Amortiguadores contra la crisis
Algunos indicadores muestran los efectos de la crisis sobre la salud. Preservar los servicios públicos reducirá el impacto.
MILAGROS PÉREZ OLIVA Barcelona 13 ABR 2014 - 00:03 CET
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La historia ofrece algunos ejemplos claros de cómo las crisis económicas se traducen en un deterioro de la salud de la población. Diez años después de la caída del muro de Berlín, la esperanza de vida en Rusia había caído desde los 65 años en hombres y 74,6 en mujeres alcanzados en 1987 a 60 y 73 años respectivamente. La crisis que siguió a la caída del muro y los cambios sociales que produjo el paso a un capitalismo descarnado dejó sin servicios públicos ni protección social a millones de rusos, lo que se tradujo en un rápido aumento de la mortalidad.
¿Está provocando la crisis económica un retroceso en los estándares de salud en los países del sur de Europa? La cuestión es de la máxima relevancia, pero no tiene fácil respuesta, como pudo verse en un debate organizado por Cáritas el pasado jueves. Depende, como siempre, de qué se observe y cómo se miren las cifras. Por ejemplo, una de las estadísticas ha llevado a José Antonio Tapia Granados, investigador de la Universidad de Míchigan, a afirmar en un artículo que la crisis y las políticas de austeridad no solo no han sido perjudiciales sino beneficiosas para la salud. Se basa en que la tasa de mortalidad ha continuado descendiendo entre los años 2007 y 2010.
Tal vez fuera prudente esperar algo más de tiempo y analizar otros parámetros antes de hacer una afirmación tan categórica. Hay situaciones de pobreza y deterioro que pueden tener un impacto directo sobre la mortalidad. Por ejemplo, por un aumento de la tasa de suicidios o, como ocurrió en Rusia, por un fuerte incremento del alcoholismo. Pero en general, en las sociedades con mayor bienestar y más cohesionadas, las repercusiones sobre la salud suelen ser a más largo plazo. Los niños catalanes que hoy sufren malnutrición no morirán por ello, pero es seguro que su salud se resentirá.
Lo importante, como señala Carme Borrell, de la Agencia de Salud Pública de Barcelona, son los determinantes de salud, es decir, los factores que inciden sobre ella. Y no cabe duda de que la crisis los está afectando. Si la población en riesgo de pobreza ha pasado del 24,5% al 28,2% en cinco años y la mayor pobreza se traduce en peor salud, no tardaremos en ver su impacto en las estadísticas. De hecho ya aparecen algunos signos. Por ejemplo, la peor alimentación conduce a una mayor obesidad, de la que se derivan otros problemas de salud como la diabetes. Pues bien, en la población con menos ingresos, el porcentaje de niños obesos casi se ha duplicado entre 2006 y 2012.
Pero es en la salud mental donde antes debutan las consecuencias de una crisis, normalmente en forma de depresión, crisis de ansiedad, adicciones y suicidios. Un estudio encabezado por Margalida Gili publicado en el European Journal of Public Health concluye que ha aumentado significativamente la frecuencia de los trastornos mentales y el abuso de alcohol, especialmente entre quienes están en paro y tienen riesgo de perder la vivienda. Otro estudio dirigido por Carme Trilla observa cómo el 70% de las personas que acuden a Cáritas por problemas de vivienda afirma sufrir problemas de depresión u otros trastornos mentales, cuando en la población normal el porcentaje es del 15%.
Esta mayor vulnerabilidad no se ha traducido, según Josep Ramos, psiquiatra del hospital Sant Joan de Déu, en una mayor demanda de atención especializada para adultos, pero sí para niños. ¿La razón? Probablemente porque en el caso de los niños hay mayor vigilancia y los adultos con trastornos de ansiedad y depresión se quedan en la asistencia primaria, que es donde se recetan ahora más antidepresivos.
La memoria colectiva guarda la terrible imagen de empresarios arruinados arrojándose por la ventana en la Gran Depresión de 1929. Uno de los primeros indicadores a los que se recurre para evaluar el impacto de una crisis económica es la tasa de suicidios. Aquí encontramos datos tan contradictorios como reveladores.
Un estudio realizado en Gran Bretaña muestra un ligero repunte de la tasa de suicidios en paralelo a la crisis y al incremento del paro. Pero la tasa sigue estando por debajo de hace diez años. Algo parecido ocurre en España y Portugal. En Cataluña, la tasa de suicidios alcanzó su punto más bajo en 2007, con 5,8 muertes por cada 100.000 habitantes. En 2011 había subido a 6,52 pero aún así era casi la mitad de la media europea. En Grecia, en cambio, un trabajo publicado en The Lancet daba cuenta de que los suicidios habían aumentado un 17% entre 2007 y 2009 y a lo largo de la crisis el aumento ha sido del 43%. ¿Por qué en Grecia suben más los suicidios que en España o Portugal? ¿Es por la mayor intensidad de la crisis o hay factores sociales y culturales que en nuestro caso amortiguan los efectos?
Desde luego, la solidaridad familiar juega un papel muy relevante. Pero lo más importante es poder mantener las estructuras del Estado de bienestar que amortiguan el impacto de la crisis sobre los factores que determinan la salud: prestaciones y servicios sociales, asistencia sanitaria, educación... Aunque recortados y sobrecargados, los servicios públicos siguen en pie. Cuanto mayor y más larga es la crisis, más importante es preservar estos grandes amortiguadores sociales.
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