lunes, 27 de julio de 2009
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Crisis mundial...
Crisis social...
Crisis sanitaria...
Por el Licenciado Víctor Norberto Cerasale
Mientras la necedad alienta la negación, la crisis avanza, imparable. La cantidad de puestos de trabajo perdidos desde el establecimiento de la desarticulación del modelo económico mundial-global que instaló la exclusión como principio básico de funcionalidad, es realmente pavorosa aunque lamentablemente promete más. La crisis está operando al modo de un tsunami sin pautas físicas, dañando todo lo que toca y sobrepasando el nivel de cualquiera de las estimaciones.
A lo dicho debe agregarse los problemas que acarrea el cambio climático, los que aún negándose la situación, han aumentado significativamente tanto en la cantidad como en su capacidad de daño. Lo antedicho se refleja en situaciones de emergencia reales, que entre los años 2005 y 2007, representaron para las Naciones Unidas una participación en un promedio de 276 situaciones de emergencia máxima/año en al menos 92 países. El 50% de las mismas tuvo lugar como consecuencia de desastres naturales, un 30% se motivaron en conflictos armados y un 20% en cuestiones epidémicas que han impactado los sistemas sanitarios. No obstante ello, ya en 2008 se percibía un incremento en las primeras así como en las últimas.
El informe de Acción Humanitaria 2009 elaborado por el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia confiere un valor de 700 millones de euros a las necesidades provenientes de niños y mujeres afectados por situaciones de “emergencia” en al menos 36 de los 92 países comprendidos en las estadísticas. Sin embargo, las personas no son números y las estadísticas apenas si reflejan unas pocas aristas de la realidad. Las duras condiciones a que se ven sometidos niños y mujeres afectados por circunstancias dramáticas, antes de verse contenidas se desbordan de manera creciente, esencialmente por la incapacidad de acción y/o de gestión de los estados.
Más allá de los desastres climatológicos o de las epidemias, otras cosas impactan diariamente a niños, niñas y mujeres, ya que éstos padecen distintos tipos de violencias, por ejemplo: la familiar, el ser ignorados por los estamentos estatales, acumular enfermedades, pobrezas y esencialmente el hambre. La malnutrición es una de las principales causas de muerte en Africa y luego en Asia, pero a ellos se les suman las grandes áreas marginadas de América latina. Todos aportan a las estadísticas pero los fondos que recoge la UNICEF apenas si alcanzan para atender unas pocas demandas provenientes de las áreas críticas del Africa.
Cuando hago referencia a áreas críticas del continente africano incluyo únicamente a República Democrática del Congo, Somalia, Sudán, Uganda y Zimbabwe. Ello implica que el resto queda librado a su suerte. Por ejemplo, la situación humanitaria desatada en la Franja de Gaza consumió fondos previstos para otros destinos y ello licuó posibilidades de ayuda en Afganistán, Pakistán, India, Irak, Yemen, y otras regiones olvidadas donde los excluidos se amontonan como despojos en un altillo.
En este contexto el mundo parece no entender que por cada puesto de trabajo perdido, se comprometen acciones sociales precisas que al verse truncas incrementan el riesgo sanitario, el asistencial, y consecuentemente diezmando los futuros de las personas.
Respecto de lo antedicho, no debe perderse de vista dos factores que golpean duramente a poblaciones en estado crítico: el costo de los alimentos y la carencia de los mismos. El costo limita el acceso pero la carencia condiciona seriamente las posibilidades de vida. “No se trata solamente de que la persona consuma suficientes calorías, sino que debe ingerir una cantidad adecuada de nutrimentos. Diversos estudios demuestran que si un niño o niña menor de dos años no consume suficientes elementos nutritivos en sus primeros años de vida, durante el resto de su existencia tendrá menos capacidad para aprender en la escuela y, posteriormente, para ganarse la vida. Por lo tanto, es necesario tomar en serio el problema de los alimentos” (UNICEF, Sra. Ann M. Veneran, Directora Ejecutiva).
