RUTA QUETZAL | A. Camacho y J. González
'Cada viaje te influye y te ayuda a conocer tus límites'
Alfonso con Miguel de la Quadra-Salcedo, creador de la Ruta Quetzal.
Les ha tocado caminar por selvas, atravesar ríos a caballo, hacer escalada o enfrentarse a enjambres de avispas. Al más puro estilo 'Indiana Jones', la Ruta Quetzal BBVA ofrece un año más a 225 jóvenes de 54 países 'perderse' allí donde la mano del hombre no ha hecho estragos en la naturaleza y adentrase en otras culturas y formas de vida. Este año seguirán los pasos de José Celestino Mutis en Colombia, impulsor de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada.
Pero no irán solos. Para que la Ruta Quetzal se convierta en una aventura sin dificultades graves, junto a los monitores, Alfonso Camacho y Javier González se ocupan de que ningún problema médico se convierta en un contratiempo. Cirujano y traumatólogo respectivamente, sus años al frente del equipo médico de la expedición no han sido impedimento para seguir sorprendiéndose. "Lo mejor de todo es la cantidad de gente de todos los sitios del mundo que conoces, esto es una auténtica aventura que te influye y te ayuda a conocer tus límites", aseguran ambos especialistas.
¿Por qué pensaron en él? "Supongo que fue porque, además de adorar mi profesión, me gusta mucho el campo, la montaña, viajar... y me veía capacitado para afrontar el reto". De sus 41 años, los últimos 10 veranos los ha pasado en la Ruta. "En realidad hay un trabajo muy anterior, desde marzo o abril empiezo a responder las preguntas que nos mandan los padres de los chicos que van, pedimos certificados médicos, necesitamos saber si son alérgicos a algo, así como posibles patologías", explica.
"Nunca hemos echado atrás a nadie que tuviese algún problema físico, como asmáticos o diabéticos, pero sí que necesitamos conocer previamente el estado de todos ellos antes de partir y llevamos un control durante el viaje para saber si ante ciertas marchas u otras actividades cada chico puede hacerlo o no", comenta Alfonso.
Junto a él, Javier González puede presumir de ser de los pocos que han vivido esta experiencia desde los dos lados 'del espejo'. "En 1994 estuve de rutero en Paraguay, el viaje fue increíble, todo un cambio de la visión que tienes del mundo cuando eres adolescente", recuerda. Así, ya como traumatólogo profesional -actualmente trabajando en el Hospital San Juan de Dios, en Santurce (Vizcaya)- se enteró de que buscaban gente para la Ruta. "En cuanto lo supe me presenté para las pruebas de monitor de tiempo libre, ya que me gusta viajar y la naturaleza, pero al final resultó que había una plaza de médico y la acepté en cuanto me la ofrecieron", explica.
Así, desde hace dos años acompaña a Alfonso en los viajes y asegura que "no tiene nada que ver ir de rutero que de médico", afirma. "Esto es muy bonito, una auténtica aventura, pero nosotros no venimos de vacaciones, sino a trabajar, hay que estar mentalizado para ello, pero también sabes lo que los chicos están viviendo", aseguran ambos profesionales.
"La verdad es que psicológicamente es duro, tenemos que coordinar este trabajo con nuestros hospitales para que en las vacaciones podamos venir aquí y duermes poco. Son casi 300 chicos de los que tenemos que estar pendientes, muchos días se nota la fatiga, y si se necesita también hay que atender a los monitores y a los periodistas", comentan ambos médicos que no quieren 'mojarse' en cuanto a quiénes les dan más quebraderos de cabeza.
Sin embargo, ambos están deseando volver a repetir al año siguiente. "Merece la pena, aprendes con los chicos a no dar importancia a cosas que realmente no la tienen y sí a ver la valía de otras a las que aquí no prestamos atención, por ejemplo, el valor de un vaso de agua. Simplemente por todo lo que aprendes merece la pena, es una experiencia única, tanto que creo que voy allí para encontrarme a mí mismo rodeado de tanta gente, es fantástico", relata Alfonso.
