jueves, 20 de mayo de 2010

De objeto de asistencia a sujeto de derecho



De objeto de asistencia a sujeto de derecho
Por el Doctor Ignacio Katz


“Y si no estudiamos nuestra propia realidad, ¿quién lo va a hacer por nosotros?
Risieri Frondizi



El desarrollo de una Nación depende de múltiples factores, entre los cuales podemos ubicar al propio crecimiento de las capacidades económicas del país. No hay autonomía posible sin la presencia de industrias pujantes, que generen mano de obra local y que ofrezcan bienes y servicios a precios más accesibles que los producidos en el exterior. Además, ese proceso enriquece cualitativamente a la sociedad, que adquiere nuevos conocimientos, materia vital en estos tiempos.

Ciñéndonos al campo sanitario, observamos que en muchas ocasiones dependemos de tecnologías e insumos importados, lo que, además de encarecer los costos, acentúa nuestra dependencia y nuestra ignorancia. Retomando la frase de Risieri Frondizi, somos nosotros quienes necesitamos estudiar nuestros problemas. Nadie hará esa tarea en nuestro lugar. Por lo tanto, focalicemos aún más nuestra mirada, y analicemos un caso, el de las enfermedades renales y su tratamiento en base a la diálisis, para ilustrar esta situación de dependencia externa, una dependencia que se vuelve tanto material como cultural.

Un exhaustivo informe realizado por el Ministerio de Salud de la Nación, da cuenta de la cantidad de pacientes en diálisis crónica, y de la cantidad de centros correspondientes a esos tratamientos, actualizados al año 2007. Del Registro Argentino de Pacientes en Diálisis Crónica, se desprende que hay 25.031 personas que deben someterse a esos tratamientos. Este número indica un incremento constante de los pacientes en diálisis, desde que comenzó el Registro en 2004, y el análisis de las variables muestra que en la región del Litoral se registran tasas bajas, lo que lleva a pensar que hay dificultades para acceder al tratamiento. Por otra parte, el Registro de Centros de Diálisis indica que en todo el país hay 471 unidades de tratamiento, de las cuales 394 son privadas, tanto de multinacionales como de empresas independientes, en su mayoría Pymes de médicos nefrólogos.

Si nos concentramos entonces en la parte privada que depende del capital multinacional, vemos que esas empresas, en muchos casos, operan los centros de diálisis y además fabrican los insumos necesarios para el funcionamiento de los mismos. Así las empresas alimentan sus ganancias vendiéndole insumos a sus propios centros y a otras empresas independientes, a precios internacionales. De esta manera, el paciente queda “congelado” al rol de “cliente”, pero un “cliente cautivo” de la empresa y sus productos. Además, la dinámica de estas empresas lleva a que se concentren casi exclusivamente en las zonas más densamente pobladas, practiquen traslado de pacientes intraempresa sin tener en cuenta el domicilio del enfermo, y tiendan a prácticas monopólicas.

Estamos hablando de un volumen de dinero inmenso. Cada sesión de diálisis cuesta 327 pesos, y si se necesitan 13 sesiones por mes, hablamos de 4.245 pesos por paciente. Al año, el costo del tratamiento para cada paciente es de 50.949 pesos, y si a esa cantidad la multiplicamos por 25 mil, nos da que los tratamientos de diálisis cuestan más de 1.275 millones de pesos (cifras referidas al 2007, y que a la fecha han incrementado su valor y el número de pacientes involucrados).

El mencionado informe detalla qué máquinas e insumos para diálisis se tienen que importar: los monitores de hemodiálisis, las bombas de las plantas de agua, las agujas de fístula, la tela adhesiva hipoalergénica, el bicarbonato, el cloruro de sodio, las resinas de intercambio iónico, los filtros, y otros. La lista es inmensa, y lo que se fabrica en el país (jeringas, vacunas antihepatitis B, hierro, jabones, cintas de papel, gasas), es lo menos costoso. Llegamos al punto nodal de este artículo: la dependencia tecnológica del exterior.

La clave para no caer en el tobogán de la dependencia permanente del “afuera” es, en primer lugar, evitar la llegada a la situación de diálisis, mediante la prevención. La detección precoz y el tratamiento de protección de los riñones son las medidas más apropiadas para abordar la enfermedad renal crónica (ERC). Hay que orientar recursos para atender a quienes sufren enfermedades de riesgo de desarrollar ERC, como son diabetes, hipertensión arterial, afecciones cardiovasculares, periféricas, cerebrovasculares, enfermedad prostática, lupus, y vasculitis. Los recursos no son otros que tener profesionales capacitados y métodos complementarios sencillos y de bajo costo, (ecografía renal, laboratorio de rutina, etc.) A esos recursos hay que sumarles la educación sanitaria, los cambios de hábitos, el control de la glucemia en los diabéticos, el abandono del tabaco, y medidas de ese tenor.

