Michael Mastromarino, ladrón de cadáveres
En connivencia con varias funerarias, se dedicaba a robar tejidos para venderlos para transplantes e investigaciones
Cuando fue detenido a mediados de 2006, el antiguo dentista Michel Mastromarino (Brooklyn, Nueva York, 1963) regentaba un negocio que le había permitido hacerse millonario en un tiempo récord. En connivencia con varias funerarias, se dedicaba a robar tejidos de diverso tipo, en particular óseo, para venderlo para transplantes e investigaciones. El domingo 7 de julio, mientras todavía cumplía su condena por aquellos hechos, falleció en un hospital de Nueva York a consecuencia de la metástasis de un cáncer de hígado.
Los avances que han permitido el transplante de órganos vitales también permiten el trasplante, mucho más común, de tejidos: cuñas óseas para reparar fracturas, venas para la cirugía coronaria, o tendones y ligamentos para reparar lesiones articulares. En el Estado de Nueva York, donde Mastromarino montó su lúgubre negocio, la legislación permite recolectar órganos y tejidos bajo estrictas condiciones: básicamente que los parientes del donante den su consentimiento y este no tenga una enfermedad contagiosa o sea demasiado anciano. Pero la demanda excede con mucho a la oferta, por lo que las leyes del mercado ponen precios altísimos a los cadáveres (desguazado, puede alcanzar los 200.000 euros).
Mastromarino, que perdió su licencia de odontólogo en 2002 a causa de su adicción a las drogas, obtuvo un permiso para suministrar materiales a los bancos de tejidos. Para cuadrar cuentas, dados los precios astronómicos de los tejidos obtenidos de forma legal, tejió una red de contactos en empresas de pompas fúnebres, a las que pagaba en torno a 1.000 dólares por cadáver, que debidamente tratado y desguazado le terminaba reportando entre 10.000 y 15.000 dólares. La empresa, con sede en Nueva Jersey, se llamaba Biomedical Tissue Services (BTS).
El problema es que Mastromarino cosechaba los tejidos sin el consentimiento de los deudos de los difuntos, tejidos que además provenían en algunos casos de personas enfermas de sida, otras enfermedades infecciosas o cáncer. Por supuesto, tampoco respetaba los límites de edad: víctima de sus macabras prácticas fueron los restos de una celebridad televisiva en Estados Unidos, el presentador británico Alistair Cooke, fallecido a los 95 años de un cáncer de pulmón con metástasis ósea. En este caso, los agentes de Mastromarino le extrajeron los huesos de los brazos y las piernas; una práctica que repitió con muchos de los 1.077 cuerpos sobre los que trabajó BTS. En ocasiones, los esbirros de Mastromarino sustituían con tuberías de PVC los huesos sustraídos. Antes de suministrar órganos y tejidos a sus clientes, BTS falsificaba los documentos relevantes, como formularios de consentimiento o certificados de defunción.
La policía empezó a tirar del hilo investigando irregularidades de una funeraria de Brooklyn (Daniel George & Son Funeral Home) en 2005, donde encontró una “habitación secreta” con todo el instrumental necesario para practicar las macabras extracciones. En 2006 se presentaron cargos contra él, varios de sus colaboradores y responsables de las funerarias implicadas. El juez le dejó en libertad bajo fianza de 1,5 millones, pero en 2008, tras avenirse a pagar una multa de 4,6 millones de dólares para resarcir a los familiares de los fallecidos cuyos restos saqueó, fue sentenciado a una pena de 15 a 30 años en prisión.
Los avances que han permitido el transplante de órganos vitales también permiten el trasplante, mucho más común, de tejidos: cuñas óseas para reparar fracturas, venas para la cirugía coronaria, o tendones y ligamentos para reparar lesiones articulares. En el Estado de Nueva York, donde Mastromarino montó su lúgubre negocio, la legislación permite recolectar órganos y tejidos bajo estrictas condiciones: básicamente que los parientes del donante den su consentimiento y este no tenga una enfermedad contagiosa o sea demasiado anciano. Pero la demanda excede con mucho a la oferta, por lo que las leyes del mercado ponen precios altísimos a los cadáveres (desguazado, puede alcanzar los 200.000 euros).
Mastromarino, que perdió su licencia de odontólogo en 2002 a causa de su adicción a las drogas, obtuvo un permiso para suministrar materiales a los bancos de tejidos. Para cuadrar cuentas, dados los precios astronómicos de los tejidos obtenidos de forma legal, tejió una red de contactos en empresas de pompas fúnebres, a las que pagaba en torno a 1.000 dólares por cadáver, que debidamente tratado y desguazado le terminaba reportando entre 10.000 y 15.000 dólares. La empresa, con sede en Nueva Jersey, se llamaba Biomedical Tissue Services (BTS).
El problema es que Mastromarino cosechaba los tejidos sin el consentimiento de los deudos de los difuntos, tejidos que además provenían en algunos casos de personas enfermas de sida, otras enfermedades infecciosas o cáncer. Por supuesto, tampoco respetaba los límites de edad: víctima de sus macabras prácticas fueron los restos de una celebridad televisiva en Estados Unidos, el presentador británico Alistair Cooke, fallecido a los 95 años de un cáncer de pulmón con metástasis ósea. En este caso, los agentes de Mastromarino le extrajeron los huesos de los brazos y las piernas; una práctica que repitió con muchos de los 1.077 cuerpos sobre los que trabajó BTS. En ocasiones, los esbirros de Mastromarino sustituían con tuberías de PVC los huesos sustraídos. Antes de suministrar órganos y tejidos a sus clientes, BTS falsificaba los documentos relevantes, como formularios de consentimiento o certificados de defunción.
La policía empezó a tirar del hilo investigando irregularidades de una funeraria de Brooklyn (Daniel George & Son Funeral Home) en 2005, donde encontró una “habitación secreta” con todo el instrumental necesario para practicar las macabras extracciones. En 2006 se presentaron cargos contra él, varios de sus colaboradores y responsables de las funerarias implicadas. El juez le dejó en libertad bajo fianza de 1,5 millones, pero en 2008, tras avenirse a pagar una multa de 4,6 millones de dólares para resarcir a los familiares de los fallecidos cuyos restos saqueó, fue sentenciado a una pena de 15 a 30 años en prisión.
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