viernes, 17 de junio de 2011

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TRIBUNA: El desgaste profesional del médico

José Carlos Mingote Adán y Macarena Gálvez Herrer, coordinador y psicóloga, respectivamente, del Programa de Atención Integral al Profesional Sanitario Enfermo (PAIPSE). Comunida de
Madrid

El desgaste profesional es un riesgo psicosocial del trabajo en profesiones que se ocupan de personas y que requieren la realización de una actividad de integración de información compleja de tipo cognitivo-afectivo, así como la realización de una serie de conductas coherentes con el rol desempeñado. Determinadas variables organizacionales y carencias en recursos adaptativos de afrontamiento pueden facilitar el desarrollo del proceso de desgaste en los profesionales. Se trata de un grave y creciente problema de salud pública que afecta a un número significativo de profesionales sanitarios, lo que puede llegar a comprometer seriamente la calidad asistencial, la seguridad de los usuarios, la eficiencia del Sistema Nacional de Salud pública y la sostenibilidad del Estado de Bienestar

Introducción

¿Estamos todos nosotros condenados a quemarnos inevitablemente en el ejercicio de nuestro trabajo como médicos?, ¿en qué consiste este proceso patológico y de qué factores depende?

Tras aceptar que el proceso de desgaste profesional puede afectarnos a cualquiera de nosotros, ¿qué podemos hacer para protegernos de él?, ¿disponemos de medidas preventivas eficaces?

El desgaste profesional es un riesgo psicosocial del trabajo en profesiones que se ocupan de personas y que requieren la realización de una actividad de integración de información compleja de tipo cognitivo-afectivo, así como la realización de una serie de conductas coherentes con el rol desempeñado. Determinadas variables organizacionales y carencias en recursos adaptativos de afrontamiento, pueden facilitar el desarrollo del proceso de desgaste en los profesionales.

Desde la perspectiva clínica, se trata de un tipo de trastorno adaptativo crónico, con alteraciones emocionales y del comportamiento que puede llegar a producir una verdadera transformación del carácter y mediar en otros trastornos mentales como depresión y adicciones, además de tener importantes implicaciones sobre otras personas y el funcionamiento de la organización.

A diferencia del resto de actividades laborales, en el trabajo del sanitario las actividades reparatorias se realizan en relación directa con otros seres humanos y además, el “self” del propio trabajador es el principal instrumento capaz de beneficiar y/o de dañar al cliente como a sí mismo. Es tan importante como el bagaje de conocimientos científico-técnicos. Trabajar en equipo, aporta seguridad a los profesionales y promueve la mejora de la calidad asistencial, pero requiere disponer de las capacidades de comunicación y colaboración que neutralicen conflictos y rivalidades a veces desbordantes.

Antecedentes históricos

Síndrome clínico descrito en 1974 por Freudenberger, al observar en voluntarios que trabajaban con personas con toxicomanías, que después de cierto tiempo, gran parte de ellos sufría una progresiva desmotivación hacia este tipo de trabajo, junto con síntomas de ansiedad y depresión. De forma gradual estas personas iban modificando su conducta de ayuda hasta llegar a ser insensibles, poco comprensivas, e incluso agresivas con los pacientes que no correspondían a sus expectativas de curación.

De forma simultánea, la psicóloga social Cristina Maslach estudiaba las respuestas emocionales de los trabajadores de varias profesiones de ayuda, en las que se trabaja cara a cara con el usuario, y calificaba a los afectados de “sobrecarga emocional” con el mismo término que de forma coloquial utilizaban los abogados californianos entre ellos para describir el proceso gradual que ellos mismos experimentaban, que consistía en una pérdida de interés y responsabilidad profesional respecto a los asuntos de sus clientes. Maslach lo llamó síndrome de “burnout” porque los afectados se sentían fácilmente identificados con este término, que además no estigmatiza como ocurre con los diagnósticos psiquiátricos. Desde entonces el término síndrome de “burnout” o de Desgaste Profesional se utiliza para expresar el malestar personal derivado del desgaste emocional en el trabajo directo con personas, sobre todo ante personas que se encuentran en una situación asimétrica y dependen del profesional o trabajador del sector sociosanitario. Esta expresión ha llegado al lenguaje coloquial “estar quemado”, de forma que en ocasiones se ha utilizado ante cualquier desajuste socio-laboral, como si fuera sinónimo de estrés laboral.

