martes, 19 de agosto de 2014

La ayuda humanitaria pide socorro | Planeta Futuro | EL PAÍS

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La ayuda humanitaria pide socorro

En un solo año se han duplicado los ataques a personal de emergencias en todo el mundo debido a la mayor cantidad de conflictos complejos, con múltiples contendientes

Hoy se les rinde homenaje con motivo del Día Mundial de la Asistencia Humanitaria





Un niño amputado, en su cama del hospital de Jacmel, Haití. Una de las numerosas víctimas del terremoto que azotó Haití el 12 de enero de 2010. / ONU


“Si alguien armado intenta meterte en un coche, tienes que tratar de escapar como sea. Y correr en zigzag para evitar las balas si te disparan. Se lo pones difícil”. María Fuentenebro agradeció la teoría aprendida en los cursos de seguridad para personal humanitario cuando salvó la vida en Guatemala el 5 de marzo de 2008 en un ataque como el que describe. Entonces era empleada de la Agencia de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). “No olvido la fecha”, dice casi en un susurro al otro lado del teléfono desde su despacho en Nueva York, donde hoy trabaja para la consolidación de la paz, acceso humanitario y coordinación cívico-militar del Programa Mundial de Alimentos. Ella se libró. Otros, sin embargo, no logran esquivar el peligro.
A ellos, a las víctimas, está dedicado el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria que se celebra cada 19 de agosto, efeméride del ataque en 2003 a la sede de la ONU en Bagdad en el que murieron 22 trabajadores de la organización. En 2013, 155 trabajadores en misión humanitaria fueron asesinados, 171 heridos de gravedad y 134 secuestrados. En total, 460 víctimas en 251 incidentes violentos. Son casi el doble que en 2012, cuando hubo 277 afectados en 170 ataques, según las estadísticas de la Aid Worker Security Database.
“Uno de ellos era mi amigo", dice Ghislain-Serge Koliatene. Este técnico de laboratorio, de 37 años, de Médicos sin Fronteras en República Centroafricana desde 2006, recuerda con dolor el día en que un grupo de violentos entró en el hospital de Boguila y mataron a tiros a tres compañeros de la ONG y otros 13 civiles. El 26 de abril de 2014 los civiles, enfermos y personal médico, eran el objetivo del ataque y Koliatene estaba allí. “Antes de aquello nunca había tenido miedo o me había sentido en peligro por mi trabajo”, relata. “Después, no pensé en dejar de trabajar en MSF, pero sí reflexioné sobre los riesgos que suponía y si quería seguir asumiéndolos”, continúa. Al final, concluyó que cualquiera en su país está expuesto a la muerte debido a los combates o a las enfermedades incurables por falta de medicamentos y asistencia sanitaria. “Decidí seguir con mi labor para apoyar a mis conciudadanos, que sin MSF no tendrían acceso a servicios médicos”.
El debate sobre dónde trazar la línea entre ayudar a otros y ponerse en riesgo uno mismo está lejos de cerrarse. Las ONG lo tienen claro sobre el papel: lo primero es la seguridad de sus trabajadores que deben estar formados y preparados para afrontar situaciones de peligro de toda índole. Así, el incremento de ataques y víctimas no tiene que ver con una relajación en el cumplimiento de las normas de las organizaciones en contextos de riesgo, según apunta Abby Stoddard, miembro de Aid Worker Security y del comité de dirección de Médicos del Mundo-Estados Unidos. En su opinión, la principal causa es la mayor complejidad e intensidad de los conflictos en la actualidad. “Las operaciones de ayuda humanitaria son objetivos fáciles y accesibles tanto para milicias como para delincuentes comunes”, detalla.
