La Sanidad vasca: un modelo en plena transformación
Enero de 2012 - Rafael Bengoa, consejero de Sanidad del Gobierno Vasco
En los últimos tiempos el futuro de la Sanidad pública está sobre la mesa de todos los debates. La sostenibilidad, la prestación de servicios, la financiación, la seguridad... son cuestiones que en una etapa de crisis exigen un esfuerzo que debe ir más allá de soluciones temporales. Es más necesario que nunca atacar al conjunto del propio sistema, aplicar una transformación del modelo y en ese reto estamos inmersos en el País Vasco
Para entender la realidad a la que nos enfrentamos es necesario recordar algunos indicadores. En Euskadi la partida presupuestaria destinada a Sanidad supone un tercio del total de las cuentas del Gobierno vasco; en los diez años anteriores al 2010 el crecimiento medio del gasto sanitario era del 9 por ciento. Desde entonces, el presupuesto sanitario se ha mantenido, ni ha subido ni ha bajado de manera notable, pero aquí es donde surgen los verdaderos problemas: el aumento de la demanda, las nuevas necesidades de la población demandante y un sistema fundamentalmente orientado a tratar al paciente con patologías agudas.
Se calcula que en el año 2049 se duplicará el número de personas con más de 65 años y prácticamente la mitad de la población tendrá algún tipo de enfermedad crónica; si a esto sumamos que los enfermos crónicos suponen un 80 por ciento de las interacciones con el sistema sanitario y absorben un 77 por ciento del gasto sanitario, la conclusión es obvia: urge reformar inmediatamente el modelo.
¿Cómo afrontar este reto en una situación tan difícil? Dando la vuelta a esa situación: convirtiendo la crisis económica en una magnífica oportunidad para el cambio.
Para llevar a cabo esa transformación un pilar fundamental es alcanzar la máxima eficiencia en la gestión. Una gestión que sirva de base para sostener el resto de transformaciones y que pueda adaptarse a los cambios de la demanda. Inyectar dinero a través de soluciones cortoplacistas, como el copago o la privatización de los servicios, no aseguran que la Sanidad, tal y como la conocemos hoy, vaya a sobrevivir en el futuro. Sería mover el dinero de un sitio a otro, poner parches que no tienen demostrada su eficacia ante problemas manifiestamente estructurales.
Medidas como la prescripción por principio activo, los genéricos, la centralización de compras, aumentar la productividad interna y evaluar constantemente la eficacia de los servicios y productos que se aplican son esenciales y está demostrado que sí son apuestas efectivas para reforzar la idea de que se puede seguir contando en el futuro con un sistema sanitario fuerte, sólido y público.
Pero para sostener este cambio de modelo no sólo hay que fijarse en la capacidad financiera, aún asumiéndola como una base importantísima, sino en el modelo de organización. Hoy en día nos encontramos con un sistema excesivamente fragmentado, especialmente centrado en actuar de forma reactiva ante las enfermedades, presencial y con escasa corresponsabilidad de los pacientes en el seguimiento, cuidado y conocimiento de sus patologías.
Pues bien, en el País Vasco hemos puesto en marcha la estrategia para afrontar el reto de la cronicidad que tiene como objetivo gestionar mejor a los enfermos crónicos, pero sin dejar de lado lo hecho hasta ahora con los enfermos agudos.
Una de las principales poleas de cambio es la creación de sistemas asistenciales integrados que, por ejemplo, reduzcan los reingresos hospitalarios, las visitas innecesarias a urgencias o a los centros de salud para realizar trámites evitables. ¿Qué estamos haciendo? Una estratificación de riesgo de la población, implantar la historia clínica unificada, poner en marcha la receta electrónica, la Enfermería de enlace, la telemedicina, la compra centralizada o las citas a través de las nuevas tecnologías con el centro de servicios de salud multicanal. Y todo ello acompañado de una apuesta firme y decidida por la implicación de todos los profesionales sanitarios a través de proyectos denominados bottom up, liderados por clínicos que tienen un objetivo claro: mejorar la calidad asistencial, los procesos de sus organizaciones y su propia práctica diaria con la vista puesta siempre en el paciente. En estos momentos contamos con 65 proyectos ligados a la estrategia de cronicidad.
Otro aspecto a tener muy en cuenta es la seguridad. Todo sistema debe ofrecer seguridad al usuario y el sanitario casi por encima de cualquier otro. El sistema universal de prescripción, previo a la receta electrónica, el control de los enfermos polimedicados o el check list en los quirófanos, son algunas de las medidas que hemos tomado. Como lo es también la Unidad de Efectividad Comparada, cuya actividad se centra en definir de una manera científica y rigurosa qué prestaciones, tratamientos o inversiones aportan beneficios reales y cuáles no.
