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Coto al DDT para frenar la malaria
Los países revisan el uso del pesticida, dañino para la salud y el medio ambiente
LALI CAMBRA - Ciudad del Cabo - 25/04/2011
La malaria mata a 800.000 personas al año, la mayoría menores de cinco años. La lucha contra la enfermedad, transmitida por mosquitos, es compleja: la vacuna está por llegar, el uso de mosquiteras no es universal, los medicamentos son caros, y el mosquito se hace resistente a los pesticidas. El uso de uno de ellos, el DDT, en la lucha contra este mal va a ser revisado en la conferencia de los países parte del Convenio de Estocolmo -que se inaugura hoy, día de la malaria-. Mientras se analiza, aumentan las voces que abogan por el control ecológico de poblaciones de mosquitos, y alertan de la ineficacia de ese químico, que definen como un producto peligroso para la salud y el medio ambiente. Un instrumento que precisa costosos controles para verificar su buen uso, que los países aún no tienen.
Al barato DDT -que se usó a partir de los años cuarenta- se le responsabiliza del fin de la malaria en Europa o Estados Unidos. Por esa efectividad se reclama su uso, pese a que desde los años setenta está prohibido en Occidente por sus riesgos sanitarios y ambientales. Este insecticida forma parte de los "12 sucios", productos tóxicos que la ONU pretende reducir hasta eliminarlos. Sin embargo, una quincena de países, la mayoría africanos, lo emplea, según el informe del grupo de expertos en DDT para la conferencia, que dice que su uso "seguirá siendo necesario en determinados entornos para el control de la malaria, hasta que haya alternativas".
En el mismo informe se recoge la preocupación por la resistencia del mosquito al DDT, las posibles consecuencias en la salud -puede guardar relación con cáncer de mama, diabetes, disminución de la calidad del semen, abortos espontáneos y deficiencias en el desarrollo neurológico en niños-, y la transferencia del insecticida a la cadena alimenticia. La Organización Mundial de la Salud (OMS) también ha publicado un documento en el que muestra su preocupación por los altos niveles de exposición al DDT en las casas fumigadas, especialmente entre niños y embarazada. La OMS autorizó en 2006 el uso de DDT para fumigación interior, y el nuevo informe también reclama mayores medidas de control.
Los que abogan por el fin del uso de este insecticida dan otra razón poderosa: el mosquito se ha hecho resistente. Según Christian Borgemeister, director de ICIPE (centro internacional para el estudio de insectos), en Nairobi (Kenia), "el DDT no aporta nada nuevo. En África se ha usado siempre y la enfermedad sigue ahí. Se pretende volver a él porque el mosquito se ha hecho inmune a otros insecticidas, pero el insecto sigue teniendo el gen resistente al DDT". Y precisa: "Los planes de vigilancia que los países deben comenzar lo encarecerán, dejará de ser barato y los riesgos económicos son enormes: si el insecticida llega a los productos agrícolas, éstos no podrán exportarse".
Las consecuencias económicas ya se notan en Uganda. Allí, 15.000 pequeños agricultores del norte del país han visto sus ingresos reducidos un 20% después de que sus casas fueran fumigadas con DDT. Hasta 2008 vendían sésamo, chile y algodón orgánicos. Luego no pudieron hacerlo: almacenaban el producto en sus casas y el riesgo de que estuviera contaminado era demasiado grande para el comprador, que lo exportaba a Europa. "Fumigamos con DDT, los mosquitos se fueron dos semanas y regresaron", dice la agricultora Paska Ayo, de 48 años.
El norte de Uganda ha vivido el asedio de los rebeldes del Lord Resistance Army (LRA), que robaban y secuestraban en las poblaciones. Los campesinos se escondían de noche en el bosque y cultivaban de día. "Aún así, vivíamos mejor, sabíamos que teníamos un mercado al que vender", dice Selestino Obong, de 54 años, que cultivaba algodón orgánico. Asegura que las autoridades insistieron por la radio en que todas las casas debían ser rociadas so pena de arresto. Cuenta que la malaria sigue ahí y que desea volver a cultivar orgánico. No podrá hacerlo en 15 años, tiempo que tarda el DDT en desaparecer del suelo.
