jueves, 14 de abril de 2011

Humanidades medicas - Jose Lazaro - La salud de Savater - JANO.es - ELSEVIER

La salud de Savater
José Lázaro
Profesor de Humanidades Médicas, Departamento de Psiquiatría, Facultad de Medicina, Universidad Autónoma de Madrid. Este trabajo se incluye en el proyecto de investigación FFI-2008-03599.
13 Abril 2011





Contra lo que suele pensarse, el concepto de salud depende en mayor medida de la libertad individual que de la fisiología. Tal es al menos la idea que se desprende de los escritos de Fernando Savater, mucho más interesantes en este aspecto que en el tan discutido de los argumentos a favor de legalizar las drogas (Rosado, 2011), que, por otra parte, causaron escándalo cuando Savater empezó a defenderlos a mediados de los años ochenta, pero que hoy comparten desde premios Nobel hasta economistas de derechas y expresidentes de gobiernos.

Savater es un pensador que tiene muy poco que ver con modelos filosóficos como los de Platón, Kant o Zubiri: lo suyo es más bien una síntesis de los rasgos más comprometidos y ensayísticos de autores como Voltaire, Russell y Ortega. El concepto de salud que él plantea se encuentra en escritos mucho menos difundidos que los dedicados a las drogas o a la procreación, pero muy sugerentes para el que se interese por los grandes dilemas teóricos de la medicina.

Afirma Savater que “las ideas de salud o de enfermedad están viciadas por una de esas nefastas creencias de nuestra época para la que sólo existe un modelo de salud. Cualquiera puede establecer desde fuera quién es sano y quién enfermo. A mí eso me parece muy discutible. La salud no es una talla única, ni siquiera un prêt-à-porter: la salud es a la medida, una invención de cada cual. Si no existe una invención personal, si uno no sabe hacer nada con su salud, entonces realmente no puede decirse que esté sano. De ahí que esa expresión tan común, la salud pública, me produzca la mayor de las desazones” (Savater, 1991).

Esta tesis, en algunos casos, es fácil de compartir: la cojera puede ser un simple defecto para un escritor, pero es una grave enfermedad para un atleta. La hiperosmia puede causar muchas molestias en la vida cotidiana, pero es una gran ventaja para un enólogo. Lo que uno haya decidido hacer con su vida (da igual que le llamemos vocación, como los clásicos, proyecto, como los existencialistas, o deseo, como los posmodernos) determina que una cierta característica física o mental sea un grave trastorno, un elemento neutro o una ventaja.

Pero la tesis de Savater va mucho más lejos y es entonces cuando resulta estimulante como un noble desafío (además de reflejar perfectamente el núcleo de todo su pensamiento ético). Afirma:

“La vida considerada como funcionamiento se enfrenta a la vida como experimento. Son dos planteamientos diferentes. Si la vida es funcionamiento cualquiera puede decir quién funciona y quién no. Es un rendimiento medido desde fuera sin que le pidan a uno consejo u opinión sobre qué es lo que pretende ha cer. Es lo que normalmente se hace, mientras que el experimento sólo se puede medir desde dentro. El experimento no se mide por el rendimiento sino por otros baremos difíciles de aquilatar como son el placer, el dolor, la satisfacción, el miedo... Y sólo puede aquilatarlos uno mismo. La faceta de experimento que tiene la vida es lo básico, lo irrepetible y único (…). El funcionamiento, en cambio, es la parte intercambiable que tiene la vida. Se determina desde fuera, se mide en caballos de fuerza, producciones, años de vida, número de hijos, cotizaciones a la Seguridad Social...” (Savater, 1991).

Detrás de estas afirmaciones hay una idea implícita a la que Savater alude en varios textos pero que quizá merecería un desarrollo específico: la idea de la salud como un capital que nos es dado y que podemos derrochar, invertir razonablemente o acumular e incrementar ahorrando… hasta llegar a ser el cadáver más sano del cementerio, como decía el chiste. Una vez más, la ética de la salud sería una ética de la prudencia. El imprudente que tira su vida por la ventana se quema en el impulso violento que le arrastra hacia la destrucción: todos hemos conocido múltiples casos. En el otro extremo, el hiperprudente, que cuida su salud como el avaro cuida su fortuna, se dedica con rigor escrupuloso a todo tipo de prácticas saludables, se priva de cualquier vicio que desaconsejen las autoridades sanitarias, divide su tiempo entre el gimnasio y la dieta, renuncia a cualquier clase de excesos y, tras una existencia larga (aunque no muy divertida), logra llegar a la tumba en un envidiable estado de salud. El punto medio que recomienda la prudencia savateriana implica una sensata administración del placer de vivir: la salud es un recurso que debemos gastar en una existencia gozosa que, si somos capaces de ejercer el gobierno de nosotros mismos, supondrá un sabio equilibrio entre placeres y cuidados, actividad y descanso, gastos e ingresos, apuestas, pérdidas y ganancias.

