viernes, 10 de octubre de 2014

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La verdad y otras mentiras | 09 OCT 14
El culto a la mediocridad
Acerca del miedo al crecimento ajeno.
Autor: Daniel Flichtentrei 
"Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada". 
Julio Cortázar, Casa Tomada
Para vos CFP

Supongo que ocurrirá en muchas partes, pero mi mundo es muy pequeño y se reduce a la medicina. A los pasillos de los hospitales, a las salas de internación, a los congresos, a la educación de postgrado. A través de los años he conocido a cientos de jóvenes entusiastas y apasionados que ponen su esfuerzo al servicio de la superación profesional. Llegan a las aulas mal dormidos, agotados, con la ropa arrugada e intoxicados de café. Hacen sus residencias con regímenes de trabajo que muchas veces rondan la esclavitud. Antes de que la clase comience envían mensajes a sus familias, preguntan si sus hijos comieron, si se bañaron, si hicieron los deberes de la escuela. Pagan matrículas que exceden sus posibilidades sacrificando el cine, una cena con su pareja o un regalo para los chicos. Se quedan dormidos en cualquier parte, en el colectivo, en el tren, en el baño. Quieren aprender, estudian, van durante largos años al hospital sin cobrar un sueldo, hacen guardias y guardias y más guardias para sobrevivir sin permitir que sus mejores sueños claudiquen.

Casa tomada

Pero también hay otra gente. Son seres taciturnos e irrelevantes. Cultivan el secreto, el murmullo y la penumbra. Tienen un poder desnutrido y minúsculo al que se aferran como capitanes de un naufragio. Temen perder lo que nunca han tenido. Están muertos de miedo. Son unos pobres tipos.

Conocen el esfuerzo y los logros de los demás pero jamás los mencionan. Nunca estimulan el crecimiento ni reconocen los méritos ajenos. Dicen que enseñan pero esconden lo que saben. Imponen fronteras imaginarias. Cultivan la diferencia y la distancia. Un maestro desea ser superado por su discípulo, pero a ellos eso los aterroriza. Necesitan que lo que los separa de los que vienen atrás sea una muralla infranqueable. Construyen obstáculos en lugar de derribarlos.

En las pocas ocasiones en las que aparece una oportunidad: una beca, un cargo, un espacio para crecer, lo guardan celosamente. Buscan a quien puedan controlar sin que los amenace. Recompensan a sus vasallos, a los pusilánimes. Les abren la puerta de sus propias cuevas porque saben que no tienen nada que temer. Desalientan a los que se esfuerzan, a los que se capacitan a costa de sus propias vidas personales. No premian el mérito sino la sumisión.

Tejen una trama de silencio que los envuelve y los protege. Los demás no pueden vislumbrar el futuro. Se asfixian. Sienten que todo será siempre como es ahora. Que nada cambia. Que lo que creían que valía la pena es un camino sin destino. Giran enloquecidos alrededor del mismo lugar. Algunos se rebelan y se van. Dan un portazo y salen al mundo. A veces tienen suerte y el horizonte se les dibuja delante de los ojos. Entonces crecen, reciben el reconocimiento que creían imposible. Encuentran el aire que les faltaba y el espacio que se les negaba.

La medicina es un monstruo. Se multiplica y se transforma a una velocidad que da vértigo. Es un caballo salvaje al que te has montado alguna vez con la insensatez de la adolescencia y del que ya no te querés bajar. Pero los tipos te aprietan el freno contra los dientes hasta hacerte sangrar. Necesitás el espacio que te niegan. Querés ser mejor pero eso es precisamente lo que ellos se encargan de impedir. Te quieren manso, domado y obediente. Los encandila tu propio brillo. Entonces cierran los ojos y las puertas. Como en la “Casa tomada” clausuran habitaciones vacías. Primero una y después otra, y otra y otra más. Hasta que un día ya no hay lugar para vos.

Cortarte el entusiasmo es cortarte las alas. Asesinar la esperanza es un crimen imperdonable. Los jóvenes que llegan a la medicina saben que les espera un camino arduo y están dispuestos a transitarlo por pura prepotencia de trabajo. Los encienden el desafío y la dificultad. Esperan que se los acompañe y se los aliente. Pero a menudo se encuentran con una manada de idiotas que les hacen pagar un precio carísimo por su pasión. Se paran sobre los hombros de los demás para encontrar una altura que nunca tendrán. Creen en sus propias mentiras. Tiemblan delante del espejo.

A veces esos tipos me dan lástima. Pero me dura poco, muy poco. Cuando veo el modo en que los que vienen detrás van perdiendo las ganas. La desilusión ganándoles los ojos. Sus brazos cayendo derrotados. Entonces me asalta un deseo incontenible de cagarlos a patadas.

Daniel Flichtentrei

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