Más ventas y perspectiva de género en el mercado del ictus
Junto a un uso insuficiente de los ACODs, el gran debate clínico y social sobre el ictus radica especialmente en el impacto que ejerce en la población femenina y las personas de edad avanzada. Si en el análisis realizado a finales de 2016 se puso el acento en el insuficiente uso que se hace en España de los citados anticoagulantes orales directos, toca ahora analizar por qué mujeres y ancianos son los colectivos más afectados por un problema de salud pública evitable en el 80% de los casos.
El ictus, uno de los problemas de salud más letales y discapacitantes que existen, supone el fallecimiento del paciente en el 15% de los casos, siendo desde hace tiempo la primera causa de mortalidad de la población femenina, especialmente por encima de los 80 años de edad. Un dato a tener en cuenta, ya que la incidencia del ictus oscila entre los 110.000 y los 120.000 nuevos casos al año y las perspectivas aseguran que aumentará en las próximas décadas.
Mujer e ictus
Las enfermedades cardiovasculares, y especialmente cuando afectan al cerebro, son la primera causa de mortalidad femenina, con 270,2 casos por cada 100.000 habitantes. Hoy se sabe que las mujeres acarrean un doble de riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular, con un 16% más de probabilidad de sufrir fallo cardiaco y dos veces más riesgo de infarto que los varones. En términos estadísticos, este grupo poblacional representa un peor control de la fibrilación auricular (FA), así como se enfrenta a peores consecuencias derivadas de los eventos cardiovasculares. Hace apenas un lustro, las enfermedades cerebrovasculares ya suponían el 8,5% de las causas de muerte en mujeres. Un dato al que se une saber que, de los 800.000 pacientes anticoagulados que hay actualmente en España, el 44,3% son mujeres.
Aun siendo cierto que hombres y mujeres comparten los principales factores de riesgo de ictus, también lo es que las féminas cuentan con aspectos exclusivos de gran calado, que hacen su abordaje más complejo. La diabetes, las migrañas con aura, la citada FA, la depresión o la hipertensión (HTA) se presentan con mayor frecuencia en las mujeres, muchas veces asociadas a una mayor longevidad media. Siendo también importantes los cambios hormonales, naturales o debidos a tratamientos hormonales sustitutorios posteriores a la menopausia y por causa de la diabetes gestacional. De igual modo, el embarazo, la preeclampsia y el uso de anticonceptivos orales, especialmente en mujeres con una alta presión sanguínea, también revisten una gran importancia. Concretamente, la HTA ligada al embarazo es la principal causa de ictus en mujeres embarazadas y durante el periodo post parto.
Lo anterior motiva que, aquellas embarazadas con presión arterial moderadamente elevada, requieran medicación específica. Un tratamiento que debe ser inmediato, por el contrario, cuando dicha HTA es muy alta. En esos casos está indicada la aspirina a dosis bajas y suplementos de calcio para reducir los riesgos de preeclampsia. Ya que, si esta llega a producirse, se duplica el riesgo de ictus y se cuadruplica la amenaza de padecer HTA gestacional e, incluso, de forma vitalicia.
Dada la conexión entre ictus y hormonas, se debe monitorizar previamente el uso de píldoras anticonceptivas con objeto de detectar presiones arteriales elevadas y su consecuente riesgo cerebrovascular. De igual forma, debe cesar el consumo de tabaco en la mujer, como factor multiplicador de riesgo, además de vigilar estrechamente las referidas migrañas con aura.
Por lo anterior, la prevención más elemental del ictus pasa especialmente por controlar las variables de riesgo en la población femenina y, de forma válida para ambos sexos, a partir de los 75 años de edad. Con especial atención, desde edades más tempranas, a condiciones de salud tan preocupantes como la peligrosa FA, la enfermedad cardiaca congestiva y la estenosis de la arteria carótida, como se ha dicho, especialmente en mujeres.
Amenaza para los mayores
En ictus, el factor de riesgo no modificable más importante es la edad avanzada. Un desarrollo natural de la persona que, sin embargo, es preciso vincular estrechamente a la FA. Existe consenso epidemiológico en que es, aproximadamente, un millón de personas el número de individuos que padece este grave problema de salud en España. Con una incidencia anual de 100.000 nuevos casos y una mortalidad, en comparación con el resto de las causas, del 12%.
Según esos mismos cálculos, se estima que el 8,5% de la población total española mayor de 60 años sufre FA, de los cuales un 21% está en riesgo severo de experimentar un ictus. Una cifra que asciende al 23,5% cuando se trata de personas mayores de 80 años. De igual forma, dicha FA asigna a la población femenina un 55% más de riesgo de sufrir un evento cardíaco, con lo que las perspectivas de ver aumentar el ictus en mujeres serán crecientes, ya que también se estima que hacia el año 2050 las cifras de la FA se habrán multiplicado por tres.
Como es sabido, entre el 75 y el 89% de los ictus tienen lugar en personas de más de 65 años, con un 50% de los casos a partir de los 70 años, o más, y un 25% en pacientes que ya superan los 85 años. Como enfermedades principales causantes de ictus en ancianos, se destaca la arteriosclerosis de arterias de diferente tamaño y la cardioembolia. Sin olvidar que el mayor riesgo de ictus isquémico radica en factores ya conocidos como la FA, la HTA, la diabetes, el tabaquismo y la hipercolesterolemia, verdaderas bestias negras de las sociedades desarrolladas.
Prevención y rehabilitación
Dado que el citado ictus isquémico puede deberse a una embolia de origen cardiaco, en presencia de FA, o de arteriosclerosis cerebral, el abordaje actual pasa por controlar la enfermedad arteriosclerótica, mediante la disminución de todos los factores de riesgo analizados. En términos de prevención primaria, cabe destacar la adopción de estilos de vida saludables en los que se incluya como hábito el control de la tensión arterial, la reducción del peso corporal y el perímetro abdominal, la actividad física regular y adaptada a cada edad y, especialmente, el abandono de todo tabaquismo, así como la reducción de la ingesta de alcohol hasta tasas moderadas y de la sal en las comidas. Así mismo, ante ictus ya consumados, o necesidad evidente de tratamiento preventivo en poblaciones de riesgo, la prevención secundaria pasa por realizar un atento seguimiento farmacoterapéutico, sin descuidar los efectos adversos e interacciones que pueden derivarse de uso de antiagregantes y anticoagulantes, incluyendo entre estos últimos a los de acción directa (ACODs). Desde una observancia que también debe incluir la alimentación, ya que existen alimentos de hoja de verde, como las espinacas, con abundante contenido de vitamina K, pernicioso en términos de ictus.
En otro aspecto, y como recuerdan también muchos neurólogos, las enfermedades cerebrovasculares son la primera causa de discapacidad física en adultos y solo la segunda después de las demencias. Por estas razones, el objetivo principal de toda técnica de rehabilitación es actuar sobre los déficits motores y sensoriales que supongan discapacidad, de cara a poder lograr la mayor autonomía personal del paciente. Dado que el 35% de los pacientes de ictus sufren sus efectos discapacitantes importantes, dicha rehabilitación debe tener el inicio más temprano posible, al decir de la clínica más actual, una vez que la persona afectada ya dispone de diagnóstico preciso y está clínicamente estabilizada. Tras la fase aguda de la enfermedad, la conveniencia y duración de cada programa rehabilitador deben ser dictadas por la importancia del déficit motor o sensorial constatado. Un problema que ya es común a 300.000 ciudadanos, que padecen en su día a día algún tipo de merma funcional en sus capacidades, por causa de un ictus.
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