Llevar adelante esas políticas evitaría seguir encareciendo los costos del tratamiento de diálisis, en un esquema que, como vimos, implica que gran parte de las piezas del engranaje provienen del exterior y hay que pagarlas a precio dólar. Ante hospitales públicos que no interactúan entre sí, y un capital privado dividido entre pymes y multinacionales, hay que revertir la situación de dependencia tecnológica.
Este panorama nos muestra una vez más, que no habrá destino nacional sin un esfuerzo estratégico sostenido y coherente al servicio del desarrollo. Debemos abandonar la recepción pasiva y el uso acrítico de tecnología ofrecida por el mercado internacional, que hoy por hoy solamente potencia la deuda externa y la deuda social.
Mundialización y globalización pueden ser términos intercambiables (según léxicos empleados), pero extranjerización y desnacionalización, ¡no!

Se trata de tener tecnologías apropiadas que respondan, en una “cascada lógica”, a los siguientes pasos:

º un plan de salud que enhebre y concatene
º programas que respondan a agendas articuladas
º en armonía a una planificación estratégica
º dentro de un sistema federal integrado de salud, que sólo será posible si su diseño contiene un acuerdo público-privado
º acuerdo que posibilite la complementación, evitando inversiones antieconómicas que se realizan no en función de las verdaderas necesidades, sino en función de las actitudes competitivas de un mercado no regulado como es el de la salud.

El panorama actual, de dependencia tecnológica, económica, y cultural, nos remite al “triángulo virtuoso”, descripto por Jorge Sábato y Oscar Varsavsky en los 60, que señala como meta la interacción permanente entre:

► el sistema científico-tecnológico y su infraestructura como sector de oferta de tecnología
► el Estado, como diseñador y ejecutor de la política
► el Sector Productivo, como realizador demandante de tecnología pilares que deben sostener una capacidad científico-tecnológica autónoma, como instrumento liberador y catalítico, base de un desarrollo armónico e integral.

Si la Argentina en sus desarrollos de innovación tecnológica reciente ha logrado metas complejas y exitosas como el reactor nuclear del INVAP (Instituto Nacional de Investigaciones Aplicadas), ¿cómo no poder asumir entonces nuevos desarrollos como aquéllos a los que hemos hecho referencia con anterioridad, en relación a la ERC?

Hoy, 25 mil personas en nuestro país necesitan para vivir de una tecnología que básicamente depende del exterior, y es un reflejo del grado de subdesarrollo que padecemos. Debemos alcanzar una planificación estratégica nacional, que se haga cargo de la responsabilidad intransferible que tiene el Estado en lo que hace a la salud de la población. Los procesos de extranjerización y desnacionalización económica nos han vuelto un “territorio” en vez de una “Nación”, y meros consumidores en lugar de ciudadanos. Y no se trata solamente de comprender el fenómeno como una puja de corporaciones. De lo que se trata es de no caer en conductas desertoras a la hora de preservar la dignidad humana argentina.

Si un país no tiene libertad de maniobra, ni capacidad innovativa, por más bellas palabras que pronunciemos, siempre estaremos limitados en nuestro desarrollo.
El laberinto de actores del campo sanitario argentino es un triste presente que debe remediarse, para que todos los actores involucrados, con el Estado como garante y orientador de recursos, para salir de la parálisis permanente y encarar el futuro con esperanza. Recordemos que hay 25 mil personas que dependen de máquinas para sus vidas, y de ellas 5 mil están en lista de espera por un trasplante.

No nos estamos refiriendo a un consumo ni ostentatorio ni volitivo, sino a una necesidad de aplicación obligada. No es un rubro menor en la economía médica, y dadas las características de su dinámica va potenciando la ineficiencia técnica y bloqueando la innovación, componente éste esencial en todo desarrollo científico.
Si logramos revertir esta condición, nuestro País, o sea todos nosotros, ¡saldremos ganando!.


Dr. Ignacio Katz. Doctor en Medicina (UBA). Autor de “En búsqueda de la salud perdida” (Edulp, 2006); “Argentina Hospital, el rostro oscuro de la salud” (Edhasa, 2004); “La Fórmula Sanitaria”(Eudeba, 2003).

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