jueves, 25 de abril de 2013

SALUD MENTAL e IMPACTO DE LA CRISIS :: El Médico Interactivo :: Impacto de la crisis económica actual en la Salud Mental

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Impacto de la crisis económica actual en la Salud Mental


Abril de 2013 - Fernando Bandrés Moya y Sara Bandrés Hernández, Aula de Estudios Avanzados de la Fundación Tejerina. Facultad de Medicina. UCM

Nos encontramos actualmente en un momento histórico en el que la mayoría de los países de nuestro entorno atraviesan una crisis socioeconómica cuyos inicios se remontan a 2007. ¿Cuáles son las consecuencias de esta situación en la salud? Algunos estudios ecológicos apuntan que en etapas de crisis se produce una disminución de la tasa de mortalidad basada en los hábitos de consumo, pero al mismo tiempo existen ya numerosos datos que señalan que frecuentemente la crisis produce un deterioro en la salud de la población debido a otras causas, entre las que se encuentran el suicidio y la enfermedad mental

Pese a tratarse a una crisis global, existen países que se han visto afectados en mayor profundidad que otros, entre ellos España cuya economía se encontraba en la década previa al inicio de la actual tesitura a la cabeza del crecimiento europeo, con una tasa de crecimiento del Producto Interior Bruto en torno al 5 por ciento anual.  El hundimiento del mercado inmobiliario conllevó graves consecuencias para el sistema financiero del país lo que ha producido una marcada reducción del mercado laboral, dificultades en el pago de hipotecas, desahucios y numerosas medidas de ajuste fiscal.

Consecuencia directa de esta situación es el crecimiento de las tasas de desempleo en estos países. Así, España se sitúa al frente de los países de Europa en tasa de desempleo encontrándonos en 2013 al 25 por ciento de los españoles en edad activa en paro (dicha tasa en 2006 se situaba en 8,5 por ciento) ¿Cuáles son las consecuencias de esta situación en la salud? El desempleo está estrechamente relacionado con el impacto en la salud de las personas, tanto en la salud física como en la mental. Pero esta relación va más allá ya que la inseguridad e incertidumbre en la vida laboral genera en numerosas ocasiones mayores consecuencias en la salud que el propio desempleo.

Algunos estudios ecológicos apuntan que en etapas de crisis se produce una disminución de la tasa de mortalidad basada en los hábitos de consumo (consumo de alcohol, dieta menos calórica, menor uso de medios de transporte, disminución del fallecimiento por accidentes de tráfico) pero al mismo tiempo existen ya numerosos datos que señalan que frecuentemente la crisis produce un deterioro en la salud de la población debido a otras causas, entre las que se encuentran el suicidio y la enfermedad mental. Este riesgo está vinculado en parte al desempleo y a la incertidumbre.

Las personas desempleadas sufren habitualmente tres tipos de riesgos. Por un lado, el riesgo financiero teniendo que enfrentarse con el riesgo de ruina, pérdida de ahorros e incluso de sus hogares. El segundo tipo de riesgo está relacionado la salud física: síntomas como la hipertensión, diabetes y daños coronarios están relacionados con el desempleo. Y el tercer tipo de riesgo está vinculado con la salud mental que relaciona desempleo con ansiedad, trastornos depresivos y suicidio. Estas consecuencias en la salud varían considerablemente siendo peores las observadas en aquellos países cuyos programas de apoyo familiar o búsqueda de mercado laboral se encuentran escasamente desarrollados.