Lo que uno haya decidido hacer con su vida (da igual que le llamemos vocación, como los clásicos, proyecto, como los existencialistas, o deseo, como los posmodernos) determina que una cierta característica física o mental sea un grave trastorno, un elemento neutro o una ventaja.

Contra la salud pública

De estas tesis de fondo procede la crítica radical que Savater realiza contra el concepto de Salud Pública; en su opinión, la salud es una idea tan privada como la felicidad o las preferencias sexuales. Si dejamos el concepto de salud en manos del Estado, facilitamos la vieja afición de los poderosos a controlar hasta el mínimo detalle la conducta de sus súbditos: “El Santo Oficio funciona hoy con un revestimiento clínico. Vivimos en un estado clínico, preocupado fundamentalmente de que los hombres tengan la salud que deben tener, que funcionen como se supone que deben hacerlo” (Savater, 1991). La salud, como otras muchas facetas de nuestra vida, es para Savater una irrenunciable provincia de la libertad individual, un territorio lleno de posibilidades y riesgos que cada uno de nosotros debería administrar directamente.

Los viejos términos de “fuerza de voluntad”, “responsabilidad” o “autocontrol” no solemos asociarlos al vocabulario de Savater, probablemente por sus connotaciones ligadas a lo más rancio del antiguo régimen. Pero no sólo los usa (unos más que otros) sino que la parte noble de su significado (que es grande) está perfectamente recogida en todo lo que él escribe.

En la polémica reciente sobre la prohibición del tabaco, una periodista atacaba solapadamente a Savater por sus críticas a la legislación restrictiva. Esa misma periodista había publicado hace muchos años un artículo en el que se lamentaba de su adicción al tabaco y añoraba que el Estado le prohibiese la droga a la que ella era incapaz de resistirse. Tal actitud se repite estos días precisamente en fumadores que aplauden la ley que les pone límites “porque así fumamos menos”. Es decir, vivan las cadenas con que “Papá Estado” nos impide seguir los impulsos que nosotros mismos no sabemos dominar. Se preguntaba Savater: “¿Qué sentido tiene el hecho de que constantemente las personas estén dispuestas a dimitir de su libertad para que el Estado los supla? ¿Hasta qué punto hay que estar rezando permanentemente al Estado eso de «no nos dejes caer en la tentación»?” (Savater, 1991).

Suele criticarse a Savater por su radical autonomismo, por su hedonismo razonado, por su exigencia absoluta de respeto a lo que cada cual decida libremente hacer con su cuerpo y con su vida, sin más límite que el cuerpo y la vida ajena. Y, sin embargo, no suele comentarse la otra cara de la moneda, tan presente en sus escritos como la libertaria: la durísima exigencia que la libertad implica de hacerse dueño de uno mismo, la determinación para elegir nuestra conducta sabiendo que nadie nos obligará a realizar lo que elegimos, la fuerza necesaria para estar a la altura de la autonomía que se ha logrado, la responsabilidad de saber que el dominio de nuestros propios actos implica también la asunción plena de sus consecuencias, la coherencia de aceptar que la libertad personal lleva al disfrute de los propios triunfos pero también a la humillación de las derrotas. Si reclamamos nuestro derecho personal a caer en la tentación no podemos pedir que la Seguridad Social se encargue del dolor de los pecados, del propósito de la enmienda y de cumplir la penitencia.

Esta vindicación coherente de la libre voluntad responsable está en el núcleo de todo lo que ha escrito Savater sobre enfermedad y medicina. Se trata de escritos dispersos en multitud de libros y revistas, pero que si se ordenan y revisan de forma coherente revelan un pensamiento sistemático sobre autonomía ética en la salud y en la enfermedad. Siete grandes bloques temáticos pueden servir para hacer esa ordenación: 1) biología humana, animalidad razonable, ética intra e interespecífica; 2) conceptos de salud y enfermedad (física y mental); 3) profesión sanitaria y Estado Clínico, la medicina como ayuda y coacción, el cuidado del prójimo y la (eventual) ferocidad de sus beneficiarios; 4) sexualidad y procreación, padres e hijos, aborto y ética de la procreación, ingeniería genética; 5) adicciones, drogas y automedicación; 6) psicoanálisis y otras terapias orientadas a la modificación voluntaria de uno mismo, y 7) la muerte, para acabar.