Uganda, cuyo programa de fumigación está financiado por la Iniciativa para la Malaria del Presidente de EE UU, niega haber forzado a los agricultores a fumigar y defiende el DDT: "La malaria causa 320 muertes al día, ¿deberíamos seguir muriendo en Uganda cuando otros países se han librado gracias al DDT?", se pregunta Lugemwa Myers, representante del Ministerio de Salud, que señala que los casos de la enfermedad en los dos distritos tratados con DDT han disminuido a razón del 40-50%. El país dejó de fumigar después de que los agricultores y entidades conservacionistas denunciaran al Gobierno ante los tribunales, pero la posibilidad de volver al insecticida sigue abierta.
Por el contrario, en Malindi, en la costa keniata, un proyecto de la fundación Biovision muestra cómo se puede luchar contra la malaria de forma ecológica y con la participación de la comunidad. 500 personas han sido entrenadas para detectar los lugares que facilitan la propagación de mosquitos (embalses, piscinas abandonadas, charcos) que, o son desecados o tratados con una bacteria ecológica que acaba con sus larvas. También atraen a esos insectos a bañeras en el exterior de las casas, donde son pasto de peces y reparten mosquiteras. Desde que se inició el proyecto, en 2005, el número de menores de cinco años ingresados por malaria en el hospital del distrito ha pasado de 344 a 100. El de adultos de 668 a 89. Si 115 murieron en 2006, el pasado año fueron 14. "Podemos conseguir un mejor control del mosquito de forma ecológica, combinando acciones basadas en el conocimiento los recursos locales", explica Charles Mbogo, director del Instituto de Investigación Médico de Kenia, socio del proyecto en Malindi.
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Una situación delicada
EMILIO DE BENITO - Madrid - 25/04/2011
La malaria ha sido durante la segunda mitad del siglo XX una enfermedad olvidada en los países desarrollados, de donde se erradicó en los años 1950. Este abandono ha hecho que los tratamientos preventivos y curativos no hayan sido prioridad. De hecho, hasta hace 20 años, se empleaba el mismo tratamiento que de una manera empírica se usaba desde el siglo XIX: la quinina, extraída de un árbol (cuyo uso dio origen a la tónica). Su utilización no fue fruto de la investigación de un laboratorio: era lo que empleaban tradicionalmente los habitantes de las zonas afectadas, un cinturón subtropical que afecta a unos 80 países.
Actualmente la OMS recomienda usar terapias combinadas con otro compuesto, el artesunato, que se extrae de una planta herbácea, la artemisinina. Pero los expertos creen que el potencial curativo de este producto está amenazado. Como ya pasara con la quinina y la sulfadoxina y pirimetadina, que formaban el tratamiento tradicional, hay un serio riesgo de que el parásito que causa la enfermedad, el plasmodio, se haga resistente a la artemisinina.
El hecho de que este fármaco sea tan eficaz si se administra cuando aparecen los primeros síntomas hace que los afectados no completen el tratamiento (lo ideal son 12 meses). Lo que facilita que el parásito se haga resistente.
En estos momentos, no hay un sustituto a la vista de este tratamiento, por lo que si aparecieran cepas inmunes, la situación sería muy grave. Aunque no sería peor que la situación de quienes no tienen acceso al tratamiento. Según el Fondo Mundial contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, en 2009 se repartieron 158 millones de tratamientos, pero se calcula que hubo 225 millones de casos. Así, la cobertura es del 70%. Es decir, un 30% no tiene tratamiento.
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TRIBUNA: PEDRO L. ALONSO
Avances hacia la erradicación de la malaria
PEDRO L. ALONSO 25/04/2011
La distribución generalizada de redes mosquiteras impregnadas con insecticida, el uso de tratamientos preventivos entre las poblaciones más vulnerables, la disponibilidad de herramientas diagnósticas y la administración de medicinas adecuadas en el lugar y el momento en que se necesitan han conseguido en los últimos años disminuir los casos de malaria en el mundo, en algunos países incluso a la mitad. Pero no por espectaculares estos logros dejan de ser pequeños ante una enfermedad que tan solo en el año 2009 provocó alrededor de 225 millones de casos, matando a alrededor de 781.000. Ante la gravedad de la situación y la constatación de que con las herramientas disponibles podemos aún avanzar mucho, pero jamás lo suficiente como para que la malaria no vuelva de forma recurrente, la comunidad internacional relacionada con la salud pública y la investigación sobre malaria se plantea un objetivo mucho más alto: su completa erradicación.
