jueves, 16 de junio de 2011

Actualidad Entrevistas - Oscar Giménez - Siguen existiendo barreras que dificultan a las mujeres alcanzar un alto reconocimiento científico o académico - JANO.es - ELSEVIER

Siguen existiendo barreras que dificultan a las mujeres alcanzar un alto reconocimiento científico o académico
Óscar Giménez
JANO.es
14 Junio 2011


Flora de Pablo. Profesora de Investigación del Centro de Investigaciones Biológicas del CSIC.

Además de ser una de las investigadoras españolas más respetadas, Flora de Pablo (Salamanca, 1952) ha destacado por erigirse como portavoz de las científicas que reclaman la igualdad de oportunidades para las mujeres en todos los ámbitos de la ciencia. En 2001 fue una de las fundadoras, y primera presidenta, de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas. Licenciada en medicina y diplomada en psicología por la Universidad de Salamanca en 1975, se marchó a Estados Unidos, donde trabajó en los Institutos Nacionales de Salud (NIH) y en el Instituto de Tecnología de California durante más de una década. En 2007 fue nombrada directora del Instituto de Salud Carlos III, cargo que ocupó hasta el año siguiente. Actualmente es profesora de Investigación del Centro de Investigaciones Biológicas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), donde codirige el Laboratorio 3D (Desarrollo, Diferenciacion, Degeneración) del Departamento de Medicina Celular y Molecular, un laboratorio creado en 1991 que en su momento se llamó Grupo de Factores de Crecimiento en el Desarrollo de Vertebrados. De su carrera profesional, sus investigaciones y sobre la situación actual de las mujeres científicas en nuestro país nos habla en la siguiente entrevista.

— Profesora De Pablo. En primer lugar, explíquenos cómo decidió estudiar medicina.

Cuando terminé el bachillerato me gustaban la filosofía y la literatura, pero como profesión pensé en ser psiquiatra y por ello empecé a estudiar medicina. En seguida me encantaron las prácticas, sobre todo cuando empezamos a visitar las salas con pacientes. Fui alumna interna en la cátedra de patología general.

— El mismo año que se licenció en medicina por la Universidad de Salamanca también se diplomó en psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca. ¿Cómo valora la aportación de esta formación a su carrera profesional?

Efectivamente. Estando a la mitad en la carrera de medicina, y dado que no se cursaba la asignatura de psiquiatría hasta quinto curso, pensé en avanzar mi formación en psicología haciendo esta diplomatura en paralelo. Desafortunadamente, ni los cursos de psicología, ni tampoco finalmente la psiquiatría cuando la estudié, me entusiasmaron, debido a su falta de concreción y pobres resultados. Esa es la opinión que tenía por entonces, ya que había aprendido el valor de pruebas muy concretas, como una radiografía de tórax o un electrocardiograma. Así que cambié mi intención inicial. La formación en psicología ha sido quizá útil de forma genérica en mi vida, pero no especialmente desde el punto de vista profesional.

— ¿Qué le llevó a especializarse en endocrinología y nutrición?

En Salamanca era una de las especialidades más recientes dentro de la cátedra de patología general, donde estaba desde el tercer curso. Me atraía el sistema endocrino como integrador y, además, los pacientes con enfermedades endocrinas se morían poco y se curaban mucho. La sustitución de una hormona deficitaria, por ejemplo, puede obrar un efecto dramático en la desaparición de síntomas. Eso me gustaba. Se trataba de intervenciones médicas eficaces.

— Estuvo casi una década en los NIH de Estados Unidos. Háblenos de esa etapa de su carrera. ¿Se forjó allí su vocación como investigadora?

La curiosidad que te lleva a iniciar una tesis doctoral u otros trabajos de investigación ya la tenía cuando fui a los NIH, pero claramente allí se forjó eso que llamamos vocación, que es un potente virus que te hace refocalizar todo. Conocí a investigadores e investigadoras de primer nivel mundial en el área de la acción de la insulina y los receptores tirosina quinasa, campo que estaba explotando en los años 1980.