En cada una de estas 7 parcelas de su reflexión filosófica sobre temas médicos hay múltiples aspectos que podrían ser objeto de discusión; unos son más originales que otros, algunos tienen una gran solidez y otros deberían ser objeto de una revisión profunda (como las afirmaciones sobre la enfermedad mental que son demasiado fieles a las provocaciones más imaginativas de Thomas Szasz). Pero en la base de todos ellos se encuentra siempre la idea de que “los humanos estamos hechos de algo más que órganos: también cuenta el esfuerzo espiritual de que tenga por un momento sentido lo que antes o después revertirá en ceniza. Aliviar o hacer grato el tiempo y estimular la creatividad, en eso consiste la verdadera salud aunque también se tosa de vez en cuando.” (Savater, 2003, p. 210).

Para Savater la salud es un recurso que debemos gastar en una existencia gozosa que, si somos capaces de ejercer el gobierno de nosotros mismos, supondrá un sabio equilibrio entre placeres y cuidados, actividad y descanso, gastos e ingresos, apuestas, pérdidas y ganancias.

Como no podía ser de otro modo, Savater aplica a la medicina la perspectiva propia de toda su trayectoria intelectual. Defiende las concepciones básicas del Humanismo, de la Ilustración y de la tradición racionalista occidental en su versión más liberal (sazonada con sal libertaria y pimienta libertina). Frente a todo tipo de imperativo externo, apoya la plena autonomía de cada ser humano para elegir sus propias opciones dentro de su sistema personal de valores. Concibe la ética como un intento racional de convertir la propia vida en un ejercicio alegre, gratificante, comprometido y satisfactorio. Desarrolla la tesis de que una existencia auténticamente humana se basa en el amor propio generoso y solidario, que es el que nos permite apoyar a los demás a la vez que nos enriquece a nosotros mismos, a diferencia del mítico altruismo sacrificado, que no es más que una forma de egoísmo obtuso que, inconsciente de sus propias motivaciones, suele acabar por ser tan perjudicial para uno mismo como para los demás. La ética recomienda hacer lo que uno quiere, pero a la vez exige la rigurosa reflexión sobre lo que uno realmente quiere, para que no resulte incompatible con otras posibilidades igual de valiosas y para que sea consciente de que elegir implica asumir plenamente las consecuencias de lo elegido. Recogiendo una larga tradición del pensamiento ético occidental, Savater afirma tres grandes virtudes: coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir (Savater, 1982a, 1982b, 1982c, 1988, 1995; Groot, 2008; Nogueroles Jové, 2010).

Lo que no admite en ningún caso es que la higiene nos obligue a renunciar al placer de vivir a cambio de una vida larga y productiva. Sospecha que la frecuente confusión entre enfermedad y pecado es la excusa perfecta para el control estatal de las peculiaridades más íntimas: igual que los pastores de las viejas iglesias conducían a las ovejas de su rebaño hacia la salvación del alma con el señuelo de la santidad, el moderno Estado Clínico tiene la tentación de llevar a sus ciudadanos, les guste o les disguste, hacia la perfección del cuerpo con el señuelo de la sanidad. La tentación totalitaria de los gobiernos demasiado preocupados por la salud de los ciudadanos (convertidos así en súbditos) es la de llegar a prohibir todo aquello que pueda ser perjudicial para la salud… a menos que esté justificado por razones de orden superior, que suelen ser generalmente económicas: “La pregunta ahora es: que algo sea declarado ‘insano’ o ‘patógeno’, ¿resulta razón suficiente para justificar su prohibición? En nuestra época, por lo visto, sí, aunque con restricciones: la Organización Mundial de la Salud proscribe el vino porque a veces interviene en los accidentes de circulación, pero no recomienda prohibir los automóviles, que intervienen siempre. Lo insalubre depende mucho de la rentabilidad laboral, mercantilista y domesticadora del producto en cuestión” (Savater, 1995, pp. 131-2).

La polémica del perfeccionamiento humano

La actitud básica de la que parte Savater tiene una gran afinidad con la que personifica en la Universidad de Manchester John Harris (1998, 2004, 2007), uno de los campeones del autonomismo en la bioética actual. Pero las conclusiones a las que llegan Savater y Harris son muy distintas cuando se entra en el tema de la ingeniería genética y las técnicas de reproducción asistida. En ese punto Savater frena en seco y Harris sigue adelante.

