El plan para tratar toxicómanos con heroína se estanca
El único centro piloto de España cumple 10 años sin visos de extender su controvertido programa.
Pedro y Miguel Ángel vivían entre el polígono donde compraban sus chutes y el centro médico donde recibían la metadona. Habían perdido la relación con su familia, apenas pesaban 40 kilos, solo vivían para reunir calderilla que en cuestión de minutos cambiaban por dosis de autodestrucción. Un día aparecieron dos hombres que les propusieron participar en un programa piloto contra la drogadicción. De eso hace diez años. Hasta tres veces Miguel Ángel despachó a esos dos desconocidos, pero a la cuarta, les acompañó. Pedro dijo que sí a la primera. Así entraron en Pepsa, (Proyecto Experimental de Prescripción de Estupefacientes) un programa pionero de Granada que trata a los adictos con heroína, en lugar de un sustitutivo (metadona).
A sus 50 años Miguel Ángel se mueve en bicicleta por la ciudad, su familia le acepta -“aunque aún no acaban de confiar en mí, y lo entiendo”- vive en un piso y muestra cinco euros que lleva en un pequeño monedero. “Si antes llevaba esto encima, iba directo al polígono”, asegura. Una cicatriz atraviesa su cuello, como recuerdo de su vida en la calle, de una cuchillada por una pelea de la que no recuerda el motivo. Pedro vive de su pensión, tiene un 65% de discapacidad porque es portador del VIH, y es capaz de organizar sus facturas y gastar su dinero en comida, no en droga. El empezó a consumir cuando en los 90 un compañero de trabajo le ofreció. Son dos ejemplos del éxito del programa que esta semana cumple una década.
Durante el primer año el proyecto fue un ensayo clínico, vistos los resultados, se convirtió en un programa estable que diez años más tarde se ha anclado en el lugar en el que nació, en la planta baja de un edificio de consultas externas del hospital Virgen de las Nieves de Granada. La puerta de acceso está adornada con pinturas de sus usuarios, una de ellas dedicada al sexto aniversario del Pepsa en el que se puede leer: “Hace seis años que volví a nacer”. El plan, que ahora atiende a 23 pacientes, no ha conseguido expandirse a otras ciudades de España, de momento, aunque en países como Alemania, Holanda o Suiza ya está asentado. ¿Por qué? Nadie sabe responder exactamente a esta pregunta, cuando el éxito del programa ha quedado probado en esta década.
“Es un programa controvertido, parece que demos droga gratis en el hospital y no es así, creo que ha habido poco interés por extenderlo”, explica el director del centro, José Antonio Reyes.
La Agencia Española del Medicamento permite la aplicación de la heroína, en lo que se conoce como uso compasivo, bajo unos requisitos muy estrictos. Los pacientes deben haber fracasado al menos en dos tratamientos previos, que estén en riesgo de exclusión social, con desarraigo familiar y que sean mayores de edad. El objetivo del programa era dignificar a los drogodependientes y mejorar su calidad de vida, de manera que cada vez necesiten menos dosis para que estén estables, y funciona.
Al cumplir estos requisitos Gustavo, de 36 años, pudo incorporarse al proyecto hace apenas un año. Su evolución todavía no es tan notable como la de Miguel Ángel , pero afirma que ya lo va notando, él empezó a fumar heroína con 12 o 13 años -“vivía en un barrio conflictivo”-. Como el resto de pacientes, llama a la puerta del Pepsa dos veces al día, una por la mañana y otra por la tarde, pare recibir su dosis. En todas las visitas les controlan parámetros como la tensión o el nivel de azúcar. Después, pasan por una ventanilla, les entregan su frasquito de heroína y se inyectan en otra sala. Otro de los impedimentos para la expansión del programa es la necesidad de recursos económicos para ponerlo en marcha y mantenerlo, aunque los promotores del programa, avalados por publicaciones internacionales, defienden que la Administración ahorra dinero: el que no se gasta en la atención médica de los drogodependientes (sobre todo en urgencias) y en los procesos judiciales por acciones delictivas de los toxicómanos. Si no necesitan dinero para conseguir el chute, no delinquen. Estos resultados los revelaba un estudio publicado hace un año en la revista de la Asociación Médica de Canadá, país en que el que también se dispensa heroína a toxicómanos. El personal del Pepsa, que comparte cada día horas con los pacientes, añade: “El 100% de los pacientes con patologías (VIH, hepatitis) se trata, cuando antes no lo hacía, y todos ellos han dejado de pincharse en la calle”.
Hacen falta unas instalaciones muy específicas para elaborar el preparado que se suministra a los usuarios y el control debe ser extremadamente exhaustivo. Desi González es la encargada de elaborar la diacetilmorfina (nombre genérico de la heroína) desde el principio del ensayo, lo hace justo al lado de la sala de inyecciones, para evitar los gastos de transporte. Fue su primer trabajo, un “reto”, asegura. Cada usuario tiene una dosis personalizada, la mínima posible, y ella prepara los lotes dos veces a la semana. Trabaja en lo que se denomina una sala blanca con unos parámetros como la temperatura, humedad o la contaminación controlados hasta el milímetro. Ella misma se enfunda en un mono blanco para que nada afecte a las dosis.
Después, una muestra de cada lote irá al edificio principal del Virgen de las Nieves para el último control. El gasto anual para la elaboración de la heroína es de 40.000 euros. El almacén en el que guardan la sustancia está vigilado por cámaras de seguridad, todas las puertas del centro tienen apertura con tarjeta, las dosis están numeradas y registradas.
