EE UU rechaza un fármaco para la disfunción sexual femenina
La situación plantea, de nuevo, muchas preguntas sobre el hecho de si alguna vez se desarrollará uno que sea similar a la Viagra
Carolina García Washington11 DIC 2013 - 19:40 CET
Expertos médicos llevan 15 años intentando descubrir un medicamento para tratar la disfunción sexual en las mujeres, que se caracteriza, principalmente, por la falta de deseo y la dificultad para alcanzar el orgasmo, pero nuevamente se han encontrado con un obstáculo en el camino.
La compañía farmacéutica Sprout ha informado este miércoles que no ha llegado a un acuerdo con la Agencia de Control de Alimentos y Medicamentos de EE UU (FDA, por sus siglas en inglés) acerca del producto flibanserin, una pastilla diaria que está prescrita para incrementar el deseo sexual de las mujeres y que actúa sobre las áreas del cerebro relacionadas con el apetito y el comportamiento. Es el primer fármaco que relaciona este problema sexual con el cerebro.
Sprout se encuentra en pleno proceso de apelación tras “la negativa de la FDA a aprobar el fármaco el pasado mes de octubre”. La Agencia solicitó entonces más información. Esta aprobación es el último paso que deben afrontar las empresas que desarrollan medicamentos para poder comercializar sus productos.
“El medicamento tiene más riesgos que beneficios”, han argumentado desde la FDA. “Además, su efecto es modesto y tiene muchos efectos secundarios como fatiga, mareos y náuseas”, han añadido desde el organismo sanitario.
La aprobación del medicamento parece algo inviable. En 2013, de las 17 apelaciones presentadas a este respecto, 14 de ellas han sido denegadas por la FDA, de acuerdo con datos del Gobierno. La situación plantea, de nuevo, muchas preguntas sobre el hecho de si alguna vez se llegará a desarrollar un fármaco que sea equivalente a la Viagra.
Según los investigadores, el medicamento provoca un aumento de dopamina —un neurotransmisor relacionado con el apetito— y disminuye la actividad de la serotonina —otro neurotransmisor vinculado con los sentimientos de saciedad—. A pesar de la opinión de la FDA, varios estudios han demostrado que, efectivamente, el fármaco aumenta el deseo sexual, reduce el estrés e incrementa “el número de relaciones sexuales”.
Desde que se comercializó con mucho éxito la Viagra, en la década de los noventa, el sector lleva años intentando desarrollar un fármaco similar para las mujeres. La primera compañía en hacerlo fue Pfizer, que probó la Viagra en las mujeres, esperando que el medicamento proporcionara la habilidad de incrementar el deseo sexual gracias al aumento de concentración de sangre en los genitales. Pero fracasó. Desde entones, también se ha intentado con el uso de hormonas, incluyendo la testosterona, pero también fue rechazado por la FDA en 2004.
Los expertos aseguran que el problema principal es que la disfunción sexual en las mujeres es algo más psicológico que físico. “Por lo que el médico que diagnóstica este trastorno debe evaluar primero factores como las relaciones personales, los desarreglos hormonales, los síntomas depresivos y los cambios de comportamiento ocasionados por otros fármacos.
“La disfunción eréctil es muy fácil de medir”, explica Kim Wallen, de la Universidad de Emory, a AP. “En cambio, la motivación es mucho más difícil. Sinceramente, no sabemos demasiado sobre ésta como para poder manipularla”, añade.
La compañía farmacéutica Sprout ha informado este miércoles que no ha llegado a un acuerdo con la Agencia de Control de Alimentos y Medicamentos de EE UU (FDA, por sus siglas en inglés) acerca del producto flibanserin, una pastilla diaria que está prescrita para incrementar el deseo sexual de las mujeres y que actúa sobre las áreas del cerebro relacionadas con el apetito y el comportamiento. Es el primer fármaco que relaciona este problema sexual con el cerebro.
Sprout se encuentra en pleno proceso de apelación tras “la negativa de la FDA a aprobar el fármaco el pasado mes de octubre”. La Agencia solicitó entonces más información. Esta aprobación es el último paso que deben afrontar las empresas que desarrollan medicamentos para poder comercializar sus productos.
“El medicamento tiene más riesgos que beneficios”, han argumentado desde la FDA. “Además, su efecto es modesto y tiene muchos efectos secundarios como fatiga, mareos y náuseas”, han añadido desde el organismo sanitario.
La aprobación del medicamento parece algo inviable. En 2013, de las 17 apelaciones presentadas a este respecto, 14 de ellas han sido denegadas por la FDA, de acuerdo con datos del Gobierno. La situación plantea, de nuevo, muchas preguntas sobre el hecho de si alguna vez se llegará a desarrollar un fármaco que sea equivalente a la Viagra.
Según los investigadores, el medicamento provoca un aumento de dopamina —un neurotransmisor relacionado con el apetito— y disminuye la actividad de la serotonina —otro neurotransmisor vinculado con los sentimientos de saciedad—. A pesar de la opinión de la FDA, varios estudios han demostrado que, efectivamente, el fármaco aumenta el deseo sexual, reduce el estrés e incrementa “el número de relaciones sexuales”.
Desde que se comercializó con mucho éxito la Viagra, en la década de los noventa, el sector lleva años intentando desarrollar un fármaco similar para las mujeres. La primera compañía en hacerlo fue Pfizer, que probó la Viagra en las mujeres, esperando que el medicamento proporcionara la habilidad de incrementar el deseo sexual gracias al aumento de concentración de sangre en los genitales. Pero fracasó. Desde entones, también se ha intentado con el uso de hormonas, incluyendo la testosterona, pero también fue rechazado por la FDA en 2004.
Los expertos aseguran que el problema principal es que la disfunción sexual en las mujeres es algo más psicológico que físico. “Por lo que el médico que diagnóstica este trastorno debe evaluar primero factores como las relaciones personales, los desarreglos hormonales, los síntomas depresivos y los cambios de comportamiento ocasionados por otros fármacos.
“La disfunción eréctil es muy fácil de medir”, explica Kim Wallen, de la Universidad de Emory, a AP. “En cambio, la motivación es mucho más difícil. Sinceramente, no sabemos demasiado sobre ésta como para poder manipularla”, añade.
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