La tesis de Harris es que las nuevas técnicas biomédicas (incluidas la selección de embriones, las células madre, la clonación y la ingeniería genética), exactamente igual que las tradicionales (dietéticas, farmacológicas o quirúrgicas), son instrumentos al servicio de la salud, el bienestar y la libertad humana. Ciertamente, hay que usarlas con información y prudencia, para evitar daños colaterales y efectos secundarios, pero si se hace así (para garantizarlo está la regulación de los ensayos clínicos) deben considerarse medios de mejorar nuestra vida y aumentar nuestra capacidad y cualidades positivas. En su opinión, cerrarse a los beneficios que ofrecen sería tan absurdo como rechazar nuevos recursos educativos de calidad por su diferencia con la educación tradicional. La investigación biomédica está abriendo posibilidades reales de mejorar nuestras cualidades físicas y mentales, así como las de nuestros descendientes (punto en el que Savater disiente radicalmente). Para Harris y los bioeticistas que comparten su liberalismo radical, esas mejoras son razonables y legítimas hasta el punto de que rechazarlas sería una falta de ética que dentro de algunos años tendrá la misma consideración que hoy nos merecen los padres que se niegan a vacunar a sus hijos por miedo a la “toxicidad” de la vacuna. En el siglo XXI la evolución natural de Darwin habría dado paso a una evolución deliberativa que se orienta por la ética del perfeccionamiento humano.

La salud, como otras muchas facetas de nuestra vida, es para Savater una irrenunciable provincia de la libertad individual, un territorio lleno de posibilidades y riesgos que cada uno de nosotros debería administrar directamente.

Para Harris, la responsabilidad moral del ser humano le obliga a tomar decisiones documentadas y prudentes para orientar su propio destino, el de las futuras generaciones y el del mundo en que vivimos en un sentido que apunte hacia la mayor perfección, salud y bienestar que sean técnicamente posibles. No hay más límite que los riesgos graves y los daños que se puedan causar a otros ciudadanos o al conjunto de la sociedad, por lo que todo avance debe ser evaluado con el mayor rigor, tal como se exige hoy a los ensayos clínicos en el aspecto técnico y en el ético. Pero, tras un análisis profundo de beneficios, riesgos y efectos colaterales, cualquier mejora sería éticamente correcta, tanto para uno mismo como para sus descendientes.

Savater piensa, en cambio, que si la libertad de cada uno termina donde empieza la de los demás, la libre voluntad no podemos en ningún caso extenderla a las nuevas generaciones, pues no se pueden tomar por anticipado decisiones que afectan al futuro de la descendencia. Hay un acuerdo amplio en que un testigo de Jehová adulto puede llegar a morir por rechazar una transfusión, pero no puede impedir que con ella se salve la vida de su hijo menor de edad. Análogamente, Savater sostiene que la plena libertad que debemos disfrutar para hacer lo que nos plazca con nuestra vida y con nuestro cuerpo no podemos en absoluto extenderla a nuestros descendientes: “Nadie es ni sobre todo tiene por qué ser un artilugio del capricho ajeno: si nadie puede ser obligada a ser madre contra su decisión o contra su gusto, nadie puede ser fabricado hijo según el gusto o manía de una señora, ayudada por un técnico con afán de dinero o de notoriedad” (Savater, 1995, p. 245)

En este punto concluye, para Savater, el uso legítimo de la voluntad personal, porque sus consecuencias ya no afectan al propio cuerpo y a la propia vida sino a los miembros de las siguientes generaciones. Y esa diferencia es para él tan importante que ante ella se termina la invocación al libre albedrío y se asume el respeto a los azares de la biología, incluso aunque no podamos saber a ciencia cierta que los hijos de una pareja tradicional van a ser más sanos y más felices que los de otra homosexual o los de una familia monoparental: “A mi juicio nadie tiene derecho a programar y fabricar huérfanos en probeta para complacer a solteros o parejas de igual sexo. No sé (nadie sabe) si los niños crecen peor, mejor o igual sin padres que con padres, pero de lo que estoy seguro es de que nadie tiene derecho de privar a un semejante de su filiación azarosa en la trama intersexual. Si esto es un prejuicio, lo asumo como tal y estoy dispuesto razonadamente a sostenerlo... aunque no saldré a la calle en compañía de turbios nigromantes para que se me confunda con su parroquia” (Savater, 2008, p. 147-8).