Ahora los promotores del plan se plantean un objetivo: que en lugar de inyectada, la heroína de pueda consumir oralmente, algo menos molesto para el paciente y que haría más fácil su expansión a otros centros, al no requerir instalaciones tan específicas, explica Joan Carles March, investigador principal del ensayo clínico. Pero esta intención aún está en ciernes, aunque según aseguran los responsables del programa, algunas comunidades sí han mostrado interés.
En paralelo al tratamiento con inyecciones, los enfermeros apoyan a los pacientes en otros aspectos de su vida. Les ayudan a recobrar capacidades sociales, les enseñan a usar Internet, les indican como ocupar su tiempo de ocio, van al cine o a la piscina con ellos…El personal no está obligado a llevar a cabo todas estas actividades, pero ellos consideran que es una parte fundamental de la recuperación de estas personas. Como tampoco tendrían por qué hacer una labor de captación, que consiste en explicar a otros profesionales sanitarios el funcionamiento del programa para que deriven a otros toxicómanos, dar charlas o repartir kits de jeringuillas, pero explican que lo llevan a cabo porque ya no cuentan con el equipo psicosocial que tuvo en programa cuando estaba en fase experimental. Rosario, médico del Pepsa apunta: “Nosotros no decimos que este tratamiento sea la mejor solución. Decimos que es una alternativa más, que funciona y que hay que tenerla en cuenta”.
A sus 50 años Miguel Ángel se mueve en bicicleta por la ciudad, su familia le acepta -“aunque aún no acaban de confiar en mí, y lo entiendo”- vive en un piso y muestra cinco euros que lleva en un pequeño monedero. “Si antes llevaba esto encima, iba directo al polígono”, asegura. Una cicatriz atraviesa su cuello, como recuerdo de su vida en la calle, de una cuchillada por una pelea de la que no recuerda el motivo. Pedro vive de su pensión, tiene un 65% de discapacidad porque es portador del VIH, y es capaz de organizar sus facturas y gastar su dinero en comida, no en droga. El empezó a consumir cuando en los 90 un compañero de trabajo le ofreció. Son dos ejemplos del éxito del programa que esta semana cumple una década.
Durante el primer año el proyecto fue un ensayo clínico, vistos los resultados, se convirtió en un programa estable que diez años más tarde se ha anclado en el lugar en el que nació, en la planta baja de un edificio de consultas externas del hospital Virgen de las Nieves de Granada. La puerta de acceso está adornada con pinturas de sus usuarios, una de ellas dedicada al sexto aniversario del Pepsa en el que se puede leer: “Hace seis años que volví a nacer”. El plan, que ahora atiende a 23 pacientes, no ha conseguido expandirse a otras ciudades de España, de momento, aunque en países como Alemania, Holanda o Suiza ya está asentado. ¿Por qué? Nadie sabe responder exactamente a esta pregunta, cuando el éxito del programa ha quedado probado en esta década.
“Es un programa controvertido, parece que demos droga gratis en el hospital y no es así, creo que ha habido poco interés por extenderlo”, explica el director del centro, José Antonio Reyes.
La Agencia Española del Medicamento permite la aplicación de la heroína, en lo que se conoce como uso compasivo, bajo unos requisitos muy estrictos. Los pacientes deben haber fracasado al menos en dos tratamientos previos, que estén en riesgo de exclusión social, con desarraigo familiar y que sean mayores de edad. El objetivo del programa era dignificar a los drogodependientes y mejorar su calidad de vida, de manera que cada vez necesiten menos dosis para que estén estables, y funciona.
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Hacen falta unas instalaciones muy específicas para elaborar el preparado que se suministra a los usuarios y el control debe ser extremadamente exhaustivo. Desi González es la encargada de elaborar la diacetilmorfina (nombre genérico de la heroína) desde el principio del ensayo, lo hace justo al lado de la sala de inyecciones, para evitar los gastos de transporte. Fue su primer trabajo, un “reto”, asegura. Cada usuario tiene una dosis personalizada, la mínima posible, y ella prepara los lotes dos veces a la semana. Trabaja en lo que se denomina una sala blanca con unos parámetros como la temperatura, humedad o la contaminación controlados hasta el milímetro. Ella misma se enfunda en un mono blanco para que nada afecte a las dosis.
Después, una muestra de cada lote irá al edificio principal del Virgen de las Nieves para el último control. El gasto anual para la elaboración de la heroína es de 40.000 euros. El almacén en el que guardan la sustancia está vigilado por cámaras de seguridad, todas las puertas del centro tienen apertura con tarjeta, las dosis están numeradas y registradas.
Ahora los promotores del plan se plantean un objetivo: que en lugar de inyectada, la heroína de pueda consumir oralmente, algo menos molesto para el paciente y que haría más fácil su expansión a otros centros, al no requerir instalaciones tan específicas, explica Joan Carles March, investigador principal del ensayo clínico. Pero esta intención aún está en ciernes, aunque según aseguran los responsables del programa, algunas comunidades sí han mostrado interés.
En paralelo al tratamiento con inyecciones, los enfermeros apoyan a los pacientes en otros aspectos de su vida. Les ayudan a recobrar capacidades sociales, les enseñan a usar Internet, les indican como ocupar su tiempo de ocio, van al cine o a la piscina con ellos…El personal no está obligado a llevar a cabo todas estas actividades, pero ellos consideran que es una parte fundamental de la recuperación de estas personas. Como tampoco tendrían por qué hacer una labor de captación, que consiste en explicar a otros profesionales sanitarios el funcionamiento del programa para que deriven a otros toxicómanos, dar charlas o repartir kits de jeringuillas, pero explican que lo llevan a cabo porque ya no cuentan con el equipo psicosocial que tuvo en programa cuando estaba en fase experimental. Rosario, médico del Pepsa apunta: “Nosotros no decimos que este tratamiento sea la mejor solución. Decimos que es una alternativa más, que funciona y que hay que tenerla en cuenta”.
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