EEUU | Reforma sanitaria
Farmacéuticas y aseguradoras ni ganan ni pierden con la reforma de Obama
Barack Obama, en el despacho oval. | Afp
- Por más que sufran los republicanos la norma preserva el actual 'statu quo'
- El plan de salud de Obama expande los programas de salud público-privados
¿Quién gana y quién pierde con la reforma sanitaria de Obama? Al contrario de lo que cabría pensar, las farmacéuticas y las aseguradoras de salud no están entre las perjudicadas. Por ahora es difícil saber el impacto de las nuevas medidas, pero el mercado no las ha castigado. Más bien al contrario. La razón: por más histeria que sufran los republicanos (a pesar de que la ley es un calco de la que creó Mitt Romney cuando fue gobernador de Massachusetts entre 2000 y 2004), la norma preserva el actual 'statu quo'.
Es cierto que la reforma prohíbe a las aseguradoras hacer barbaridades como las que suelen poner en práctica. Entre ellas, por ejemplo, está retirar la cobertura sanitaria a alguien que, por ejemplo, tenga cáncer (en ese caso el paciente no se queda sin tratamiento, pero éste pasa a ser abonado por el estado, que tiende a pagar a los hospitales tarde y mal). Y también les obliga que todos los menores de 26 años estén cubiertos por las pólizas de sus padres. Ésas son medidas que van a dañar la cuenta de resultados de esas empresas.
Finalmente, la reforma de Obama va a hacer que las empresas tengan que ser transparentes a la hora de explicar a los potenciales clientes qué servicios les ofrecen y a qué precios.
Pero no lo es menos que el plan de salud de Obama recoge una formidable expansión de los programas de salud público-privados existentes. Según algunas estimaciones, el Medicare (el servicio de salud concertado para las personas de ingresos bajos) pasará a tener 16 millones de personas más que en la actualidad bajo su cobertura. Al mismo tiempo, el nuevo sistema no toca la surrealista exención de la legislación de defensa de la competencia de la que disfrutan estas empresas, con lo que podrán seguir jugando a mantener sus monopolios 'de facto'. Finalmente, aunque tengan que bajar los precios, van a tener más clientes, porque los estadounidenses se van a ver obligados a tener seguros médicos. Y la expansión del Medicare y del Medicaid permite vaticinar más clientes para las empresas que tienen asilos de ancianos, hospitales para enfermos crónicos y que cuidan a personas mayores en sus casas.
Lo mismo pasa con las farmacéuticas. Este sector, de hecho, hizo un trato con Obama en 2009: a cambio de no oponerse a la reforma, esas empresas se comprometían a mantenerse neutrales en el debate. El pacto, como todas las treguas entre enemigos feroces, ha sido cumplido a medias. La reforma supone menos dinero público para los medicamentos que se compran bajo el Medicare y el Medicaid. Y elimina el surrealista 'agujero del donut', instituido por George W. Bush en 2003, en virtud del cual las personas que estuvieran bajo ese sistema pagarían un porcentaje menor de sus medicinas si consumían por debajo de una cantidad, pero por encima de otra. En otras palabras: el sistema cobraba menos a la mayoría, y desincentivaba a los muy sanos o a los muy enfermos.
Esa situación explica que las acciones de las empresas de estos sectores apenas se hayan movido tras la reforma.
Es cierto que la reforma prohíbe a las aseguradoras hacer barbaridades como las que suelen poner en práctica. Entre ellas, por ejemplo, está retirar la cobertura sanitaria a alguien que, por ejemplo, tenga cáncer (en ese caso el paciente no se queda sin tratamiento, pero éste pasa a ser abonado por el estado, que tiende a pagar a los hospitales tarde y mal). Y también les obliga que todos los menores de 26 años estén cubiertos por las pólizas de sus padres. Ésas son medidas que van a dañar la cuenta de resultados de esas empresas.
Finalmente, la reforma de Obama va a hacer que las empresas tengan que ser transparentes a la hora de explicar a los potenciales clientes qué servicios les ofrecen y a qué precios.
Pero no lo es menos que el plan de salud de Obama recoge una formidable expansión de los programas de salud público-privados existentes. Según algunas estimaciones, el Medicare (el servicio de salud concertado para las personas de ingresos bajos) pasará a tener 16 millones de personas más que en la actualidad bajo su cobertura. Al mismo tiempo, el nuevo sistema no toca la surrealista exención de la legislación de defensa de la competencia de la que disfrutan estas empresas, con lo que podrán seguir jugando a mantener sus monopolios 'de facto'. Finalmente, aunque tengan que bajar los precios, van a tener más clientes, porque los estadounidenses se van a ver obligados a tener seguros médicos. Y la expansión del Medicare y del Medicaid permite vaticinar más clientes para las empresas que tienen asilos de ancianos, hospitales para enfermos crónicos y que cuidan a personas mayores en sus casas.
Lo mismo pasa con las farmacéuticas. Este sector, de hecho, hizo un trato con Obama en 2009: a cambio de no oponerse a la reforma, esas empresas se comprometían a mantenerse neutrales en el debate. El pacto, como todas las treguas entre enemigos feroces, ha sido cumplido a medias. La reforma supone menos dinero público para los medicamentos que se compran bajo el Medicare y el Medicaid. Y elimina el surrealista 'agujero del donut', instituido por George W. Bush en 2003, en virtud del cual las personas que estuvieran bajo ese sistema pagarían un porcentaje menor de sus medicinas si consumían por debajo de una cantidad, pero por encima de otra. En otras palabras: el sistema cobraba menos a la mayoría, y desincentivaba a los muy sanos o a los muy enfermos.
Esa situación explica que las acciones de las empresas de estos sectores apenas se hayan movido tras la reforma.
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