El asunto es complejo y quizá los límites de lo deseable y lo permisible no estén tan claros como este resumen esquemático puede dar a entender. Hay quien sostiene que no hay gran diferencia de fondo entre las opciones abiertas por las nuevas técnicas de procreación y las decisiones que siempre han tenido que tomar todos los padres y madres, de consecuencias importantísimas: desde la elección de pareja y la decisión sobre el momento de la vida en que se tendrán hijos, pasando por los hábitos maternos y los tratamientos farmacológicos durante el embarazo, hasta el tipo de alimentación, de educación y de cuidados que se da a los hijos. Todo ello se realiza generalmente con buena intención y todo ello será objeto de juicios positivos o negativos por parte de los descendientes en el futuro, pero muchas veces no es fácil para los padres prever esos juicios de los que algún día serán objeto por parte de sus hijos (Brock, 2009; Singer, 2009).

Recogiendo una larga tradición del pensamiento ético occidental, Savater afirma tres grandes virtudes: coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir.

El término con que se suele designar hoy esta polémica es el de human enhancement, que se puede traducir por “perfeccionamiento humano” y que tiene el sentido de potenciar e incrementar los aspectos que consideramos positivos de nosotros mismos. Más allá de Harris y de Savater, la cuestión es objeto en estos momentos de uno de los debates internacionales más apasionados y apasionantes de la teoría médica y la bioética (Habermas, 2002; Rothman, 2003; Glover, 2006; Sandel, 2007; Savulescu y Bostrom, 2009; Agar, 2010). Hay posiciones para todos los gustos, desde las más restrictivas (los denominados “bioconservadores”) hasta las francamente arriesgadas.

Los espectaculares avances de la biología actual han reavivado de esta manera un debate tradicional sobre las aportaciones y los riesgos de las nuevas técnicas, sobre la capacidad humana de transformar el entorno y transformarse a sí misma, sobre la tentación de jugar al aprendiz de brujo y el desafío permanente a lo que nos limita… En cierto modo, es la última versión, propia del siglo xxi, de un antiquísimo mito: el fuego de Prometeo, la tentación de la serpiente, el árbol del bien y del mal…




------------
BIBLIOGRAFÍA

Agar, N. Humanity’s End. Why We Should Reject Radical Enhancement. Cambridge, MA: the Mit Press; 2010.

Brock DW. Is selection of children wrong? En: Savulescu J, Bostrom N, editores. Human Enhancement. Oxford y New Cork: Oxford University Press; 2009.

Glover J. Choosing children. Genes, Disability, and Design. Oxford: Oxford University Press; 2006.

Groot G. Haz lo que quieras. Conversación con Fernando Savater. En: Adelante, ¡contradígame! Filosofía en conversación. Madrid: Sequitur; 2008.

Habermas J. El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?. Barcelona: Paidós; 2002.

Harris J. Clones, Genes and Immortality. Ethics and the Genetic Revolution. Oxford y New York: Oxford University Press; 1998.

Harris J. On cloning. London y New York: Routledge: 2004.

Harris J. Enhancing Evolution. The Ethical Case for Making Better People. Princeton y Oxford: Princeton University Press; 2007

Nogueroles Jové M. La trayectoria intellectual de Fernando Savater: el pensamiento crítico de un “joven filósofo”. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid; 2010. Tesis doctoral

Rosado Bartolomé A. Fernando Savater: teoría y medicina. Jano. 2011;1769:78-82.

Rothman SM, Rothman DJ. The Pursuit of Perfection. The Promise and Perils of Medical Enhancement. New York: Pantheon Books; 2003.

Sábada J, Velázquez JL. Hombres a la carta. Los dilemas de la bioética. Madrid: Ediciones Temas de Hoy; 1998.

Sandel MJ. Contra la perfección. Barcelona: Marbot; 2007.

Savater F. Invitación a la ética. Barcelona: Anagrama; 1982a).

Savater F. Humanismo impenitente. Diez ensayos antijansenistas. Barcelona: Anagrama; 1982b.

Savater F. La tarea del héroe. Madrid: Taurus; 1982c.

Savater F. Ética como amor propio. Barcelona: Mondadori; 1988.

Savater F. Enfermos de salud. Madrid: Creaciones Elba; 1991.

Savater F. Diccionario filosófico. Barcelona: Planeta; 1995.

Savater F. Mira por donde. Autobiografía razonada. Madrid: Taurus; 2003.

Savater F. Saliendo al paso. Madrid: Espejo de Tinta; 2008.

Savulescu J, Bostrom N, editores. Human Enhancement. Oxford y New York: Oxford University Press; 2009.

Singer P. Parental choice and human improvement. En: Savulescu J, Bostrom N, editors. Human enhancement. Oxford y New York: Oxford Universiy Press; 2009.


Humanidades medicas - Jose Lazaro - La salud de Savater - JANO.es - ELSEVIER

No hay comentarios: