lunes, 19 de septiembre de 2011

"En ayuda sanitaria al desarrollo hay muchas administraciones hipócritas" - DiarioMedico.com

Pasando consulta a... José Antonio Bastos

"En ayuda sanitaria al desarrollo hay muchas administraciones hipócritas"

José Antonio Bastos, presidente de Médicos Sin Fronteras, cree que "hay mucha administración hipócrita en ayuda al desarrollo" en el ámbito sanitario y que hay responsabilidades políticas desatendidas que se disfrazan detrás de una foto solidaria. Aun así, admite que el pueblo español es un ejemplo de generosidad, incluso en estos tiempos de crisis.

Álvaro Sánchez León   |  20/09/2011 00:00

 
José Antonio Bastos
José Antonio Bastos, presidente de Médicos Sin Fronteras.
 
Un médico tímido contra los que persiguen siempre salir en la foto. Discreto. Eficaz. José Antonio Bastos no dejó la Medicina de Familia por la presión asistencial, sino por la presión de su conciencia social. Ahora es médico de una familia más amplia como presidente de Médicos Sin Fronteras en España, un gran centro de salud sin muros donde se curan enfermedades y soledades, que cumple 40 años.

¿Cuántas fronteras tiene la solidaridad sanitaria? ¿Hay mucha administración hipócrita con el tema de la ayuda al desarrollo?
-Sí y mucho, de la misma manera que hay también mucha solidaridad honesta por parte de la Administración. Vemos de los dos tipos. De lo que conocemos bien, que es todo el ámbito de la ayuda humanitaria, el éxito que ha ido teniendo en los años 90 lo ha convertido en un elemento que vende, y claramente la gente se apunta a lo que vende. Para lo que es emergente y humanitario, vemos que algunas administraciones públicas, a nivel mundial que deberían ser más responsables en la ayuda al desarrollo o en la discusión por la paz, se escudan en dar ayuda humanitaria y escurren el bulto en su misión principal, y eso no está bien. Los intereses de política exterior de los países no son reprobables, pero no deben ser negociables los que se mezclan con necesidades básicas ni debe haber condiciones ni preferencias.

¿Hay mucha solidaridad de polaroid en las administraciones públicas... De esas de que lo que hace tu mano izquierda lo sabe en seguida todo el cuerpo...?
-Forma parte de su trabajo hacerse la foto para demostrar que han hecho algo. Me imagino que sí, pero todavía no tengo mucha experiencia. En un par de años podré hacer balance de en qué han quedado los compromisos que estoy cosechando ahora.

Tiene usted verdadero perfil de ministro de Sanidad, Política Social e Igualdad... ¿Sería más eficaz desde un ministerio?
-No. Seguro que no. No tengo pasión por ser político y sí por mi trabajo en Médicos Sin Fronteras, y cualquier trabajo sin pasión es muy diferente. Conociéndome profesionalmente y a pesar de lo denostada que está la política en estos momentos, gestionar bien el Ministerio de Sanidad requiere un conocimiento que yo no tengo. Soy un médico con algo de liderazgo inspirado, y poco más.

¿Qué pide Médicos sin Fronteras a los médicos con fronteras?
-Pues, por lo menos, que hagan su trabajo con toda la dedicación y cariño que se merecen los seres humanos, porque, al final, el trabajo humanitario se puede hacer en muchos sitios, no hace falta cruzar las fronteras. Un especialista y, sobre todo, un médico de Familia, seguro que tiene muchas posibilidades cada día de hacer algo excepcional para ayudar a otros.

¿Qué llevan tiempo reclamando como si clamaran en el desierto?
-No se hace todo lo que sugerimos, pero sí se nos escucha. Tras tantos años de trabajo hemos conseguido tener una credibilidad y una legitimidad importante. Otra cosa es que a niveles altos de la Administración nuestros consejos calen.

La crisis lastra también las partidas dedicadas a la cooperación sanitaria. Sin embargo, no pueden recortarse...
-Es difícil. Sería peligroso recortar en cualquier partida, sobre todo en las que hacen referencia a necesidades básicas vitales, pero si para mantener eso se dejan de hacer las inversiones a largo plazo en ayuda al desarrollo para que se creen hospitales y se cubran en origen esas necesidades acabaríamos haciendo un mal churro. Lo ideal es que no se toque nada, cualquier ayuda hace falta.

El futuro a corto plazo en este terreno no parece muy esperanzador...
-La partida para ayuda al desarrollo no es tan grande si se compara con otros capítulos de un presupuesto nacional. Cortar por aquí no arregla la crisis.

¿Qué tragedias nos estamos perdiendo porque no son carne de medios de comunicación?
-La más clara es la que vive la República Centroafricana. Allí conviven con un nivel de pobreza increíble, una prevalencia de sida altísima, importantes tasas de malaria... las muertes de niños que he visto allí me recuerdan a las de Angola en los años 90. Tiene tres guerras civiles a la vez y sin embargo el foco está en otros lugares. Somalia es también una realidad desconocida.

Una historia entre mil...
-No es fácil elegir, pero resalto dos. La primera es la de un médico boliviano con tres hijas que vivía en situación de pobreza. Trabajaba unos días en Cochabamba y otros nos ayudaba en el altiplano, y me enteré de que él y su familia comían sólo de lo que ganaba en Cochabamba y que su labor en el altiplano era gratuita. Esas cosas te dan una lección de humildad enorme. Más espectacular es el caso de un alto funcionario congolés que en 1996 estuvo dispuesto a dar su vida de forma heroica para evitar un fusilamiento de desplazados ruandeses. Ver un sacrificio así llama poderosamente la atención, sobre todo si él no tenía nada que ver con Ruanda. Estos ejemplos nos hacen entender que nosotros no somos los héroes.

Cambiando el mundo

José Antonio Bastos (Jaca, 1961) es el médico de Familia que muchos elegiríamos para siempre. Con eso está dicho casi todo. Dejó la aparente tranquilidad de su centro de salud de Barajas, en Madrid, para complicarse la vida dando la vuelta al mundo con un botiquín y una sonrisa. En 1991 se quitó la bata y se calzó las botas para su primera misión internacional. Primer destino, la frontera de Turquía e Irak con la primera Guerra del Golfo como telón de fondo. Una postal que no se vende en los quioscos. Se subió al tren de la medicina sin paliativos y pasó por Bolivia, Kenia, Somalia, Tanzania, Ruanda, República Democrática del Congo y Angola. Más tarde siguió pateando el globo dando salud en Croacia, Nigeria, Sudán, Etiopía, Colombia, Chechenia, Pakistán, Irak y Afganistán. Tiene el pasaporte de un diplomático, pero con sellos de sangre, sudor y lágrimas. Desde 2010 es el presidente de Médicos Sin Fronteras España, una ONG salva-vidas que sopla ahora las 40 velas de su 40 aniversario.
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