miércoles, 17 de abril de 2013

Supenso en crónicos | Código Salud | elmundo.es

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Supenso en crónicos

Foto: Davis Pratt | The Australian National Maritime Museum Foto: Davis Pratt | The Australian National Maritime Museum
Durante muchos años, los responsables del sistema sanitario español -de uno u otro color político- han navegado en la autocomplacencia. De tanto repetir que tenemos una de las mejores sanidades del planeta, espléndida, solidaria y universal, apenas se ha pensado en el cómo abordar el desafío de atender a las enfermedades crónicas de acuerdo a los tiempos que vivimos. A pesar de que hace ya tiempo que se tiene la certeza de que es precisamente el individuo con un problema crónico el que mejor puede gestionar su enfermedad, pocos se han decidido a debatir la forma de implicar a toda la sociedad en el cuidado de su salud y, sobre todo de su enfermedad si la padece.

La semana pasada -se dijo en este espacio también-, se publicó un trabajo que certificaba el fracaso casi total de la prevención secundaria de acuerdo a los estudios hechos en miles de pacientes coronarios y diabéticos. Hablar de prevención primaria de la salud sin recapacitar la trascendencia que tiene la secundaria (la que tienen que hacer precisamente los que ya están enfermos) es como querer construir casas empezando por los tejados sin haber preparado los cimientos.

Hoy mismo, y en una revista del prestigio de 'JAMA', un nuevo trabajo multinacional pone otra vez de manifiesto incongruencias severas en el estilo de vida de un porcentaje grande de varios centenares de pacientes que ya han sufrido un infarto de miocardio o un ictus.

Por mucho que las autoridades sanitarias hablen sobre el gran volumen de septuagenarios que habrá dentro de 15 años -y sobre cuantos de ellos serán enfermos crónicos- lo que se están callando (quizá porque ni se lo han planteado) es el cómo hay que involucrar desde ahora mismo a los pacientes que arrastran enfermedades permanentes para que sean ellos los colaboren en sus propias terapias.
Es una incongruencia, y un dispendio en dinero y resultados, el que -por ejemplo- la adherencia a los tratamientos médicos sea exageradamente pobre en un porcentaje alto de pacientes con diabetes, hipertensión o enfermedad psiquiátrica. También hay datos españoles que lo prueban.

La política no debe limitarse a diseñar planes y preparar decretos para prevenir enfermedades o promocionar salud en las escuelas. A veces son discursos vacíos que con el tiempo se diluyen en nada.
Todos los implicados (los profesionales sanitarios los primeros) deberían reconocer la trascendencia de la medicina en colaboración con sus pacientes. Lo que se ha hecho siempre: diagnosticar, recetar y recomendar una revisión pasados varios meses funciona regular. Se ha demostrado ya.

Se trataría ahora de pensar si con las nuevas tecnologías de la comunicación y el apego masivo que tiene la sociedad a los nuevos soportes se puede diseñar un modelo distinto de comunicación y de supervisión con los que están enfermos. De lo que se ha escrito mucho es de la colaboración entre lo público y lo privado para gestionar mejor y ahorrar recursos. Pero prácticamente nada de la necesidad de una relación nueva entre el paciente y los profesionales sanitarios. Si esto no sucede cuanto antes, la palabra eficiencia, ahora tan repetida, será papel mojado.

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