Relación clínica con el paciente : La imagen del sufrimiento ajeno como banalización de la dignidad: a propósito de
La imagen del sufrimiento ajeno como banalización de la dignidad: a propósito de un selfie
López-Cortacans G
“El hombre debe ser objeto sagrado para el hombre”
Séneca
Vivimos tiempos en los que todo se propaga de manera global, de modo que cualquier evento se divulga por el planeta en unos segundos y prácticamente la totalidad de las personas podemos llegar a conocerlo. Esto es posible gracias a Internet que es una red masiva de redes que conecta a millones de ordenadores en todo el mundo, formando una red en la que cualquier ordenador se pueda comunicar con cualquier otro equipo, siempre y cuando ambos están conectados a internet. El surgimiento de las redes sociales ha venido acompañado del auge y desarrollo constante de las tecnologías de la comunicación, desde el ordenador personal, como la televisión digital, o más actuales, como la telefonía móvil y tabletas digitales. Según datos proporcionados por el Ministerio de Industria en, el número de líneas de telefonía móvil automática superó los 53,5 millones, por lo tanto ya disponemos de más líneas que habitantes en España.
La cultura de la virtualidad real
El avance de la tecnología ha hecho que estos aparatos incorporen funciones que no imaginábamos hace apenas unos años como: juegos, reproducción de música MP3, correo electrónico, SMS, agenda electrónica PDA, fotografía digital y video digital, navegación por Internet, GPS, y hasta televisión digital. Esta incorporación de las nuevas tecnologías en nuestra vida cotidiana, ha propiciado uno de los cambios paradigmáticos de nuestra época, que es la llamada sociedad en red caracterizada por una cultura de la virtualidad real construida mediante un sistema de medios de comunicación omnipresentes, interconectados y diversificados.
De este modo, esta nueva forma en la que nos interrelacionamos en las redes sociales contribuye a la creación de nuestra identidad frente a los demás y frente a nosotros mismos. Así, se descubre que a través de las redes sociales se tiene la oportunidad de pasar del anonimato a convertirse en un personaje famoso en el mundo digital de forma más sencilla; de este modo la red social transforma lo local, lo íntimo y privado como entorno inmediato en el que nos comunicamos.
La utilización de las redes sociales se ha convertido en un ritual que permite registrar y compartir, “subir”, instantes que, antes de la aparición de estos dispositivos hubieran quedado sin ser plasmados y compartidos con los demás. Así, la telefonía móvil establece ritos que, con sus nuevos sentidos y significados, transforman las rutinas y los esquemas del orden establecido. Ahora la frontera entre lo público y lo privado queda difuminada, el ciudadano adquiere nuevos hábitos de privacidad al compartir, libremente o no, sus datos con su red de contactos, en la que figuran personas que no son conocidas de forma personal directa.
La identidad pública se ve ampliada en forma de una identidad digital donde se exponen y comparten los hobbies y aficiones en el muro, los menajes y las fotos privadas en las redes sociales. De este modo, las fronteras que separaban ambos espacios, público y privado, están desintegrándose, en medio de una crisis que propicia un nuevo modelo que demanda nuevas interpretaciones. De este modo, las redes sociales aceleran nuestros procesos de acercamiento humano y contribuyen directamente en este proceso de compresión espacio-temporal, nos acercan a gran velocidad con gente en lugares remotos, facilitando y posibilitando la comunicación instantánea compartiendo mensajes e imágenes.
Este fenómeno creciente hace que la esfera pública se transforme en una especie de sala de estar compartida equiparable al salón de la casa propia, pero usufructuado por individuos que no comparten relación aun estando en el mismo espacio. En este contexto se propicia una nueva sensibilidad tecnosocial, donde las tecnologías de comunicación, más allá de su mera instrumentalidad, posibilitan nuevos modos de ser, cadenas de valores y sensibilidades sobre el tiempo, el espacio y los acontecimientos culturales.1
López-Cortacans G
“El hombre debe ser objeto sagrado para el hombre”
Séneca
Vivimos tiempos en los que todo se propaga de manera global, de modo que cualquier evento se divulga por el planeta en unos segundos y prácticamente la totalidad de las personas podemos llegar a conocerlo. Esto es posible gracias a Internet que es una red masiva de redes que conecta a millones de ordenadores en todo el mundo, formando una red en la que cualquier ordenador se pueda comunicar con cualquier otro equipo, siempre y cuando ambos están conectados a internet. El surgimiento de las redes sociales ha venido acompañado del auge y desarrollo constante de las tecnologías de la comunicación, desde el ordenador personal, como la televisión digital, o más actuales, como la telefonía móvil y tabletas digitales. Según datos proporcionados por el Ministerio de Industria en, el número de líneas de telefonía móvil automática superó los 53,5 millones, por lo tanto ya disponemos de más líneas que habitantes en España.
La cultura de la virtualidad real
El avance de la tecnología ha hecho que estos aparatos incorporen funciones que no imaginábamos hace apenas unos años como: juegos, reproducción de música MP3, correo electrónico, SMS, agenda electrónica PDA, fotografía digital y video digital, navegación por Internet, GPS, y hasta televisión digital. Esta incorporación de las nuevas tecnologías en nuestra vida cotidiana, ha propiciado uno de los cambios paradigmáticos de nuestra época, que es la llamada sociedad en red caracterizada por una cultura de la virtualidad real construida mediante un sistema de medios de comunicación omnipresentes, interconectados y diversificados.
De este modo, esta nueva forma en la que nos interrelacionamos en las redes sociales contribuye a la creación de nuestra identidad frente a los demás y frente a nosotros mismos. Así, se descubre que a través de las redes sociales se tiene la oportunidad de pasar del anonimato a convertirse en un personaje famoso en el mundo digital de forma más sencilla; de este modo la red social transforma lo local, lo íntimo y privado como entorno inmediato en el que nos comunicamos.
La utilización de las redes sociales se ha convertido en un ritual que permite registrar y compartir, “subir”, instantes que, antes de la aparición de estos dispositivos hubieran quedado sin ser plasmados y compartidos con los demás. Así, la telefonía móvil establece ritos que, con sus nuevos sentidos y significados, transforman las rutinas y los esquemas del orden establecido. Ahora la frontera entre lo público y lo privado queda difuminada, el ciudadano adquiere nuevos hábitos de privacidad al compartir, libremente o no, sus datos con su red de contactos, en la que figuran personas que no son conocidas de forma personal directa.
La identidad pública se ve ampliada en forma de una identidad digital donde se exponen y comparten los hobbies y aficiones en el muro, los menajes y las fotos privadas en las redes sociales. De este modo, las fronteras que separaban ambos espacios, público y privado, están desintegrándose, en medio de una crisis que propicia un nuevo modelo que demanda nuevas interpretaciones. De este modo, las redes sociales aceleran nuestros procesos de acercamiento humano y contribuyen directamente en este proceso de compresión espacio-temporal, nos acercan a gran velocidad con gente en lugares remotos, facilitando y posibilitando la comunicación instantánea compartiendo mensajes e imágenes.
Este fenómeno creciente hace que la esfera pública se transforme en una especie de sala de estar compartida equiparable al salón de la casa propia, pero usufructuado por individuos que no comparten relación aun estando en el mismo espacio. En este contexto se propicia una nueva sensibilidad tecnosocial, donde las tecnologías de comunicación, más allá de su mera instrumentalidad, posibilitan nuevos modos de ser, cadenas de valores y sensibilidades sobre el tiempo, el espacio y los acontecimientos culturales.1
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