domingo, 22 de noviembre de 2009
No sólo es necesario estimular la presencia de la empatía, también es necesario ejercitar su control
LA IMAGEN DE TINO SORIANO
En el servicio de urgencias del Hospital Vall d’Hebrón de Barcelona, la enfermera Mar Royo atiende a Paulo, un brasileño que ha sido agredido por una banda de skinheads y atropellado por un vehículo en su huida.
EDUCACIÓN MÉDICA
Cine y empatía
JANO.es
Luis M. Iruela
Psiquiatra. Hospital Puerta de Hierro. Madrid
13 Noviembre 2009
No sólo es necesario estimular la presencia de la empatía, también es necesario ejercitar su control
Un requisito necesario para la actividad clínica es saber distinguir la enfermedad del enfermo. Y esto sólo es posible si somos capaces de entender al paciente. Entender a alguien supone captar sus emociones, sus sentimientos y los motivos de su conducta. En definitiva, ver el mundo con sus ojos. Justamente lo que la empatía logra.
Douglas Sirk, director de algunos de los más fulgurantes melodramas de la década de los cincuenta, afirmaba que el cine es, ante todo, emoción. Esta conexión inmediata entre el lenguaje de las imágenes y el mundo de los afectos convierte a aquél en una poderosa herramienta con la que puede el espectador aceptar emocionalmente el punto de vista de cada uno de los personajes de una película, es decir, lo convierte en un camino real para el ejercicio de la empatía, condición imprescindible esta última para la dotación profesional de todo médico clínico en nuestra sociedad del siglo XXI.
Pero, además, tiene el cine la virtud de transmitir ideas (“una imagen también puede ser una idea” –decía Paul Schrader–) y de plantear problemas teóricos con cierta oportunidad de manera accesible y atractiva para el gran público. Emoción y pensamiento son las dos potencias del cine que hacen de él un vehículo adecuado para acometer algunas tareas intelectuales como la educación médica o la reflexión sobre los grandes temas de la medicina que socialmente preocupan en el tiempo actual.
Blade Runner
Dirigida por Ridley Scott en 1982, la película Blade Runner ofrece un buen ejemplo de lo dicho anteriormente. En ella, pensamiento y emoción se unen para renovar, en un ambiente futurista, una vieja cuestión de la antropología romántica, la relativa a la distinción entre el hombre natural y el creado por la ciencia.
En el filme, la diferencia se establece por medio de la aplicación de un “test de empatía”, que recibe el nombre imaginario de “Prueba de Voight-Kampff” y que está directamente basado en el experimento de la asociación de palabras de Carl Gustav Jung.
En esencia, el test consiste en someter al examinando a una batería de estímulos verbales de variada resonancia psicológica, mientras se estudia en él la aparición o no de una reacción vegetativa determinada (en este caso, la modificación del diámetro de la pupila) que, a su vez, revele la presencia de una emoción profunda desencadenada por un estímulo concreto.
Sólo los seres humanos genuinos serían capaces de experimentar un movimiento interior de empatía ante ciertas situaciones. Por el contrario, aquellos otros seres creados por la ingeniería genética (llamados replicantes en la película) no podrían conseguirlo ni simularlo siquiera.
¿Qué es lo específicamente humano? Esta es la gran pregunta que el largometraje plantea. Y a la que responde con algún atrevimiento: aquello cuya carencia impide nuestra condición humana no es la razón ni el lenguaje sino la empatía.
¿Qué es empatía?
Se debe a Theodor Lipps la formulación clásica del concepto. Así, el término “Einfühlung” (“sentir en”) apareció por vez primera en su obra Estética (1907), donde era definido como un proceso de imitación interna, de naturaleza involuntaria, por el que un sujeto se identifica con la existencia de otro cuerpo a través del sentimiento.
Es de notar que la visión de Lipps de la empatía era estética, ya que, según él, el proceso de identidad aludido tendría lugar, sobre todo, entre un sujeto y un objeto, y no sólo entre dos seres humanos. Años más tarde, Vernon Lee lo expresaría de esta elegante manera: “El placer del arte es un goce de nuestra propia actividad en un objeto” (Lo bello, 1913). Recuérdese, a este respecto, el instante de unión que ocurre entre la obra de arte admirada y quien la admira.
En resumen, para Lipps la empatía vendría a ser una condición estética porque dota al individuo de un acceso instantáneo a la belleza. Edmund Husserl, sin embargo, lograría una versión mucho más depurada del concepto al entenderlo como aquella forma general en que todo hombre reconoce al otro. Siguiendo esta misma línea, su discípula Edith Stein, en su tesis doctoral Sobre el problema de la empatía (1916), la describe como un modo ciego de conocimiento que alcanza la existencia del otro sin poseerlo.
Si se admite este enfoque es, entonces, preciso distinguir la empatía de lo que Dilthey llamaba comprensión (Verstehen). Comprender es una función intelectual, un darse cuenta de los contenidos de la experiencia para situarlos después en su contexto. Supone, por tanto, un trabajo reflexivo que no puede ser reducido a una efusión especial del sentimiento.
En otras palabras, la comprensión sería una labor racional en tanto que la empatía responde, más bien, a una emoción anterior al pensamiento con la que cada uno de nosotros tiende a perderse a sí mismo en los demás. Esto último implica la capacidad de ponerse en el lugar del otro, la de compartir una idéntica pasión y la de vivir sufrimientos y alegrías que nos son, en principio, ajenas. Todo ello es empatía.
