miércoles, 31 de marzo de 2010

El humanismo profesional de la relación clínica


Diariomedico.com
ESPAÑA
EL EX VICESECRETARIO DE LA OMC RESPALDA QUE EL EJE DEL ACTO MÉDICO SEA PATRIMONIO INMATERIAL CULTURAL DE LA HUMANIDAD
El humanismo profesional de la relación clínica
La propuesta de que la relación clínica sea declarada por la Unesco patrimonio cultural inmaterial de la humanidad no puede ser una idea más oportuna, según el autor. En unos momentos en los que la tecnología y el progreso científico se oponen, en ocasiones, al humanismo profesional, urge resaltar que el eje del acto médico ha de pervivir como esencia de esta ciencia basada en la relación entre el profesional y el paciente.


Francisco Toquero - Miércoles, 31 de Marzo de 2010 - Actualizado a las 00:00h.

Declarar Patrimonio de la Humanidad la relación médico-paciente no sólo es una idea genial, sino que es a la vez oportuna en estos momentos donde las fronteras y los límites entre las diferentes profesiones sanitarias se difuminan con la anuencia de los gestores y políticos, más preocupados de las apariencias que de la realidad, más preocupados de la competición entre comunidades autónomas que de gestionar con eficacia, efectividad y eficiencia, y dando cada día más la espalda a las demandas de los profesionales, que sólo buscan la calidad prestada a los usuarios y denunciar las medidas coercitivas y economicistas que a veces la impiden.

El médico debe ser consciente de que su relación profesional interpersonal con el paciente debe estar caracterizada por el respeto que inspira su investidura técnica en una profesión de alto contenido social, la expectativa de la población de que manifieste un comportamiento adecuado a su alta responsabilidad, su condición de piedra angular en la prestación de un servicio de gran significación humana -como es promover o restablecer la salud-, la demanda de una constante disposición a la relación de ayuda sin aspiración de reciprocidad y la exigencia del planeamiento cuidadoso de cada una de sus acciones para evitar errores de grandes potencialidades iatrogénicas.

Los objetivos que persigue el paciente, el estado afectivo de ambos y la posición de cada uno siempre interfieren en esta relación médico-paciente. El médico como profesional, por lo general, es situado por el paciente en una posición de superioridad, por lo que él debe equilibrar esa situación con su actuación. Otro aspecto fundamental en la relación clínica lo constituyen las vías de comunicación, que puede ser verbal y extraverbal (gestos, expresiones faciales, tacto, sobre todo al realizar el examen físico, y, por último, el instrumental utilizado como complemento). Como decía nuestro insigne Gregorio Marañón, el instrumento más importante de la Medicina es la silla. El paciente es una persona, no un problema médico que deba resolverse. La relación cambia en función de la sociedad y los siguientes factores se encuentran interrelacionados: los avances tecnológicos de la Medicina, la excesiva especialización profesional, la necesidad del trabajo en equipo, la socialización de la Medicina, los riesgos de masificación y la necesidad de aceptar técnicas modernas de gestión.

Tecnología y calidad de la atención
Los avances científicos y tecnológicos han experimentado importantes desarrollos, pero éstos han actuado de forma inversamente proporcional a la calidad de la atención clínica al enfermo. Este avance ha desterrado la práctica humanística, a la vez que ha dado más peso a los datos objetivos obtenidos con aparatos de última tecnología. La adhesión del médico a las corrientes modernistas, con menoscabo de las técnicas y procedimientos de la propedéutica clásica y la realización de exámenes y pruebas de laboratorio que se valoraban a veces en equipo y sin presencia del enfermo han hecho que los paradigmas de la asistencia hayan sido sustituidos por una atención burocrática, despersonalizada y, a menudo, distante.

Por eso, algunos visionarios de la profesión médica recomiendan preservar o restaurar los aspectos humanos e ir al rescate del arte médico, para no caer en una práctica fabril de la Medicina, donde la presencia y el papel de los dos actores fundamentales en el acto médico (el paciente y el profesional médico) no debe desvanecerse hasta el punto de convertirse en meros espectros.

Con la dicotomía de que a mayor progreso de las ciencias de la comunicación y de los recursos técnicos, más reina la incomunicación entre médico y paciente, y de que cuanto más se combate el autoritarismo y más se fomenta el autonomismo, más se implanta el anarquismo y se deteriora la relación bidireccional medico-paciente, aparece una reactividad: tecnocracia y medicina defensiva por parte del médico, y descontento y denuncia por parte del paciente. Además, se fomenta la lucha por el poder sobre quién debe dirigir y decidir sobre un determinado asunto médico, sobre quién es el que tiene la última palabra sobre el paciente (él mismo, como dice la ley, pero sin prescindir del papel del médico como experto informante). Toda esta situación ha ido cambiando la habilidad de diagnosticar por la realización de procedimientos y técnicas no siempre necesarias, creando frustración y encono. Volviendo a Gregorio Marañón, podemos empezar por la silla. Sustraigamos el carácter fetichista de los excelsos ropajes tecnológicos de la Medicina y devolvámosle un halo de humanismo que nos permita satisfacer las necesidades de los pacientes y, desde luego, la relación médico-paciente se mostrará como lo que siempre ha sido y debe ser: esa parte mística de confianza que hace que la palabra también sea un medicamento. El paciente es una persona, no un problema médico que deba resolverse.

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