Editorial I
Imperdonable escasez de remedios
Al trabar la importación de medicamentos, las autoridades muestran su desprecio por la salud de quienes los necesitan
Lo que había comenzado como una versión absurda fue creciendo pese a la incredulidad de muchos hasta confirmarse finalmente: las trabas que el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, impuso a la importación de ciertos productos abarcan medicamentos que no se producen aquí, vacunas e insumos imprescindibles para la elaboración de varios remedios, además de reactivos y otros componentes. Algunos de esos productos, que ya han comenzado a escasear en las farmacias, se emplean en el tratamiento de algunas enfermedades crónicas, según informó La Nacion el martes pasado.
Ayer, el Sindicato Argentino de Farmacéuticos y Bioquímicos advirtió por medio de su titular, Marcelo Peretta, que "no están ingresando algunos medicamentos importados de salida masiva" como "vacunas para el sarampión, paperas, rubéola o neumonía", y tampoco cremas para problemas de piel. En declaraciones recogidas por la agencia DyN, Peretta solicitó que se "garantice el ingreso automático e inmediato" de remedios que carezcan de reemplazos en la Argentina.
Mientras el canciller, Héctor Timerman, minimizaba el tema calificándolo de "un golpe bajo para tratar de que la gente tenga miedo y viva peor", la diputada nacional Elsa Alvarez (UCR, Santa Cruz) pidió que el Gobierno instruya a Moreno para "permitir la importación de medicamentos oncológicos, antivirales para el sida, antiepilépticos y contra el Parkinson, que son los que más escasean en todo el país".
En efecto, el Gobierno quizá no advierte que pone en riesgo la salud de la población con tal de persistir en su improvisado intento de evitar la salida de dólares y que las importaciones superen a las exportaciones. Moreno, suponemos que con la anuencia presidencial, ha recurrido a una estrategia improvisada e infantil que puede resultar peligrosa en el caso de los medicamentos. Pero al mismo tiempo, esta falta de consideración demuestra que, para las autoridades, la ciudadanía parece no contar, salvo cuando se trata de buscar votos, pero pasadas las elecciones ya no se la vuelve a tener en cuenta.
En lo que hace a los elementos medicinales, también estarían escaseando, como informó este diario, catéteres, pañales especiales, un medicamento para la colitis ulcerosa, otro para la epilepsia, iodo importado para el tratamiento de cáncer de próstata y reactivos para ciertos análisis.
Las medidas adoptadas para impedir importaciones parecen no haber tenido en cuenta que el hecho de que un medicamento se fabrique en el país no siempre garantiza que su efectividad sea idéntica a la del mismo producto fabricado en el exterior, porque si bien la droga base es la misma, pueden diferir los excipientes y los mecanismos de elaboración y, por lo tanto, también varían las respuestas de cada individuo. Es por esto que hay pacientes que reaccionan favorablemente ante el remedio importado y no ante el de fabricación nacional.
Es imperdonable que los enfermos o sus familiares deban recorrer una farmacia tras otra con la incertidumbre de si podrán continuar o no su tratamiento porque el Gobierno se excedió en los gastos antes de las elecciones presidenciales y ahora quiere paliar sus problemas de caja sin tener en cuenta la situación de quienes, por padecer de enfermedades graves, necesitan ser tratados con drogas importadas. O la de aquellos que, por falta de ciertos reactivos, no pueden realizarse los análisis indispensables para averiguar si padecen una enfermedad y comenzar el debido tratamiento con la premura del caso.
Este destrato a la sociedad no es nuevo, pero se va incrementando peligrosamente. Ya hemos visto sus trágicas consecuencias en la tragedia ferroviaria ocurrida en la estación Once, debido a la falta de controles efectivos sobre la empresa concesionaria de ese servicio, una firma con sólidos vínculos con algunos funcionarios y ex funcionarios. El saldo fue de 51 muertos y más de 700 heridos.
Otra muestra ha sido el manejo de la tarjeta SUBE por parte de las autoridades: una inexplicable urgencia estatal forzó, mediante una publicidad atemorizante, a millones de argentinos a hacer largas colas durante varias horas para obtenerla antes de vencer los plazos sucesivamente estipulados, sin que hubiera razón alguna para ese apuro.
De la misma manera, se estuvo a punto de encargarle la impresión de billetes a una empresa constituida, a su vez, por empresas cuasi fantasmas, sin respaldo económico y con socios de dudosos antecedentes. Al margen del posible negociado que haya encerrado esa operación, que hoy parece comprometer al vicepresidente, Amado Boudou, y a otros funcionarios, es imposible no reparar en que, de haber prosperado el plan original, se habría corrido el riesgo de la fabricación paralela de billetes mellizos.
Lo que ocurre con los medicamentos es un posible indicio de que las autoridades han perdido contacto con la realidad. Sólo así podría explicarse su accionar.
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