Sutura
Cuando alguien ve una película deja en suspenso su juicio de realidad y acepta lo que la pantalla le muestra de un modo natural. La mirada de la cámara se convierte en su propia mirada aunque los movimientos de aquélla cambien con brusquedad de escena o de personaje. Nada extraña al espectador, que no se pregunta por qué se han dispuesto así las imágenes o por qué se cuenta de esta manera la historia, antes bien, tiende a adoptar el punto de vista del narrador sin poner condición alguna.
El resultado es que va adquiriendo, a través de un proceso mental de imitación, las distintas visiones del mundo que los personajes muestran. Se trata de un fenómeno psicológico llamado “sutura”, descrito por el psicoanálisis de Lacan y empleado después por cierta crítica cinematográfica, inspirada en la semiótica, para explicar cómo se generan los significados de un filme en quien lo ve.
La palabra sutura, una metáfora tomada del mundo médico, señala que permanece el espectador “cosido” a la trama de imágenes sin poderse desprender de ella ni evitarla. Esto condiciona su forma de ver la película. La sutura permite al cine despertar emoción. Y es, en realidad, el mecanismo por el que una cinta conmueve al espectador. No es difícil percibir, entonces, su intensa relación con la empatía.
En ese sentido, tiene el cine el poder de crear sentimientos comunes en el público de una misma proyección, Este es, precisamente, el motivo de su uso político y mercantil. Ahora bien, sería más importante aplicar ese poder colectivo a una tarea de verdadero interés médico como lo es la enseñanza de la empatía.
Formación en empatía
La emoción puede aprenderse. De hecho, es la gran experiencia que adquirimos en la infancia. Así, todos somos conscientes del influjo educativo del ambiente familiar en el desarrollo personal y en la formación del carácter.
Un requisito necesario para la actividad clínica es saber distinguir la enfermedad del enfermo, o sea, diferenciar el proceso morboso del ser humano que lo sufre. Y esto sólo es posible si somos capaces de entender al paciente. Entender a alguien supone captar sus emociones, sus sentimientos y los motivos de su conducta. En definitiva, ver el mundo con sus ojos. Justamente lo que la empatía logra.
La emoción, es cierto, no implica por fuerza que la comprensión se alcance, pero es el primer paso necesario para hacerlo; el camino que lleva a esa emoción a convertirse en idea, en reflexión, en pensamiento. De la empatía al conocimiento, éste sería el trayecto acertado.
Ver cine es comprender a través de los afectos y acercarnos a los demás por medio de la sutura. Ver cine en público nos hace compartir en la sala los mismos sentimientos por unos personajes. Ver cine, en suma, es entrenar la empatía, afinarla para detectar en la vida real la presencia emocional de los otros.
Por ello, esta potencia de imágenes compartidas podría constituirse en un aula abierta que nos sirva a los médicos para distinguir la biología de la persona o, lo que es lo mismo, la enfermedad del enfermo, y contribuir de este modo a una práctica más científica y más satisfactoria.
Medicina orientada al paciente
Se trataría, por tanto, de recuperar la enseñanza de una medicina orientada al paciente, considerando a éste un individuo y no sólo una abstracción. El cine facilita esa formación, nos ayuda a agudizar nuestra capacidad de observación y nos dispone hacia una presencia de ánimo cercano a la comprensión.
Sin embargo, también la empatía contiene sus trampas, la mayor de las cuales sería la falta de, al menos, una delgada distancia con el sufrimiento del otro. La suficiente para mantener una claridad necesaria de juicio que permita poderle ayudar. En la inclinación compasiva del médico acecha un riesgo seguro, el de que la identidad del paciente y la suya puedan llegarse a confundir. Por esa razón, se hace preciso educar la empatía, no sólo para estimular su presencia, sino también para ejercitar su contención y control.
Algunos autores piensan que es precisamente la simpatía (una forma atenuada de emoción empática) la actitud afectiva correcta del médico ante el enfermo, ya que de esta manera quedarían preservadas las identidades de ambos. Esto supondría, sin duda, un cambio en la relación terapéutica, el que va de “sentir con el otro” a “sentir por el otro”. Sin embargo, el desgaste emocional del médico sería menor y aumentaría además su tiempo para centrarse en los aspectos técnicos de la enfermedad.
Sea como fuere, en su forma plena –o mejor en su forma contenida–, no deberíamos olvidar la importancia de la empatía en la práctica diaria. Sobre todo, si recordamos que tiene por objeto la medicina el alivio del mal, y que este último sería, en palabras de Gilbert –uno de los psicólogos de los juicios de Nuremberg–, “la ausencia de empatía”.
“La capacidad de ponerse en el lugar del otro, la de compartir una idéntica pasión y la de vivir sufrimientos y alegrías que nos son, en principio, ajenas. Todo ello es empatía”.
Referentes cinematográficos
Blade Runner, un clásico de la ciencia ficción
Ridley Scott dirigió esta película de ciencia ficción, estrenada en 1982 y basada, aunque lejanamente, en la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, que con el tiempo se ha convertido en un clásico de la ciencia ficción. El guión fue escrito por Hampton Fancher y David Peoples y su reparto incluye a Harrison Ford, Rutger Hauer, Sean Young, Edward James Olmos, M. Emmet Walsh, Daryl Hannah, William Sanderson, Brion James, Joe Turkel y Joanna Cassidy. El diseñador principal fue Syd Mead y la música original fue compuesta por Vangelis.
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