— Cuando volvió a España, se dedicó durante un tiempo a la clínica en el Hospital de Sant Pau, de Barcelona. ¿Qué recuerda de aquella época?

Vine con gran ilusión ya que Sant Pau era uno de los hospitales más prestigiosos y se acababa de refundar un moderno servicio de endocrinología. Fue una experiencia muy intensa, retomar la clínica y tratar de montar un laboratorio experimental, pero no conseguí compatibilizar ambas tareas como yo soñaba, así que finalmente me planteé dejar la clínica.

— Y entonces volvió a Estados Unidos para seguir investigando...

Si. Pensé que además de la bioquímica que sabía, necesitaba aprender biología molecular y algo más de biología del desarrollo desde el punto de vista básico. Encontré la oportunidad de volver a un laboratorio dentro de los NIH con este enfoque, y me lancé, durante 7 años más, a la investigación en exclusiva en Estados Unidos, aunque mantuve algún tiempo el proyecto en el Hospital de Sant Pau gracias a una ayuda del entonces llamado Comité Conjunto Hispano-Norteamericano, que fue muy útil y oportuna. Así pudo terminar su tesis mi primer doctorando catalán. Luego habría 2 más que la terminaron en los NIH, uno de los cuales volvió a Barcelona, a la Fundación Puigvert, y el otro se quedó definitivamente en Estados Unidos.

— Centrándonos en su labor investigadora, es directora del Laboratorio 3D en el Centro de Investigaciones Biológicas. ¿En qué campos trabaja este grupo?

El laboratorio se llamó desde principios de los años noventa Grupo de Factores de Crecimiento en el Desarrollo de Vertebrados. En 2007 fue cuando cambiamos a su nombre actual por haberse consolidado otras líneas de trabajo además de la mía inicial, centrada en saber cómo señalizaban a las células los factores de la familia de la insulina. En parte eso ocurrió por incorporarse al laboratorio, y más tarde codirigirlo conmigo, el Dr. Enrique de la Rosa, formado como neurobiólogo en Alemania. Ahora, las 3 “D” corresponden a Desarrollo (embrionario), Diferenciación (celular) y Degeneración (de células y tejidos). Estudiamos los procesos de supervivencia y muerte celulares en el desarrollo, acciones atípicas de la proinsulina en este proceso, pero también de la dopamina en la cardiogénesis o de la competencia entre células utilizando distintos modelos animales.

— Buena parte de su trabajo se centra en el estudio de la proinsulina. Háblenos de estas investigaciones.

La proinsulina, además de ser la proteína precursora de la insulina pancreática, se produce en pequeñas cantidades en tejidos en desarrollo, sin procesarse a insulina. Creo que hemos demostrado que la proinsulina se puede considerar un factor extrapancreático que regula la muerte celular programada, al principio del desarrollo del sistema nervioso, por ejemplo. En el desarrollo temprano del corazón también está presente, pero en cantidades mínimas, porque un exceso causa, al menos en el modelo del embrión de pollo, malformaciones.

— ¿Puede tener aplicaciones clínicas?

Eso creemos. Dado que protege a las células de la retina de un exceso de muerte en el embrión, pensamos que podría proteger de la degeneración por enfermedades como la retinosis pigmentaria, en la que se llega a ceguera por muerte de los fotorreceptores, y hemos demostrado en modelos de ratón y rata que esto es en parte así. En el año 2006 registramos una patente con los hallazgos iniciales y en 2007, gracias principalmente al entusiasmo de Enrique de la Rosa, fundamos una empresa de base tecnológica, spin-off del Centro de Investigaciones Biológicas: ProRetina Therapeutics. Actualmente está dirigida por Stuart Medina y las 8 personas que la integran están volcadas en desarrollar la proinsulina como posible fármaco para tratar enfermedades degenerativas de la retina. Hay inversores participando en el proyecto, que también tiene financiación pública, aunque nunca es suficiente. El proceso de desarrollo preclínico, en el que estamos, es caro y largo, pero vamos avanzando a buen ritmo.

— En el año 2007 fue nombrada por el entonces ministro de Sanidad, Bernat Soria, directora del Instituto de Salud Carlos III. ¿Qué representó para usted ser responsable de la política científica del Ministerio?