El desgaste profesional deteriora de forma significativa tanto la salud del trabajador como la calidad del clima grupal y la productividad de la empresa. Influye en factores tales como el absentismo, la siniestralidad laboral, y la baja eficiencia en el desempeño del rol ocupacional. El desgaste del profesional se asocia de forma significativa con insatisfacción del usuario, deterioro de la calidad asistencial, pérdida de expectativas y desmotivación del profesional. Además, la persona afectada tiene problemas de conducta que se pueden manifestar también en las relaciones familiares y extra-laborales, como irritabilidad, agresividad y aislamiento social.

Modelos y definiciones del “Síndrome de Desgaste Profesional”

Una de las definiciones más conocida es la propuesta por Maslach y Jackson en 1981. Se trata de “un síndrome de agotamiento emocional, despersonalización, y baja realización personal, que puede ocurrir entre individuos que trabajan con personas”. Incluye: 1). Desgaste y agotamiento emocional, que se refiere a la disminución y pérdida de recursos emocionales; 2). Despersonalización, deshumanización o cinismo, consistente en el desarrollo de actitudes negativas, que expresan insensibilidad, y falta de interés hacia los receptores del servicio prestado; y 3). Falta de realización personal, con tendencia a evaluar el propio trabajo de forma negativa, con vivencias de insatisfacción profesional, sentimientos de culpa y daño a la autoestima y a la autoeficacia personal. Para Maslach este síndrome se da exclusivamente en las profesiones de ayuda, como los sanitarios y los educadores, que prestan servicios públicos y que padecen altos niveles de agotamiento emocional y despersonalización junto con bajos niveles de realización personal a través del trabajo.

En 1981 Pines, Aronson y Kufry proponen una definición más amplia, no restringida a las profesiones de ayuda: “Es el estado de agotamiento mental, físico y emocional, producido por la involucración crónica en el trabajo en situaciones emocionalmente demandantes”. Pines destaca la importancia que tiene la calidad de las relaciones interpersonales en el trabajo, de la supervisión, y de las oportunidades de promoción, aprendizaje continuo y desarrollo de la carrera profesional como instrumentos necesarios, preventivos y terapéuticos, para evitarlo.

En España, Vega, Pérez Urdániz y Fernández Cantí, han utilizado la expresión “Síndrome de Desgaste Profesional” para referirse al mismo concepto de Maslach y Jackson. Moreno-Jiménez, Gálvez, Garrosa y Mingote y Gálvez, Moreno-Jiménez y Mingote proponen un modelo procesual de desgaste profesional que no sólo considera el síndrome (con su conjunto de síntomas), sino los diferentes elementos del proceso de desgastarse profesionalmente:

• Los antecedentes propios de la tarea y de los factores organizacionales característicos de cada grupo profesional estudiado (como estrés de rol, falta de reconocimiento, estilos de supervisión, carga de trabajo, etc.)
• Las dimensiones del síndrome
• Consecuencias del desgaste profesional (tanto para la salud del propio trabajador como para su organización)

Al mismo tiempo, decimos que es transaccional porque existen factores de moderación que presuponen un papel activo de la persona en el proceso (como factores de personalidad, recursos individuales y del grupo, estilos de afrontamiento, etc.).