Son numerosos los trabajos que destacan el incremento de intentos de suicidio en Grecia, España, Irlanda y Reino Unido desde el inicio de la crisis financiera. En España la tasa de suicidio entre menores de 65 años ha pasado de 5,16 en 2007 a 5,56 por cada 100.000 habitantes en 2008, lo que ha supuesto un punto de inflexión en la tendencia que se mantenía desde el 2000, pasando a ocupar la primera causa de muerte evitable en esta población, incluso por delante de los accidentes de tráfico. Es decir, nos encontramos ante el principal problema de mortalidad en población joven. Estas cifras no reflejan el escenario íntegro ya que detrás de cada suicidio consumado, se "esconden" 10 tentativas y entre 100 y 1.000 síndromes depresivos. Las tentativas suicidas se han convertido en una forma de respuesta "aguda" a la situación de desprotección vivida en el contexto de crisis, agravadas por el aumento de los trastornos relacionados con el consumo de sustancias. En este sentido, resulta interesante citar un estudio realizado Nis (región del sureste de Serbia gravemente afectada durante la guerra de la antigua Yugoslavia) en el que  se señala que la crisis económica tiene un impacto incluso mayor y más rápido que las catástrofes naturales o la guerra en la tasa de muertes por suicidio, tras analizar las estadísticas regionales durante el periodo de 1987 a 1999.

Dos de los factores que entran en juego en la relación entre desempleo y salud mental son el tiempo en esta situación y las estrategias de afrontamiento del estrés que emplean las personas afectadas y que permiten resolver situaciones personales y mantener un equilibrio en su salud física y mental. Existen numerosos trabajos que determinan que las personas desempleadas durante un periodo prolongado padecen mayor número de episodios depresivos en los últimos 12 meses si los comparamos con aquellos que se han encontrado inactivos por un corto tiempo. Algunos investigadores apuntan que hasta el 50 por ciento de los desempleados en combinación con otros factores (como la emigración) padecen una merma en su salud mental, padeciendo frecuentemente depresión. Además, las estrategias de afrontamiento empleadas por estas personas, en mayor medida por las que la padecen de forma prolongada, son menos efectivas cara al manejo del estrés. No podemos olvidar que la crisis actual no se limita únicamente al ámbito económico ya que tiene prolongaciones en las demás esferas de la vida de las personas (repercusiones en la vida de pareja y familia, deterioro de los apoyos sociales, sentimiento de aislamiento y pérdida de autoestima con sentimiento de responsabilidad individual de su situación). De esta forma, el desempleo se entiende como un factor de riesgo acumulativo. Estos aspectos no se pueden generalizar ya que factores como la personalidad de las personas juegan un papel clave en el abordaje de la adversidad y aunque existe una parte innata, se puede llevar a cabo un entrenamiento en habilidades de afrontamiento y manejo del estrés y sus consecuencias directas.

En un trabajo publicado en 2012 y llevado a cabo por un grupo español en el que se analiza el impacto de la crisis en la salud mental en España entre 2006 y 2010 se señala que además de la depresión, se ha observado un incremento en Atención Primaria de consultas relacionadas con ansiedad, trastornos somotoformes y con el consumo de alcohol, con la baja autoestima y el manejo inadecuado de la frustración generado por esta situación sociolaboral. La combinación de los factores de desempleo individual y familiar puede suponer el 23 por ciento de la población de riesgo atendida por episodios depresivos mayores en atención primaria. Comparando los análisis de 2006 y 2010 han apreciado un incremento de 20 puntos porcentuales en la atención de cuadros depresivos mayores, 8 por ciento en trastornos de ansiedad, 5 por ciento en el abuso de alcohol y 2 por ciento en dependencia de alcohol.

Un fenómeno importante analizado es el efecto contagio que sobre la salud mental tiene el desempleo ya que éste no sólo deteriora la salud en la persona que lo sufre directamente sino que también genera un elevado nivel de inseguridad e incertidumbre en los miembros de la familia y de la comunidad, sufriendo trastornos anímicos, trastornos relacionados con la ansiedad (ansiedad generalizada, ataques de pánico) y  con uso de sustancias (dependencia alcohólica) de forma significativamente más alta que el resto de la población. Y todo esto se ha relacionado con otras situaciones como desahucios, dificultad para afrontar deudas y pagos de hipotecas. Teniendo todo esto en consideración, se puede estimar que hasta un tercio del riesgo global de padecer un trastorno afectivo está relacionado con la combinación de riesgo de pérdida de empleo, desempleo en la familia y dificultades de pago hipotecario. No podemos olvidarnos del colectivo de trabajadores que aunque se mantienen en activo (no constan en el modelo estadístico actual como desempleados), han visto reducido el tiempo o las horas de trabajo y consecuentemente, el importe de los ingresos que reciben.