Una extraordinaria oportunidad, que le agradecí mucho al ministro Soria, quien además es colega y compartimos muchas inquietudes científicas. Aprendí mucho en el año que estuve en el cargo y conocí a gente muy interesante con otra perspectiva más aplicada, de investigación o de servicios, en el Instituto de Salud Carlos III y sus fundaciones. Aunque fue una etapa de transición entre dos ministerios y no pude ver logrado el deseado objetivo de que el Instituto de Salud Carlos III fuera convertido en agencia estatal, y siguiera avanzando al ritmo de su mejor gente, creo que cumplí con las tareas de las que fui responsable con toda mi energía.

— Cambiando de tema, explíquenos cómo nació la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas y cuáles son sus objetivos.

En el verano de 2001 llegué a la conclusión de que teníamos que promover una asociación que incluyera a personas de la Universidad, el CSIC y otros organismos para promover la plena y equitativa incorporación de las mujeres al sistema de Ciencia y Tecnología, porque el tiempo sólo no iba a permitir un avance suficientemente rápido. Afortunadamente, las 8 colegas de distintas disciplinas a las que propuse lanzar conmigo la asociación, Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas, respondieron con entusiasmo y la fundamos formalmente en diciembre de 2001. Yo fui la primera presidenta, hasta 2006. Posteriormente lo ha sido la biotecnóloga Carmen Vela, y desde 2010 es presidenta la física del CSIC Pilar López Sancho. Somos más de 500 asociadas, junto a unos pocos asociados —¡pero muy selectos!—. El objetivo principal de unirnos ha sido defender la igualdad real de oportunidades entre mujeres y hombres en todas las áreas científicas, en la promoción profesional y en la toma de decisiones. Sólo llegando a una participación equilibrada de sexos alcanzaremos la ansiada excelencia en la investigación, la ciencia y la innovación.

— ¿Y qué es la Comisión Mujeres y Ciencia del CSIC?

Es una Comisión asesora de la Presidencia de la institución —aunque podríamos decir del “presidente”, porque en más de 70 años de historia no ha habido aún una presidenta— para tratar de detectar desequilibrios de género en el CSIC y hacer recomendaciones para solucionarlos. Elaboramos anualmente un informe sobre la situación —presencia, tasas de éxito en acceso y promoción, etc.— de las científicas y en 2007 presentó un Plan de Igualdad en la carrera científica en el CSIC. Ahora lo estamos ampliando a estamentos no científi- cos de la institución, que tienen otra problemática, para cumplir con la obligación en toda la Administración General del Estado de tener estos planes. Es una Comisión de sensibilización sobre el problema a todos los niveles, y de visibilización de los logros de las científicas, porque queda mucho camino por recorrer, incluso en el CSIC, que va por delante de las universidades en cuanto a igualdad de sexos se refiere.

— ¿Cómo describiría la situación actual en España de las mujeres en el ámbito de la ciencia?

Las licenciadas en carreras de ciencias experimentales y de ciencias biomédicas son ahora mayoría. Sin embargo, en las ingenierías la proporción sigue estancada en un tercio de mujeres, aproximadamente. Ellas tienen menos fracaso estudiantil y sacan las mejores calificaciones. Son un gran potencial intelectual e incluso económico para el país. Pero aquí se acaban las buenas noticias. Hay amplias capas de mujeres muy preparadas, en las distintas disciplinas, con enormes dificultades para mantener altas sus expectativas de poder vivir dignamente de la ciencia o la docencia universitaria y progresar a los escalones más altos.

— ¿Siguen existiendo barreras para las mujeres, en comparación con los hombres?