El desgaste profesional como proceso patógeno

El proceso de desgaste profesional se refiere de forma específica a un tipo de estrés que se produce por la acumulación de conflictos personales e interpersonales no resueltos en la relación con los usuarios que inducen en el profesional experiencias de frustración, incapacidad, desesperanza, rabia, etc., y que si no son reconocidos y elaborados de forma adecuada afectan a su salud, deterioran las relaciones con los usuarios de sus servicios, los compañeros e incluso con sus propios familiares. El desgaste surge como consecuencia de un fracaso adaptativo y agotamiento de los recursos psicológicos para el afrontamiento de las demandas del rol ocupacional. Se produce en la persona que experimenta un disbalance prolongado y mal resuelto, entre las demandas de rol y los recursos de afrontamiento con los que cuenta.

La competencia médica ha sido definida por Epstein como: “La capacidad de utilizar de manera habitual y razonable la comunicación, los conocimientos, las habilidades técnicas, la capacidad para la toma de decisiones basadas en la evidencia, las emociones, los valores, y la reflexión en beneficio del individuo y de la comunidad que se atiende”. Incluye los siguientes aspectos o dimensiones básicas:

1. Recursos cognitivos: Adquirir y utilizar conocimientos.
2. Capacidad de integración: Sintetizar datos, razonar y juzgar.
3. Competencias relacionales: Comunicarse adecuadamente con pacientes y colegas.
4. Afectivos/éticos: Demostrar paciencia, voluntad y auto-conocimiento, según los principios éticos y la Deontología Médica.

Además de las capacidades adquiridas a través de la formación continua y la experiencia laboral, la competencia profesional también se define por las condiciones de salud del personal que facilitan o interfieren en su puesta en práctica. El médico mantendrá un nivel de salud personal suficientemente bueno que no comprometa su capacidad para dispensar cuidados a otras personas. En este mismo sentido, el Código de Ética y Deontología Médica (Art. 19) explicita que: “El médico debe abstenerse de actuaciones que sobrepasen su capacidad. En tal caso, propondrá que se recurra a otro compañero competente en la materia. Si un médico observara que por razón de edad, enfermedad y otras causas, se deteriora su capacidad de juicio o su habilidad técnica, deberá pedir inmediatamente consejo a algún compañero de su absoluta confianza para que le ayude a decidir si debe suspender o modificar temporal o definitivamente su actividad profesional”.

Según el Plan de Bolonia para los Estudios de Grado de Medicina el médico necesitará contar con las suficientes competencias para su desarrollo profesional tales como: autocrítica y auto-evaluación, aprendizaje autónomo y cuidado personal; incluyendo ser capaz de atender a su estilo de vida, requerir ayuda y consejo en situaciones difíciles, reconocer los peligros de automedicación y abuso de sustancias, conocer la influencia y prevención de factores relacionados con su trabajo para la salud propia y ajena. En este documento se destaca que tan importantes como los conocimientos científicos y las habilidades técnicas son las competencias de autocuidado y desarrollo de la propia salud, en beneficio propio y de los pacientes. La toma de decisiones clínicas depende de la disponibilidad de los recursos cognitivos, emocionales y conductuales de cada persona en un momento dado. En el caso de los sanitarios, con responsabilidad directa o indirecta sobre la vida de terceros, la seguridad (peligrosidad) mencionada anteriormente, constituye un elemento fundamental de su actividad cotidiana. A su vez, los procesos de conflicto interpersonal en el trabajo (con compañeros y/o pacientes) son posibles indicadores de la existencia de un trastorno mental y/o de problemas organizativos que repercuten en la salud de los trabajadores. Para el ejercicio saludable de la profesión se requiere mucho más que el vocacional idealismo juvenil y el interés científico en profundizar en el conocimiento de la naturaleza, como funciones ejecutivas, habilidades de comunicación y empatía.

La percepción de la discrepancia entre la conducta real y la conducta apropiada del rol profesional desempeñado genera una disonancia cognitivo-afectiva, una tensión emocional y un estrés cognitivo que habitualmente cada persona trata de resolver con diferentes racionalizaciones justificadoras (como “para lo que nos pagan” o “Fulano se va antes que yo del trabajo”), distanciamiento interpersonal y aislamiento emocional, negación de los problemas, etc. que pueden contribuir al mantenimiento y cronificación del cuadro clínico. En ocasiones, estas personas pueden amplificar el desajuste entre las expectativas y la realidad y “poner fuera” toda la responsabilidad sobre la situación insatisfactoria que vive, aunque, con ello, también se condene a la pasividad y se niegue la posibilidad de un afrontamiento más saludable.

En las organizaciones sanitarias tienen lugar también procesos grupales observables y otros inconscientes que contribuyen a la constitución de la cultura del centro, relacionada en parte con los deseos emocionales y las defensas psicológicas individuales e institucionales, como se analiza por autores como Obholzer y Roberts. Tradicionalmente, la cultura sanitaria presupone la combinación de un sufrido estoicismo, indiferencia ante el sufrimiento ajeno como presunta muestra de invulnerabilidad individual y una falsa imagen de seguridad y control personal, que intentan anestesiar emociones negativas como el temor al fracaso y la propia ambivalencia emocional. Estos mismos procesos pueden estar ya presentes desde antes de la elección de una profesión de ayuda a los demás, en relación tanto con aspectos sanos como con conflictos personales no bien resueltos que pueden condicionar también vulnerabilidades psicopatológicas posteriores.

Desde una perspectiva clínica, el desgaste profesional en el médico se caracteriza por cinco factores principales:

1. Daño psíquico individual con agotamiento vital y emocional que se relaciona con la experimentación de síntomas disfóricos (sobre todo de malestar y tensión emocional) y déficits cognitivos (con dificultades de concentración, memoria, procesamiento de información compleja y para la toma de decisiones clínicas).
2. Conducta alterada del rol profesional que puede incluir la deshumanización de la relación asistencial y mala comunicación con el enfermo, ineficiencia y conflictos de relación con usuarios y compañeros de trabajo. Se produce un daño interpersonal que puede ser contagioso al usuario, que se siente tratado de forma inadecuada, incívica, de forma distante e impersonal. El usuario lo vive como una agresión personal desvalorizadora que frustra sus expectativas legítimas y origina reclamaciones y denuncias, mala adherencia al tratamiento, etc. De igual manera, se producen efectos de “contagio” al equipo, generándose un daño en el clima laboral del mismo.
3. Síntomas psicosomáticos como cansancio, cefaleas e insomnio, así como varias complicaciones médicas desencadenadas por el estrés crónico para las que puede existir una vulnerabilidad previa. Por ejemplo, el insomnio crónico o la depresión, que puede ser tanto un trastorno relacionado con el estrés, como un factor patogénico de diabetes, hipertensión y síndrome metabólico.
4. Percepción de la disminución del rendimiento laboral por desmotivación, y conductas evitativas de absentismo, presentismo (estar sin trabajar), frecuentes bajas laborales, etc.
5. La inadecuada adaptación al trabajo produce vivencias de inadecuación, baja la realización a través del trabajo y daño a la autoeficacia y a la autoestima personal.

Desde la perspectiva psicosocial, el “burnout” es un proceso interactivo que se desarrolla de manera secuencial y dinámica, por etapas o fases, como consecuencia de la influencia de las características del entorno laboral y de las características personales. Se trata de un proceso de pérdida lenta, pero considerable del compromiso e implicación personal en la tarea asistencial.

