Ética y ecología : La dimensión ética en la obra de los hermanos Strugatski
LA DIMENSIÓN ÉTICA EN LA OBRA DE LOS HERMANOS STRUGATSKI
Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia
Ex Miembro del Comité de Ética de la Investigación, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín
En los países hispanoparlantes, se tiene un conocimiento bastante incompleto acerca de la ciencia ficción rusa, pese a que la misma cuenta con una producción notable y una pléyade de maestros del género. Esta situación salta a la vista cada vez que se intenta buscar bibliografía de calidad al respecto. Y, por supuesto, hablar de la ciencia ficción de una forma u otra sin contar con los aportes conspicuos procedentes de más allá de los Montes Urales equivale a dejar el panorama incompleto a más no poder.
En especial, suele considerarse a los hermanos Arkadi y Boris Strugatski como los maestros por antonomasia de la ciencia ficción rusa. Llama la atención que la casi totalidad de su obra está redactada a cuatro manos, con la imbricación de los sólidos conocimientos lingüísticos y literarios de Arkadi y la impecable formación científica de Boris. En estas condiciones, la obra de ambos conjuga la rica tradición literaria rusa con su amor por los autores clásicos de la novela de aventuras y de ciencia ficción, por lo que destila por doquier un humanismo que jamás la abandona. Así las cosas, necesariamente, la obra literaria de los hermanos Strugatski posee una impronta ética que incluye lo tocante a las consecuencias surgidas de los usos irresponsables del enorme poder de la tecnociencia.
Por ejemplo, en su novela de madurez, Ciudad maldita, como en otras de sus obras, vemos un retrato vivido del totalitarismo y la alienación del ser humano en manos del poder. Más en detalle, en Ciudad maldita, dichos hermanos brindan una reflexión acerca de la aplicación de los experimentos sociales mediante la coerción física y moral ejercida por el poder con arbitrariedad, sea totalitario, sea democrático, reflexión que incluye la sátira desde las burocracias anquilosadas hasta la paranoia del intervencionismo propio de los regímenes totalitarios. En semejante escenario, el ser humano termina por degenerar en el cinismo, la amoralidad, la violencia y el olvido. Ahora bien, como cabe comprender, esta obra de ellos apenas logró ver la luz cuando llegó la perestroika, máxime que es plasma el socialismo real, un proyecto que colapsa en el caos, la anulación de la voluntad, la tiranía policial y un vacío tanto ideológico como moral.
Su obra más famosa, Picnic extraterrestre, adaptada al cine por Andréi Tarkovski con el título de Stalker, trata de una visita de alienígenas, una suerte de picnic rápido, a raíz del cual ellos dejan sobre la Tierra al partir lo que consideran deshechos, basuras, que, a los ojos de los asombrados terrestres, son inventos maravillosos y seductores de otros mundos. Esta novedad provoca reacciones inesperadas que sustentan una visión nada halagadora de la sempiterna condición humana. Precisamente, una visión tal, si nos fijamos con cuidado, hace las veces de motivo principal que atraviesa las obras de los hermanos Strugatski, quienes siempre tuvieron el cuidado de no ser efectistas, ni de plantear utopías estables en medios estables, las cuales, de todos modos, como lo supo establecer Herbert George Wells, no son posibles. Y la visión de marras también está presente en otra de sus obras célebres, la que lleva por título Qué difícil es ser dios. Al fin y al cabo, como señala con tino Franz Rottensteiner, el comunismo de factura soviética ha quedado atrás, pero no los problemas abordados por Arkadi y Boris con precisión y detalle dada su universalidad. Y, añádase, problemas que no están desconectados en modo alguno del mal uso de la tecnociencia, por lo que su dimensión bioética es insoslayable.
Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
Profesor Asociado, Universidad Nacional de Colombia
Ex Miembro del Comité de Ética de la Investigación, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín
En los países hispanoparlantes, se tiene un conocimiento bastante incompleto acerca de la ciencia ficción rusa, pese a que la misma cuenta con una producción notable y una pléyade de maestros del género. Esta situación salta a la vista cada vez que se intenta buscar bibliografía de calidad al respecto. Y, por supuesto, hablar de la ciencia ficción de una forma u otra sin contar con los aportes conspicuos procedentes de más allá de los Montes Urales equivale a dejar el panorama incompleto a más no poder.
En especial, suele considerarse a los hermanos Arkadi y Boris Strugatski como los maestros por antonomasia de la ciencia ficción rusa. Llama la atención que la casi totalidad de su obra está redactada a cuatro manos, con la imbricación de los sólidos conocimientos lingüísticos y literarios de Arkadi y la impecable formación científica de Boris. En estas condiciones, la obra de ambos conjuga la rica tradición literaria rusa con su amor por los autores clásicos de la novela de aventuras y de ciencia ficción, por lo que destila por doquier un humanismo que jamás la abandona. Así las cosas, necesariamente, la obra literaria de los hermanos Strugatski posee una impronta ética que incluye lo tocante a las consecuencias surgidas de los usos irresponsables del enorme poder de la tecnociencia.
Por ejemplo, en su novela de madurez, Ciudad maldita, como en otras de sus obras, vemos un retrato vivido del totalitarismo y la alienación del ser humano en manos del poder. Más en detalle, en Ciudad maldita, dichos hermanos brindan una reflexión acerca de la aplicación de los experimentos sociales mediante la coerción física y moral ejercida por el poder con arbitrariedad, sea totalitario, sea democrático, reflexión que incluye la sátira desde las burocracias anquilosadas hasta la paranoia del intervencionismo propio de los regímenes totalitarios. En semejante escenario, el ser humano termina por degenerar en el cinismo, la amoralidad, la violencia y el olvido. Ahora bien, como cabe comprender, esta obra de ellos apenas logró ver la luz cuando llegó la perestroika, máxime que es plasma el socialismo real, un proyecto que colapsa en el caos, la anulación de la voluntad, la tiranía policial y un vacío tanto ideológico como moral.
Su obra más famosa, Picnic extraterrestre, adaptada al cine por Andréi Tarkovski con el título de Stalker, trata de una visita de alienígenas, una suerte de picnic rápido, a raíz del cual ellos dejan sobre la Tierra al partir lo que consideran deshechos, basuras, que, a los ojos de los asombrados terrestres, son inventos maravillosos y seductores de otros mundos. Esta novedad provoca reacciones inesperadas que sustentan una visión nada halagadora de la sempiterna condición humana. Precisamente, una visión tal, si nos fijamos con cuidado, hace las veces de motivo principal que atraviesa las obras de los hermanos Strugatski, quienes siempre tuvieron el cuidado de no ser efectistas, ni de plantear utopías estables en medios estables, las cuales, de todos modos, como lo supo establecer Herbert George Wells, no son posibles. Y la visión de marras también está presente en otra de sus obras célebres, la que lleva por título Qué difícil es ser dios. Al fin y al cabo, como señala con tino Franz Rottensteiner, el comunismo de factura soviética ha quedado atrás, pero no los problemas abordados por Arkadi y Boris con precisión y detalle dada su universalidad. Y, añádase, problemas que no están desconectados en modo alguno del mal uso de la tecnociencia, por lo que su dimensión bioética es insoslayable.
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