Eliminar por completo un patógeno de la naturaleza es, ciertamente, un objetivo en extremo ambicioso que hasta este momento solo se ha alcanzado con la viruela y que podría llegar a conseguirse próximamente con la polio. De lograrse, sin embargo, en el caso de la malaria se dejaría atrás para siempre una de las enfermedades que más daño y sufrimiento causan, y que se ceba con particular virulencia en niños y mujeres embarazadas en el África tropical.
No es la primera vez que la comunidad internacional se propone erradicar la malaria. En medio del entusiasmo que generaron los efectos del DDT contra los mosquitos que transmiten malaria, la primera gran campaña de la Organización Mundial de la Salud estuvo encaminada precisamente hacia esta meta. El esfuerzo, empero, fracasó, y hoy sabemos que las siempre cambiantes relaciones entre el medio ambiente, las personas y los mosquitos que actúan como vector, hacen de la malaria un enemigo esquivo hasta el extremo. Aún más, tomarse verdaderamente en serio el objetivo de la erradicación de la malaria obliga a mirar esta enfermedad desde una perspectiva novedosa. Por las particularidades biológicas de la malaria, curar a los pacientes no necesariamente impide que estos sigan transmitiendo el parásito a las personas con las que conviven. Para erradicarla, pues, curar no basta: hay que interrumpir la transmisión, evitar que el parásito se propague, cortar de tajo la cadena. Solo el desarrollo de nuevas herramientas y estrategias guiadas por este paradigma, podría hacer alcanzable la completa erradicación.
Fue con esta idea en mente que hace dos años la comunidad científica internacional se embarcó en un proceso consultivo sin precedentes que, bajo los auspicios de la iniciativa Agenda de Investigación para la Erradicación de la Malaria (malERA, por sus siglas en inglés), reunió a más de 250 científicos de 36 países distintos con el objetivo de identificar la investigación que hace falta llevar a cabo, así como las herramientas que se necesitan, si queremos que la erradicación de la malaria pueda ser siquiera considerada un objetivo real.
El proceso contó con el respaldo de las principales organizaciones relacionadas con la salud internacional, incluidas la OMS, la Fundación Bill & Melinda Gates, el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, la Wellcome Trust y la organización Roll Back Malaria. Tras más de 20 reuniones y un intenso debate, sus resultados han visto la luz este mismo año en un número especial de la revista PLoS Medicine, cuya política editorial la hace accesible de manera gratuita a quien quiera consultarla, vía Internet. Otras iniciativas comienzan a indagar en la posibilidad de eliminar la malaria en lugares particularmente conflictivos. Este es el caso de las áreas rurales más remotas de Centroamérica y en sus zonas fronterizas, en donde, además de la escasa disponibilidad de servicios de salud, coexisten las especies de parásito Plasmodium vivax y Plasmodium falciparum y la transmisión se produce con frecuencia a través de mosquitos que se alimentan al aire libre, un hábito que los convierte en un blanco difícil para las intervenciones disponibles. El Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGLOBAL) está en este momento dando apoyo técnico a la iniciativa Salud Mesoamérica 2015, una asociación público-privada de los gobiernos locales, la Fundación Bill & Melinda Gates, el Instituto Carlos Slim de la Salud, el Gobierno de España y el Banco Interamericano de Desarrollo, cuyo objetivo es no solo mejorar el control de la malaria en la zona, sino comprender mejor los entresijos para su erradicación.
La pelota está ahora en la cancha de los investigadores y de los organismos que financian su trabajo, incluyendo al Gobierno de España, cuyas políticas relacionadas con la malaria han apuntado en los últimos años en la dirección correcta, apoyando tanto la implementación de las intervenciones disponibles como la investigación para el futuro y que esperamos que sigan así, a pesar de la crisis.
Erradicar la malaria constituye sin duda uno de los objetivos más nobles con los que la comunidad internacional puede soñar, pero para llegar a conseguirla, el trabajo debe comenzar ya. Tenemos un camino marcado. Nos corresponde a todos emprenderlo ahora sin demora.
Pedro L. Alonso es director del Instituto de Salud Global Barcelona (ISGLOBAL). Hospital Clínic-Universitat de Barcelona.
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lunes, 25 de abril de 2011
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