Prevalencia

Se trata de un grave y creciente problema de salud pública que afecta a un número significativo de profesionales sanitarios, lo que puede llegar a comprometer seriamente la calidad asistencial, la seguridad de los usuarios, la eficiencia del Sistema Nacional de Salud pública y la sostenibilidad del Estado de Bienestar. Existen grandes diferencias en la bibliografía sobre los porcentajes de médicos afectados por desgaste emocional: se han comunicado prevalencias entre el 20 y casi el 70 por ciento de los médicos en algún momento de su carrera profesional. Estas cifras tan altas expresan el malestar y la frustración de profesionales que esperan conseguir mejoras laborales a través de las encuestas. Un factor esencial a considerar para la explicación de tales diferencias entre porcentajes de médicos afectados por desgaste profesional es el criterio diagnóstico del mismo. No existen baremos “oficialmente aceptados” para su determinación. Moreno, Gálvez y Garrosa sin embargo, encuentran que las diferencias entre Atención Primaria y Atención Especializada no se dan tanto a nivel global como en los diferentes componentes del proceso de desgaste profesional, antecedentes, componentes del síndrome y consecuentes.

En la actualidad, se mantiene que el desgaste profesional no es una variable continua y no tiene porqué seguir la curva normal. Desde esta perspectiva, en la actualidad en España se está trabajando por un diagnóstico del desgaste profesional médico en función de puntos de corte que determinen a los profesionales afectados por el síndrome según una puntuación que exprese un acuerdo claro con la presencia de los elementos descriptivos del síndrome. Así, en un estudio sobre profesionales médicos de Atención Primaria y Especializada de la Comunidad de Madrid mediante el “Cuestionario de Desgaste Profesional Médico (CDPM)”, se ha obtenido que un 70,5 por ciento de los profesionales presentan índices medios pero son el 6,6 por ciento de la población los que presentan un “nivel alto” de desgaste profesional, según Moreno, Gálvez y Garrosa (5). Desde un punto de vista preventivo será necesario incidir en esos porcentajes de nivel medio y a nivel interventivo será necesario trabajar con ese 6,6 por ciento de nuestra población medica “quemada”.

Etiología y patogenia

El desgaste profesional es un proceso dinámico que se desarrolla en el tiempo por la interacción dinámica de vulnerabilidades personales, factores situacionales (organizacionales) concretas y variables del contexto social.

Entre las variables personales destacan vulnerabilidades previas como la existencia de antecedentes psiquiátricos y, según algunos estudios (aunque en esto no existe un acuerdo científico), factores demográficos como edad y género. En general, se ha descrito mayor desgaste profesional en la edad media de la vida, a medida que se acumulan los conflictos no resueltos, los problemas de desajuste adaptativo y la frustración de expectativas previas. A medida que se igualan las condiciones de trabajo tienden a disminuir las diferencias en las tasas de desgaste profesional entre hombres y mujeres, aunque, en algunos trabajos, los hombres puntúan más alto en despersonalización que las mujeres, quizás como índice de una orientación profesional predominantemente focalizada en la tarea instrumental y mayores dificultades para el uso de habilidades sociales.

Entre los factores situacionales destacan el conjunto de normas organizativas y estructuras habituales de recompensa y castigo, estilo de liderazgo, calidad de la supervisión y de la coordinación, clima emocional, etc. El desgaste profesional se asocia con: sobrecarga de trabajo, conflicto y ambigüedad de rol, falta de participación e insuficiencia de control del trabajador, y trabajo asistencial en relación directa con enfermos, en especial con enfermos crónicos, graves y terminales.

Del contexto sociocultural destaca la importancia de la ideología dominante, como el culto al individualismo frente al estímulo al trabajo en equipo y el altruismo solidario, la exigencia de resultados cuantitativos que comprometen la calidad asistencial como con el engañoso eslogan: “más bueno, más rápido y más barato”.

La atención al paciente es la primera causa de satisfacción y de estrés en el personal sanitario. El desgaste emocional en éste, se origina en muchas ocasiones, por varios mecanismos como son: la identificación con la angustia del enfermo y de sus familiares, la reactivación de sus conflictos propios, la frustración de unas perspectivas terapéuticas poco realistas, por frustraciones en el desarrollo de la carrera profesional, y por conflictos entre compañeros de trabajo. Por el contrario, una adecuada formación psicosocial puede permitir al profesional sanitario tolerar mejor y afrontar de forma más satisfactoria la inevitable ansiedad que tiene lugar de forma inevitable en su trabajo con el paciente y sus familiares.

