EL ESCÁNER
El inhumano paraíso transhumanista
Los transhumanistas dibujan un futuro demasiado idílico para que se cumpla y bajo unas condiciones que transformarían su paraíso tecno-humano en un purgatorio de desigualdades y discriminaciones.
por José R. Zárate. Subdirector | 05/05/2018 10:00
Para unos son seres peligrosos, para otros unos cantamañanas y hay quien los considera visionarios, heraldos de un futuro inmortal y paradisíaco. La publicación de La muerte de la muerte, del desacreditado ingeniero José Luis Cordeiro y de David Wood, cofundador del sistema operativo Symbian, ha revivido esa amalgama tecno-iluminada conocida como transhumanismo. El término comenzó a difundirse hacia 1990 impulsado, entre otros, por Max More, consejero delegado de Alcor Life Extension Foundation, que criogeniza cuerpos por 200.000 dólares para despertarlos y curarlos en el futuro. Es la creencia optimista en la eterna juventud a través de la tecnología en sus diversas facetas: nanotecnología, biotecnología, ingeniería genética, potenciación cognitiva, robótica, inteligencia artificial, etc.
La evolución biológica, según Max More, será superada por los avances en genética y tecnologías implantables: "Impulsamos la libertad morfológica, el derecho a modificar y potenciar el cuerpo, el intelecto y las emociones". Otros pensadores tanshumanistas como Hans Moravec y el genio polifacético Raymond Kurzweil, director de ingeniería en Google, defienden "el fin de la dependencia de nuestros cuerpos transformando nuestra frágil versión 1.0 en su más duradera y capaz versión 2.0".
- Es la creencia optimista en la eterna juventud a través de la tecnología en sus diversas facetas
En su libro, Cordeiro y Wood aseguran que "en el año 2045 la muerte será opcional" y el envejecimiento, una enfermedad curable; moriremos -conceden- a causa de accidentes, pero nunca por muerte natural; será la redención biotecnológica del ser humano. Basándose en la existencia de células inmortales, como las germinales o las cancerígenas, el futuro prometido no significa "vivir 140.000 años en estado decrépito, pues los humanos tendrán la capacidad de rejuvenecer, como las células madre", que nunca caducan. La enfermedad, el envejecimiento y la muerte quedarán derrotados por este posthumanismo salvífico. "Si queremos vivir en el paraíso -promete David Pearce, cofundador de Humanity Plus, junto con Nick Bostrom, Wood y Cordeiro-, tendremos que refabricarnos. Si queremos vida eterna, necesitaremos reescribir nuestro defectuoso código genético y convertirnos en cuasi-dioses. Solo soluciones de alta tecnología pueden erradicar el sufrimiento del mundo".
Inteligencia artificial
En The Conversation, Alexander Thomas, de la Universidad East London, comentaba el año pasado el ingenuo fideísmo de esta filosofía: "El transhumanismo se convierte en un tecno-antropocentrismo que subestima la complejidad de nuestra relación con la tecnología. La ven como controlable, maleable, adaptable a cualquier fin". Sueñan con estudiantes y deportistas supercapacitados por modificaciones genéticas o farmacológicas, soldados metabólicamente invencibles, inteligencias sobrehumanas. Más aún: emergerá la Singularidad, la idea de que una vez que la inteligencia artificial alcance un cierto nivel se rediseñará a sí misma, sobrepasando a los propios humanos, como vaticina Ray Kurzweil. La meta es una entidad no humana derivada de la humanidad presidida por valores superiores. En su tratado transhumanista The Proactionary Imperative, Steve Fuller y Veronika Lipinska argumentan que "estamos obligados a perseguir sin descanso el progreso tecno-científico hasta que alcancemos nuestro destino cuasidivino o un poder infinito para servir a Dios convirtiéndonos en Dios. Reemplazar lo natural con lo artificial es clave para este imperativo".
Liberar a la humanidad de sus limitaciones biológicas, hacerla de algún modo menos humana, no es algo negativo, declaró hace unos años a New Scientist el político y transhumanista italiano Giuseppe Vatinno, porque eso nos haría menos sujetos a los caprichos de la naturaleza, como la enfermedad o los climas extremos. Admitía que el transhumanismo es un tipo de religión de la ciencia y la tecnología porque proporciona principios éticos: "El método científico implica una absoluta honestidad en la producción de datos y en la búsqueda de la verdad". Y en efecto, esta corriente ya ha empezado a erigir nuevos templos. Anthony Levandowski, pionero de los coches autónomos de Google, presentó hace poco el Way of the Future Church, un camino eclesial basado en el desarrollo de la inteligencia artificial. Otras propuestas similares son la Iglesia de la Vida Perpetua, la Iglesia Turing, el Movimiento Terasem, la Asociación Cristiana Transhumanista y la Asociación Transhumanista Mormona. El objetivo más o menos común es alumbrar y abrazar esa Humanidad 2.0 en la que, además de vencer las enfermedades y la muerte, se habrá rediseñado, recreado, al hombre, en una especie de hibridación tecno-biológica con capacidades potenciadas y eternidades virtuales gracias a la posibilidad de volcar el cerebro en androides o en cuerpos clónicos rejuvenecidos una y otra vez.
El compendio transhumanista de lo mejor de la ciencia-ficción es fácil de suscribir: un futuro sin dolor, sin vejez, sin maldad, sin imperfecciones... Pero, ¿será así de luminoso y paradisiaco? Buena parte de la literatura futurista advierte de las distopías que generan estos mundos perfectos. ¿Cuáles son los límites de la corrección biotecnológica? Desde la óptica transhumanista, la discapacidad, física o mental, es indeseable y hay que erradicarla. Plantean así un espinoso debate: ¿dónde termina la acción terapéutica y dónde empieza la modificación de lo humano? ¿No hay una mera diferencia de grado entre un implante coclear y otro que detecte los ultrasonidos?
- En el paraíso transhumanista siempre habría posibilidades de mejora
Hasta cierto punto todos somos discapacitados, no hay nadie perfecto. En el paraíso transhumanista siempre habría posibilidades de mejora y por tanto discapacitados. La eugenesia sería interminable y dejaría muchas víctimas por el camino, como se aprecia ya hoy con la selección embrionaria. El atractivo axioma de que es mejor, más lícito, producir un individuo no discapacitado en vez de uno discapacitado, como defiende el bioético y filósofo de la Universidad de Manchester John Harris, conduce a permanentes discriminaciones y desigualdades, y a la imposición de normas taxativas y autoritarias sobre qué hacer con las personas superfluas, como ha planteado el historiador tan de moda Yuval Noah Harari. En tal caso, como bien refleja, entre otras, la película Elysium, prevalecería una pequeña élite que concentraría esa transformación tecnológica y una masa redundante de personas, dependientes de la benevolencia de esos elegidos. Como deduce Alexander Thomas, los valores del nuevo tecno-humano no serían más limpios y asépticos, sino un reflejo de las grandezas y miserias humanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario