uso y de la vida misma. En términos de Iván Illich, hablamos del paso de sociedades dominantes a sociedades convivenciales. En todo caso, este cambio se impone a la vuelta de la esquina y sorprenderá a la casi totalidad de los ingenieros con los pantalones en el suelo. Por consiguiente, se impone la reforma acelerada de las facultades de ingeniería en armonía con la idea de las sociedades convivenciales, respetuosas tanto de la dignidad humana como la de la naturaleza al privilegiar los valores de uso sobre los de cambio. Pero, por desgracia, casi todos los docentes y directivos de las facultades de marras hacen las veces de obstáculos axiológicos al estar fuertemente comprometidos con el racionalismo económico de la civilización industrial, por lo que se precisa otro cuerpo de docentes y directivos comprometidos con el paradigma de las sociedades convivenciales. Empero, salvo por una minoría exigua comprometida a este respecto existente hoy día, ¿en dónde los hallaremos? Al fin y al cabo, los ingenieros humanistas están en vías de extinción. Éste es el hado terrible de la gélida ingeniería contemporánea. ¿Cómo superarlo antes que sea demasiado tarde?

Referencias

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Boff, Leonardo. (2008). La opción-Tierra: La solución para la Tierra no cae del cielo. Santander: Sal Terrae.

Cuartas Chacón, Carlos J. (Comp.). (1996). El ingeniero colombiano: Historia, lenguaje y profesión: Vida y obra literaria de Alfredo D. Bateman Quijano (1909-1988). Bogotá: Sociedad Colombiana de Ingenieros.

Dierckxsens, Wim. (2011). Población, fuerza de trabajo y rebelión en el siglo XXI: ¿De las revueltas populares de 1848 en Europa a la rebelión mundial en 2011? Bogotá: Desde abajo.

Elías, Carlos. (2008). La razón estrangulada: La crisis de la ciencia en la sociedad contemporánea. Barcelona: Debate.

Galeano, Eduardo. (2009). Patas arriba: La escuela del mundo al revés. México: Siglo XXI.

Illich, Iván. (2006). Energía y equidad. En ________. Obras reunidas I (pp. 325-365). México: Fondo de Cultura Económica.

Jacomy, Bruno. (1992). Historia de las técnicas. Buenos Aires: Losada.

Lapierre, Dominique y Moro, Javier. (2001). Era medianoche en Bhopal. Bogotá: Planeta.

Mitcham, Carl. (1989). ¿Qué es la filosofía de la tecnología? Barcelona: Anthropos.

Monsalvo, Alfredo de León. (2011). Elecciones y clase media. Le Monde diplomatique (edición Colombia), Año IX, N° 103, p. 7-8.

Ortega y Gasset, José. (1957). Meditación de la técnica. Madrid: Ed. Revista de Occidente.

Ortega y Gasset, José. (1961). La rebelión de las masas. Madrid: Ed. Revista de Occidente.

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