El estado de ánimo del profesional fluctúa entre el entusiasmo idealista y la sobreimplicación con los pacientes, el sentimiento de impotencia por frustración de expectativas y sentimientos de insatisfacción en relación con los deseos propios, y un distanciamiento o retirada física o mental del trabajo como consecuencia de la sobrecarga laboral y emocional.

En el esquema siguiente se resumen algunos de los aspectos clave del desgaste profesional revisados:
1. Factor temporal: Aumenta el riesgo a medida que avanza la edad del profesional (sobre todo a partir de los 45 años).
2. Factores organizacionales (sobre todo) e individuales.

En síntesis, el desgaste profesional resulta de la discrepancia entre las expectativas e ideales individuales, por una parte, y la dura realidad de la vida ocupacional, por otra. Es en definitiva, la resultante desadaptativa del estrés interpersonal laboral crónico y de la exposición a criterios organizacionales dañinos. El proceso de quemarse puede ser percibido conscientemente por la persona que lo padece, o bien puede habituarse al mismo hasta hacerse egosintónico, negarlo y mantenerse no reconocido durante mucho tiempo. Poco a poco, la persona se va sintiendo afectada, y va cambiando sus actitudes hacia el trabajo y hacia sus compañeros. Puede sentirlo a nivel emocional, por sus concomitantes somáticos (palpitaciones, dolores, cansancio, etc.) o por su conducta en el trabajo (impaciencia, olvidos, altanería, hipercriticismo, etc.). La técnica formal o estilo que utiliza cada persona para afrontar estas señales de alarma (ansiedad, estrés percibido o “strain”) va a ser crucial para que se desarrolle o no el síndrome completo o más grave; para que resulte un rendimiento eficaz y satisfactorio, o bien para que se produzca el deterioro, la insatisfacción, los síntomas del desgaste y sus complicaciones más frecuentes. Es preciso reconocer que no hay ninguna estrategia de afrontamiento que sea válida de forma universal para todas las situaciones conflictivas y para todas las personas, aunque suele ser eficaz y adaptativo un estilo de afrontamiento proactivo orientado al conocimiento y resolución de los problemas, y suele ser desadaptativa la conducta de escape o huida de la realidad salvo cuando verdaderamente no hay nada que hacer o es negativa y destructiva, como el empleo de la violencia o las drogas.
El desarrollo del desgaste profesional resulta de la existencia de un disbalance persistente y no bien resuelto entre varios factores, individuales y organizacionales, como entre demandas de trabajo interpersonal y habilidades sociales, entre expectativas y resultados percibidos, y entre el esfuerzo realizado y el refuerzo conseguido.

En este esquema simplificado es necesario destacar la importancia de algunas características del empleo, tales como la sobrecarga cuantitativa y cualitativa de trabajo por unidad de tiempo, cuando el empleado se ve confrontado con responsabilidades que exceden el rango de sus capacidades. Otra característica organizacional básica es la disponibilidad de apoyo social entre los compañeros y por parte de los superiores, con la posibilidad de participar en la toma de decisiones.

Prevención del desgaste profesional

¿Se puede prevenir el desgaste ocupacional? ¿Existe una vacuna para el desgaste profesional? Entendemos que sí, y la mayor dificultad que existe es la creencia de que no hay nada que hacer, que es un proceso inevitable y que estamos condenados a quemarnos como la vela que primero arde. La prevención y el control del desgaste profesional no sólo es un objetivo posible de alcanzar sino que es necesario hacerlo para mejorar la efectividad clínica y asegurar la sostenibilidad del sistema público de salud.