Los pacientes confían en los profesionales y los profesionales deben estar a la altura, pero también los instrumentos con los que trabajan, y aquí juega un papel importante la innovación. Innovación e investigación entendida siempre como una inversión de futuro, como un camino para hacer más sostenible el sistema. En este terreno se abren grandes posibilidades y también retos. Está la innovación puramente científica, pero también las relaciones interinstitucionales a las que remite la atención sociosanitaria o la innovación organizativa en las propias unidades de servicios: comarcas sanitarias, hospitales o centros de salud, bien integrándose en organizaciones de servicios o en organizaciones de gestión.
Tampoco nos olvidamos de algo indispensable en cualquier trabajo: las herramientas. A pesar de las dificultades económicas, en el País Vasco seguimos manteniendo un nivel inversor en infraestructuras similar al de años anteriores. Estamos embarcados en la construcción del Hospital Universitario de Álava, que supone la unificación de los hospitales de Txagorritxu y de Santiago en Vitoria y que es un reflejo del vuelco al que estamos sometiendo al sistema, ya que el Hospital de Santiago pasará a ser un hospital de crónicos de referencia, como lo será también el futuro Hospital de Eibar. Todo ello acompañado de la implantación de nuevas tecnologías o equipamientos de una manera racional y con una eficacia constatable.
Otra transformación no menos ardua es la que compete a la conciencia o la percepción de la relación que los ciudadanos tienen de su sistema de salud. Debemos superar la concepción paternalista de esa relación. El paciente no debe verse como un consumidor de servicios sino como una parte más de esos servicios, debe ser un co-gestor de su enfermedad, ser responsable y participativo, dar y recibir información. Compartir, en definitiva. Un ejemplo es el programa Paciente Activo mediante el cual enfermos de diferentes patologías reciben formación para ayudar a otros enfermos a conocer, seguir y gestionar su patología.
Con estos mimbres y dando por sentado que la cronicidad se agudizará en el futuro, la prevención en la salud se presenta como uno de los pilares básicos para garantizar la sostenibilidad del sistema. La educación en hábitos de vida saludables: alimentación y ejercicio físico; la inclusión de la salud en las políticas sociales como determinante en todos los proyectos; y la implicación del sector industrial, sobre todo el alimentario, en todo el proceso son elementos ineludibles para posibilitar que se reduzca la necesidad de cuidados y por extensión se reduzca también la presión asistencial sobre el sistema.
Como en todo proceso de transformación los cambios no se aprecian de un día para otro, pero las circunstancias en las que nos encontramos nos obligan a no dejar de pisar el acelerador. Lo que está en juego no es la simple supervivencia del sistema sanitario sino su adaptación a un nuevo tiempo, a unas nuevas necesidades, pero siempre con los pacientes, y en especial, los pacientes crónicos en el centro del radar. En Euskadi ya hemos comenzado, otros lo están haciendo ahora. El futuro pasa por aquí.
Se calcula que en el año 2049 se duplicará el número de personas con más de 65 años y prácticamente la mitad de la población tendrá algún tipo de enfermedad crónica; si a esto sumamos que los enfermos crónicos suponen un 80 por ciento de las interacciones con el sistema sanitario y absorben un 77 por ciento del gasto sanitario, la conclusión es obvia: urge reformar inmediatamente el modelo.
¿Cómo afrontar este reto en una situación tan difícil? Dando la vuelta a esa situación: convirtiendo la crisis económica en una magnífica oportunidad para el cambio.
Para llevar a cabo esa transformación un pilar fundamental es alcanzar la máxima eficiencia en la gestión. Una gestión que sirva de base para sostener el resto de transformaciones y que pueda adaptarse a los cambios de la demanda. Inyectar dinero a través de soluciones cortoplacistas, como el copago o la privatización de los servicios, no aseguran que la Sanidad, tal y como la conocemos hoy, vaya a sobrevivir en el futuro. Sería mover el dinero de un sitio a otro, poner parches que no tienen demostrada su eficacia ante problemas manifiestamente estructurales.
Medidas como la prescripción por principio activo, los genéricos, la centralización de compras, aumentar la productividad interna y evaluar constantemente la eficacia de los servicios y productos que se aplican son esenciales y está demostrado que sí son apuestas efectivas para reforzar la idea de que se puede seguir contando en el futuro con un sistema sanitario fuerte, sólido y público.
Pero para sostener este cambio de modelo no sólo hay que fijarse en la capacidad financiera, aún asumiéndola como una base importantísima, sino en el modelo de organización. Hoy en día nos encontramos con un sistema excesivamente fragmentado, especialmente centrado en actuar de forma reactiva ante las enfermedades, presencial y con escasa corresponsabilidad de los pacientes en el seguimiento, cuidado y conocimiento de sus patologías.
