viernes, 14 de febrero de 2014

¿Amos de la ciencia? | Sociedad | EL PAÍS

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¿Amos de la ciencia?



El último premio Nobel de medicina, Randy Schelkman, nos sorprendía hace unas semanas al declarar el boicot a las revistas “top” científicas y con ello servía de altavoz para una disidencia que otros mantienen en voz baja.
No es cuestión ya solo de las “prácticas desviadas” que parecen aflorar en esta especie de “agencias de rating” científicas (no sé si más atinadas que las financieras) sino de su propia esencia, con un dominio y una estructura de incentivos tan poderosa que parece haberlas convertido en verdaderos “amos de la ciencia”. Editoriales evaluando a investigadores y detrás todo un complejo y burocratizado entramado con no pocas dosis de simplismo y de doctrinarismo.
A ello nos hemos adaptado todos y sobre ello se construyen carreras científicas y universitarias, se abren o se cierran puertas, se aceptan o se rechazan trayectorias, en nombre de una sigla que, en este siglo de siglas, se ha convertido en talismán en el mundo científico y universitario: JCR. Es, desde luego, un modo de medir en el que todo parece sintetizarse, pero también un modo de simplificar la complejidad científica y universitaria.
No sé si es que como decía Borges “las universidades prefieren las bibliografías a los libros”, pero no deja de resultar curioso cómo se santifica el número para construir escalas y que el mundo del pensamiento se resuma en citas, que el ámbito de la creación se impregne de mercado (de un mercado de citas que constituye ahora casi un reclamo corporativo obligado en las sesiones de todo congreso) y que el sueño de la ciencia se comprima en listados de artículos convertidos no solo en el símbolo del progreso científico sino casi en el único modo de valorarlo.
Desde luego que hay que evaluar, medir, exigir, rendir, pero no hay un único modo de hacerlo, ni ese modo sirve para todo ni en la misma medida, como si esos “amos de la ciencia” otorgasen la irrefutable y exclusiva condición de investigador, como si hubiese una única concepción de la investigación, como si no existiesen sustanciales diferencias por áreas científicas, como si se persiguiese penalizar también la dedicación a la gestión, a las tareas de transferencia de conocimiento o al gobierno universitario, como si se pudiese matar o poner fechas de caducidad a las trayectorias, como si no hubiese etapas en el periplo de los universitarios, como si la vida universitaria fuese un carril de dirección única.
No creo que pueda acabar con esto ni siquiera la disidencia de un premio Nobel. Pero al menos debería servir para reflexionar sobre la necesidad de introducir sentido y criterio para que lo formal no se imponga a lo sustantivo, lo puntuable a lo relevante, los síndromes de indexación a la solvencia de las trayectorias y la recolección de méritos a los sólidos curricula universitarios. Y para que no haya cotos cerrados de “amos de la ciencia”, especialmente en esta era de la difusión abierta del conocimiento.
 Juan A. Vázquez es ex presidente de la CRUE.

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