jueves, 8 de octubre de 2009

El crudo testimonio de adictos


Encontrar la salida de las drogas, el deseo de los jóvenes que se internan en el centro El Palomar
Foto: LA NACION / Santiago Hafford

"Me empezó a gustar y comencé a sentir que mi vida ya no valía"
El crudo testimonio de adictos que se recuperan en un centro de El Palomar
Noticias de Información general: Jueves 8 de octubre de 2009 | Publicado en edición impresa
Valeria Musse
de la Corresponsalía la Plata


LA PLATA.- "La droga me empezó a gustar y comencé a sentir que mi vida ya no valía". Para Daniela, ese fue el punto culminante de la descontrolada vida que llevaba con tan sólo 16 años. Tuvo que llegar golpeada a su casa, sin saber qué le había pasado o dónde y con quién había estado, para caer en la cuenta de que la adicción la estaba matando.

Ya pasaron dos años y, hoy, esta joven, oriunda de la ciudad costera de Miramar, se recupera en la Asociación Civil El Palomar, en el partido bonaerense de Lomas de Zamora.

Daniela cursaba el 8° año de una EGB de su localidad, pero no la pasaba nada bien. La joven contó a LA NACION que los problemas de violencia en el núcleo familiar eran habituales. "Mis padres nunca me dieron un abrazo cariñoso. ¡Y ni hablar de ponerme límites cuando llegaba alcoholizada!", agregó.

Ante la falta de atención, la adolescente pasaba más tiempo vagando en la calle y los "amigos de consumo" no tardaron en aparecer. Primero, fue la marihuana. Después, durante la noche, mezclaba alcohol con pastillas que una conocida del padre tomaba del hospital donde trabajaba. La consecuencia fue inmediata: tuvo que ser internada para un lavaje estomacal.

Pero, según Daniela, lo que le "quemó la cabeza" y más daño le produjo fue el pegamento que inhalaba. Por propia voluntad decidió, hace siete meses, internarse en este centro de rehabilitación para recuperar el amor y el cariño que tanto le faltó durante su adolescencia.

Gonzalo, de 18 años, también llegó a este lugar por decisión propia. Hace más de dos años se dio cuenta de que estaba enfermo, como él se describió. Como no se animaba a contarles a sus padres qué le estaba pasando, recurrió a la preceptora de su clase. El cursaba en ese momento el 8° de una EGB técnica de la localidad bonaerense de Claypole, al sur del conurbano. "Le dije que no daba más; que la droga me estaba consumiendo", confesó.

Otra vez, la violencia familiar había funcionado como disparador del flagelo de las adicciones. Gonzalo, con sólo 16 años, empezó a salir a la calle con más asiduidad. Según describía, estaba "en otro mundo". Lo que había comenzado con el consumo de cinco a seis cigarrillos de marihuana por día derivó, casi sin que él se diera cuenta, en la adicción al paco.

Lo cierto es que tampoco tenía dificultades para conseguir las drogas. Las nuevas amistades le habían indicado dónde ubicar al puntero de la zona que les suministraría las sustancias cada vez que se las pidiesen.

Gonzalo explicó que fue el consumo del paco lo que más problemas físicos le trajo: vomitaba muy seguido y sufría mucho del dolor de cabeza. Además, había dejado de asistir a la escuela y se quedaba hasta largas horas dando vueltas en la calle. Cuando llegaba a su casa entraba sin hacer mucho ruido para evitar que sus padres lo vieran. Hoy, Gonzalo quiere salir adelante, terminar el bachillerato que está cursando y recibirse de psicólogo social.

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