Impacientes
Los servicios sanitarios llevan tiempo alertando contra la precarización de su labor y el deseo de comerciar con sus recursos
Los medios son incapaces de situar al ciudadano ante las complejidades del tiempo en que vivimos. La cultura del titular y el picadito de noticias carece de recursos para que se visualice la doctrina dominante. Los servicios sanitarios llevan tiempo alertando contra la precarización de su labor y el deseo de comerciar con sus recursos. La palabra privatización, en dura pugna con el eufemismo externalización, no cala con significado en el ciudadano, que está convencido de que las protestas responden a la salvaguarda de sus privilegios profesionales de funcionariado. No es capaz de relacionar la inseguridad sanitaria a la que se precipita con el negocio más desacomplejado de las clases dominantes. Ese esfuerzo fallido deriva en la indiferencia de los ciudadanos.
En los relatos autobiográficos de Thomas Bernhard, reunidos en España en un solo volumen, recupera la infancia y juventud marcada por las instituciones escolares y los largos tratamientos de la enfermedad pulmonar. Su perspectiva sigue siendo válida hoy día, especialmente cuando reflexiona sobre las diferencias entre pacientes de pago y pacientes pobres: “Tenemos que insistir en que sean abolidas las clases en los hospitales, porque la persistencia de ese clasismo entre pacientes provoca una situación indigna para el ser humano y la mayor perversión de nuestro sistema político-social”. Es la inclusión del concepto político lo que convierte la frase en rabiosamente actual.
Ha trascendido que un consejero del Gobierno de Cospedal logró que su mujer se saltara las listas de espera para ser intervenida en un centro público. La falta de rigor se quiere solo ofensiva para quienes nutrían la lista de espera, cada día más inhumana, sin que los políticos encuentren solución distinta a la venta de los hospitales. La solvencia sanitaria, su transparencia, afecta a todos. La salud es el escalón definitivo para la desigualdad clasista. El constante aterrizaje de los políticos más ponzoñosos en las empresas que se apoderan de nuestro sistema de salud delata un interés acelerado y perturbador. La ascensión por ley de la seguridad privada al rango de acción policial, ofrece también la perspectiva de una protección para ricos y otra para pobres que no pueden pagársela. Pero contar todo esto sigue siendo un problema audiovisual en el país de los ciegos rodeados de pantallas.
En los relatos autobiográficos de Thomas Bernhard, reunidos en España en un solo volumen, recupera la infancia y juventud marcada por las instituciones escolares y los largos tratamientos de la enfermedad pulmonar. Su perspectiva sigue siendo válida hoy día, especialmente cuando reflexiona sobre las diferencias entre pacientes de pago y pacientes pobres: “Tenemos que insistir en que sean abolidas las clases en los hospitales, porque la persistencia de ese clasismo entre pacientes provoca una situación indigna para el ser humano y la mayor perversión de nuestro sistema político-social”. Es la inclusión del concepto político lo que convierte la frase en rabiosamente actual.
Ha trascendido que un consejero del Gobierno de Cospedal logró que su mujer se saltara las listas de espera para ser intervenida en un centro público. La falta de rigor se quiere solo ofensiva para quienes nutrían la lista de espera, cada día más inhumana, sin que los políticos encuentren solución distinta a la venta de los hospitales. La solvencia sanitaria, su transparencia, afecta a todos. La salud es el escalón definitivo para la desigualdad clasista. El constante aterrizaje de los políticos más ponzoñosos en las empresas que se apoderan de nuestro sistema de salud delata un interés acelerado y perturbador. La ascensión por ley de la seguridad privada al rango de acción policial, ofrece también la perspectiva de una protección para ricos y otra para pobres que no pueden pagársela. Pero contar todo esto sigue siendo un problema audiovisual en el país de los ciegos rodeados de pantallas.
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