Una de salmón transgénico
Canadá autoriza la producción industrial de huevos del primer animal genéticamente modificado
Solo se comercializarán si la FDA lo aprueba, pero la noticia ya despierta recelos por su impacto en la salud y el medio ambiente
El primer animal transgénico diseñado para el consumo humano —un salmón de crecimiento rápido— ha dado un gran paso en el camino hacia su aplicación comercial. La empresa fabricante, la estadounidense AquaBounty Technologies, ha logrado la autorización de Canadá para cultivar huevos de sus salmones modificados genéticamente. A escala industrial. Los salmones rápidos no llegarán a las estanterías de los supermercados mientras la agencia alimentaria norteamericana (la poderosa FDA, o Food and Drug Administration) no lo apruebe. Pero, a juzgar por su gestión con el Gobierno canadiense, la empresa parece sentirse optimista sobre ese trámite administrativo. El primer animal transgénico ya sobrevuela nuestro mantel.
La discusión sobre los alimentos transgénicos se ha centrado hasta ahora en productos vegetales como el maíz Bt, modificado genéticamente para resistir a sus plagas más comunes. En comparación con la norteamericana, la regulación europea de estos productos es muy restrictiva. A ello han contribuido más las campañas ecologistas —y su notable propagación entre la población— que las evidencias científicas de los riesgos sanitarios o medioambientales de los cultivos transgénicos, más bien escasas o nulas, según la fuente científica.
Pero el salmón de AquaBounty es el primer animal transgénico que aspira a llegar a nuestros mercados y restaurantes. Y el Gobierno canadiense acaba de darle un espaldarazo al autorizar a la empresa a operar a gran escala en la isla del Príncipe Eduardo, en la costa atlántica de Canadá. AquaBounty podrá exportar 100.000 huevos de sus salmones transgénicos desde esa piscifactoría canadiense hasta otro vivero que la empresa tiene en los bosques pluviales de Panamá, según el diario británico The Guardian.
Aunque este paso legal pueda parecer algo críptico —y aunque lo sea—, se trata de la primera operación de escala industrial con un animal transgénico aprobada en la historia. Y será también la historia quien decida si eso acaba siendo bueno o malo. En cualquier caso, AquaBounty ya tiene el visto bueno administrativo para producir sus huevos de salmón modificado a escala industrial. El objetivo de la empresa es vender esos huevos a las piscifactorías del mundo que quieran comprarlos.
La decisión que tome la FDA tendrá, por tanto, trascendencia planetaria para el cultivo del salmón. Y también más allá, pues otras 30 especies piscícolas transgénicas esperan en la cola, o pronto lo harán según las previsiones de la industria. Y después vendrán otros animales modificados como el bovino resistente a las vacas locas y el cerdo que da panceta light, o baja en las nefastas grasas saturadas que atascan las arterias de medio mundo.
El salmón de AquaBounty, una empresa biotecnológica de Massachusetts, se llama AquAdvantage, y porta en su genoma dos segmentos de ADN que los genetistas de la empresa le han introducido con las modernas técnicas de la ingeniería biológica: un gen de la hormona del crecimiento tomado del salmón real (Oncorhynchus tshawytscha), una especie relacionada con el salmón atlántico, pero caracterizada por una talla mucho mayor; y una secuencia reguladora (un trozo de ADN que regula a un gen más o menos próximo) procedente de las viruelas, unos peces de parentesco mucho más lejano, y que viven en latitudes muy frías.
El principal factor limitante del tamaño del salmón atlántico natural es la temperatura: el frío reprime su gen de la hormona del crecimiento. Pero en el salmón transgénico, el ADN regulador procedente de las viruelas, que está acostumbrado a activarse en frío, lo hace en su nuevo genoma de acogida y permite que la hormona del crecimiento se produzca, aunque la temperatura sea baja.
Si añadimos que esa hormona del crecimiento es la versión hiperactiva tomada del corpulento salmón real, el resultado es un salmón atlántico que crece el doble de rápido que su versión natural. No es un salmón gigante, sino que tarda un año y medio (en vez de tres años) en alcanzar el tamaño típico de explotación comercial. La empresa lleva trabajando en este proyecto desde el año 2000, y el comité científico de la FDA empezó a deliberar sobre ello hace tres años.
“No cabe duda de que se trata de un proyecto comercialmente interesante”, admite el profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) José Pío Beltrán, especialista en alimentos transgénicos. “Es un salmón atlántico que lleva dos genes de otras especies relacionadas que le permiten crecer más deprisa; el principio se ha probado con éxito a pequeña escala experimental; y las pruebas son satisfactorias por cuanto no produce alergias ni otros efectos dañinos sobre la salud. El debate se centra en los efectos para el medio ambiente”.
Beltrán, como otros científicos expertos en este campo, no ve obstáculos “de principio” contra el uso de transgénicos para consumo humano, sino que es partidario de analizar caso por caso. Según el objetivo —resistencia a plagas, aumento de la producción, mejora de las cualidades nutritivas—, las soluciones de hibridación y selección convencional o las modificaciones genéticas pueden resultar la mejor estrategia. “No se puede estar a favor o en contra de forma genérica”, dice Beltrán.