Se propone utilizar una actuación integrada y simultánea en las diferentes fases del proceso y en todos los niveles afectados, porque no existe una única técnica capaz de prevenir el desgaste profesional de forma efectiva. Por lo tanto, es obligado utilizar técnicas de intervención conjuntas orientadas al individuo, al grupo social y a la organización laboral. La prevención primaria actuará sobre los factores de riesgo del desgaste profesional, para que no se desarrolle y se genere resiliencia a través de intervenciones psicoeducativas grupales. La prevención secundaria se dirigirá al diagnóstico precoz y tratamiento eficaz del caso individual para que no se cronifique ni de lugar a complicaciones. Finalmente, los procesos de intervención se centrarán sobre los síntomas y la recuperación de la salud del médico a través de programas específicos de atención a los profesionales sanitarios basados en la evidencia científica actual.

Conclusiones
No es posible el ejercicio adecuado de la Medicina sin implicarse ni participar como persona en la relación terapéutica, en la que el médico también se afecta y se transforma (para bien y/o para mal) según sea la calidad del vínculo o relación médico-paciente establecida. Puede predominar la satisfacción, la percepción de autoeficacia y la mejora de la maestría personal a través de la realización con el paciente, o bien la insatisfacción y el estrés interpersonal, dañando la autoestima por pérdida de la realización personal en el trabajo.

Desde una perspectiva preventiva, es necesario que el médico cuente con los suficientes recursos psicosociales, de comunicación y de apoyo psicoterápico (si es necesario), para mantener un vínculo de confianza y de seguridad con el paciente-agente, y poder establecer un manejo adecuado de la angustia de la enfermedad y el sufrimiento que pueden ponerle a prueba. El distanciamiento y la evitación de la relación es una forma desadaptativa de afrontamiento del estrés emocional inherente a la práctica clínica, yatrógeno no sólo para el enfermo, sino también para el médico. Tan importante como su competencia emocional será la percepción de apoyo y protección por parte de la institución en la que trabaje el médico. ¿Éste se siente bien tratado como una persona? o ¿como un número? El vínculo o contrato interno de trabajo es un importante factor de motivación para hacer frente a las relaciones con los pacientes.

Es responsabilidad de cada médico hacer un afrontamiento efectivo de las demandas y de las tareas propias del rol profesional que ha asumido, en todas sus dimensiones, dentro del proceso de un desarrollo personal saludable, y es responsabilidad de la institución en que lo desempeña, facilitarle los recursos materiales y humanos necesarios para ello.

No sólo no estamos condenados a quemarnos, sino que podemos adquirir estrategias psicosociales adaptativas y de fortaleza mental, de resistencia y protección frente al estrés y el desgaste profesional, como competencias cognitivas, emocionales y sociales. La competencia emocional se puede aprender a través de mejorar la autonomía personal y profesional, el autoconcepto positivo, la capacidad de autoconocimiento y autoregulación emocional, así como el cultivo del optimismo, el sentido del humor y otros mecanismos adaptativos saludables. La competencia social también se puede aprender y consiste en la capacidad para mantener relaciones sociables estables y mutuamente satisfactorias. La competencia cognitiva incluye las funciones cognoscitivas (percepción, memoria, procesamiento de información compleja, etc.) y la capacidad de dar un sentido positivo a la vida y compromiso en la resolución de problemas.

Trabajar como médicos es una excelente oportunidad de crecimiento y transformación personal positiva a través de una relación de ayuda profesional de calidad a partir no sólo de experiencias de satisfacción, sino también de la elaboración e integración del dolor y de las experiencias de crisis. Una relación médico-enfermo de calidad es el corazón de una práctica clínica eficiente y satisfactoria para todas las personas comprometidas en la asistencia sociosanitaria. Es fundamental aprender a construir ese espacio de seguridad, confianza y respeto mutuo, si queremos ser terapéuticos y no hacer yatrogenia.

La bata blanca no es como una pantalla negra capaz de reflejar el sufrimiento humano y proteger nuestro corazón ante cada enfermo nuevo, debemos adquirir el conocimiento experto, las competencias psicosociales y emocionales, que nos permitan afrontar el sufrimiento humano.

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