Se estima que en 2007 unos 850 millones de habitantes del mundo sufrieron desnutrición, pero eso es sólo un número. Dicho número se acerca hoy a los 950 millones de personas. Pero no escapa a los que avalúan el crecimiento de la pobreza y la marginación en el mundo que el número total alcanza a las dos terceras partes de la humanidad. Mientras tanto entre mayo de 2007 y mayo de 2008, el índice de precios de los alimentos aumentó en un 50%, y muchas familias no pueden adquirir productos alimenticios básicos para sus niños, al tiempo que los estados ya no los consideran en sus políticas públicas de auxilio.
Pese a que las consecuencias inmediatas del aumento de los precios de los alimentos resultan obvias, el incremento guarda también otros efectos. Uno de ellos es el aumento de la vulnerabilidad de los niños y niñas y sus madres, durante los conflictos prolongados debidos a crisis políticas, pero a ello debe agregarse el crecimiento de la hepatitis en sus distintas formas a nivel global, la tuberculosis, el VIH/Sida, el cólera, las fiebres hemorrágicas, a lo que ahora se agrega los primeros efectos conocidos del H1N1 (gripe porcina) sin omitir que hasta hoy hay otro problema no resuelto con la H5N1 (gripe aviaria), y complementamos con un etcétera que deja abierta la posibilidad a que el lector agregue aquello que considere prudente (chagas, dengue, malaria, leishmaniasis y otras), aún asumiendo que las epidemias no son el único así como tampoco el mayor de los problemas sanitarios que enfrenta la raza humana por estas horas.
Lo expresado indica que el aumento de la “vulnerabilidad social” ha sido dramático, pero permanece sostenido de cara al futuro.
La alimentación y el crecimiento de las necesidades insatisfechas se ven a su vez afectados por los efectos del cambio climático. En la mayoría de los casos, las poblaciones en situación de pobreza también se llevan la peor parte de los efectos del cambio climático, ya que sufren de manera desproporcionadamente alta el aumento de la frecuencia y la intensidad de los desastres naturales. La UNICEF estima que tanto niños como mujeres representan potencialmente el 65% de las personas que en los próximos diez años sufrirán consecuencias directas de los desastres naturales. Básicamente, haciendo referencia a niños el número de damnificados no sería inferior a los 175 millones.
Cada euro invertido en combatir el cambio climático evita 20 euros de costos sanitarios, pero una vez más, los números directos o bien las estadísticas enseñan la punta del iceberg, mientras tanto las personas permanecen en su condición de víctimas.
Lo expuesto explica el extremo creciente pero no enseña la gravedad que los sistemas de salud enfrentan por estas horas. Así como el modelo económico global ha sido y es “altamente excluyente”, del mismo modo el desmantelamiento de los sistemas públicos de salud se ven reflejado en una mayor complejidad de la expresión de las enfermedades crónicas, sea ello por falta de atención, por falta de oportunidad en ejercer la AP, por falta de precisión diagnóstica, por carencias en los accesos a la atención, y otros motivos no menos válidos que los expresados.
La sostenibilidad del sistema sanitario-asistencial mundial es un problema de recursos económicos, pero además también de modelo de gestión. La escasa coordinación (para no decir nula) sociosanitaria impide optimizar los recursos creando un círculo vicioso interminable donde todos se echan culpas pero nada se resuelve a favor de nadie. Esto se reflejará indefectiblemente en una mayor exclusión, mal que nos pese.
Finalmente, tanto los economistas como sus recetas y los políticos y las suyas, organismos internacionales por medio con sus temibles academicismos, desconocen la importancia meridiana del primer nivel asistencial, enseñando por ende la negación a ultranza del enfoque integral que demanda la salud pública, no teniendo ni la cultura ni la formación específicas para tratar el foco, ni el fondo del problema planteado. Los equipos de salud por su parte (incluyendo en ello a los médicos), siguen viviendo a espaldas de los mecanismos de soporte comunitarios (engranajes y su funcionalidad), en cuanto al conocimiento de cómo es la organización civil, cómo las instituciones y cuáles los recursos disponibles en función a sus fuentes (ahora en extinción), aunque el mayor de los problemas se centra en que “no existe suficiente coordinación para dar una asistencia integral, hoy por hoy, en ninguna parte del mundo”.
Y esto es sólo el comienzo.
Licenciado Víctor Norberto Cerasale. 2009-04-10 Copyright by Cerasale, 2009.
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