Añade, no obstante, que las organizaciones necesitan nuevas ideas y más apoyos para abordar con mejor resultado la seguridad de sus empleados. “Muchos trabajadores humanitarios son atacados mientras están en tránsito, en la carretera. Más que en cualquier otro entorno. Pero, para realizar su trabajo, tienen que hacer traslados y la innovación en los métodos para reducir esta vulnerabilidad ha sido muy limitada. Los gobiernos donantes harían bien en apoyar a las entidades que prestan asistencia en su búsqueda de nuevos enfoques estratégicos sobre cómo garantizar sus movimientos y la creación de corredores seguros”, reclama Stoddard.
En efecto, el 51% de los ataques se producen en ruta. Mohammad Al-Abadlah, paramédico de 32 años que trabajaba en la Sociedad Palestina de la Media Luna Roja, fue víctima de uno de ellos. Murió el pasado 25 de julio a ser alcanzado por disparos mientras viajaba en ambulancia para asistir a un hombre herido en una zona de Gaza controlada por el ejército israelí.
Amnistía Internacional (AI) recogió el testimonio sobre lo sucedido de Hassan Al-Attal, compañero de la ONG de Al-Abadlah y víctima también del ataque. Lo describió así: “Aquel día recibimos el encargo de ir a por un hombre herido en Qarara. Informábamos de cada detalle constantemente a Cruz Roja, como siempre que entramos en un área controlada por militares israelíes. Así lo hicimos cuando nos quedamos bloqueados porque había cables con electricidad en la carretera. Ellos [el equipo de Cruz Roja] llamaron a los israelíes para contarles la situación y finalmente nos respondieron que el Ejército ordenaba que saliéramos del vehículo y fuéramos a pie con las luces de emergencia. Anduvimos 10 o 12 metros y, de pronto, dispararon contra nosotros. Mi colega gritó: '¡Me han dado!'. Yo eché a correr y volví a la ambulancia. Había tiros por todas partes”.
Este es solo uno de los varios episodios violentos de los que han sido víctimas trabajadores de la Media Luna Roja Palestina desde que comenzara la última escalada de violencia en Gaza. Varios trabajadores de la organización han sido asesinados, denuncia AI.
Oriente Medio es un punto negro en el mapa de ataques a personal humanitario. Lo sabe bien Karl Schembri, responsable de Comunicación en la zona de Save the Children. “Hay muchos conflictos. Y se dan situaciones impredecibles en las que no sabes qué va a pasar después. Lo único que puedes hacer en ese momento es calmarte y pensar en la razón por la que estás ahí: para ayudar. Al fin y al cabo, en estos contextos donde es tan difícil y peligroso hacer llegar la ayuda es donde más se necesita, porque se provee a la población de lo más básico”, explica por teléfono desde Jordania. “Para evitar convertirnos en un problema añadido, en una víctima más, tenemos fuertes medidas de seguridad. Pero sin dejar que el miedo nos paralice, porque si lo hiciera, no cumpliríamos con nuestra labor”, afirma.
Pero la experiencia demuestra que solo con medidas de seguridad no basta para evitar las agresiones. El respeto por parte de los contendientes en un conflicto al personal que asiste a la población civil es clave. Y ese respeto ya no existe. En esto coinciden los expertos. “Lo hemos visto en Gaza, donde no se han acatado las normas internacionales respecto a la ayuda humanitaria. Se han bombardeado escuelas de la ONU e infraestructuras básicas”, lamenta Schembri.


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Karl Schembri, responsable de comunicación de Save the Children en Oriente Medio. / HEDINN HALLDORSSON (STC)


María Fuentenebro, del Programa Mundial de Alimentos, subraya que las organizaciones también tienen que respetar los principios básicos de la asistencia: humanidad (salvar vidas, ayudar), neutralidad (no tomar partido), imparcialidad (no discriminar) e independencia operacional (no tener objetivos políticos). ¿No se cumple? En su opinión, no del todo. Y, de nuevo, Gaza es el ejemplo. Así lo cree Olivié Longué, presidente de Acción Contra el Hambre y secretario de la Coordinadora de ONG de Desarrollo (CONGDE). “La comunicación que se está haciendo por parte de las organizaciones es claramente propalestina. El riesgo de indignarse es que dejas de ser neutral”, considera.
Gaza es, sin duda, territorio hostil para los trabajadores de ONG y agencias de la ONU en estos momentos por muchos motivos. Sin embargo, durante 2013, los países donde más ataques se produjeron fueron, en este orden, Afganistán (81 víctimas), Siria (43), Sudán del Sur (35), Pakistán (16), Sudán (16) y Somalia (8), según los datos de la Aid Worker Security Database.
En este último trabaja Crispen Rukasha, responsable de la Oficina para la Ayuda Humanitaria de la ONU (OCHA). Él siente que está en el punto de mira de Al Shabaab, grupo extremista islámico en Somalia. “Ellos han dejado claro que todo el personal de la ONU y de las ONG somos uno de sus objetivos”, explica en una llamada que atiende desde Mogadiscio. Esa espada de Damocles dificulta su trabajo para ayudar a las personas que les necesitan, asegura. Y cada vez son más. “La crisis humanitaria ha ido a peor y no podemos llegar a determinadas áreas donde es precisa la asistencia. En 2011 ya hubo hambrunas y ahora, con la sequía y el conflicto azotando a la población, va a volver a ocurrir porque si la gente no puede cultivar y encima no llueve, no tendrán alimentos”, detalla. “Intentamos hacerlo lo mejor que podemos porque vemos a la gente sufrir, pasar hambre, morir…”. La sensación de impotencia es perceptible al otro lado del teléfono. “Tienes que estar mentalmente preparado para ver eso”, zanja.
Una somalí entrega su hijo con desnutrición aguda al oficial médico de la Misión de la Unión Africana en Somalia (AMISOM). / STUART PRICE (ONU)
Para la ONU, trabajadores como Rukasha, Schembri, Mohammad Al-Abadlah o Koliatene son “héroes” que, al menos por un día, dejan de ser un número anónimo y frío. Así lo ha querido destacar el organismo en la campaña que ha lanzado con motivo de este Día Mundial de la Asistencia Humanitaria 2014, para homenajear a las miles de personas “que afrontan el peligro y la adversidad para ayudar a otros”. En total, la organización ALNAP (Active Learning Network for Accountability and Performance) calcula que hay 210.000 trabajadores humanitarios de la ONU y otras agencias por el mundo. Un ejército formado no solo por personal sanitario, sino también pilotos, ingenieros, bomberos... "Más necesario que nunca", dice el organismo. El lema reza El mundo necesita más #HumanitarianHeroes.
No se siente una heroína Marysia Zapasnik. Al menos, no más que alguien que ayuda a una persona mayor a llevar las bolsas de la compra a casa. “Es nuestra profesión y nos pagan por lo que hacemos. No somos santos, simplemente queremos marcar una diferencia”. Lo dice por correo electrónico desde un país donde el año pasado 35 empleados de ONG sufrieron agresiones graves, desde asesinatos hasta secuestros. Trabaja en Sudán del Sur, en el programa Mine Action, que pretende dejar libre de minas el país y reducir, a través de la educación, el número de víctimas por la detonación involuntaria de estos artefactos.
Zapasnik reconoce, sin embargo, que su profesión entraña unos peligros y dificultades que no se dan en otras. “Por supuesto hay muchos retos, cada día es duro. Dedicarse a esto significa, en muchos casos, estar lejos de casa, en condiciones difíciles, a veces arriesgando la vida. Y nos preguntamos si merece la pena”. ¿Cuál es la respuesta? “Si puedo ayudar a los más pobres y vulnerables del mundo, por supuesto”, contesta rotunda. “Al final, te acostumbras a las adversidades, a las frustraciones y miedos. Cada uno encuentra su fórmula para manejar su estrés”, apostilla.
Mi sueño es perder mi trabajo porque ya resulte innecesario", Antonio Salort (PMA)
Sobreponerse a la adversidad es imprescindible para poder cumplir el objetivo: salvar vidas en situaciones de emergencia. Ni las reivindicaciones políticas, ni solucionar los conflictos es su misión, concluyen. Aunque después de mitigar los efectos devastadores de una guerra, un desastre natural o una crisis alimentaria en la población civil, el trabajo no se acaba. Una vez superada la urgencia, la cooperación al desarrollo debería ayudar a estabilizar la recuperación de los países afectados. Olivié Longué asegura que los recortes en esta partida por parte de los países donantes –en España ha sido de un 70% desde 2008– provoca que situaciones que se podrían “tener bajo control” se conviertan en crisis humanitarias crónicas. Es el caso de Sudán del Sur, apunta el presidente de Acción Contra el Hambre. Allí, donde Zapasnik trata de conseguir que los civiles no acaben desmembrados por una bomba olvidada en un camino, se encuentran al borde de una hambruna que amenaza con llevarse por delante a miles de personas. “Se podría haber evitado con proyectos de agua y saneamiento, entre otros. Pero va a morir mucha gente. Es un claro ejemplo de abandono de la ayuda internacional cuyo coste humano va a ser inmenso”, denuncia.
Con todo, la lucha contra el hambre, la pobreza extrema, la mortalidad materna e infantil, y otros males, están en la agenda internacional de desarrollo. Los soldados para combatirlos son aquellos a los que este martes se le rinde homenaje. Antonio Salort, responsable del Programa Mundial de Alimentos en Madrid, cree que “estos héroes que se juegan la vida” en una batalla invisible diaria, serán los vencedores: “Soy optimista y creo firmemente que el hambre tiene solución. Y mi sueño es perder un día mi trabajo porque ya resulte innecesario. Aunque suene utópico, es posible”.
Mensaje del Secretario General de la ONU, Ban Ki Moon, con motivo del Día Internacional de la Asistencia Humanitaria.
Consulta quién es quién en la Ayuda Humanitaria en la página del Día Mundial de la Asistencia Humanitaria.

“¿Será este el final de mi vida?”

Gladice Nelly Aymare Mboka, matrona en República Centroafricana, coge a un bebé recién nacido. Le pusieron de nombre 'pequeño Gladice'. / MSF
El 26 de abril de 2014, el hospital de Boguila (República Centroafricana) dejó de ser el lugar donde Gladice Nelly Aymare Mboka, matrona de 35 años, experimentaba la felicidad de ayudar a traer nuevas vidas al mundo. Ese día, un grupo de personas armadas, entró en el centro de salud y disparó contra pacientes y personal sanitario. Tres empleados de Médicos sin Fronteras, colegas de Gladice Nelly, fueron asesinados.
En ese momento, ella estaba descansando en la casa para el equipo médico situada junto al hospital. Este es su relato:
“Escuché los tiros y nos fue imposible alcanzar la sala de seguridad en busca de refugio. Los disparos se hacían cada vez más fuertes y estaba tan asustada que pensé: ‘¿Será este el final de mi vida?’. Les dije a mis colegas que se arrastraran por el suelo para llegar hasta el baño, donde nos escondimos agazapados durante 54 minutos.
Después todo se quedó en silencio, y fue entonces cuando nos dirigimos al hospital, donde nos informaron de la muerte de nuestros compañeros. Cuando entré en las salas de hospitalización, una enfermera me dijo llorando que fuera con ella a la zona de consultas externas para clasificar a las víctimas. Allí encontramos a tres personas vivas y las llevamos, en estado grave, a urgencias.
Pese al miedo, de nuevo me siento bien con mi trabajo como matrona en colaboración con MSF y su proyecto en República Centroafricana para ayudar a las personas en peligro prestándoles servicios de salud".

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