El científico advierte, sin embargo, que la invención de AquaBounty, por más que pueda ser ventajosa para este sector concreto de las piscifactorías, no es la solución para el gran problema de la economía pesquera mundial: “Que no sabemos cómo alimentar a los peces; una parte importante de la actividad de las piscifactorías se basa en dar de comer a los peces harina de pescado, en lo que difícilmente puede ser una estrategia sostenible”.
Beltrán resume: “Me parece muy bien un salmón que crezca el doble de rápido, pero no se ven muy bien sus consecuencias globales”. Es la tercera vía propuesta recientemente por los científicos para hacer avanzar el debate de los transgénicos más allá de las encontradas —y enconadas— posturas tradicionales de expertos y ecologistas.
La organización ecologista que más se ha destacado por su rechazo a los alimentos transgénicos es Greenpeace. Su responsable de agricultura y transgénicos en España, Luis Ferreirim, comparte con Beltrán el escepticismo ante las garantías que ofrece AquaBounty para evitar que el salmón transgénico se escape de las piscifactorías al mar abierto. “Existen abundantes datos sobre los efectos sobre el medio ambiente y la salud de la industria acuícola y de engorde”, dice, “y con animales modificados genéticamente los riesgos se multiplicarían”.
Según Ferreirim, es frecuente que los peces se escapen de las granjas y se crucen con poblaciones naturales, con el riesgo de que estas se desplacen o se extingan. “Hay un modelo experimental, el gen Troyano, según el cual la liberación de 60 peces transgénicos podría llevar a la extinción de una población salvaje en solamente 40 generaciones”.
El responsable ecologista subraya también que una actividad a gran escala, como la que se prepara en Canadá, “tiene consecuencias que podrían afectar a los ecosistemas acuáticos en general; la liberación de peces transgénicos debe ser considerada una liberación global y, en consecuencia, debe ser parte del acuerdo multilateral de las Naciones Unidas, el Protocolo de Cartagena”.
Ferreirim amplía el foco de su crítica: “¿Quieren los consumidores salmón transgénico?”, se pregunta. “Esta es la primera pregunta que se debería hacer antes de avanzar más con este absurdo experimento; y la respuesta es no; la ciudadanía no quiere transgénicos y eso lo lleva dejando bien claro en la Unión Europea, donde el 61% de los ciudadanos rechaza este tipo de alimentos; e incluso en Estados Unidos, donde se podrían comercializar los primeros salmones transgénicos si fuesen autorizados para el consumo humano, la ciudadanía exige cada vez con mayor fuerza el etiquetado de los productos transgénicos”.
Greenpeace se opone a la liberación de transgénicos al medio ambiente, ya sean plantas o animales. “Antes de seguir malgastando dinero en investigación con transgénicos”, dice Ferreirim, “la primera pregunta que deberíamos contestar es si los transgénicos, tanto plantas como animales, son necesarios”.
Ahora juzgue el lector: ¿lo son?
La discusión sobre los alimentos transgénicos se ha centrado hasta ahora en productos vegetales como el maíz Bt, modificado genéticamente para resistir a sus plagas más comunes. En comparación con la norteamericana, la regulación europea de estos productos es muy restrictiva. A ello han contribuido más las campañas ecologistas —y su notable propagación entre la población— que las evidencias científicas de los riesgos sanitarios o medioambientales de los cultivos transgénicos, más bien escasas o nulas, según la fuente científica.
Pero el salmón de AquaBounty es el primer animal transgénico que aspira a llegar a nuestros mercados y restaurantes. Y el Gobierno canadiense acaba de darle un espaldarazo al autorizar a la empresa a operar a gran escala en la isla del Príncipe Eduardo, en la costa atlántica de Canadá. AquaBounty podrá exportar 100.000 huevos de sus salmones transgénicos desde esa piscifactoría canadiense hasta otro vivero que la empresa tiene en los bosques pluviales de Panamá, según el diario británico The Guardian.
Aunque este paso legal pueda parecer algo críptico —y aunque lo sea—, se trata de la primera operación de escala industrial con un animal transgénico aprobada en la historia. Y será también la historia quien decida si eso acaba siendo bueno o malo. En cualquier caso, AquaBounty ya tiene el visto bueno administrativo para producir sus huevos de salmón modificado a escala industrial. El objetivo de la empresa es vender esos huevos a las piscifactorías del mundo que quieran comprarlos.
La decisión que tome la FDA tendrá, por tanto, trascendencia planetaria para el cultivo del salmón. Y también más allá, pues otras 30 especies piscícolas transgénicas esperan en la cola, o pronto lo harán según las previsiones de la industria. Y después vendrán otros animales modificados como el bovino resistente a las vacas locas y el cerdo que da panceta light, o baja en las nefastas grasas saturadas que atascan las arterias de medio mundo.