¿Y qué es lo más típico que han de atender? "Las 'diarreas del viajero', los dolores de estómago por el cambio de comida, torceduras de tobillo, faringitis, cólicos nefríticos, golpes de calor y, sobre todo, mucha 'mamitis'", se ríe Alfonso.
Para tratar esto y alguna cosa inesperada, "llevamos de todo, analgésicos, antibióticos, gástricos, vendas, material de intubación, etc. Tenemos varios arcones con material médico incluso para poder actuar si pasa algo más grave. Además, todas las noches preparamos nuestras mochilas médicas, con un botiquín de batalla para cubrir las eventualidades. Aunque tenemos claro que si pasa algo grave, ante la mínima duda, les llevamos al hospital, somos responsables y más cuando se trata de menores", comenta Javier.
Y como en todo trabajo, también se han encontrado con momentos sorprendentes: "Todavía me acuerdo de un enjambre de abejas en México. Caminábamos por la selva con varios profesores de botánica y, de repente, empezamos a estar rodeados de abejas, a las chicas se las enredaba en el pelo y cuando llegamos al campamento éramos un show quitándonos unos a otros los aguijones. En ese momento también teníamos que estar preparados para evitar una reacción alérgica grave, aunque afortunadamente no pasó nada", recuerda Alfonso.
"Lo mejor de todo esto es ver cómo cambia el chic en todos los chicos, como aprenden a ayudarse los unos a los otros independientemente del país del que vengan y las lágrimas cuando tienen que despedirse. Aquí hacen amigos para toda la vida y todos se quedan con ganas de repetir. Y a nosotros nos pasa lo mismo, ya no es sólo el lugar al que vas, sino cómo te influye", aseguran.
Pero no irán solos. Para que la Ruta Quetzal se convierta en una aventura sin dificultades graves, junto a los monitores, Alfonso Camacho y Javier González se ocupan de que ningún problema médico se convierta en un contratiempo. Cirujano y traumatólogo respectivamente, sus años al frente del equipo médico de la expedición no han sido impedimento para seguir sorprendiéndose. "Lo mejor de todo es la cantidad de gente de todos los sitios del mundo que conoces, esto es una auténtica aventura que te influye y te ayuda a conocer tus límites", aseguran ambos especialistas.
Expertos ruteros
Y eso que, además de médicos, son expertos ruteros. Alfonso es el responsable de un equipo compuesto por dos médicos y dos enfermeras. En su día a día es cirujano en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, pero cuando estaba haciendo la residencia, "el doctor Franco Granados se enteró de que estaban buscando un médico para la Ruta Quetzal y me lo comentó. En principio trabajaba sólo en la parte de España, pero ahora ya viajo con ellos por todo el mundo", comenta.¿Por qué pensaron en él? "Supongo que fue porque, además de adorar mi profesión, me gusta mucho el campo, la montaña, viajar... y me veía capacitado para afrontar el reto". De sus 41 años, los últimos 10 veranos los ha pasado en la Ruta. "En realidad hay un trabajo muy anterior, desde marzo o abril empiezo a responder las preguntas que nos mandan los padres de los chicos que van, pedimos certificados médicos, necesitamos saber si son alérgicos a algo, así como posibles patologías", explica.
"Nunca hemos echado atrás a nadie que tuviese algún problema físico, como asmáticos o diabéticos, pero sí que necesitamos conocer previamente el estado de todos ellos antes de partir y llevamos un control durante el viaje para saber si ante ciertas marchas u otras actividades cada chico puede hacerlo o no", comenta Alfonso.