La crisis económica conlleva un mayor riesgo de exclusión de grupos sociales vulnerables como niños, jóvenes, familias uniparentales, desempleados, emigrante, minorías étnicas y personas mayores. La crisis económica, a través de la salud mental de los padres, de la dinámica familiar y de la relación con los iguales, conlleva también el riesgo de daño de la salud de los niños y adolescentes. Sin embargo, el panorama puede mejorar. Según apunta la Organización Mundial de la Salud, la relación entre crisis económica y consecuencias negativas para la salud mental es evitable.

La actual situación socioeconómica obliga a los Estados a llevar a cabo ajustes en los presupuestos nacionales con políticas de austeridad recomendadas desde organismos internacionales. Estas medidas conllevan consecuencias directas en áreas especialmente sensibles como educación y Sanidad. Datos de la OCDE nos recuerdan que mientras el crecimiento del presupuesto sanitario en el periodo 2000-2009 se situaba en 5 por ciento, en 2010 numerosos países han establecido un crecimiento del 0 por ciento. La implantación de estos ajustes puede conllevar consecuencias dañinas para la salud y suponer un obstáculo para la propia recuperación económica. Sin embargo, las medidas destinadas a aumentar la resilencia en la comunidad y a mitigar las consecuencias del estrés ante la inestabilidad laboral o pérdida de estatus social tienen claros efectos protectores sobre la salud mental de las personas.

Países con una fuerte red social padecen menor impacto en la salud mental y no padecen grandes desigualdades sanitarias durante las crisis. Por ejemplo, Finlandia y Suecia padecieron en la década de los 90 una profunda crisis con un importante incremento de las tasas de desempleo. Sin embargo, en contra de lo esperable, no se produjeron desigualdades sociosanitarias significativas y las tasas de muerte por suicidio disminuyeron durante ese periodo gracias a las medidas de protección social que se reforzaron en contra de la presión de mercados y de organismos internacionales. Estos datos contrastan con los obtenidos en Estados Unidos donde los suicidios se incrementan mientras las partidas estatales de bienestar social se recortan. En estos momentos los programas de apoyo familiar, programas de asesoramiento laboral (ya existen datos que afirman que por cada 100$ por persona que se invierta en estos programas, se produce una disminución directa de la tasa de suicidio), los programas de ayuda en el pago de hipotecas y deudas contraídas, la reorganización de la salud mental en Atención Primaria (mejorando la comunicación entre los entes sociales y la atención sanitaria), el control del acceso al alcohol y el incremento del "capital social" (definido como los recursos disponibles basados en las relaciones y actividades sociales que constituyen una red de apoyo a los miembros de la comunidad en riesgo de exclusión) deberían ser las piedras angulares de los programas estatales para la prevención del deterioro de la salud mental de la población, existiendo actualmente datos positivos basados en estudios coste-beneficio.

Otro aspecto importante que debemos tener en cuenta es el tipo de cobertura que se ofrece desde los medios de comunicación. Es conocido desde hace años el efecto contagio que puede provocar la información sensacionalista que desde los medios se hace sobre los suicidios y especialmente entre jóvenes y adolescentes. Por ello, para prevenir el efecto de bola de nieve, se debe exigir una información rigurosa sobre el impacto de la crisis en la salud mental y concretamente en los suicidios.

Sin olvidar el impacto en la salud ni menospreciar las situaciones trágicas vividas por las personas afectadas, se puede conseguir preservar la salud mental en niveles medios si somos capaces de dar las respuestas necesarias, con programas sanitarios y sociales que prevengan trastornos afectivos y conductas suicidas.


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