Sí, siguen existiendo barreras que impiden o dificultan a las mujeres alcanzar el mismo nivel y reconocimiento científico o académico que sus colegas varones. Son barreras cada vez más sutiles, pero persistentes. En la universidad española sólo hay 15% de mujeres en el escalón de cátedras, en el CSIC en su nivel equivalente (profesores de investigación) hay un 23,5%. Pero cuesta mucho más llegar a una mujer que a un hombre. Por citar datos amplios, de la Universidad, que están a punto de aparecer en el Libro Blanco que prepara la Unidad de Mujeres y Ciencia del Ministerio de Ciencia e Innovación, a igualdad de publicaciones e igualdad de área, ha sido 2,5 veces más difícil acceder a una cátedra a una mujer que a un hombre. En el CSIC se había logrado que, por ejemplo, la entrada al primer nivel (científicos titulares) fuera igual de difícil para ellos y ellas, entre 2005 y 2008. Pero ha bastado la abrupta disminución de plazas en las convocatorias de 2009 y 2010 para que se haya vuelto al viejo patrón de tener más tasa de éxito los hombres en estas oposiciones muy competitivas. Los avances de las mujeres son frágiles, las fases de crisis les afectan antes que a los varones en posiciones equivalentes. He oído a colegas del ámbito privado que lo mismo está pasando en puestos directivos en las empresas.

“Hay que desarrollar sistemas de evaluación blindados contra sexismos y animar a las mujeres a que no tiren la toalla a pesar de las barreras”.

— ¿Ha vivido en primera persona esa discriminación?

Hasta muy avanzada la treintena ni se me pasaba el tema por la cabeza. Había tenido el mejor expediente de mi promoción, hecho la tesis doctoral, publicado artículos con colegas hospitalarios de entonces, obtenido una beca posdoctoral para Estados Unidos, etc. Pero en cuanto empecé a competir por plazas, aquí o en Estados Unidos, empezaron las pequeñas trabas, la falta de información a tiempo, la falta de apoyo —que sí obtenían colegas masculinos en ocasiones con peor currículo que el mío—. Las situaciones no han sido “blanco o negro”, a veces ha influido adicionalmente el no pertenecer al clan académico o social “adecuado”, el no ser particularmente “sumisa”, etc. En cuanto adquirí conciencia de que el progreso y oportunidades en las científicas de mi generación se veían frenados por no ser seres humanos XY, y estar muchas veces muy aisladas, he dedicado tiempo a denunciarlo y tratar de hallar soluciones.

— ¿Qué estereotipos y prejuicios deben superarse?

Los estereotipos y prejuicios que afectan a las cientí- ficas —e incluyo las investigadoras en los hospitales— y las universitarias son los mismos que permean la sociedad, aunque España ha mejorado mucho desde que yo acabé la carrera en 1975, año que, por cierto, fue el que murió Franco y se celebró la primera conferencia mundial sobre la mujer en México. No hay por qué presuponer que las mujeres darán menos valor a sus carreras, porque eso ya no es cierto. Mi experiencia reciente es tener magníficas estudiantes de doctorado y posdoctorales, que se dedican con entusiasmo, aunque el momento económico no ayude a que confíen en su futuro. Es fundamental estimularlas, recordarles que “ellas lo valen” y “saldrán adelante si son de los mejores”. Es también muy importante que se emparejen, si lo hacen, con la persona adecuada, que valoren lo mismo ambas carreras y se den oportunidades equiparables. Y es fundamental el entorno, pues hay institutos y universidades más abiertos, más “cálidos”, donde los estereotipos están desapareciendo antes. Suelen coincidir con ser muy productivos, mientras que los hay mediocres que tardarán más tiempo en saber aprovechar el talento de las mujeres.

— ¿Deben adoptarse medidas para solucionar la situación actual? ¿Cuáles?

Las medidas deben ser múltiples, a nivel estructural y a nivel de la cultura de la institución y de sus miembros. Todos los centros de investigación deben tener objetivos realistas pero seriamente perseguidos de aumentar el número de mujeres en los niveles en que están infrarrepresentadas, deben cumplir la legislación de nombrar comités de evaluación paritarios y deben priorizar como una cuestión trascendente para toda la sociedad monitorizar y mejorar la situación de las mujeres en ciencia, universidad e instituciones sanitarias. Hay que desarrollar sistemas de evaluación blindados contra sexismos, animar a las mujeres a que no tiren la toalla a pesar de las barreras. Y debemos implicar a los hombres. El problema y su solución nos afecta a toda la comunidad científica.


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