sábado, 27 de enero de 2018

Tecnoabalorios: dudosa utilidad - DiarioMedico.com

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RESONANCIA INFORMATIVA

Tecnoabalorios: dudosa utilidad

Desde el primitivo podómetro, el mercado de los biosensores portátiles ha experimentado un auge espectacular, primero en el ámbito deportivo y cada vez más en el de la salud. Pero, ¿sirven para algo estos tecnocachivaches?
por José Ramón Zárate. Subdirector de DM   |  27/01/2018 10:00
 
 

Tecnoabalorio
En inglés los llaman wearables biosensors. En español se podrían traducir como biosensores portátiles o portables, aunque la Fundación del Español Urgente (Fundeu) ha propuesto adaptarlos no muy acertadamente como tecnologías ponibles o vestibles. Habrá que esperar al ingenio popular o a la sensatez filológica para que encuentren un acomodo apropiado antes de que se imponga un nuevo anglicismo que la Real Academia acabaría aceptando y castellanizando como uerable o huerable, con hache, que queda como más vestido.
En cualquier caso, estos tecnoaccesorios o tecnoabalorios no dejan de proliferar, siendo el de la salud uno de sus ámbitos preferidos. Controlan la calidad del sueño, las calorías ingeridas, las distancias recorridas, la presión arterial, los periodos fértiles, los niveles de oxígeno y de glucosa, el pulso, la temperatura corporal, los hábitos dietéticos, el estrés, la productividad y las ondas cerebrales. El año pasado la FDA estadounidense aprobó el primer dispositivo médico para Apple Watch, KardiaBand, de Alivecor, que mide la frecuencia cardiaca y elabora electrocardiogramas. También dio luz verde a la primera píldora inteligente digerible, Abilify MyCite, desarrollada por Otsuka Pharmaceutical y Proteus Digital Health: se trata de pastillas de aripiprazol, para la esquizofrenia, con un sensor que avisa de la adherencia terapéutica, es decir, si el enfermo ha tomado el fármaco.
El mercado de estos dispositivos parece tan prometedor que tanto las grandes compañías farmacéuticas como los gigantes tecnológicos han multiplicado sus operaciones en los últimos años. Roche, por ejemplo, compró el año pasado la aplicación (app) mySugr a una start-upaustriaca; ya tenía un millón de usuarios registrados en 52 países. Se puede conectar al dispositivo Accu-Chek de Roche para medir la glucosa. Apple compró Beddit, un sensor que registra la latencia, duración, despertares, respiración, pulsaciones y otros parámetros del sueño. Un año antes se le había adelantado la finlandesa Nokia al comprar a la francesa Withings, que cuenta con pulseras cuantificadoras y relojes inteligentes. Y Google adquirió una pequeña star-up de Seattle llamada Senosis Health con tres app para móviles: BiliCam que escanea la ictericia del neonato; SpiroSmart que convierte el micrófono en un espirómetro y HemaApp que también usa la cámara del móvil para medir la hemoglobina. A Philips y a Colgate les ha dado por los cepillos de dientes inteligentes, a la japonesa Omron por un smartwatch que registra la presión sanguínea, y a Neutrogena por un parche conectado al móvil, SkinScanner, que mide la humedad de la piel y otras texturas. Hay otros muchos ejemplos de ropa inteligente, tatuajes digitales y gafas diagnósticas.
Al margen del esnobismo que puedan tener estos tecnoabalorios, ¿contribuyen a mejorar la salud de sus portadores y el autocuidado? ¿Generan datos valiosos para el diagnóstico y la investigación? En el primer número de la nueva revista Digital Medicine, del grupo Nature, aparecido el pasado 15 de enero, el equipo de Brennan Spiegell director de Investigación de Servicios de Salud del Hospital Cedars-Sinai en Los Ángeles, analiza con detalle 27 estudios de 13 países publicados entre enero de 2000 y octubre de 2016 sobre estos biosensores portables; eran los de mayor calidad de entre los más de 4.000 estudios revisados por los autores. Los dispositivos estudiados, integrados en relojes, cinturones, parches cutáneos y camisetas, incluían rastreadores de actividad física, monitores de presión arterial, electrocardiogramas, básculas, acelerómetros y oxímetros de pulso. Su conclusión es que "no hay suficiente evidencia de que cambien los resultados clínicos de manera significativa". Así lo vieron en los seis parámetros estudiados: índice de masa corporal, peso, circunferencia de la cintura, grasa corporal y presión arterial. "Hay una gran diferencia entre el uso de estos sensores para vigilar el sueño y su utilidad para tomar decisiones médicas sobre la obesidad, la EPOC, la hipertensión o el Parkinson".
Los autores echan parte de la culpa a la falta de datos. Encontraron muy pocos ensayos controlados aleatorios para cada uno de los resultados clínicos analizados, y los estudios variaron significativamente en dispositivos utilizados, poblaciones estudiadas e intervenciones evaluadas. "Muchos de los estudios que revisamos todavía estaban en la fase piloto", reconoce el autor principal, Benjamin Noah.
En espera de estudios más fiables, sí parece que las aplicaciones saludables las usan preferentemente las personas más sanas y pudientes. Así lo corrobora una encuesta de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York que se publica este mes en Health Communication y que se ha centrado en los hábitos de sueño. "Las personas obtienen mucha información sobre sus patrones de sueño pero no saben cómo interpretarla realmente, o incluso si se trata de datos fiables", dice la investigadora principal, Rebecca Robbins. La encuesta comprendía una población étnicamente diversa de 934 usuarios de teléfonos móviles, de los cuales 263 (28 por ciento) usaban una aplicación de salud para cuantificar el tiempo de sueño, a qué hora apagan las luces, si se despiertan en mitad de la noche, si roncan, tienen problemas para respirar o cambian de posición para dormir. La edad media era de 34 años, lo que enturbia ya los datos, y los encuestados tenían entre 16 y 25 aplicaciones de salud en sus móviles, sobre todo Fitbit, Lose It y Apple Health. Las personas con ingresos anuales superiores a 75.000 dólares tenían más probabilidades de curiosear en sus hábitos oníricos. Los autores comentan que por ahora no es fácil validar las mediciones de estos dispositivos y que los profesionales de la salud no saben muy bien cómo usarlas para ayudar a cambiar comportamientos que mejoren la salud.

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