Junto a él, Javier González puede presumir de ser de los pocos que han vivido esta experiencia desde los dos lados 'del espejo'. "En 1994 estuve de rutero en Paraguay, el viaje fue increíble, todo un cambio de la visión que tienes del mundo cuando eres adolescente", recuerda. Así, ya como traumatólogo profesional -actualmente trabajando en el Hospital San Juan de Dios, en Santurce (Vizcaya)- se enteró de que buscaban gente para la Ruta. "En cuanto lo supe me presenté para las pruebas de monitor de tiempo libre, ya que me gusta viajar y la naturaleza, pero al final resultó que había una plaza de médico y la acepté en cuanto me la ofrecieron", explica.
Así, desde hace dos años acompaña a Alfonso en los viajes y asegura que "no tiene nada que ver ir de rutero que de médico", afirma. "Esto es muy bonito, una auténtica aventura, pero nosotros no venimos de vacaciones, sino a trabajar, hay que estar mentalizado para ello, pero también sabes lo que los chicos están viviendo", aseguran ambos profesionales.
Atención continuada
Empezada la Ruta Quetzal, Alfonso y Javier serán los encargados de dar una asistencia de 24 horas a los participantes. "Dormimos con ellos, comemos con ellos, hacemos las marchas con ellos... Si pasa cualquier cosa vamos a estar ahí, además, estamos coordinados con los servicios sanitarios de los países a los que vamos en caso de tener que evacuar a alguien o necesitar un hospital, está todo pensado", explica Alfonso."La verdad es que psicológicamente es duro, tenemos que coordinar este trabajo con nuestros hospitales para que en las vacaciones podamos venir aquí y duermes poco. Son casi 300 chicos de los que tenemos que estar pendientes, muchos días se nota la fatiga, y si se necesita también hay que atender a los monitores y a los periodistas", comentan ambos médicos que no quieren 'mojarse' en cuanto a quiénes les dan más quebraderos de cabeza.
Sin embargo, ambos están deseando volver a repetir al año siguiente. "Merece la pena, aprendes con los chicos a no dar importancia a cosas que realmente no la tienen y sí a ver la valía de otras a las que aquí no prestamos atención, por ejemplo, el valor de un vaso de agua. Simplemente por todo lo que aprendes merece la pena, es una experiencia única, tanto que creo que voy allí para encontrarme a mí mismo rodeado de tanta gente, es fantástico", relata Alfonso.
¿Y qué es lo más típico que han de atender? "Las 'diarreas del viajero', los dolores de estómago por el cambio de comida, torceduras de tobillo, faringitis, cólicos nefríticos, golpes de calor y, sobre todo, mucha 'mamitis'", se ríe Alfonso.
Para tratar esto y alguna cosa inesperada, "llevamos de todo, analgésicos, antibióticos, gástricos, vendas, material de intubación, etc. Tenemos varios arcones con material médico incluso para poder actuar si pasa algo más grave. Además, todas las noches preparamos nuestras mochilas médicas, con un botiquín de batalla para cubrir las eventualidades. Aunque tenemos claro que si pasa algo grave, ante la mínima duda, les llevamos al hospital, somos responsables y más cuando se trata de menores", comenta Javier.
Y como en todo trabajo, también se han encontrado con momentos sorprendentes: "Todavía me acuerdo de un enjambre de abejas en México. Caminábamos por la selva con varios profesores de botánica y, de repente, empezamos a estar rodeados de abejas, a las chicas se las enredaba en el pelo y cuando llegamos al campamento éramos un show quitándonos unos a otros los aguijones. En ese momento también teníamos que estar preparados para evitar una reacción alérgica grave, aunque afortunadamente no pasó nada", recuerda Alfonso.
"Lo mejor de todo esto es ver cómo cambia el chic en todos los chicos, como aprenden a ayudarse los unos a los otros independientemente del país del que vengan y las lágrimas cuando tienen que despedirse. Aquí hacen amigos para toda la vida y todos se quedan con ganas de repetir. Y a nosotros nos pasa lo mismo, ya no es sólo el lugar al que vas, sino cómo te influye", aseguran.
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