Pues bien, en el País Vasco hemos puesto en marcha la estrategia para afrontar el reto de la cronicidad que tiene como objetivo gestionar mejor a los enfermos crónicos, pero sin dejar de lado lo hecho hasta ahora con los enfermos agudos.
Una de las principales poleas de cambio es la creación de sistemas asistenciales integrados que, por ejemplo, reduzcan los reingresos hospitalarios, las visitas innecesarias a urgencias o a los centros de salud para realizar trámites evitables. ¿Qué estamos haciendo? Una estratificación de riesgo de la población, implantar la historia clínica unificada, poner en marcha la receta electrónica, la Enfermería de enlace, la telemedicina, la compra centralizada o las citas a través de las nuevas tecnologías con el centro de servicios de salud multicanal. Y todo ello acompañado de una apuesta firme y decidida por la implicación de todos los profesionales sanitarios a través de proyectos denominados bottom up, liderados por clínicos que tienen un objetivo claro: mejorar la calidad asistencial, los procesos de sus organizaciones y su propia práctica diaria con la vista puesta siempre en el paciente. En estos momentos contamos con 65 proyectos ligados a la estrategia de cronicidad.
Otro aspecto a tener muy en cuenta es la seguridad. Todo sistema debe ofrecer seguridad al usuario y el sanitario casi por encima de cualquier otro. El sistema universal de prescripción, previo a la receta electrónica, el control de los enfermos polimedicados o el check list en los quirófanos, son algunas de las medidas que hemos tomado. Como lo es también la Unidad de Efectividad Comparada, cuya actividad se centra en definir de una manera científica y rigurosa qué prestaciones, tratamientos o inversiones aportan beneficios reales y cuáles no.
Los pacientes confían en los profesionales y los profesionales deben estar a la altura, pero también los instrumentos con los que trabajan, y aquí juega un papel importante la innovación. Innovación e investigación entendida siempre como una inversión de futuro, como un camino para hacer más sostenible el sistema. En este terreno se abren grandes posibilidades y también retos. Está la innovación puramente científica, pero también las relaciones interinstitucionales a las que remite la atención sociosanitaria o la innovación organizativa en las propias unidades de servicios: comarcas sanitarias, hospitales o centros de salud, bien integrándose en organizaciones de servicios o en organizaciones de gestión.
Tampoco nos olvidamos de algo indispensable en cualquier trabajo: las herramientas. A pesar de las dificultades económicas, en el País Vasco seguimos manteniendo un nivel inversor en infraestructuras similar al de años anteriores. Estamos embarcados en la construcción del Hospital Universitario de Álava, que supone la unificación de los hospitales de Txagorritxu y de Santiago en Vitoria y que es un reflejo del vuelco al que estamos sometiendo al sistema, ya que el Hospital de Santiago pasará a ser un hospital de crónicos de referencia, como lo será también el futuro Hospital de Eibar. Todo ello acompañado de la implantación de nuevas tecnologías o equipamientos de una manera racional y con una eficacia constatable.
Otra transformación no menos ardua es la que compete a la conciencia o la percepción de la relación que los ciudadanos tienen de su sistema de salud. Debemos superar la concepción paternalista de esa relación. El paciente no debe verse como un consumidor de servicios sino como una parte más de esos servicios, debe ser un co-gestor de su enfermedad, ser responsable y participativo, dar y recibir información. Compartir, en definitiva. Un ejemplo es el programa Paciente Activo mediante el cual enfermos de diferentes patologías reciben formación para ayudar a otros enfermos a conocer, seguir y gestionar su patología.
Con estos mimbres y dando por sentado que la cronicidad se agudizará en el futuro, la prevención en la salud se presenta como uno de los pilares básicos para garantizar la sostenibilidad del sistema. La educación en hábitos de vida saludables: alimentación y ejercicio físico; la inclusión de la salud en las políticas sociales como determinante en todos los proyectos; y la implicación del sector industrial, sobre todo el alimentario, en todo el proceso son elementos ineludibles para posibilitar que se reduzca la necesidad de cuidados y por extensión se reduzca también la presión asistencial sobre el sistema.
Como en todo proceso de transformación los cambios no se aprecian de un día para otro, pero las circunstancias en las que nos encontramos nos obligan a no dejar de pisar el acelerador. Lo que está en juego no es la simple supervivencia del sistema sanitario sino su adaptación a un nuevo tiempo, a unas nuevas necesidades, pero siempre con los pacientes, y en especial, los pacientes crónicos en el centro del radar. En Euskadi ya hemos comenzado, otros lo están haciendo ahora. El futuro pasa por aquí.
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