El salmón de AquaBounty, una empresa biotecnológica de Massachusetts, se llama AquAdvantage, y porta en su genoma dos segmentos de ADN que los genetistas de la empresa le han introducido con las modernas técnicas de la ingeniería biológica: un gen de la hormona del crecimiento tomado del salmón real (Oncorhynchus tshawytscha), una especie relacionada con el salmón atlántico, pero caracterizada por una talla mucho mayor; y una secuencia reguladora (un trozo de ADN que regula a un gen más o menos próximo) procedente de las viruelas, unos peces de parentesco mucho más lejano, y que viven en latitudes muy frías.
El principal factor limitante del tamaño del salmón atlántico natural es la temperatura: el frío reprime su gen de la hormona del crecimiento. Pero en el salmón transgénico, el ADN regulador procedente de las viruelas, que está acostumbrado a activarse en frío, lo hace en su nuevo genoma de acogida y permite que la hormona del crecimiento se produzca, aunque la temperatura sea baja.
Si añadimos que esa hormona del crecimiento es la versión hiperactiva tomada del corpulento salmón real, el resultado es un salmón atlántico que crece el doble de rápido que su versión natural. No es un salmón gigante, sino que tarda un año y medio (en vez de tres años) en alcanzar el tamaño típico de explotación comercial. La empresa lleva trabajando en este proyecto desde el año 2000, y el comité científico de la FDA empezó a deliberar sobre ello hace tres años.
“No cabe duda de que se trata de un proyecto comercialmente interesante”, admite el profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) José Pío Beltrán, especialista en alimentos transgénicos. “Es un salmón atlántico que lleva dos genes de otras especies relacionadas que le permiten crecer más deprisa; el principio se ha probado con éxito a pequeña escala experimental; y las pruebas son satisfactorias por cuanto no produce alergias ni otros efectos dañinos sobre la salud. El debate se centra en los efectos para el medio ambiente”.
Beltrán, como otros científicos expertos en este campo, no ve obstáculos “de principio” contra el uso de transgénicos para consumo humano, sino que es partidario de analizar caso por caso. Según el objetivo —resistencia a plagas, aumento de la producción, mejora de las cualidades nutritivas—, las soluciones de hibridación y selección convencional o las modificaciones genéticas pueden resultar la mejor estrategia. “No se puede estar a favor o en contra de forma genérica”, dice Beltrán.
El científico advierte, sin embargo, que la invención de AquaBounty, por más que pueda ser ventajosa para este sector concreto de las piscifactorías, no es la solución para el gran problema de la economía pesquera mundial: “Que no sabemos cómo alimentar a los peces; una parte importante de la actividad de las piscifactorías se basa en dar de comer a los peces harina de pescado, en lo que difícilmente puede ser una estrategia sostenible”.
Beltrán resume: “Me parece muy bien un salmón que crezca el doble de rápido, pero no se ven muy bien sus consecuencias globales”. Es la tercera vía propuesta recientemente por los científicos para hacer avanzar el debate de los transgénicos más allá de las encontradas —y enconadas— posturas tradicionales de expertos y ecologistas.
La organización ecologista que más se ha destacado por su rechazo a los alimentos transgénicos es Greenpeace. Su responsable de agricultura y transgénicos en España, Luis Ferreirim, comparte con Beltrán el escepticismo ante las garantías que ofrece AquaBounty para evitar que el salmón transgénico se escape de las piscifactorías al mar abierto. “Existen abundantes datos sobre los efectos sobre el medio ambiente y la salud de la industria acuícola y de engorde”, dice, “y con animales modificados genéticamente los riesgos se multiplicarían”.
Según Ferreirim, es frecuente que los peces se escapen de las granjas y se crucen con poblaciones naturales, con el riesgo de que estas se desplacen o se extingan. “Hay un modelo experimental, el gen Troyano, según el cual la liberación de 60 peces transgénicos podría llevar a la extinción de una población salvaje en solamente 40 generaciones”.
El responsable ecologista subraya también que una actividad a gran escala, como la que se prepara en Canadá, “tiene consecuencias que podrían afectar a los ecosistemas acuáticos en general; la liberación de peces transgénicos debe ser considerada una liberación global y, en consecuencia, debe ser parte del acuerdo multilateral de las Naciones Unidas, el Protocolo de Cartagena”.
Ferreirim amplía el foco de su crítica: “¿Quieren los consumidores salmón transgénico?”, se pregunta. “Esta es la primera pregunta que se debería hacer antes de avanzar más con este absurdo experimento; y la respuesta es no; la ciudadanía no quiere transgénicos y eso lo lleva dejando bien claro en la Unión Europea, donde el 61% de los ciudadanos rechaza este tipo de alimentos; e incluso en Estados Unidos, donde se podrían comercializar los primeros salmones transgénicos si fuesen autorizados para el consumo humano, la ciudadanía exige cada vez con mayor fuerza el etiquetado de los productos transgénicos”.
Greenpeace se opone a la liberación de transgénicos al medio ambiente, ya sean plantas o animales. “Antes de seguir malgastando dinero en investigación con transgénicos”, dice Ferreirim, “la primera pregunta que deberíamos contestar es si los transgénicos, tanto plantas como animales, son necesarios”.
Ahora juzgue el lector: ¿lo son?
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